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La historia
Todo
comenzó en un Macondo, donde Gabriel García Márquez solamente exageró la
lluvia. Sí porque Macondo es árido, y aunque no está en el medio de la
selvas amazónicas, está rodeado de una jungla de guajiros, de campiñas y del
azul del caribe maravilloso.
Allí,
un día de 1985, Fermina y Florentino se vieron por primera vez. Y desde
entonces se prendaron. Ella le pidió poemas. Él un perfume –Moscú Rojo
robado de su madre- a ella le regaló. Y un beso, beso infante, sencillo,
simple e inocente.
Y se
amaron.
Y por
años la pasión perduró. Y rojos teléfonos explotaron, y Me vas a echar de
menos él le cantaba mientras ella le decía Adiós, Adiós Princesa… Y a la
secundaria juntos iban y se hacían que estudiaban mientras los dos se
disfrutaban en las tardes Macondianas. Y aunque Fermina mucho lo quería,
ella a otros eligió y él desdeñado, decidió se separar.
Egos,
pasiones, emociones, iras. El fuego todo lo arrasó y Fermina su mundo siguió
mientras Florentino a otras pasiones se dedicó. Universidades, países,
carreras, matrimonios, de todo hubo en cada lado. Exilios, despidos,
separaciones, nostalgias, pérdidas, y nuevos horizontes ambos tuvieron a
raudales. Pero emergieron victoriosos. Él sintiéndose el más completo y
universal. Ella, refulgiendo en su Macondicie singular. Ambos fueron traídos
a la Ciudad Luz.
Y un
domingo glorioso de primavera ellos se reencontraron después de tantos años
de andares separados. Y de este reencuentro en colisión el amor resurge con
una fuerza avasalladora, incontrolable, y toma cuenta de los dos. Y ambos
deciden que es hora, es el tiempo de entregarse, de abandonarse a la pasión,
de dar y recibir lo mejor de cada uno. Y así viven el momento más efímero,
aquel de infinita felicidad. El momento regado por paisajes maravillosos,
por sabores y olores indescriptibles, por una pasión salvaje y entregada, de
quejidos, caricias, jugos y amores. Y así vivieron un idilio sin fin. Pero
finito.
Y aquí
recogemos algo de lo que esta explosión dejó. Hay cartas de amor, hay poemas
encendidos, hay recuerdos y sobre todo, hay mucho amor.
Marzo –
Primer encuentro. Un almuerzo que se extiende por 11 horas. Y que los deja a
ambos con deseos de más.
Una
semana después. Reencuentro. Pero hay terceros y aunque las miradas
cómplices algo dicen, nada mas ha de ocurrir. En el ínterin, Florentino
habla de prioridades, se esconde, sabe que por ahora no hay tiempo ni
espacio para más.
Otra
semana: Fermina viene de visita. El gran viaje comienza con una cena en una
crepería. Por la noche no consiguen conciliar el sueño. Hay tantas historias
por contar, tantos a quien homenajear, tantos misterios por desvelar, hay
mucho todavía a descubrir.
Día
siguiente, ambos parten. Florentino prepara un desayuno, y viajan en
dirección a castillos, atraviesan campiñas, flores y atardeceres
fulgurantes. Hay iglesias, plazas, paisajes, fotos y sobre todo, hay mucho
cariño.
Visitan
su primer castillo. Aquel que Disney emula pero no consigue capturar. A la
luz del atardecer beben vino y recuerdan. Se abandonan a una estrella del
parque de diversiones donde casi se aman. Cenan en un restaurante turco y a
su hotel se van. El día ha sido electrizante, lleno de emociones contenidas,
de racionalidad irracional, de miradas y toques. Y la noche se inicia con la
detonación de un beso que por veinte años no se materializó. Y con la
energía de tanto tiempo, explota ahora, domina, inunda, llena, y transporta
a estos dos amantes al paraíso. La noche no termina y continua, infinita
hasta el día… hay entrega, hay devoción. Hay amor.
Almuerzo en un italiano donde lo que menos importa es la comida. Visita a un
castillo, y finalmente, Chenonceaux. El día continua tan embriagador,
cargado y repleto de energía que ambos exudan jugos. Una anciana preludia
amores eternos, habla de pasiones y desea felicidad infinita. Un bosque y
una glorieta y ellos ya casi revientan. Florentino busca y encuentra el
lugar especial para la noche. En la maravillosa habitación de Guy Maupassant
ellos se abrazan y entregan todo lo que de si tienen. Todo el día de
contención se desborda y el mundo existe apenas para ellos. Bajan a una cena
deliciosa, que culmina con Fermina degustando el más esperanzador de los
licores: una menta que trae a macondo con su esencia. Pero y los plásticos?
Corrida desenfrenada, velocidad al máximo, tiempo, pérdidas, un negro,
Tours, una estación de policía y finalmente: 22 de ellos. Suficientes. Pero
el ardor del día a ambos los ha extenuado y duermen así: en la cama
gigantesca, abrazados en un rincón donde solo caben fundidos en uno solo.
Otro
día que comienza y se extiende en un juego infinito de amor. Hoy han de
partir y así lo hacen. Fermina habla de su mundo, de sus recetas y de su
poesía y sus avatares académicos. Florentino demora el viaje, prolonga la
llegada todo lo que puede, pero Paris, infelizmente aparece en el horizonte.
Antes de partir, con ella se queda. Entrada la madrugada, él vuela, flota,
viaja a su bosque.
Dos
días después, Florentino, desesperado, corre a su amada. Son las 11:30 de la
noche y él revienta todos los límites existentes, navega a ella en una
autopista desolada y en 40 minutos a sus brazos se entrega. Y junto a ella
vuela, vuela alto y se anida en su pecho. Nuevamente los plásticos… ahhh
maldición. Es en el primer piso, en la segunda escalera. 2 euros. Voila.
Es
viernes y Florentino atrae a su Fermina nuevamente a su morada. Ella ha de
producir los mas deliciosos manjares para él. Florentino llora los sabores
increíbles de su Fermina. Él le ha traído una crema maravillosa, flores
primaverales y un vaso con crisantemos. Pasan un fin de semana que no
termina ni inicia, sin punto medio. Cantan, fuman, admiran y se aman. Se va
rápido el tiempo ya es lunes, y Florentino parte a su gira… y antes de la
partida equivoca un ómnibus, corre a otro, vuela a una entrevista de visa ya
en Paris. La despedida, a las 5 P.M. en Paris Nord, es dura. Pero el retorno
será inminente.
7 días
hay, para cubrir grandes capitales. Pero todas pasan insensibles. En cada
una de ellas, hay un cyber-café, un email, un poema y una carta apasionada.
Y las bellezas son capturadas por Florentino para Fermina. Y Fermina a él le
dedica su prosa inmortal.
El
reencuentro, el domingo siguiente, es simple. Un café, la misma esquina. Y
Florentino ha traído para su Fermina lo mejor de sus arias, sus sedas y sus
amores. Él marcha raudo y veloz a completar sus obligaciones y en el camino
la llamada sublime de la amada que llora con arias y canta de pasión.
Juntos, se unen y vuelan. El pacto mágico está sellado. El se sabe de ella y
ella se sabe de él.
Esa
noche, Florentino termina sus deberes y aletea en la misma autopista a su
amada. Sin combustible, congestionamientos, horas en el camino, pero llega y
la abraza. La ama, la acaricia, y el ritual mágico se repite una y otra vez.
Ahora él retorna en la madrugada, son 2:00 AM y no siente sueño. Lleva en su
mente a su amada.
Es
miércoles y a Fermina sus bichos no han querido responder. Florentino, en su
camisa rosada va por ella y a un paseo único le lleva. Barbizon, un
restaurante. Moret sur Loing: gruyere, un bordeaux y una puesta de sol
impar: regada a ríos, molinos, tulipanes, y un cisne maravilloso que alza el
vuelo en homenaje a los dos. La cena, rica, sofisticada, ostras para ella
–con algas que todos se alarman cuando come- y para él, cangrejos. Vinos y
una noche que se transforma en día de tanto amor. Que continua en la mañana
siguiente con un almuerzo en Moret, helados, una catedral de hace
seiscientos años, un paseo por la campiña donde Fermina se abandona al verde
del pasto y allí en el momento sublime del tercer movimiento de la Novena de
Beethoven, los dos se aman. Más plásticos, para otra noche de amor
desenfrenado y loco. Es jueves ya y preparan el viaje inminente
Es
viernes y el Citröen los lleva al norte. Han de transponer fronteras, han de
volar al infinito. Les acompaña un día sensacional. En el camino hay un
geranio rojo y chocolates y un helado en el medio de la primavera de
Compagne. También hay flores, muchas, amarillas y una puesta de sol
increíble. Y la tarde los sorprende en otro país donde ella confunde cerdos
con cabras con vacas y el día termina en amor arrebatado, después de una
cena increíble en un restaurant perdido en el medioevo, ellos son
transportados en limousine al palacio donde han de consumar su amor
infinito. Allí en las cálidas aguas de una bañadera se han de amar y
nuevamente, la cama gigantesca de algún duque se les queda muy grande pues
ellos se funden en un abrazo que los reduce a un átomo de energía
concentrada.
El día
sigue, con paseos, cisnes, fotos y almuerzos, hoy han de tenerse en un B&B
donde la noche los devora amándose nuevamente. El mismo restaurante; de esta
vez intercambian platos. Al retorno, mas amor y otra noche que vuela al día.
Han de aquí quedarse, han de aquí amarse y otra vez, van a un B&B, esta vez
en donde un arquitecto. El fondue de la noche se les parece interminable, y
al final, el amor nuevamente. Hasta la alborada en que después de un largo
desayuno se retornan.
El dia
es gris, llueve y aunque Florentino se empeña en cumplir su promesa de
llevar a Fermina al mar, la lluvia y el negro día son presagios suficientes
del fin de esta etapa de un viaje maravilloso. Se regresan a la ciudad luz,
en el medio de un atardecer de rojizo y en el cuarto de Fermina ellos
quedan. Se aman y él parte, a cumplir la última de sus obligaciones.
Retorna
el con su valija al día siguiente. y ella con él viene. A la ultima de las
noches de amor en su refugio en el medio de la floresta. A su paso, les
saludan ciervos, jabalíes, liebres y les desean la noche más intensa de
amor. La más intensa que ser alguno nunca haya tenido. Antes de dormir,
roban una pizza de una fiesta de amigos y después de la copa de vino,
duermen ellos, lo que les resta, muy abrazados. Al día siguiente retornan,
entre prisas de una entrevista con tiempo marcado, ómnibus que demoran,
trenes con fuertes olores y separaciones en perspectiva.
A la
tarde, un regio anturio y un Matisse que no les llena pero les complace, los
prepara para la velada inolvidable donde unos escargots y un magret de
canard preludian el beso más apasionado que amantes algunos se tuvieron en
un puente sobre el Sena. Paris, oh bella Paris, con sus luces y su encanto
envuelve a estos dos que se aman y que se tienen en la inmortalidad del
tiempo. Ahora han de retornar. Esta ha de ser la coma, la pausa, los puntos
suspensivos en una historia que todavía ha de ser escrita…que ha de
continuar…
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