Estuve veinte años en la guerra conmigo mismo. Dudando cada minuto si sobreviviría, sufriendo cada segundo, cargando un enorme peso encima. Doliéndome en los hombros y cubriendo de insensibilidad mi alma. Parecía una lucha eterna, interminable; pero a pesar de la inquisición en mi cabeza y de los constantes castigos, estaba bien pertenecer a aquel lugar. No tenía otro sitio a dónde ir.
Tirado en mi cama sin poder enfrentarme a ninguna realidad, anhelaba dormir más para seguir soñando y poder atrapar al menos un par de segundos de lo que yo consideraba la felicidad. Matando a mis padres, deseando la muerte de la gente cercana a mí, e imaginando tragedias y enfermedades, logré armar el campo de batalla para justificar mi irresponsabilidad. Siendo presidente de mi país, actor de los mejores teatros, héroe de las mayores personalidades, y un poeta estoico y romántico, trascendí en mi fantasía, trascendí dentro de mí. La gente a mi alrededor siempre se encontraba alegre, admirada, agradecida y enamorada, también, de mí.
Mas una y otra vez, la guillotina del tiempo y la responsabilidad conseguía cortar los hilos de mis marionetas, tirándome como muñeco de trapo y haciéndome vudú cuando procuraba incorporarme. Terminé destrozado, cansado, sangrado y sin poder llorar.
Un día, entre niebla y misterio, una chispa encendió la llama que comenzó a calentar el caldero de mi vida. Toqué el fondo de quien yo soy en realidad. La líquida felicidad se derramaba, borboteando hasta inundarme, dejando lleno de vida mi corazón. Vencí los primeros obstáculos y me enfrenté conmigo mismo. Tiré los muros del rencor, levanté los estragos de mi vida, aprendí a crecer y amedrenté a los pasados vicios. Éste, fue para mí, éxito y fin de la guerra. También lo fue para aquella mujer. Yo no la conocía aún, pero sé que me esperaba como yo a ella.
Veinte años de guerra.
Veinte años de vacío en mí.
Veinte años de necesidad.
Antes destrozado, cansado y sangrado. Ahora de vuelta con una sonrisa por delante. Años de espera y ya de regreso en el muelle donde vi mi vida partir, ahora la recuperaba. A escasos pasos de mi lugar de llegada estaba ella. Distinta y con sus brazos extendidos a mi encuentro. Me pareció una eternidad el llegar a ella y el lograr asirla entre mis brazos. Mas al estar abrazados, nuestros labios se buscaron y atinadamente se rozaron por primera vez. Entre la multitud nos besamos largamente y compartimos todo: la pasión, la nostalgia, la alegría y la vida misma. En el beso nos unimos para siempre, nos entregamos, nos conocimos, nos confesamos.
Es el encuentro que marcó mi vida.
14 de julio de 2000
... y ésta una fantasía más, recreada por un nuevo y mejorado retorcido pensamiento.
David Moreno Guinea