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Trabajo
y Sociedad |
Niños
de la calle. ¿Una Clase Social?[1]
Augusto
De Venanzi
Departamento
de Sociología
Universidad
de Maryland-College Park
y
Doctorado en Ciencias Sociales
Universidad
Central de Venezuela
augdeven@telcel.net.ve
Gisela
Hobaica.
Escuela
de Sociología
Universidad
Central de Venezuela
Introducción.
El
interés que motiva este estudio sobre los niños de la calle es esencialmente
teórico más que prescriptivo. Nos proponemos describir, desde una
perspectiva comparada, tres
dimensiones de la vida cotidiana de
estos niños cuyo análisis nos permitirá
evidenciar si
dicho grupo constituye
una clase social definida.
Es de notar que usualmente los niños de la calle son clasificados simplemente
como niños en pobreza o como parte
de los sectores vulnerables, tendencia
que no contribuye a su ubicación
dentro
del
sistema
de clases. Otra corriente
(Bhalla y Lapeyre, 1999) a
nuestro juicio algo más precisa los ubica dentro del
sector de los excluidos socialmente también integrada
por otros grupos como las
personas sin hogar, los
comerciantes informales, los
desempleados crónicos y otros. Nuestro enfoque toma a los excluidos como una
clase social y nos obliga a
estudiarlos de acuerdo a
un enfoque relacional.
A
diferencia de algunos autores que desde hace más de una década vienen
negando el valor del análisis de clases
o privilegiado las categorías de raza, etnia y género en los estudios
sobre estratificación social (Bauman, 1982; Pakulski y Waters, 1996; Bradley,
2000), sostenemos que el concepto
de clase es muy útil siempre que tome
en consideración nuevas corrientes teóricas y las
novedosas condiciones históricas dentro de las cuales se desenvuelven
los agentes. Esto implica abandonar la antigua aproximación estructural y
reificada de las clases a favor de un acercamiento
al proceso de su formación
fundado en términos flexibles y con amplio espacio para la agencia social
(Savage, 2000).
De
aquí que hayamos desarrollado un nuevo enfoque sobre las clases sociales que
entiende su naturaleza a partir de la
intersección de tres sistemas principales: el sistema económico, el sistema
Cultural-identitario y el sistema de la acción social.[2]
El sistema económico contiene, a su vez, dos dimensiones de análisis. Uno
concierne a los rasgos esenciales del capitalismo contemporáneo. Nos
referimos a la vigencia de procesos como la flexibilización, precarización,
y fragmentación del trabajo, los enormes flujos de capital,
la creciente importancia del conocimiento,
el diseño y la publicidad en
la actividad productiva y las
nuevas formas de organización que
asume el sistema corporativo. El
otro, a la la división del trabajo referida a como diversos grupos se
incorporan al esfuerzo productivo con base al tipo de capital que poseen.[3]
La Clase Capitalista posee esencialmente capital económico; es decir,
posee los medios –capital, tierra, maquinaria- que permiten la
realización del proceso productivo a mediana o gran escala; la Nueva Clase
Media posee dos tipos de capital: capital cultural y capital simbólico.
Siguiendo a Bourdieu (1986) sugerimos que esta clase logra posicionarse
ventajosamente en la división del trabajo en virtud de los conocimientos
adquiridos en las instituciones educativas (capital cultural) y muy
especialmente en la habilidad que posee para crear y manipular símbolos
(capital simbólico); la Clase
Media posee capital específico: es decir, un capital que le permite
desarrollar un conjunto de actividades que giran alrededor de la organización
de información, más no del análisis requerido para extraer sentido de ella.
Este capital se obtiene usualmente en el bachillerato, en las escuelas de
comercio, los colegios comunitarios o es auto-adquirido. Nos referimos a
actividades relativamente rutinarias como la organización, registro,
clasificación, almacenamiento y actualización de datos, procesamiento de órdenes
de compra y venta, despacho, entre muchas otras. La Clase Trabajadora y
el Campesinado poseen también un capital específico que les permite,
mediante el dominio de ciertas destrezas manuales, participar en la división
del trabajo. Por ultimo, tenemos a los Excluidos
cuya limitada y marginal
participación en la división del trabajo,
y su misma sobrevivencia,
dependen de su capacidad para desarrollar,
acumular y explotar capital social. Por capital social entendemos siguiendo a
Putman (1995) aquel capital consistente de redes y relaciones sociales que
permiten a una persona o grupo lograr ciertos objetivos. Estas redes implican
un alto nivel de confianza y
reciprocidad entre los agentes. El capital social genera valor para quienes
participan de el y opera mediante varios canales: acceso a la información
relevante, ayuda mutua,
formación de redes sociales fluidas y
creación de identidades compartidas.[4]
Las
teorías tradicionales de clase suponen que determinadas formas de participación
en la economía, especialmente en el sistema de la propiedad, generan
respuestas distintivas en los agentes sociales.
La sociología marxista sostiene, por ejemplo,
que la experiencia material de
clase moldea
los valores y actitudes (conciencia) de los agentes productivos de
forma tal que dichos valores y las prácticas resultantes reflejan
directamente los intereses en juego. No obstante, se ha observado que el
proceso de formación de la identidad
de clase es difuso y no responde a un patrón mecánico. En vez, su dinámica
esta mediada por procesos culturales profundos que resultan en prácticas de
conformidad o de
resistencia muy variadas e
irregulares.[5]
Estas prácticas comprenden entre muchas otras la acción de clase de la teoría
tradicional manifestada en el curso de coyunturas específicas donde la
identidad de clase se dispara frente
a situaciones que cuestionan la legitimidad de determinados intereses, las
protestas callejeras desorganizadas, los movimientos sociales e
inesperadas formas de política cultural e indentitaria (Fantasia, 1988). Así
pues, la investigación sobre el sistema de clases sociales debe examinar además
de los aspectos económicos mencionados,
dos sistemas adicionales: el sistema cultural-identitario que media las
perspectivas resultantes
de la posición objetiva en la
división del trabajo y el de la
acción
social expresado en múltiples y complejas manifestaciones políticas del
interés económico.
Al
igual que cualquier otro modelo de clases, el nuestro es relacional: parte de
la premisa de que las relaciones de clases implican cooperación (producción)
y conflicto (contradicciones). Con respecto a los excluidos socialmente
–grupo donde pensamos debe ubicarse a los
niños de la calle- nuestro modelo asume que su posición relacional es de
opresión. Es decir su participación dentro del sector informal esta marcada
no por la explotación económica clásica sino por la
coerción de las agencias del Estado.
En
lo que sigue, intentaremos acercarnos a nuestro objeto de estudio según los
temas relevantes para este nuevo enfoque de clases. Luego de una sección
cuantitativa sobre el problema,
veremos en secciones sucesivas: a. los motivos económicos y sociales que
impulsan a un considerable número de niños a
ir a las calles; b. la ubicación de los niños en la división del
trabajo, c. la experiencia social de la vida en la calle y el desarrollo de
capital social como herramienta para sostener un modo de vida y d. Las
implicaciones políticas de la vida infantil en las calles.
En la conclusión discutiremos nuestros hallazgos a la luz del
enfoque teórico planteado.
1.
Aproximación cuantitativa al tema de los niños de la calle
La
cuantificación de los niños de la calle se ha visto afectada severamente por
problemas conceptuales. Usualmente se distingue entre el concepto de
niños en la calle
y el de niños de la calle. Los
primeros serían todos aquellos niños que
trabajan en las calles y
regresan a su hogar en la noche. Se calcula que existen unos 150 millones de
estos niños al nivel global. Los segundos
serían aquellos niños
que viven todo el tiempo en las calles. El número de estos niños podría
contarse en unos 90 millones al
nivel global (Shorter y Onyancha,
1999).
No
obstante, establecer
una diferenciación clara entre
ambas categorías de niños es realmente difícil.
La revisión de la bibliografía sugiere que la mayoría de los niños
de la calle, aun aquellos que duermen en ella,
visitan su hogar con alguna frecuencia. El número de niños que
efectivamente vive y duerme en la calle de manera permanente sería mucho
menor que aquel reportado por organismos
nacionales e internacionales encargados de velar por el bienestar de la
infancia. En Caracas, por ejemplo, se estima que un 60% de los niños de la
calle han perdido el vínculo familiar (Albano, 2002). Ello nos deja con el
inconveniente de no tener una idea
aproximada del número de niños de la calle y nos obliga a tomar la
mencionada cifra de 90 millones, pero entendiendo que se trata de un mero
aproximado (Hetch, 1998).
Una
definición más cónsona con la experiencia real de los niños de la calle
los vería como niños que trabajan y roban para vivir (Por
norma el trabajo se desarrolla en los
sectores más subsidiarios de la economía informal),
que están fuera de la escuela, que carecen de los cuidados básicos de salud
y seguridad y de la protección ofrecida por un familiar o tutor (Consortium
for Street Children, 2003). De Benítez
(2003) considera adicionalmente que los niños de la calle
viven en condiciones que no son las apropiadas para su desarrollo físico
y emocional. Se trata de ambientes callejeros donde privan normas opuestas a
las de la sociedad oficial. También
estima que estos
niños son muy vulnerables a los abusos del sistema de judicial y que
están comparativamente más expuestos a contraer una serie de enfermedades
graves. Según la autora, estas condiciones operan de manera simultánea para
levantar una poderosa barrera que hace difícil a los niños desenvolverse
fuera del mundo de la exclusión
social.
De
los 90 millones de niños de la
calle, unos 40 millones viven en
América Latina y el resto vive en Africa, Asia y un número mucho menor en
los países avanzados. Ciudad de México tiene la población más grande de
estos niños, llegando a ser cercana a 1.900.000, seguida por Sao Paulo con
500.000 (12.000.000 al nivel de Brasil), Calcuta con 500.000, Nueva Delhi con
110.000, Bombay con 100.000, Manila con 70.000 y Nairobi con 60.000 (Children
Defense Fund, 2000). En algunas ciudades Latinoamericanas el problema se
manifiesta en menor grado: en Lima viven unos 10.000 niños, en Bogotá entre
5.000 y 9.000, en Caracas unos 4.000 (14.000 al nivel nacional)[6]
y en Guatemala unos 1.500. Este
problema también se ha manifestado en algunos países del Este Europeo donde,
como resultado de los dramáticos cambios económicos y
las guerras, muchos niños han perdido a sus familias y se han visto
forzados a encontrar trabajo. En
Rusia, la población más afectada por la transición al capitalismo es
aquella que se benefició de las
ventajas del Estado de Bienestar
y demás garantías socio-económicas asociadas al sistema Soviético: los
trabajadores de baja calificación, los desempleados, las personas
discapacitadas y partes del
campesinado. De ahí que, los hijos de estos grupos estén mayoritariamente
representados en la
población de los niños de la
calle que vive en las grandes ciudades del país. En Moscú, por ejemplo,
viven unos 6.000 de estos niños.
En su mayoría provienen de pequeños poblados y zonas rurales en busca de un
futuro mejor en la capital (Stephenson,
2001).
Se
puede decir que en América Latina y los Estados Unidos de Norte América
entre el 20 y el 25 por ciento de los niños de la calle son niñas y que
muchas de ellas se ven obligadas a practicar
la prostitución (Albano, 2002; Flowers, 2001). El porcentaje de niñas
de la calle en los países africanos es más bajo. En Zimbabwe, por ejemplo,
las niñas representan el 5 por ciento de todos los niños de la calle; en
Angola el 14 por ciento; en Etiopía
el 20 por ciento, mientras que en
Sudán casi no existen niñas de la calle.
Los motivos que explican esto están asociados a las restricciones
religiosas que impone el Islam, o a
fuertes
culturas tradicionalistas sobre
el papel de la mujer en la sociedad (Veale y Doná, 2003).
En
el mundo económicamente avanzado el problema de los niños de la calle es
menos visible. En los EE.UU. se manifiesta bajo la forma de niños que huyen
de su hogar, permanecen en las
calles pero duermen en refugios especiales. Esto último explica porque en ese
país no es tan frecuente ver niños durmiendo en las calles, aceras,
callejones o parques. Otro grupo de niños de la calle son los denominados vagabundos
recreacionales; éstos desaparecen por unos cuantos días pero vuelven a
su hogar por voluntad propia. Se estima que actualmente hay unos 500.000 vagabundos
recreacionales en las calles al nivel nacional. Volviendo
al problema más general, en los EE.UU. un millón y medio de niños huye de
su casa cada año. De estos, la mitad regresa a su casa al cabo de poco
tiempo, pero el resto se mantiene
en las calles por meses e incluso años. Algunas ciudades fuertemente
afectadas por este problema son Nueva York, San Francisco, Boston, Detroit y
Denver (Schaffner, 1999). Se estima que en Francia hay unos 10.000 niños de
la calle al nivel nacional y unos 4.000 en Bélgica.
2.
El escabroso camino a las calles
Los
motivos que llevan a los niños a la calle son muchos, pero un motivo central
es jugado por las adversas
realidades socioeconómicas en que viven millones de familias al nivel global
y la
desintegración de los lazos familiares. En América Latina, por
ejemplo, muchos de estos niños nacen de madres solteras, pobres o
abandonadas. La situación conlleva, además,
abuso físico y emocional por parte de los padres, generalmente
padrastros o padres de paso. Los niños escapan y toman las calles donde viven
eventualmente con otros chicos con quienes forman unidades sociales
jerárquicas y relativamente cerradas. Otro caso es aquel donde todos
los hermanos huyen del hogar y viven juntos en la calle bajo el liderazgo del
hermano mayor. En Ciudad de México, un gran número de chicos pobres son
obligados a realizar tareas normalmente asignadas a los adultos como cuidar de sus
hermanos y realizar trabajos domésticos.
Usualmente, estas tareas se realizan bajo una gran presión física y
emocional y eventualmente conducen a muchos de ellos a las calles donde pueden
conquistar cierta independencia. El
estudio de la forma de vida de estos niños en Guatemala ha mostrado que
muchos de ellos conocían niños de la calle antes de separase de su padres de
modo que cuando escapan logran incorporarse
a grupos ya formados.
Por otro lado, quienes huyen y no poseen estos contactos se unen entre
si formando sus propias redes sociales (Tierney, 1997).
En Venezuela fue a comienzo de la década de los noventa, con la
aplicación de los ajustes macroeconómicos, que se hizo realmente visible el
problema de los menores abandonados y en la calle, y su
número ha ido creciendo desde entonces. Se estima que entre 1995 y
1997 dormían en la calle entre 2.700
y 4.000 niños, entre el año
1997 y
1999 esta cifra aumentó a 5.000 y
hacía el año 1999 se llegó a
la cifra de 7.000. Para el año 2001 su número aumentó a unos 10.000
y para el año 2002 a 14.000 (Albano, 2002).
En
ciudades africanas como Nairobi los niños
que viven en las calles provienen
de familias pobres, especialmente formadas por padres o madres solos o
solteros. Alrededor de la mitad de los niños nacieron en los barrios pobres
de la ciudad, mientras que la otra mitad proviene de las
áreas rurales de Kenya. El número de niños que vive en las calles de
las ciudades de este país ha aumentado como consecuencia
de los ajustes macroeconómicos
que recortan el gasto público y aumentan
el número de niños que están fuera de la Escuela. En 1975, había apenas
115 niños de la calle en toda Kenya. Este número se incrementó a 17.000 en
1990 y a 150.000 en 1997. Los niños de la calle provenientes de las zonas
rurales de Kenya son el producto final no solo de la pobreza sino
de la fractura de los valores familiares de los pueblos autóctonos.
Muchos habitantes rurales del país son criados en condiciones de hacinamiento
en grandes casas compartiendo con otras familias. De manera creciente
los abuelos deben velar
por sus nietos en
especial cuando los padres no pueden cuidarlos
a causa de la marginalización
de las actividades agrícolas. Los padres se ven forzados a
migrar a lugares lejanos para conseguir trabajo dando como resultado
una sobrecarga sobre los abuelos que enfrentan dificultades para alimentar,
educar y vestir a sus nietos. Más recientemente se espera que los abuelos
cuiden a los huérfanos de padres enfermos o fallecidos a causa del SIDA
(Kilbride et al, 2000). Este
es un problema importante
pues
es precisamente en Africa donde
se encuentra el mayor número de huérfanos a causa del SIDA.
UNICEF (1999) ha estimado que cuando una
persona
es afectada
por el SIDA, los ingresos de su hogar
disminuyen entre un 52 y 67 por ciento. En los países más afectados, las
muertes por SIDA habían dejado
para 1997 un promedio de entre 7
y 11 por ciento de la población infantil en estado de abandono. Otros niños
de la calle en Africa son el producto de contiendas
políticas
motivadas étnicamente.
Los conflictos étnicos que acontecieron
en Kenya durante las elecciones generales de 1992 y 1997 dieron como
resultado el desplazamiento de muchas familias y en consecuencia el
crecimiento del número de los niños de la calle (Shorter y Onyancha, 1999).
También en Ruanda los conflictos étnicos y genocidas han producido una gran
cantidad de niños de la calle. Se estima que entre 1994 y 1997 un millón de
personas falleció en Ruanda por motivo de dichos conflictos. La mayor parte
de las victimas fatales fueron hombres adultos que dejaron muchas viudas y niños
en situación de desamparo. Eso, unido a los desplazamientos y repatriaciones
forzadas y las detenciones
determinó un aumento considerable del número de los niños de la
calle en ese país (Veale y Doná, 2003).
Las
condiciones de vida de los niños de la calle en los países en desarrollo son
muy duras: asegurar un lugar para dormir -usualmente en edificios, casas o
carros abandonados, debajo de
puentes, estaciones de tren o autobús, aceras
o en los umbrales de las casas
– ya es bastante difícil. En
Brasil se ha observado que muchos de estos niños prefieren dormir en sitios
iluminados y concurridos para
evitar ser atacados. Por lo general buscan un sitio cercano a los comercios
que cuentan con vigilancia privada. Los niños suelen entablar relaciones de
amistad con los vigilantes y esperan recibir de ellos alguna protección. En
Caracas muchos niños buscan sitios para dormir (las denominadas cuevas
o caletas)
donde la policía no habrá de molestarlos. Así mismo, los niños están
expuestos a contraer enfermedades como afecciones respiratorias, de transmisión
sexual y crecientemente SIDA. También sufren
de desnutrición aunque no tan aguda como aquella que sufren los niños
que viven en hogares
pobres. A diferencia de éstos, los niños de la calle se benefician de su
detallado conocimiento de la ciudad y de sus contactos y relaciones
para conseguir alimento (Hecht, 1998). En el caso de la prostitución, siempre
está presente la posibilidad de embarazos no deseados y las complicaciones
subsiguientes. Un problema adicional de salud que deben enfrentar los niños
de la calle deriva de su adicción a las sustancias como la
goma de zapatero, que les ofrece un escape de la realidad a la vez que
les reduce el hambre. Las consecuencias de inhalar
pega son edema pulmonar, daño renal
y cerebral. También el
consumo de marihuana y de crack es común entre estos niños. En la ciudad de
Caracas, por ejemplo, los niños
tienden a consumir crack por ser
la droga más barata y fácil de conseguir. La adquieren en las
avenidas centrales como Sabana
Grande y muchas veces roban para
tener acceso a ella (Ambar, 2002). En
Indonesia el número de niños de la calle ha ido en aumento a raíz de la
crisis financiera de 1997 que sacudió todo el sudeste asiático. En
este país, los problemas de
salud que afectan a los chicos
se ven agravados por el frecuente
uso de drogas fuertes como la morfina y la heroína, especialmente entre las
niñas (Beazley,
2002).
Las
causas que llevan a los niños a la calle en los países ricos son
similares a las que prevalecen en la periferia: los desacuerdos familiares, la
violencia doméstica y la pobreza
son las causes más comunes de escape en el caso de los niños. En el
caso de las niñas la causa más común para escapar es el abuso físico y
sexual que sufren a manos de sus padres o
padrastros. Algunos niños y niñas también huyen del hogar motivados
por los severos conflictos que mantienen con sus padres concernientes a la
reglamentación de
la vida familiar. Un grupo más pequeño (un 35 por ciento) es obligado
por sus padres a dejar el hogar por motivos de
escasez económica (Schaffner, 1999). Al principio,
los niños fugitivos tienden a quedarse en casa de sus amigos pero
cuando este arreglo se torna insostenible
se ven forzados a dormir en refugios. Otros
pasan algunos días o semanas en las vías de la ciudad y
a medida que adquieren mayor experiencia para sobrevivir por si mismos,
alargan su ausencia fuera del hogar (Boyden y
Holden, 1991). Un factor
que explica la pobreza infantil en los EE.UU., es el aumento de familias de
padres o madres solos o solteros, especialmente entre familias
Afro-Americanas.(Baum y Burnes, 1993). Se estima que para 1998 el 18,9 por
ciento de todos los niños de ese país vivía en pobreza; también que
durante el mismo año unos
3.000.000 de niños fueron objeto de abuso por parte de un familiar (Children
Defense Fund, 2000). Pero hay que advertir que solo
un 39 por ciento de los niños de la calle en los EE.UU. provienen de
familias pobres que reciben asistencia pública. Un 34 por ciento proviene de
la clase trabajadora, 21 por
ciento de la clase media y 6 por
ciento de la nueva
clase
media
(Schaffer,
1999). Otra categoría de niños
de la calle son aquellos que
viven en refugios con sus padres. Estos
menores mejor definidos como niños sin
hogar no se encuentran excluidos de la educación escolar pero presentan
problemas de aprendizaje y dificultades para desarrollar destrezas sociales
(Glasser y Bridgman, 1999).[7]
3.
Los niños de la calle en la División del Trabajo.
Los
niños de la calle forman parte del paisaje urbano de todas las ciudades del
mundo. Alrededor del 90 por ciento de estos niños
se ven obligados a trabajar para asegurar su propia subsistencia y eso
entraña en ocasiones una jornada laboral de unas 10 horas al día. Esta
necesidad determina que los veamos en todas partes realizando actividades como
el lavado de carros, lustrando
el
calzado, recolectando
latas,
papel, vidrio y plástico para el reciclaje, comerciando en la calle, pidiendo
limosna, cometiendo pequeños robos, vendiendo flores así como empleándose
en la prostitución. También los vemos estacionando y cuidando vehículos,
vigilando quioscos, asistiendo en pequeños talleres mecánicos informales y
transportando las compras de los clientes de los súper mercados.
La
actividad delictiva de los niños de la calle se despliega en dos direcciones.
Una, se refiere a
la comisión de actos delictivos por cuenta propia; se trata de robos
menores a transeúntes y turistas
(a
quienes despojan de lentes de
sol, relojes y carteras),
robos a tiendas y mercados de
donde sustraen alimento, dulces y prendas
de vestir y robos a casas de donde sustraen algunos artículos para vender. En
Brasil, por ejemplo, los niños han reportado que a lo largo de un día
completo en la calle pueden robar hasta veinte
relojes y que el dinero proveniente de su venta lo gastan en goma para
inhalar, marihuana y algo de alimento. Algunos comprarán armas cortas para
realizar sus asaltos (Hecht, 1998). La segunda dimensión es su participación
en redes criminales manejadas por adultos o adultos
jóvenes. En este caso, los niños son presionados a cometer delitos
aunque en algunos casos buscan participar en la red criminal de manera
voluntaria. Este es el caso de muchos niños de la calle en Moscú donde el
ingreso al crimen organizado es visto como
una forma rápida y garantizada de movilidad social y de participación
en
una comunidad bien estructurada y que ofrece protección personal. Para
ingresar a la banda los niños deben participar en rituales de iniciación que
demuestren su astucia y su valentía
para enfrentar riesgos. Los niños
que entran a las bandas criminales reciben un amplio apoyo de los líderes del
grupo. A su vez los niños desarrollan capital social mediante variadas
estrategias como llevar alimentos, cigarrillos y otros bienes a los miembros
del grupo que cumplen sentencias. Ello les asegura una buena imagen a los ojos
del grupo y un paso menos áspero por la prisión cuando los niños mismos
sean capturados y procesados (Stephenson, 2001).
Con
respecto a las niñas de la calle, podemos decir que algunas
de ellas practican la prostitución por cuenta propia, mientras que
otras ingresan en redes comerciales que las explotan sexualmente.
Las primeras poseen clientes regulares y disponen del dinero obtenido.
La experiencia de Brasil y de los
EE.UU. señala que estos casos son la minoría. La mayoría de las niñas son
forzadas a entrar en la industria organizada del sexo, especialmente en áreas
turísticas y las grandes ciudades. Es conocido el caso de niñas hondureñas
y de otros países de Centro América tomadas por la fuerza que son vendidas
en México a operadores sexuales. En el área de la Ciudad de México existen
alrededor de 12.000 niñas y niños explotados sexualmente (Casa Alianza,
2000). La red sexual también adquiere niñas en América Latina para
trasladarlas a Europa y el Medio Oriente. La ONG venezolana Ambar (2002)
realizó una investigación que permitió recabar datos de 104 adolescentes
caraqueñas que son explotadas sexualmente. Las cifras dicen que la edad
promedio fue de 14 a 16 años, que el 98 por ciento pertenecía al género
femenino, el 25 por ciento no tenía documentos de identidad, el 90.4 por
ciento no estudiaba, el 56.7 por ciento nunca usó anticonceptivos, el 25 por
ciento tiene hijos, el 28 por ciento ha tenido abortos, el 67.3 por ciento
consumía alcohol y el 49 por ciento consumía drogas. En los EE.UU. se ha
observado que la prostitución infantil resulta en buena parte (la mitad de
los casos) de los abusos físicos y sexuales perpetrados sobre las niñas en
sus hogares. Por otro lado
tenemos que el 60 por ciento de
los padres de niñas que huyen consumen drogas y alcohol, el 23 por ciento de
las niñas no usa métodos anticonceptivos, el 25 por ciento esta infectado
con HIV, la mitad de las niñas usan drogas como la marihuana, la cocaína y
el heroína y el 41 por ciento de ellas presenta problemas mentales como
inestabilidad emocional y depresión. Se estima que para 1998 había unas
300.000 prostitutas adolescentes en los EE.UU. De estas
70 por ciento huyó
de su hogar. La mayor
parte de las niñas entra en la prostitución organizada
mediante el engaño y la manipulación de operadores sexuales que las
explotan. Es común que las niñas prostitutas también sean explotadas en la
industria de la pornografía infantil (Flowers, 2001).
El
hecho es que la prostitución infantil se ha vuelto un negocio multimillonario
con un estimado de 1.2 millones de niñas que ingresan
a esa actividad cada año. El tráfico de niñas prostitutas también
se viene registrando en algunos países del Este de Europa. El tráfico se
dirige desde países como Rusia, Rumania y
Ucrania hacia Europa Occidental a través de una compleja red de cómplices
que opera en Albania, Bosnia,
Kosovo y Yugoslavia (UNICEF, 2003). Pero es en es
Asia donde esta ilícita y despreciable forma de comercio ha adquirido
dimensiones colosales. Ahí existen enormes redes integradas por miembros de
bandas delictivas que se lucran de este negocio. Según un reporte, en
Tailandia existen más
de un millón de niñas prostitutas (Flowers, 2001). En algunos casos este
comercio representa un significativo aporte al
PIB de los países donde la prostitución infantil forma parte de su
-ilegal y subterránea- oferta turística. Se calcula que en 1995,
entre el 10 y 15 por ciento del PIB de Tailandia se obtuvo como
resultado del negocio de la
prostitución (UNICEF, 2001).
Debemos señalar, sin embargo, que en algunos países como Indonesia
son pocas las niñas de la calle que practican la
prostitución. Prefieren conseguir
una pareja de entre los niños de la calle que las proteja y
proporcione alimento. Estas niñas quisieran realizar trabajos como la venta
de souvenir, lustrado de zapatos y otros, mas
los niños de la calle no lo permitirán. Solo
en
condiciones muy adversas las niñas
ejercerán la prostitución (Beazley,
2002).
4.
La estructura social de los niños de la calle. El Capital Social como medio
de subsistencia
En
relación con la estructura social de los niños de la calle, hay que hacer
referencia al hecho de que estos trabajan y viven en grupos caracterizados por
un alto grado de división interna de las labores. Esta estrategia les permite
maximizar el desempeño económico, ganar
amigos y soporte mutuo.
Los principios de esta división interna del trabajo son la edad y el género.
Los más jóvenes tienden a mendigar (de acuerdo a rutinas bien aprendidas)
mientras que los mayores deben realizar el
trabajo más pesado. Las niñas usualmente se inclinan hacia la
mendicidad y la prostitución. Los niños forman grupos en los cuales el mayor
y con más experiencia actúa como líder y protector. Dentro del grupo los niños
comparten sus temores por que sienten que solo pueden contar unos con otros.
La supervivencia del grupo requiere de un gran acuerdo social interno no solo
para defender su territorio sino también para proteger las pocas posesiones
materiales que poseen. No obstante, no existen ritos de iniciación
y los niños pueden dejar
un grupo e ingresar a otro sin sufrir penalidades ni venganzas (Rohde et al,
1998).
En
Rusia el destino y la organización social de los niños de la calle son
diversos. Se han reconocido tres destinos fundamentales. El primero es similar
a la experiencia de los niños en América Latina: permanecen en la calle, no
asisten a la escuela, realizan pequeños trabajos y roban.
Suelen trabajar en los
mercados urbanos donde establecen relaciones de amistad con los vendedores y
obtienen alguna ayuda de ellos. Duermen juntos en almacenes y depósitos o en
instalaciones del tren. Los niños muestran un alto grado de solidaridad
social y ocasionalmente atacan a
los vagabundos para ganar
espacio en la ciudad. La mortalidad entre estos niños es muy baja si se le
compara con aquella que ocurre en América Latina. El segundo destino de estos
niños es ingresar a denominado Arbatskaia
Sistema. Estas son redes de
chicos que se organizan en grupos identificados por sub-culturas específicas:
punks, hippies, ravers, cabeza rapadas y otras.
Estos grupos ofrecen protección a sus miembros. Consiguen
sitios donde dormir y comer y establecen códigos normativos severos.
Los miembros no pueden traicionarse, no deben robar ni practicar la prostitución,
ni mendigar. Tampoco deben asociarse con la gente que duerme en las calles. En
realidad estos niños que logran salir de la vida en la calle practican políticas
de clausura muy en línea con las
estrategias de discriminación
social examinadas por Parkin (1979) entre las nuevas clases medias. Los niños
que ingresas a estas redes son aquellos que poseen
mayor capital cultural. En efecto, ello les permite reconocer e
identificarse con los símbolos,
la música y los
emblemas
de las distintas sub-culturas. La tercera ruta de integración para los niños
de la calle es el ya descrito
ingreso a las bandas delictivas.
El
desarrollo y la explotación de capital social resultan de importancia capital
para la subsistencia de los niños de la calle.
El estudio de Hecht (1998)
sobre los niños brasileros muestra ejemplos
concretos de desarrollo de capital social.
Se refiere a las estrategias cotidianas que usan los niños de Recife
para asegurar sus necesidades básicas. Luego de
controlar un espacio de la ciudad proceden a identificar
los recursos potenciales que posee. El grupo estudiando por el autor,
desplegaba una rutina más o
menos fija que comenzaba con una visita a un edificio de apartamentos donde
familias de la clase media les ofrecía desayuno. Luego visitaban la tienda de
lotería donde obtenían algo dinero limpiando las ventanas. Más tarde
almorzaban pidiendo sobras en los restaurantes de la zona y
cuando eso no resultaba acudían a alguna organización social, pública
o privada, para obtener alimento. Escarbar en botes de basura era ridiculizado
por los miembros del grupo. Los niños usaban el baño de una estación de
servicio. En horas de la noche saltaban la cerca de un hotel para bañarse en
la piscina. Para dormir
buscaban una acera, un carro o casa abandonado.
Los robos perpetrados por los niños ocurrían
a cualquier hora del día preferiblemente en otras zonas de la ciudad
para no predisponer a quienes les
ayudan. Un estudio realizado en Caracas también confirma como la vida de los
niños de la calle transcurre de una manera
relativamente organizada: al despertar, los niños de ese grupo comen
de las sobras que le proporcionan los buhoneros, luego juegan
maquinita (pin
ball) por
varias horas, más tarde se bañan en la fuente de Plaza Venezuela. En
distintos momentos del día piden dinero a los transeúntes.[8]
Por
lo general los niños de la calle
se organizan sobre bases de género. Es común que los varones
se reúnan entre si y formen grupos que dominan ciertos espacios de la
ciudad. Las
niñas poseen sus propios grupos. Se ha observado que los niños homosexuales
y los travestidos se reúnen con las niñas.
Niños y niñas se conocen y a veces entablan relaciones afectivas
entre ellos. En Brasil los niños son hostiles
a admitir a las niñas en sus grupos. Consideran que ello representa un
obstáculo para el desarrollo de sus actividades
diarias pero no tienen problemas en relacionarse con ellas socialmente.
Las relaciones afectivas entre estos niños se desarrollan en medio de mucha
violencia. Es común que los varones abusen
físicamente a sus parejas a causa de los celos y en especial por desacuerdos
sobre la participación de las niñas en la prostitución. Para evitar las
agresiones algunas niñas comparten sus ingresos con su pareja (Hecht, 1998).
En
Indonesia la dinámica de género que priva en las calles
nace a partir del lugar
tradicionalmente segregado y discriminado que la mujer ocupa en esa
sociedad. Esta
discriminación se ve reforzada por la
vigencia de un discurso gubernamental[9]
que idealiza la vida familiar tradicional
reduciendo así a los niños
de la calle a graves infractores
del orden público;
su
mera presencia representa una amenaza a los
valores centrales de la sociedad. En el caso de las niñas la condena pública
es mayor aún; se considera, incluso entre los demás sectores excluidos que
vagan por la ciudad, que las
calles no son un lugar apropiado para ellas
y así sufren un proceso de
doble marginación. A los fines de sobrevivir en la calle, las niñas
desarrollan estrategias y papeles que
desafían las imágenes de feminidad reinantes
en la sociedad oficial.
La construcción de esta nueva identidad pasa por el uso de tatuajes
agresivos, piercing y
el consumo de drogas
fuertes como la heroína y la morfina. Para
ingerirla se cortan los brazos con hojillas, mezclan la droga con la sangre y
luego chupan la herida. Las cicatrices resultantes son parte medular de la
subcultura de las niñas de la calle en esa parte del mundo. A los fines de
lucir más agresivas las niñas usan jeans y franelas de varón y llevan el
pelo corto tapado con brisera. La naturaleza del
capital social que desarrollan estas niñas es algo diferente a
lo que hemos visto hasta ahora. Si bien duermen en la calle, buscan la
amistad de vendedores ambulantes para obtener algo de alimento y
se ligan a niños de la calle en busca de protección, se relacionan
socialmente con personas pertenecientes a grupos no excluidos, especialmente
estudiantes universitarios. Con ellos realizan paseos
y participan en bailes. También ingresan de manera subrepticia
en locales nocturnos como discotecas (Beazley,
2002).
5.
La dimensión política de la realidad de
los niños de la calle.
Discutir
la situación de los niños de la calle desde una perspectiva sociopolítica
es una tarea compleja. Es obvio que estos niños no están en una posición
ventajosa para organizarse en grupos o movimientos políticos o defender una
bandera ideológica. Su forma de
vida está marcada por el sentido de la inmediatez y de la gratificación
instantánea propia de la cultura de la calle, en la que el mañana no está
asegurado (Kariel, 1993).
En
todo caso, los podemos ver participando activamente de
las nuevas políticas del
espacio o geografías
de resistencia es decir, aquella actividad
que es practicada a los fines de apropiarse
y beneficiarse de los espacios de la ciudad. Se desprende de ahí
que los niños de la calle constituyen apenas uno de numerosos grupos
que reclaman aquellas áreas urbanas
que no están completamente controladas por la cultura dominante. De hecho,
los niños de la calle entran en conflictos severos con otros habitantes de
las calles principalmente con adultos que también la usan como lugar y modo
de vida: los impedidos, los enfermos mentales, los vagabundos y los vendedores
informales (Sassen, 1998; Marcuse y Van
Kemplen, 2000).
Los
niños también enfrentan la violencia física y el abuso proveniente del público
y la policía, así como en
algunos casos la acción de los
escuadrones de la muerte. En Honduras, por ejemplo, 340 niños murieron
violentamente entre 1998 y 2000 y muchas
de estas muertes no fueron investigadas. Lo mismo puede decirse de Brasil
donde un promedio de cuatro niños son asesinados cada día bajo la mirada
ciega de las autoridades. En 1995 la policía militar brasileña
abrió fuego sobre 50 chicos que dormían en las puertas de la Iglesia
de la Candelaria, matando a siete de ellos.
También es común la violencia entre diferentes bandas de niños que
se disputan los territorios urbanos. En un estudio sobre los niños de la
calle en Brasil se encontró que el 66,7por ciento de la muestra reportó
tener enemigos en tanto el
96,7 por ciento reconoció haber
participado en peleas callejeras (Scheper, 1992).
Así pues, en su esfuerzo por sobrevivir, los niños se enfrentan en
batallas con la policía o pelean entre si
por el control del espacio. Sin embargo, en su mayoría se pueden
considerar como rebeldes tranquilos;
esto es, constituyen un subgrupo de los habitantes de la calle que se organiza
para apropiarse y defender el espacio que necesitan para sobrevivir. Para
lograr esto, necesitan formar redes sociales de diversa magnitud y tipo
ocupadas en proteger su forma de vida en contra de las agencias burocráticas
del Estado. Los rebeldes tranquilos
han aprendido a valerse de los espacios de la calle de manera estratégica,
haciéndose visibles e invisibles según lo requieran las circunstancias
(Bayat, 2000).
Gran
parte de la vida de los niños de la calle
transcurre en los laberintos del sistema de la justicia juvenil. Esto
es particularmente cierto en aquellos países donde estos
niños son percibidos, esencialmente,
como una amenaza al orden público. En países como Kenya, Filipinas, Pakistán
y Costa de Marfil, por ejemplo, la
prioridad es mantener a los niños
fuera de la vista del público, y ello lo logran a través de
la imposición de sentencias y castigos que los mantiene privados de su
libertad en instalaciones de custodia generalmente
ubicadas en la periferia de las ciudades (De Benítez, 2003). Por otro lado,
en países como la India y Guatemala existe una cultura represiva que implica
y de hecho justifica ante un público
atemorizado por la inseguridad
personal,
los castigos severos, la tortura e
incluso la muerte de muchos de estos niños. En la India
las ONG’s ocupadas en proteger a los niños han documentado numerosos
casos de abuso físico. Estos abusos incluyen detenciones ilegales,
procedimientos policiales viciados, tortura física y muerte en custodia
(Human Rights Watch, 1996). También en Guatemala se ha reportado atropellos y
atrocidades contra los niños de la calle, especialmente durante la dictadura
del General Ríos Montt, aunque
es menester señalar que la situación mejoró bajo el mandato del General
Oscar Mejía Víctores y con la posterior
transición hacia la democracia (Tierney, 1997).
La
enorme atención que ha recibido el
problema de los escuadrones de la muerte, ha opacado una realidad más
cotidiana, frecuente y palpable que concierne la violencia física que se
ejerce sobre los niños de la calle por parte de las autoridades y las muertes
que ocurren como resultado de las peleas entre los niños mismos. Hecht (1998)
sostiene no debe perderse de vista la enorme violencia institucional que
sufren estos niños, tanto en la calle como en detención,
y así mismo que
la mayor parte de las muertes son el resultado de riñas y
ajustes de cuentas entre los menores. Este punto también ha sido
recalcado por la organización Human Rights Watch (1996, 2000) que también
ha
dedicado grandes esfuerzos a señalar
casos de abusos perpetrados por las autoridades contra los niños de la calle.
Un tema de creciente interés entre los investigadores sociales es la percepción que los niños de la calle tienen sobre si mismos. Estudios Latinoamericanos señalan que su auto-imagen es muy negativa: saben que son excluidos de la sociedad y que su vida transcurrirá entre la violencia, la calle y las detenciones. Entienden los procesos de estigmatización a que están sometidos y ello redunda en su escasa inclinación a exigir derechos y protección social. Los niños exhiben un alto grado de pesimismo sobre sus posibilidades de sobrevivir en la calle. Se muestran desafiantes y rebeldes, pero a su vez culpables. Adicionalmente, muestran poca confianza en su capacidad para alcanzar ciertos logros y perciben al sistema escolar como uno incapaz de transmitirles valores y conocimientos de utilidad para enfrentar la vida cotidiana (Tierney, 1997). La mayoría de los niños se culpa a si mismo por su adversa situación social, y toman como grupo de referencia a los niños pobres que viven en el hogar. Hetch (1998) reporta que muchos niños de la calle intervienen en discusiones y riñas con niños en la calle sobre la situación de cada cual. Cada grupo trata de persuadir al otro sobre la superioridad y las ventajas de su modo de vida. Los niños de la calle sienten temor de ingresar a los barrios pobres para visitar a sus familiares. Cuando lo hacen van en pequeños grupos y una vez allí son objeto de burlas y amenazas por parte de los vecinos que los definen como simples huele pega. Así mismo, los vecinos opinan que estos niños son irrecuperables.
No
obstante, estudios provenientes
de Africa ofrecen una visión diferente de esta problemática. Se trata de la
existencia de una auto-percepción en los menores que no solo reconoce, sino
celebra, su situación como proscritos de la sociedad. Esta visión implica el
desarrollo de sub-culturas donde se imponen modos de actuar que con frecuencia
sintetizan las crudas realidades diarias de la exclusión social con la
violencia proyectada por la industria cultural estadounidense. Los portadores
de estas sub-culturas son niños abandonados (y destribalizados) y adultos jóvenes
que constituidos en bandas cometen
diversos tipos de atropellos contra la población y sus propiedades. En la
ciudad de Dar Es Salaam (Tanzania), por ejemplo, se han formado bandas
violentas cuyo lenguaje recoge parte
de la cultura y la música estadounidense. Algunas
bandas idolatran al fallecido cantante de rap Tupac Shakur cuyas letras están
cargadas de reclamos hacia la sociedad por su marcada insensibilidad y opresión
hacia los socialmente excluidos. También
admiran al personaje de Rambo por su asombrosa y eficiente capacidad para
matar. Algunos niños de la calle en Africa se integran a las milicias
armadas que defienden causas nacionalistas o étnicas y allí sufren enormes
daños físicos y morales. Algunos estudiosos de la realidad africana como
Sommers (2001) han sostenido que la estabilidad política y social de muchos
países en ese Continente dependerá
en buena medida del tratamiento que los
gobiernos destinen al problema de
una infancia y una juventud excluida en busca de
destino. En el caso de
las redes de niños de la calle en Rusia se ha observado que
representan un enorme potencial para la expresión de valores
nacionalistas acompañados de prejuicios
raciales hacia las minorías y
los negros (Stephenson, 2001).
No
obstante las dificultades anotadas anteriormente,
existen algunas experiencias de organización social no alienativa
entre los niños de la calle. En Brasil, por ejemplo, estos niños apoyados
por voluntarios del sector educativo, fundaron en 1985 un movimiento
denominado Movimiento
Nacional de Niños y Niñas de la Calle
que les ha permitido volverse consciente de sus derechos y reenfocar,
en alguna medida, sus perspectivas de vida. En 1986 se organizó un gran
evento donde unos 600 niños de la calle
se reunieron para definir las prioridades del movimiento: (a) Oponerse
a leyes que indirectamente
castigan a los niños por ser pobres; (b) Combatir la violencia; (c) Expandir
el Movimiento para integrar más jóvenes y (d) Entrenar grupos de activistas
para trabajar en aras del bienestar de los chicos. El Movimiento ha tenido un
impacto positivo al lograr la
incorporación de los derechos
contemplados en la Convención
sobre los Derechos del Niño, en
la Constitución del Brasil. Aquí tenemos un movimiento que rechaza el
asistencialismo típico de muchos
programas de atención al niño y busca afirmarse alcanzando
derechos de ciudadanía.
El Movimiento también se ha dedicado a combatir y denunciar
la acción de los grupos de exterminio. Mediante su participación en
este Movimiento algunos niños de la calle han encontrado un medio de
participar de una vida comunitaria sana y de
integrarse al sistema escolar (UNICEF, 2003).
Buena
parte de la defensa
de los derechos sociales y humanos de los niños de la calle
esta a cargo de instituciones
nacionales e internacionales, así como una amplia red de ONG’s. No podemos
presentar aquí
la amplia gama de programas públicos y privados dirigidos a aliviar
los problemas asociados con estos
niños, pues ello caería fuera de los objetivos centrales de este
trabajo. Mas una referencia a algunos de ellos resulta de interés. UNICEF,
por ejemplo, despliega su
actividad en cinco direcciones que se refuerzan entre si. La primera consiste
en integrar a los niños a la escuela, luego se intenta garantizarles un
desarrollo psicológico adecuado. La tercera prioridad es proteger su salud,
luego disminuir la violencia que
se ejerce contra ellos y por ultimo evitar
su explotación económica y sexual (De Benitez, 2003). La Organización
venezolana Muchachos de la Calle tiene
como prioridad “la integración
del muchacho a su familia y su comunidad a través de actividades de estudio,
trabajo y recreación que mejoren sus condiciones de vida y le permitan un
comportamiento social eficaz”. Las actividades artísticas y el desarrollo
de pedagogías novedosas juegan un papel importante dentro de este esfuerzo.
La Asociación también posee una unidad móvil que atiende los problemas de
salud de los niños (Albano, 2002) También
el Banco Mundial ha volcado parte
de su atención al problema de los niños de la calle y así
mismo lo han hecho otras agencias multilaterales (Volpi, 2002).
La
efectividad de las agencias que apoyan a los niños de la calle se ha vista
disminuida en razón de las
dificultades presentes en
implantar cierto grado de disciplina entre
niños que escaparon del hogar para disfrutar
de la libertad y la independencia que la calle les ofrece. Lo más
frecuente es que los niños manipulen o trabajen
al sistema de protección beneficiándose de algunas de sus provisiones. La
realidad es que para la mayor parte de los niños de la calle,
estas agencias son solo una pieza
útil en la formación de
su capital social.
Conclusión
Ahora
estamos en capacidad de ofrecer
una respuesta tentativa a la crítica cuestión de si los niños de la calle
forman una clase social. Antes de entrar a considerar el punto deseamos
retomar brevemente los
principales argumentos teóricos expuestos en la Introducción a este trabajo.
Sostuvimos allí que las clases
sociales se identifican de
acuerdo al espacio que
ocupan dentro de tres sistemas
que se intersectan entre si: el primero es el sistema económico y en
particular la forma como los miembros de la clase participan de la división
del trabajo; el segundo es el cultural-identitario y se refiere a cómo las
percepciones de los agentes económicos están mediadas por diversos valores
culturales y procesos de construcción identitaria;
el tercero es el sistema de acción social caracterizado por la enorme
variedad y originalidad de las respuestas
concretas que los agentes procuran
como miembros, o sujetos excluidos,
de las instituciones sociales.
En
primer lugar tenemos que considerar que por definición un niño de la calle
es un niño trabajador quien vela por si mismo y es responsable por su propia
vida. Además, el tipo de trabajo realizado por estos niños es muy similar en
todo el mundo: se trata de actividades de servicio que prestan en los sectores
más subsidiarios de la economía
informal. Por otro lado, se ha observado que los niños trabajadores entregan
parte de sus ganancias a sus familias. El dinero restante
es gastado rápidamente
por temor a ser objeto de robos. Así pues, los niños no se benefician de los
ingresos de sus padres o familias y ello implica que su situación de clase
es, en cierto sentido, independiente de la situación de clase de los padres.
Es cierto que la vida en la calle es en
buena parte, resultado del bajo nivel de vida de sus familias el cual se ha
visto afectado a raíz de la introducción de políticas de ajuste macroeconómico
al nivel global, pero desde que
abandonan sus hogares los niños constituyen un grupo social distinto y
particular. En las calles, éstos ocupan un lugar específico en la división
del trabajo, todo ello mediante la predeterminada creación y meticuloso
desarrollo de un capital social complejo.
En
la Introducción a este trabajo sostuvimos que la dimensión relacional
de los grupos socialmente excluidos, está marcado por
la opresión. Ello apunta a que la
cultura y la identidad de los niños de la calle estaría modelada en buena
medida por la acción del sistema
judicial sobre su vida cotidiana. Si
bien la vida de estos niños
transcurre en los laberintos de las agencias represivas del Estado y sus
narrativas contienen descripciones de la violencia que se ejerce sobre ellos,
la percepción que tienen de si mismos y de su
entorno parecen apuntar en otro sentido. En América Latina, por
ejemplo, el grupo de referencia está formado, esencialmente, por
los niños pobres que viven en
el hogar.
A su vez, el sentido de culpa que pesa
sobre los niños de la calle señala hacia la vigencia el modelo del rebelde
tranquilo: Pelean por los espacios urbanos principalmente entre si y
contra otros habitantes de las calles, crean
capital social y evitan con parcial éxito caer presa del sistema judicial.
Por otro lado, en Africa el marco de la
violencia política, los
odios étnicos y la pobreza extrema (más dramática de la existente en América
Latina) crean en los niños de la calle una percepción que apunta hacia la
identificación de la sociedad como responsable de su precaria situación. En
consecuencia los niños y jóvenes están más inclinados a participar en
grupos bien estructurados que ejercen la violencia extrema no solo entre si,
sino también sobre las
comunidades y sus bienes. La creación de sub-culturas densas -que van más
allá del desarrollo de estrategias para sobrevivir-
también juega un papel importante en el modo de vida de los niños
africanos y señalan las
modalidades a través de
las cuales expresan sus reclamos hacia la sociedad. Igualmente vimos que el
ingreso de los niños de la calle rusos al
Arbatskaia Sistema, que
garantizan su subsistencia, depende en buena medida de su capacidad para
desarrollar capital social pero, también de la posesión de capital cultural.
Ello reafirma, en un contexto dramáticamente diferente al analizado por
Bourdieu la importancia del capital cultural como medio de lograr ventajas en
la sociedad. El tema sub-cultural
también emergió con fuerza en nuestra descripción de las niñas de la calle
en Indonesia. Su situación de doble marginación social las lleva a
desarrollar una sub-cultura repleta de
simbolismos agresivos que garantiza su permanencia
en la calle contra los deseos del Estado
y de otros grupos excluidos
de la sociedad.
Culminamos
sosteniendo que desde la
perspectiva teórica que hemos planteado,
los niños de la calle constituyen una clase social. Sin embargo, es
necesario señalar que la irregular situación de los niños en el sistema de
la división del trabajo plantea
ciertos problemas en nuestro análisis. A diferencia de lo planteado en la
Introducción, algunas de las actividades
realizadas por estos niños, como la prostitución, constituyen sin
lugar a dudas una
forma
de explotación. Así mismo, los
marcos de referencia social entre los niños de la calle parecen
desafiar nuestra hipótesis inicial sobre la centralidad de la opresión como
dimensión relacional en el sistema de clases entre los excluidos. No
obstante, de nuestro estudio se desprende que la represión ejercida bajo la
figura de las detenciones arbitrarias, las torturas y aun la expectativa
de muerte
violenta son factores importantes en la experiencia de vida de estos niños.
Futuras investigaciones sobre las experiencias de vida de estos chicos
contribuirá a arrojar nueva luz
sobre estos complejos temas.
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NOTAS.
[1]
El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia titulada
“Las clases sociales en la era de la globalización”. Esta investigación,
aun en curso, ha sido financiada por el Programa Fulbright de los EE.UU. y
por el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad
Central de Venezuela.
[2]
No podemos desarrollar aquí en extenso, todos y cada uno de los aspectos
concernientes a este nuevo modelo. El modelo fue desarrollado
por Augusto De Venanzi entre
enero de 2002 y marzo de 2003 y fue empleado inicialmente para el estudio de
las “Nuevas clases medias”. Ese
esfuerzo será publicado posteriormente. Para este trabajo escogimos como
objeto de estudio a los niños
de la calle a los fines de probar la operatividad del modelo
con un caso crítico de participación
en la división del trabajo.
[3]
A diferencia de Bourdieu sostenemos que las clases sociales tienen su génesis
en la división del trabajo. Es decir, las clases sociales, en oposición a
sus variadas formas de expresión
política, no pueden formarse de
múltiples y solapadas maneras.
[4]
Se podrá argumentar con razón que otras clases sociales disponen de
capital social. Nuestro argumento es que si bien algunas clases disponen de
diversos tipos de capital, es solo uno el que juega a favor de
su posición ventajosa o
desventajosa dentro de la división del trabajo. Bourdieu empleó el
concepto de capital social para
explicar la transmisión de privilegios. No obstante, en
años recientes el concepto ha servido para explicar estrategias de
subsistencia en grupos excluidos. Ver por ejemplo
Domínguez y Watkins (2003) y Yandong (2002).
[5]
La escuela Británica de los Cultural Studies muestra claramente
la variación y originalidad existente en la manera como se forman y
expresan los valores de clase. Ver por ejemplo Thompson (1996);
Hall y Jefferson (1976)
y Harris (1992). La investigación
de Schwartz (1996) sobre
los hooligans en los barrios pobres de Londres a finales del siglo XIX
representa un excelente ejemplo de cómo la cultura y el contexto moldean
las expresiones de clase.
[6]
Diversas organizaciones ofrecen cifras contrastantes sobre el número de niños
de la calle en Venezuela. La cifra de 14.000 proviene de Albano (2002).
Empero las Organizaciones Pangaea y UNICEF
los ubica en 8.000. En todos los casos se reconoce un fuerte
crecimiento del número de niños de calle a partir de 1992. Según UNICEF
para 1992 había en Venezuela 2.500 niños y para el 2003 habían aumentado
a 8.000 (ver Globovisión, Mayo 23, 2003).
[7]
En
un país en vías de desarrollo como Venezuela se ha observado que las
destrezas cognitivas de los niños de la calle contrastan con aquellas
exigidas por el medio escolar. La escuela coloca el énfasis en lo
abstracto, lo verbal y lo deductivo en tanto los niños de la calle aprenden
de lo concreto, lo visual y lo inductivo (Albano, 2002).
[8]
El Nacional. 6 de mayo de 2003
[9] Nos referimos al discurso gubernamental del Nuevo Orden denominado Ibuism. Se refiere a la importancia de mantener a la mujer en el hogar y en actividades productivas donde se mantenga el control del padre o el esposo sobre la hija o cónyuge respectivamente. Las mujeres que desafían estos roles son tachadas de malas mujeres y fuertemente discriminadas (Beazley, 2002).
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