Esther: fabulosa.
Quince minutos después de la hora acordada mientras yo escribía la canción de Penélope, porque presentí sin acertar que no llegaría, llegó.
Tres horas y veinte minutos de intercambio, al principio díficil, de ideas muy similares, de vidas paralelas, de pensamientos hermanos, de éxitos con sangre muy humana, dieron paso a nuestra nueva amistad que parece de años o incluso, quizá, de vidas. Nuestras edades no fueron reconocidas por nuestros fraternos corazones, como diría de algún modo el Principito.
Desde las señales universales y el estudiar lo que en verdad nos gusta, hasta la telepatía y la empatía, conseguimos construir un lazo extraordinario en poco tiempo. Emma Elena Valdelamar, los odiados antros y la excitante riqueza de los libros fueron la vereda que caminamos juntos para llegar al mágico camino amarillo de Oz, que nos lleva a un mismo destino, y a la pista de baile para disfrutar del merengue y la salsa. Nuestras independientes vidas, contra nuestros tan similares sentimientos, nos asombraron.
No sé si sea plan de Dios o alguno de sus secuaces, pero me dejan intuir que este buen comienzo augura un buen final. Puedo quizá atribuirlo a Fox, a Tlalpan o al mes de julio. Sea decisión de quien sea, es un hecho el encuentro que tuvimos de entre tantos mundos, tantos países y de entre tanta gente. Si debo dirigirme a mi inconsciente, a Dios, o al destino, eso tampoco lo sé. Lo que sé es que esta noche, solamente quiero decir: ¡Gracias!
Julio de 2000
David Moreno Guinea