Carta a Jorge

Hermano:
hay cuatro o cinco nombres obscuros
que sangran la poesía.
El exterminio asiste a los amantes.
Hay quien sin darse cuenta camina en el suicidio
como si visitara la muerte de un extraño.
El hombre dice polvo y soledad y angustia.
La esperanza, asustada, se refugia en los niños
y en los tontos
y en nosotros, los que todavía, por la gracia del verbo, somos desgraciados.
La tierra ignora, el hombre trata
de conocer, levanta la cabeza en que los ojos brillan.
Hermano: estoy enfermo, estamos
bebiendo diariamente vida y muerte mezcladas,
en nuestro pan hay piedras,
tenemos sucio el llanto,
acudimos a nuestro corazón como a una casa limpia,
pero tenemos que dormir sobre montones de basura
y cuando llega el día no podemos tomar leche al pie de la vaca
sino brebajes de perdición en manos de brujas.
Amanecer no es hoy darse cuenta del día.
La sangre a veces se congela en los ojos
que quieren ver el mundo.
Tu mano de amor se hará de piedra
si tratas de secar el llanto a tu vecino.
No hables, no escuches nada, no socorras,
no llames en tu auxilio,
que cada quien se ahogue bajo sus propios gritos,
en sus gestos de espanto para la mímica universal.
Hermano: tu desaliento no tiene sentido,
óyeme hablar de la primavera.
Yo siento a veces que los pulmones se me quiebran,
que la carne toda se me quiebra
igual que un vidrio golpeado por un martillo;
siento que alguien les aprieta el pescuezo a los pájaros dentro de las jaulas,
que alguien mete un perro y un gato en un costal,
que les dan con un mazo en la nuca a los corderos,
que degüellan niñas, juntándoles la cabeza a la espalda,
pero óyeme hablar de la primavera.
La miel se cosecha todavía en las bodegas
y en los libros. La ternura existe.
Vamos a morirnos cada quien en su sitio
calladamente. No hay que darle importancia.

La señal (1951)

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Jaime Sabines

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