Concepto controvertido donde los halla, la Generación del 98 agrupa a un conjunto de escritores marcados por su inconformismo con la situación española que vivieron, marcada por el llamado "Desastre del 98", es decir, la pérdida de las últimas posesiones españolas en América tras la guerra de Cuba contra los Estados Unidos. No obstante, la protesta de los escritores del 98 no se limita a la guerra, ni siquiera a lo material, sino que, muy al contrario, pretenderá una regeneración del alma española.Juntamente con ello y casi contra el intento agrupador que supone el rótulo generacional, tenemos la acusada personalidad de cada uno de los autores, que impidió una verdadera labor de conjunto, ya política, ya idelógica, ya, siquiera, literaria, y que, al contrario, favoreció la creación de una serie de obras magistrales, pero alumbradas por personalidades completamente distintas entre sí. De hecho, el carácter generacional ha venido siendo sistemáticamente negado a partir de los requisitos propuestos por Petersen para dirimir cuándo nos hallamos ante una generación. Sin embargo, es la del 98, probablemente, el mejor ejemplo de que no hay valores matemáticos en la historia, puesto que, a pesar de encajar con dificultad dentro de los dichos requisitos y del hincapié que en los tales ha hecho parte de la crítica, es innegable el aire generacional que agrupa a estos autores.
Con todo, no es imposible encontrar un par de elementos comunes que permitan justificar la existencia del rótulo generacional, siquiera para comodidad de autores de manuales de literatura. Son éstos el descontento con la situación española y el afán por cambiar el entorno en el que se encuentran y en el plano más estríctamente literario, una voluntad estilística que se va a apartar tanto del Realismo que les precede como del Modernismo al que son simultáneos. Observará el lector los términos vagos en los que se enuncia el primero de estos dos elementos comunes. No es posible llevar a cabo una definición más concreta del rechazo que provoca en estos autores la realidad en la que viven y de su afán por cambiarla, toda vez que, tras una breve etapa activa en la que las mejoras políticas y sociales les resultarán primordiales, volverán hacia dentro su protesta buscando una regeneración del alma española ajena a preocupaciones socioeconómicas.
La caracterización que acabamos de realizar no resulta todo lo exacta que sería de desear, dado que se precisa de la conjunción de ambas características para distinguir al grupo que nos ocupa tanto de los poetas modernistas, en los que la voluntad de estilo es también fundamental y se basa, asimismo, en el rechazo del Realismo, bien que discurra por senderos muy diversos, como de los Regeneracionistas, grupo de ensayistas, encabezado por Joaquín Costa, que tenía como fin principal la regeneración económica, social y moral del país, justamente aquella a la que los autores del 98 han renunciado. Sin embargo, resulta sumamente eficaz a la hora de concretar la nómina de autores que se incluyen bajo el rótulo de "Generación del 98", dado que deja fuera a otros que, como Juan Ramón Jiménez, Jacinto Benavente, Manuel Machado, Vicente Blasco Ibáñez, Eduardo Marquina o el propio Rubén Darío, a pesar de haber sido incluidos en él, sólo parcialmente, y, en ocasiones, de ninguna manera pueden agruparse con Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ángel Ganivet, Azorín, Ramiro de Maeztu y Antonio Machado, verdaderos miembros de esta generación. Otros críticos, como Pedro Salinas, al tratar de aplicar los requisistos de Petersen a la Generación del 98, han hecho hincapié en su autodidactismo, que marca una educación asistemática y en la que los estudios universitarios son completados con lecturas realizadas al azar y según preferencias personales. Esto se plasmará de forma singular en lo que a las lecturas filosóficas se refiere, por cuanto marcará concepciones del mundo radicalmente diferentes en algunos casos. Citemos tan sólo la influencia de Nietzsche en el joven Baroja, frente al influjo que Schopenhauer ejerce sobre Maeztu o Azorín.
Respecto al nombre, la primera referencia apareció en un artículo, publicado por Gabriel Maura, en El Faro del veintitrés de febrero de 1908, en el que el autor defendía bajo este epígrafe la obra de estos autores. Asimismo, en 1912, González Blanco se refería en su Historia de la novela en España a una "Generación del Desastre". De entre los escritores que se incluyen dentro de esta generación será Azorín el primero en utilizarlo en un artículo titulado "Dos Generaciones", y publicado en 1910, en el que oponía su generación a la posterior para acusar de banalidad a esta última. Posteriormente, insistió el autor alicantino en ello en una serie de artículos que, publicados en 1912 en el diario ABC y recogidos después en Clásicos y Modernos, tenían por tema la propia generación, bien que con un plantel distinto del que la crítica propone en la actualidad, pues incluía en ella a autores que, como Valle-Inclán, Jacinto Benavente o Rubén Darío, no tienen, bajo la perspectiva actual, excesiva conexión con el grupo,mientras que quedan fuera del "catálogo" azoriniano Ganivet y Antonio Machado, mucho más cercanos al espíritu de descontento de los jóvenes del 98. No obstante todo esto, no parece haber sido Azorín el inventor del término. Más bien parece haberse limitado a recoger una expresión ya habitual en el momento en que escribió la serie de artículos. Respecto de los demás autores, Maeztu y Baroja llegaron a negar su existencia, propugnando el último, en su lugar, una Generación de 1870 que parece tener, en realidad, bastante menos entidad y en la que, más bien, creemos entrever el gusto del novelista donostiarra por llevar la contraria a cualquier sistematización. Unamuno, en cambio, reconoció una actitud de protesta política común, así como el hecho innegable de haber sentido el revulsivo del Desastre y de haberse descubierto para la vida pública a raíz de él.
La visión del mundo de los escritores del 98 parte de la desazón romántica, que va a dar en nuestro suelo frutos verdaderamente tardíos, y del choque de los ideales juveniles con la cruda realidad de la España de la Restauración. Esto les llevará a considerar como precursor a Mariano José de Larra en tanto que crítico y analizador de la sociedad de su momento. De hecho , una visita solitaria de Azorín, Baroja y Maeztu al cementerio donde reposan los restos de Fígaro (13-II-1901) será considerada por el prosista alicantino como acontecimiento generacional. En relación con ello, la obra de varios de ellos incluirá entre sus primeros títulos al menos una obra en la que el análisis del alma española sirva como pretexto. Son títulos como la España filosófica ntemporánea o el Idearium español de Ganivet, En torno al casticismo de Unamuno o Hacia otra España de Ramiro de Maeztu.
Junto con el análisis del alma española, y en relación directa con la visión interior que de la tierra española tienen, encontramos en ellos un demorado detenerse en el paisaje, especialmente el castellano, para tratar de entender a su través a los hombres que lo habitan. Tal detenimiento en el paisaje español da lugar a algunas de las páginas más sentidas y logradas de estos autores en libros como Castilla, de Azorín, o Por tierras de Portugal y España, de Unamuno, por poner sólo dos ejemplos.
Respecto de la protesta política que los propios autores presentaron como característica agrupadora, apenas pasó de ser una intención inicial que derivó en caminos tan opuestos como alejados, en general, de la política. En su juventud, no obstante, Azorín y Maeztu fueron anarquistas militantes (Azorín llegó a perder un par de trabajos en la prensa madrileña por el talante exaltado de sus artículos), en tanto que Unamuno mantuvo contacto con los socialistas. Es en estos años juveniles de militancia anarquista, los mismos de la visita-homenaje a la tumba de Larra, cuando Azorín, Baroja y Maeztu constituyen el llamado "Grupo de los Tres" que, en 1901, publica el único número de la revista Mercurio y que participa en conjunto en varios acontecimientos políticos y literarios, bien que no tarde en deshacerse. Posteriormente, la presencia de los autores del 98 en la política será muy diferente. Frente a la militancia falangista de Ramiro de Maeztu o la presencia de Azorín en alguno de los gabinetes ministeriales del general Primo de Rivera en los años de su dictadura, como Ministro de Instrucción Pública tenemos el compromiso político cada vez mayor de un Antonio Machado o la presencia social e intelectualmente molesta de Unamuno y Valle en los años de la mencionada dictadura de Primo. Con todo, ni siquiera el compromiso de Machado se tradujo en un activismo concreto. Baroja, por su parte, permaneció al margen de todos y cada uno de los numerosísimos vaivenes políticos del primer tercio de nuestro siglo.
Respecto de la separación del Modernismo y la Generación que nos ocupa, Ricardo Gullón ha manifestado que ambos pertenecen a una misma corriente de rechazo de lo literariamente establecido y que en los autores modernistas existe también la queja por los males de España, así como la voluntad de estilo y las influencias de literaturas foráneas que en todos ellos se adivina. Ciertamente que es imposible aislar a un grupo de otro, toda vez que son estrictamente contemporáneos, pero no parece que encontremos los ingredientes en las mismas cantidades en la poesía o los cuentos del Modernismo, que en las novelas y en los ensayos del 98, sin que la diferencia de géneros cultivados sea tampoco desdeñable como diferencia entre lo que es un movimiento literario y lo que, de ser algo, es un grupo de preocupados por el estado de su país.
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