Comienzas con una nave, absorbida por una vorágine en el hiperes pacio, en ruta hacia Cástor,
y que adviene para su mal que parece haberse perdido en una ga laxia como la nuestra, aunque mucho más vasta.
Sintiéndote algo preocupado sobre la continuación, te inventas una serie de criaturas, villanas y embusteras, de horribles rasgos, y rebosantes de perversos designios.
Nuestros bravos héroes, enfrentados a esas hordas, se ven en situa ciones cruciales, puesto que el enemigo -una vez descubiena nuestra galaxia- pretende reducirla a una sumisión total.
Ahora has de complicarlo todo, al desarrollar el asunto, de modo que mantengas el hilo del relato en vibrante tensión.
Los terrestres han de ser cuatro (sólo cuatro, ni uno más), mientras que el número de enemigos sobrepasa todo cálculo.
Nuestros héroes, capturados, son conducidos seguidamente ante los despreciativos y tiránicos jefes,
que les preguntan: «¿Dónde está la Tierra?». Y ellos permanecen en silencio, con inmutable valor que encantará a los lectores.
Espera un poco. Veamos, esto no marcha. Olvidaste a la muchacha. Inventa una, a la par buena y pura (aunque con gran atractivo sexual) y no demasiado vestida.
Hazía formar parte de la tripulación, así será también capturada, y la tropa enemiga la devorará con ojos lascivos.
Hay un intenso deseo en la mirada de los malvados, lo cual no ha de extrañarnos, pues la muchacha es de pecho más bien lleno y sua ve cual el plumón...
No, más vale que corrijas esta parte y deshagas el lío, pues el lector recordará que, siendo los enemigos reptiles, no serán sensibles a la seducción humana...
Que acosen a la muchacha, manejando sus látigos para arrancar la confesión de los terrestres.
Hasta que éstos logran romper sus ligaduras, desarrollándose esce nas de singular violencia.
Cada héroe de la Tierra es un luchador nato, y sus puños valen por docenas... Y justamente, llegado a este punto de la trama, tu ca beza dará vueltas.
Ya no sabes dónde te encuentras, ni dónde has aparcado el coche. Llevas la corbata torcida y no tienes idea de la hora que es, ni te das cuenta de lo que dice la gente, ni de que miran tus calcetines (desparejados), dudando entre si se trata de una simple rareza o bien estás loco, lo cual conjeturan por el brillo de tus ojos, hasta que finalemnte concluyen, por tu aspecto general, que en efecto lo estás de remate.
Pero la tortura pasó. Y fue por gusto por el placer de llenar el papel blanco con palabras bien hilvanadas, por lo que elaborate un nuevo relato de ciencia ficción.