Trabajo y Sociedad Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas Nº 4, vol. III, marzo-abril de 2002, Santiago del Estero, Argentina ISSN 1514-6871 |
Los profesionales
universitarios en el mercado de trabajo
María Emilia Isorni
Departamento de Sociología
Universidad Nacional de Santiago del Estero
marili@unse.edu.ar
Desde hace ya algunas
décadas, los problemas derivados de la relación educación – empleo ocupan una
atención creciente en las sociedades del mundo occidental, constituyendo
desafíos para la investigación, la planificación educativa y la evaluación
educativa. Desde este marco, el presente trabajo aborda esa relación, pero
circunscribiéndose al rol que la educación superior juega en un contexto de
crisis.
La pregunta central
que inspira y es guía de esta presentación puede ser sintetizada de la
siguiente manera: en las condiciones actuales de crisis económica-estructural que
ha repercutido negativamente en el comportamiento del mercado de trabajo, ¿vale
la pena estudiar más años, es decir, conviene realizar estudios superiores en
orden a posibilitar una inserción laboral privilegiada?
El supuesto teórico
del que se partió y que posibilitó el análisis es que las relaciones entre la
formación universitaria y el mercado de trabajo no pueden ser aisladas del modo
de vida y de producción de una estructura social determinada. Por esta razón el
aprovechamiento de los graduados por parte de los sectores productivos, se
encuentra enmarcado en un complejo sistema de relaciones sociales, económicas,
políticas e ideológicas que no pueden soslayarse si se pretende un abordaje
integral del mercado de trabajo de los profesionales.
Desde esta concepción,
se intenta responder a la pregunta central y a otras que surgen a partir de
reflexiones acerca del impacto que el planeamiento educativo ha tenido en el
mercado de trabajo argentino. Posteriormente se pasa revista a los principales
cambios acontencidos en el mundo
laboral desde la entrada de la economía del país y consecuentemente de la
provincia al ciclo recesivo de la segunda mitad de los setenta. Se pretende
analizar dichos cambios, desde soportes estadísticos proporcionados por los
Censos de Población y la Encuesta Permanente de Hogares, para advertir sus
repercusiones en la relación educación – trabajo y anclar el análisis en el rol
que la educación superior desempeña en un contexto de desmejoramiento general
en las condiciones de trabajo, haciendo especial hincapié en el marco
provincial. En esta instancia se apela alternativamente a fuentes secundarias y
primaria de datos intentando una mirada abarcativa, contextualizada y a la vez
particularizante de la cuestión que nos ocupa.
Finalmente se
presentan algunas consideraciones que son el producto de constataciones y reflexiones acerca de la controvertida
temática que nos ocupa. Importa señalar ya en esta primera parte que las
relaciones abordadas son complejas y contradictorias, por lo que las respuestas
sólo deben considerarse como ensayos no definitivos, más aún, algunas
cuestiones quedan simplemente planteadas como desafíos que merecen un
tratamiento exhaustivo en futuros trabajos.
En América Latina, el planeamiento educativo1,
basado en supuestos tecnocrático - economisistas, cuyos fundamentos
sociológicos se desprenden de la teoría estructural – funcionalista2 y de la teoría del capital humano3
en los aspectos económicos, tuvo su mayor producción entre los años 1945 –
1965. Se pensaba, aunque no sin criticas, que la educación produciría en
cantidad, calidad y oportunidad los
recursos humanos que el crecimiento económico requería y que la dinámica de las
estructuras productivas absorbería y emplearía adecuadamente.
Pese a la explosión educativa4 y en
contra de los pronósticos desarrollistas, las previsiones no se cumplieron,
entre otras cosas, porque la demanda social
de educación en el nivel universitario forzó la oferta educativa hacia
carreras liberales e intelectuales que facilitan el acceso a cargos en la
administración, los servicios y el comercio; y porque el sistema económico no
generó las oportunidades laborales apropiadas.
Según un difundido informe de la OCDE (1987), la Argentina hacia 1960 sólo ocupaba el 1% del personal científico, profesional y técnico, en todos los sectores productivos, contra el 10,8% de Estados Unidos, el 9,7% de Canadá, el 8,1% de Noruega y el 4,2% de España. La conclusión es obvia: Argentina formaba recursos que la economía no aprovechaba adecuadamente.
Hacia la década de los 70, en un contexto histórico de desaceleración y
crisis del modelo de industrialización vía sustitución de importaciones,
comenzó el fin del predominio de las concepciones optimistas acerca de los
aportes de los sistemas educativos al desarrollo económico. Tres factores
coadyuvaron a abandonar estas visiones: el impacto de las concepciones
reproductivistas de la educación5, la
crisis del modelo del Estado Benefactor y las investigaciones empíricas6 que constataron el desfasaje entre la
demanda de la sociedad y lo que
efectivamente brindaba el sistema
educativo.
Al comenzar la década del 80, la crisis producida por la suba del
petróleo de 1981-82 en Estados Unidos afectó a las economías que, como las
latinoamericanas, se encuentran vinculadas a las norteamericanas. Para el caso
concreto de la Argentina, el deterioro de los términos de intercambio, la
contracción de los flujos netos de financiamiento exterior y un alto
endeudamiento externo afectó directamente los niveles y la estructura de
la producción y del empleo. Crecieron
el desempleo y el subempleo, y disminuyó el poder adquisitivo de los salarios.
La industria perdió dinamismo – en
cuanto a generación de puestos de trabajo – al mismo tiempo que los servicios
aumentaron su participación en el mercado de trabajo. Si bien la dinámica de
absorción de trabajadores por la estructura productiva (por ejemplo industrial)
ha sido relativamente lenta e incluso de estancamiento, la matrícula escolar
creció en los niveles superiores. Esta preferencia por los estudios universitarios, unida a la relativa rigidez de la demanda de
ocupaciones profesionales, provocó una suerte de sobre producción de titulados
universitarios en relación a las demandas efectivas del aparato productivo7.
En la década de los 90 la región se
encuentra frente al desafío de superar la crisis y el viejo patrón de acumulación basado en la
sustitución de importaciones, en un contexto mundial producido por el derrumbe
socialista, el acelerado avance científico – tecnológico, la generación de nuevos patrones de producción y
organización del trabajo y la constante
internacionalización de las economías.
La política económica actual de la Argentina orientada por el principio
de desregulación de los mercados y de apertura al capital extranjero, a la que
se suma la contracción de la participación del Estado en la economía y en las
áreas sociales (Cortés, Marshall, 1991) busca que el modelo de desarrollo se
integre a la lógica del devenir comercial con el exterior. Desde este ángulo se
insiste en que la educación está llamada a cumplir un papel crucial para
responder a las exigencias del aporte productivo para darle mayor
competitividad. En cierto sentido este renovado interés por la educación no es
más que un revival de la teoría del
capital humano, pese a las sólidas críticas que suscitó en los años 60 (Finkel,
1995).
Sin duda, esta exaltación de la importancia de la educación surge en la medida en que se la vislumbra como principal vía de salida de la crisis. Sin embargo esto es ofrecer una salida simplista y desconocer que quienes la promueven (empresarios, economistas, tecnológos) están más preocupados por la conquista o reconquista de la productividad que por una cuestión social vinculada al ideal democrático de la igualdad de oportunidades y de las posibilidades de movilidad social. La relación educación-mercado de trabajo encierra en sí misma vinculaciones complejas y controvertidas que vale la pena abordar para, posteriormente ensayar algunas respuestas y nuevas preguntas en orden a posibilitar una comprensión de la problemática.
Numerosos autores, y en especial
Beccaria y López (1996) al analizar el panorama que el mercado de trabajo
presenta en la Argentina de los noventa, señalan: “El nivel de instrucción
formal alcanzado por las personas es uno de los factores que más claramente
incide en las posibilidades que tienen de conseguir trabajo así como en la
determinación de las características de los puestos laborales a los que
acceden. Cuanto más permanecen los individuos en el sistema formal de educación
mayores serán los niveles de socialización, conocimiento, recursos y
habilidades que les confieren un perfil más apto para desarrollar tareas de
alta productividad, lo que incrementa claramente sus posibilidades de acceder a
puestos privilegiados en el mercado laboral”.
Lo desarrollado hasta aquí da píe
para formular la pregunta que sigue: en las condiciones actuales del mercado de
trabajo, vale la pena estudiar más años, es decir conviene realizar estudios
superiores en orden a posibilitar una inserción laboral privilegiada?.
Esta pregunta central implica otras:
qué tipo de inserción laboral tienen los graduados universitarios?; el poseer
calificaciones superiores brinda ventajas comparativas en relación al desempleo y subocupación?; qué papel juegan las condiciones objetivas del mercado laboral, el sexo y el tipo de titulación obtenido en la
determinación de los puestos de trabajo de los universitarios y en sus retribuciones?.
Las respuestas a estos interrogantes no pueden ensayarse sin antes
realizar una breve síntesis de algunos de los principales cambios ocurridos en
el mundo laboral en la Argentina y en particular en la provincia de Santiago
del Estero que, sin duda, operan como condicionantes intervinientes en la
relación educación (en este caso universitaria)- trabajo. A partir de allí se
esbozará el rol que juega la educación en este proceso para, posteriormente,
ensayar algunas respuestas que deben considerarse sólo como aproximaciones que
encierran desafíos que merecen ser profundizados en futuros estudios.
En las últimas dos décadas, el mercado de trabajo en la Argentina y
consecuentemente en la provincia reflejó en su comportamiento de ciclos de
expansión y recesión sucesivos, el alto grado de inestabilidad e incertidumbre
que caracterizó a la economía del país (Canitrot, 1995). Con la entrada al
ciclo recesivo de la segunda mitad de los 70, la distribución de puestos de
trabajo por sector de actividad productiva, muestra que tanto en el país como
en la provincia pierde dinamismo el sector primario (agricultura, silvicultura
y minería) y la industria, mientras que crece el sector terciario (comercio;
servicios dinámicos: electricidad, transporte, finanzas; y servicios personales
y sociales).
Las razones que explicarían el cambio no son uniformes para el país.
Así, la tecnificación del sector agropecuario, la reestructuración industrial a
partir de la introducción de innovaciones tecnológicas8
en algunos casos, y en otros, el achicamiento de las empresas, y la
contratación de otras prestadoras de servicios para la realización de tareas
que antes no se efectuaban o que eran realizadas en la misma empresa, explicarían la tendencia en las
provincias más desarrolladas de la Argentina.
Por el contrario, en Santiago del
Estero, la contracción del empleo
agropecuario estaría vinculada a
factores demográficos (migraciones) y
productivos (inadecuación de la producción campesina a las nuevas
necesidades del mercado y disminución del sector forestal que en su momento fue
un gran demandante de mano de obra). La disminución del empleo en la
industria no supone la liberación de
puestos de trabajo por la introducción de innovaciones tecnológicas que
posibilitan mayor productividad, sino por la desaparición de establecimientos
de naturaleza semiartesanal. Por su parte, el empleo en servicios,
especialmente en servicios personales y sociales no implica “terciarización
moderna” si no que se sustenta sobre todo, en la hipertrofia del sector público
por la confluencia del clientelismo político y la falta de inversión privada
(Zurita, 1996).
Esto se advierte al
considerar el sistema de relaciones laborales. Según datos del Censo Nacional
de 1991, la categoría de asalariado en
relación de dependencia pública es casi cuatro puntos superior en la provincia
respecto al total del país (23,2% y 19,3% respectivamente), en tanto el trabajo
en relación de dependencia privada es casi catorce puntos superior en el país
respecto a la provincia (42,4% contra 28,6%). Por su parte, las imágenes
difundidas de la tradicionalidad socio-cultural de Santiago del Estero se
expresan en la alta incidencia de categorías ocupacionales en las que se
encuentran segmentos importantes de informalidad: los trabajadores por cuenta
propia y los familiares sin remuneración fija representan el 43,7%, en cambio
en el país constituyen el 30,5%.
Por otra parte, si se atiende al
menos a la evolución de la tasa de desempleo abierto y subempleo en la
Argentina, la situación en los noventa presenta un marcado deterioro
(Monza,1993;1995), considerando sólo áreas urbanas. La profundidad de la
transformación estructural que produjo el Plan de Convertibilidad tuvo sobre
las conductas de los agentes económicos el efecto de un cambio de régimen. La
estabilidad alentó la expansión de la actividad económica lo que fue acompañada
por el crecimiento de la oferta de trabajadores y de los problemas de empleo y
por una flexibilidad laboral de hecho y de derecho. Esta combinación tuvo una
consecuencia paradójica: el fuerte aumento del desempleo simultáneamente al
rápido crecimiento de la actividad económica (entre 1993 y 1994 el empleo se redujo
a pesar de la expansión del PBI del 11%) (Feldman, 1995).
En
la primera mitad de los noventa la evolución de la tasa de desempleo abierto9 en las zonas urbanas presentaba, como ya
se señalara, un marcado deterioro. Durante la década previa, alcanzó un nivel
promedio de 3,9% en la provincia y de 5,6% a nivel país; en la década actual,
el promedio supera dichos valores en tres puntos en la provincia y en siete
puntos en el total del país. En 1993, en plena euforia económica, la tasa de
desempleo había ascendido a 4,0% a nivel provincial y a 9,9% a nivel nacional;
y en 1999, en pleno ciclo recesivo, los guarismos trepaban a 7,2% en Santiago y
a 14,5% para el total país.
Lo
destacable del caso santiagueño es que, a pesar de la pobreza existente, sus
tasas de desocupación son las más bajas del país. Esta constatación sólo puede
explicarse porque su tasa de actividad10
apenas supera el 30% de la población total. Puntualmente de cada 1.000
santiagueños sólo 317 participan del mercado de trabajo. Esta participación no
sólo es la más baja del país sino que se encuentra 11 puntos porcentuales por
debajo de la media nacional. También contribuye a la explicación la disminución
ostensible de la tasa de empleo11 ( de
32,7% en mayo/93 a 29,4% en mayo/99), lo que fortalece la hipótesis de una
importante retracción de la oferta de puestos de trabajo en el mercado laboral
provincial.
En
cambio, a nivel nacional, tanto la creciente participación de la población en
el mercado de trabajo, que se visualiza en alzas sin precedentes de la tasa de
actividad (42,8% en mayo/99), como la reducción de la tasa de empleo (de 37,4%
en mayo/93 a 36,6% en mayo/99) contribuyen a explicar la dinámica de la
desocupación.
El
desempeño insatisfactorio del mercado de trabajo, también se ha visto reflejado
en el aumento de los subocupados visibles12.
En la década del 80, el promedio de subocupados visibles era de 16,3% en la
provincia y de 7,3% en el país. Según datos de la EPH, en mayo de 1997, esta
tasa seguía siendo sensiblemente mayor en la provincia (17,5%) que en el país
(13,2%)13.
La
suma de la desocupación abierta y de la subocupación visible alcanza elevados
porcentajes de la población económicamente activa y proporciona un indicador
apropiado para el dimensionamiento de los problemas de empleo en Argentina.
Estos indicadores de desempeño insatisfactorio del mercado de trabajo, se han
generado a lo largo de un período prolongado no como hechos autónomos, sino
como contrapartida directa del funcionamiento de la economía (Monza, op.cit.).
En
síntesis, la concentración del empleo en el sector agropecuario y el terciario
- particularmente en el sector público -, la escasa significación de la
industria, la existencia de bajos niveles de participación laboral (31,7%,
contra el 42,2% del país)14 y la
vigencia de generalizadas situaciones de subutilización de la fuerza de
trabajo, son rasgos del empleo provincial en el presente.
Ahora
resta señalar cuál es el papel que la educación superior representa en un
escenario paradojal en el que, al mismo tiempo que se evidencian notables
signos de deterioro del mercado de trabajo se registra un aumento de la
matrícula en todos los niveles y especialmente en el universitario en
vinculación con las ventajas comparativas, que en el imaginario colectivo perviven
respecto a que los mayores niveles de capacitación permiten una más rápida y
mejor inserción en el mercado de trabajo.
III- El Rol de la Educación Superior en el Mercado de Trabajo
La estructura sectorial del
empleo presenta características diferenciales según el nivel educativo de la
población ocupada. Tomando como base, a título de ejemplo, los datos de la
EPH/octubre/94, se advierte que en el aglomerado urbano Santiago del Estero-La
Banda, a medida que se asciende en los niveles educativos existe una fuerte
probabilidad de inserción laboral en servicios15:
los trabajadores con primario completo representan el 38,6%, con secundario
completo el 50,7%, y con superior o universitario completo el 71,6%. La
construcción, en cambio, concentra la menor proporción de trabajadores con
calificación superior. El empleo en esta rama está generado especialmente por
microempresas y, sobre todo, por trabajadores cuenta propia. Algunos de estos
rasgos se repiten en la industria que capta mayoritariamente a trabajadores con
nivel primario, y en segundo lugar con nivel medio. Hacia octubre/98, la escasa
participación histórica en la industria de los que alcanzaron niveles
superiores de educación, se encuentra aún más acentuada ya que los guarismos
descienden de 4,1% (octubre/94) a 2,4%,
mientras que el trabajo en servicios concentra al mayor número de graduados
terciarios y universitarios.
Esta constatación guarda
relación con las características paradigmáticas que definen el mercado de
trabajo urbano provincial: exigüidad del empleo en el sector privado y
sobrerepresentación del sector público en relación a los valores nacionales.
Tendencia que por su parte se presenta muy marcada para el segmento de
población ocupada con nivel de educación superior. Así, tomando sólo el caso de
jefes de hogares con nivel terciario y universitario16, el 56,7% trabaja como asalariado del
sector público y en el país desciende al 34,3%. En cambio la situación se
invierte cuando se trata del sector privado: los asalariados como los trabajadores
cuenta propia, y en menor proporción los patrones representan magnitudes
significativamente inferiores en la provincia (43,3%) respecto de las cifras
para el total país (65,7%).
A
los fines de esta presentación, resulta ilustrativo considerar los datos
referidos a una investigación realizada
a graduados universitarios de la Universidad Nacional de Santiago del Estero17. Los resultados obtenidos siguen las
tendencias comentadas, así la categoría asalariado del sector público
representa el 74,7% de los ocupados del área de las ingenierías18 y el 86,3% del área de humanidades,
ciencias sociales y de la salud19. En el
sector privado solo trabajan el 25,3% de los ingenieros y el 13,7% de los
egresados de humanidades. Hay que destacar que la categoría de patrón está subrepresentada en el área de las
ingenierías (1,7%) y es nula en humanidades.
Si
se considera el tipo de tareas realizadas, se advierte que el 94,6% de los
egresados desarrollan actividades de servicio (aquellas que tienen como fin la
satisfacción de necesidades de terceros, a través de la prestación de un
trabajo personal) contra el 5,1% que trabaja en la producción de bienes (cuyo
fin es la extracción, transformación, y elaboración de bienes, el control de
calidad de los mismos y la supervisión directa de las tareas mencionadas). Las relaciones eran las previsibles si se
tiene en cuenta que el sector terciario (especialmente la enseñanza
universitaria y la administración pública) es el ámbito donde el mayor número
de profesionales encuentran inserción laboral. Pero esta cuestión, que podría
resultar satisfactoria para el área de humanidades, se perfila como una
distorsión significativa en el caso de las ingenierías a la vez que plantea un
serio desajuste entre el campo profesional definido curricularmente y la real
inserción, porque estos graduados han sido formados para desempeñarse en los
sectores primario y secundario de la economía, y para actividades más
relacionadas con la producción de bienes que con la de servicios.
Al
analizar la trayectoria ocupacional, observando los cambios desde el primer
trabajo profesional al actual, se advierte que los sectores primario y
secundario fueron perdiendo personal que fue absorbido por el terciario, el
que, a su vez, exhibe los mayores niveles de retención. En consecuencia, las
tareas de servicio como asalariados del sector público fueron ganando terreno
en relación a la pérdida de las actividades de producción de bienes, a la
capacidad de autogestión del empleo y a el trabajo en relación de dependencia
privada.
Estas
cuestiones dejan traslucir que los graduados universitarios no escapan a la
problemática del empleo que atraviesa a la población económicamente activa
argentina y consecuentemente santiagueña. Cabría agregar que en el escenario de
los noventa se ha instalado con carácter de persistente el desempleo y aunque
el nivel de instrucción de la población crece significativamente, la fuerza
laboral está más capacitada que en el pasado y el nivel de educación puede ser
un elemento clave para conseguir empleo, un gran sector de los profesionales no
encuentra un lugar en el mercado de trabajo. La consecuencia es que crece el
desempleo entre los graduados universitarios.
Según
datos de la EPH de octubre/92, en el aglomerado urbano Santiago del Estero – La
Banda, el desempleo entre los que completaron el nivel primario era de 2,1%,
mientras que en octubre/98 trepaba al 4,3%. Entre los graduados universitarios
la tasa era de 0,6%, seis años después saltaba al 4,6%. Esto significa que las
probabilidades de no conseguir un empleo casi se han equiparado para los
distintos niveles educativos, cuestión altamente relevante si se atiende a las
diferencias muy marcadas que se advertían seis años atrás.
Una
tendencia similar, aunque más atenuada, se observa a nivel país. Pero es
necesario resaltar que las distancias del desempleo por niveles educativos
colocan a los graduados universitarios en mejores condiciones para precaverse
de la inempleabilidad, ya que en este segmento si bien el desempleo trepó
considerablemente, sigue siendo el más bajo si se analiza su comportamiento por
diferentes niveles educativos.Sin embargo, es necesario resaltar que en los
últimos seis años los que sufrieron los mayores embates son los graduados
universitarios ya que mientras el desempleo en general subió el 130%, entre los
graduados universitarios aumentó un 250% para el total país20.
Hoy
en día, cada vez más gente alcanza niveles educativos más altos, de modo que la
oferta de profesionales ha crecido mientras la demanda se estanca o retrae, lo
que indicaría que no es la falta de educación lo que limita las posibilidades
de trabajar sino que la economía no genera la suficiente cantidad de empleos
aún para la franja de los más capacitados que son los que poseen mayor
empleabilidad.
En
este sentido resulta ilustrativo considerar los datos referidos a la
investigación realizada en la UNSE que arrojó un impactante porcentaje total de
desempleados (6,7%). Pero al considerar las diferentes áreas disciplinares,
resulta alarmante el caso de humanidades con un 12,1%, guarismos que descienden
a 4,9% en las ingenierías con orientación biológica y a 3,3% para las
ingenierías estructurales.
A
esta constatación se agregan los altos niveles de subocupación visible
encontrados (16,0%) y de subocupación invisible21:
13,9% en las ingenierías y 27,8% en humanidades.
El
aumento del desempleo, los altos índices de subocupación visible e invisible
unidos a otras formas de precariedad laboral, fueron erosionado también los
ingresos de los graduados. Si bien la gente con menos educación tuvo una
pérdida de ingresos superior a los que tienen mayor formación, los resultados
de la investigación demuestran que el ingreso promedio de los egresados no
supera los mil pesos por mes en el sector público. Esta constatación se vincula
fuertemente con la política de achatamiento de la brecha salarial, que a través
de diversos decretos, se implementó en la administración pública provincial. De
este modo, los ingresos percibidos apenas alcanzan a cubrir el valor de una canasta
familiar básica de alimentos y servicios para una familia tipo (matrimonio y
dos hijos). Pero, en el sector privado que ocupa a un insignificante porcentaje
de graduados, los ingresos se elevan notoriamente (hasta dos mil quinientos
pesos mensuales) lo que estaría planteando que el trabajo profesional tiene un
valor de cambio variable según sea el sector de inserción laboral. Más aún,
también el tipo de certificación obtenida expresaría diferenciales de ingreso
ya que los egresados de las ingenierías estructurales perciben las más altas
remuneraciones, mientras que en el extremo opuesto se encuentran los titulados
del área de humanidades.
Por
su parte, cabe destacar que la gran mayoría de los universitarios ocupados
manifestaron no estar conformes con lo que ganan, en tanto que los desocupados
estarían dispuestos a trabajar por mucho menos de lo que perciben los
profesionales que actualmente tienen alguna ocupación.
Por
último, una mención especial merece el trabajo de las mujeres universitarias
las que por regla general, según el estudio realizado, tienen menos opciones
ocupacionales, menos posibilidades de ocupar cargos jerárquicos altos, de
trabajar en actividades vinculadas con la producción de bienes, de ser patrones
o autogeneradoras de empleo, y de percibir igual remuneración que los varones.
Además de presentar, comparativamente, los mayores índices de desempleo,
subocupación visible e invisible.
IV – Comentarios Finales
El análisis realizado hasta
aquí nos permite esbozar algunas respuestas a los interrogantes iniciales.
Parece ser que, la tesis de la formación de recursos humanos por la que el
sistema educativo – en nuestro caso el universitario – proveería tanto en
cantidad como en calidad la mano de obra que el sistema económico requiere y
que la dinámica de las estructuras productivas absorbería y emplearía
adecuadamente, no encuentra confirmación en nuestra realidad dado el alto grado
de “desaprovechamiento” de los grupos universitarios considerados.
Esta
constatación pone en entredicho la pretendida proyección matemática educación –
empleo, tan cara al programa del capital humano, y revela que el sistema
educativo y el productivo están si no en conflicto muy distanciados. De modo
que es una visión demasiado optimista de la crisis pretender que con más
educación es posible precaverse de la “inempleabilidad”. De hecho, no puede
dejar de subrayarse que en la Argentina de hoy y en la provincia, como lo
demuestra la investigación, existe una proporción considerable de desocupados
con apreciables niveles de educación formal. Pero también registran
dificultades particulares núcleos de trabajadores especializados, cuyas
calificaciones son poco demandadas. Entre los inconvenientes percibidos está el
de encontrar trabajo “en su especialidad laboral”.
De modo tal que en relación a la situación
laboral de los profesionales se observa una subutilización y depreciación de la
educación por lo que aunque la política económica actual insista en estimular
la certificación en realidad no parece demandar mayores conocimientos o niveles
más altos de instrucción formal para su funcionamiento
en el contexto provincial, y como claramente señala Castel (1997), el camino a
la calificación puede producir efectos perversos como la sobrecualifcación para
la función22. En este sentido es
posible señalar que la acreditación educativa, especialmente la superior, está
desempeñando un rol al que Martin Carnoy ha denominado como de “efecto fila”23.
Si
nos detenemos en el rol que la educación superior juega en la estructura
sectorial del empleo, no parece ser que la calificación alcanzada sea la
variable independiente que permita el acceso a puestos en sectores para los
cuales los universitarios se prepararon, antes bien parece ser que son las
posibilidades objetivas del mercado de trabajo las que condicionan el tipo de
inserción de los grupos profesionales considerados. Es decir que el modo de
inclusión laboral por sectores de actividad reproduce las pautas básicas de la
configuración del empleo provincial, al que dos notas paradigmáticas lo
definen: exigüidad del empleo en el sector privado y sobre representación del
público. De modo que las opciones ocupacionales, disminuidas en los sectores
primario y secundario, quedan casi circunscriptas al terciario – más específicamente
al empleo público - en la rama servicios24
personales y sociales.
Si
esta situación persiste, cosa por otra parte muy probable dadas las escasas o
nulas perspectivas dinamizadoras de los sectores productivos en la provincia,
cabría preguntarnos qué pasará con los futuros profesionales en el marco de las
políticas de achicamiento del Estado. Los resultados del estudio permiten
pensar que los desajustes se irán acrecentando, por lo que es difícil pensar
que en este contexto, valga la pena estudiar más años en orden a lograr una
mejor y más rápida inserción laboral.
Aquí
es donde se instala con más fuerza, lo que en el debate actual no puede
soslayarse, la posible mayor inempleabilidad de los más calificados. Y cuando
no hay puestos asalariados lo que aparece es un enorme contingente de jóvenes
que carecen de la capacidad para autogenerarlo. Esta constatación está llevando a demandar a las escuelas una
“educación para la iniciativa” (Fernández Enguita, 1997) que no se inculca en
las instituciones educativas ya que se
prepara para la vida activa acorde al modelo del trabajo asalariado. En la
línea crítica, Fernández Enguita sostiene que estas exigencias al sistema
educativo no hacen más que quitar responsabilidades a las empresas y al Estado,
quienes no se consideran responsables de la suerte de los desempleados.
Por su parte, los resultados de la investigación permiten afirmar que en
las condiciones actuales, la educación superior más que posibilitar una
inserción privilegiada o evitar el desempleo, se convertiría en un
“paracaídas”(Gallart, Moreno y Cerrutti, 1994), metáfora que sirve para
sensibilizar y comprender el proceso de
descenso, aunque más lento, de
quienes concurren más años al sistema educativo. De este modo, la educación que
fue un canal de movilidad social ascendente hasta no hace mucho tiempo atrás,
ahora parece ser igualmente importante, pero para tratar de sostenerse en el
marco de un movimiento social descendente.
Sin embargo, pese a los altos índices de subocupación y desempleo
encontrados en los grupos profesionales analizados, no se puede dejar de
señalar que una mayor educación contribuye a facilitar la inserción laboral con
mayores perspectivas de estabilidad y en condiciones de menor fragilidad
(Murmis y Feldman, 1996).
Así planteadas las cosas, se podría pensar que aún hoy la formación
universitaria juega un papel destacado para el acceso a un puesto, pero hay que
decirlo, por sí sola no, ya que en esa determinación interactúan también las
condiciones objetivas del mercado de trabajo, el sexo y la titulación obtenida25, entre otros factores. Con respecto al
sexo, se puede señalar una notable contradicción entre las posibilidades que
brinda la modernización educativa (igualación de los sexos en el reclutamiento
de los estudiantes) y las rigideces del mundo del trabajo, que en el plano
empírico siguen generando juegos activos de discriminación. También el tipo de
titulación obtenido, es decir las especialidades que en el actual escenario son
poco demandadas, impiden el ajuste en la relación educación-trabajo generando
una mayor subutilización de las capacidades adquiridas.
Asimismo, y dada las condiciones
actuales del mercado del trabajo a las que se suman las políticas de
flexibilización, se está apreciando una pérdida del rol de la educación en una
mayor diferenciación de los ingresos. Está constatación, según Therborn (1992),
entre otras, sería una de las razones para dudar que en la década de la
posindustrialización, el conocimiento sea la clave de las sociedades.
Estas consideraciones que surgen de
argumentaciones teóricas y algunas constataciones en el plano empírico,
autorizan a pensar que una mayor educación por sí sola, no puede conducir a
superar los problemas más acuciantes del mundo del trabajo ni siquiera en
sociedades que no han padecido planes de ajuste y el desmantelamiento del
Estado de Bienestar. A nuestro entender, se necesita además una gran
permeabilidad del sistema productivo al
uso del conocimiento y alguna regulación desde el mercado o planificación desde
el Estado para orientar la formación de recursos humanos hacia las necesidades
de la sociedad. Aún más, deben comprometer sus esfuerzos tanto los actores
sociales vinculados a la producción como el Estado, de lo contrario es posible
pensar en una agudización de los problemas de empleo así como de las
desigualdades y de la heterogeneidad estructural, características de nuestras
sociedades. También la universidad debe sumarse porque aunque tiene el derecho
de tomar iniciativas autónomas, tiene el deber de traducir a su propio lenguaje
las demandas y determinaciones que le llegan desde los distintos ámbitos
sociales y económicos.
En síntesis, es posible señalar que las relaciones abordadas además de ser controvertidas y paradojales y de involucrar a distintos actores y sectores sociales, encierran en sí más preguntas que respuestas por lo que sería demasiado simplista pensar que con más educación sea posible precaverse del desempleo y lograr inserciones rápidas y privilegiadas en un mercado de trabajo en crisis. La pretendida proyección matemática educación – empleo hoy en día vuelve a estar en tela de juicio, y quienes la promueven no hacen más que desconocer que en dicha relación intervienen múltiples factores interactuantes inmersos en un complejo sistema de relaciones sociales, políticas, económicas e ideológicas. El desafío de hoy es contribuir a revalorizar al sistema educativo universitario, no sólo con miras al trabajo sino también para promover una sociedad más justa y equitativa que tome en cuenta la dimensión humana de los procesos estructurales. No hay que olvidar que, hasta no hace mucho tiempo atrás, la educación fue el canal más importante que permitió el surgimiento y consolidación de la gran clase media argentina, de ellos hablamos cuando nos referimos al mercado de trabajo de los profesionales. Pero estos segmentos padecen y vienen padeciendo los embates de las reformas estructurales y hoy en día amplias fracciones de la clase media están sujetas a una extrema vulnerabilidad y con serios riesgos a futuro. Entre quienes compartimos el interés por lo social, estas cuestiones se presentan como altamente problemáticas y merecen ser seriamente abordadas y profundizadas en futuros estudios. Es urgente y necesita nuestro apoyo.
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1Ver CEPAL, 1968, “Educación, recursos humanos y desarrollo en América
Latina”, Nueva York, Naciones Unidas; Medina Echavarría José, 1967, “Aspectos
sociales del desarrollo económico de América Latina”, París , Unesco. En la
línea cepalina de entonces, la planificación educativa debía orientar la
formación de personal altamente calificado en las áreas tecnológicas y con una
oferta educativa de carreras “relevantes para el desarrollo”.
2La teoría de la funcionalidad técnica de la
educación tiene como base conceptual los desarrollos teóricos de Durkheim y la
teoría de la acción social de Parsons y Merton.
3 Una de las nuevas ideas del pensamiento contemporáneo fue haber integrado a la educación al funcionamiento del mercado de trabajo. Con base en dos supuestos: el valor económico de la educación y el funcionamiento competitivo del mercado de trabajo, los economistas ensayaron una respuesta concreta a un fenómeno observado: la correlación positiva entre nivel de ingresos y nivel educativo, postulando que la educación y una variedad de las “inversiones” que los individuos llevan a cabo en la mejora de la “calidad” de sus personas como agentes productivos, es la causa de aquellos mayores ingresos. La lógica de la argumentación se apoyaba en una concepción del rendimiento y por ende de su impacto en la estructura productiva como un encaje perfecto entre la demanda de los sectores productivos y la oferta de servicios educativos. En este sentido, la demanda de educación respondería a una racionalidad puramente económica, desde el punto de vista del sujeto, lo que haría que los individuos se concentraran en aquellos niveles educativos con tasas de retorno más altas. Desde el punto de vista de los que demandan “trabajo educado” la razón estaría en el hecho que los educados son más productivos que aquellos que no lo son porque habrían adquirido ciertas habilidades y destrezas como producto del aprendizaje. En esta línea argumentativa se encuentran los trabajos de Schultz, Theodore, 1961, “Investiment in human Capital” en American Economic Review, 51; Becker, Gary, 1961, “Human Capital”, Columbia University Press for Nber.
4 Entre 1960 y 1970, los índices de crecimiento para la educación primaria fueron de 167,5%; en educación secundaria de 247,9% y de 258,3% en educación superior (Torres, 1994).
5 En este enfoque también conocido como crítico o socio-político se pueden señalar con algunas diferencias marcadas a autores tales como Bourdieu, Passeron, Bowles, Gintis, Gramsci, Althusser. En líneas generales se plantea que el valor económico de la educación radica sobre todo en una inculcación de pautas y valores funcionales para el desempeño del trabajador que facilita la reproducción cultural de la desigualdad social. En América Latina pueden mencionarse los estudios de Tomás Vasconi, Guillermo Labarca y Sara Finkel, entre otros.
6 Se pueden mencionar los estudios de C. Bravslasky, 1989; G. Bronfenmayer, 1982; G.Rama, 1987.
7 Gómez Campos, V. y E. Tenti Fanfani, 1989 “Universidad y profesiones: Crisis y Alternativas”, Buenos Aires, Miño y Dávila.
8 Durante los ciclos de recesión, las empresas tienden a valerse de medidas correctivas utilizando estrategias defensivas aumentando la productividad y disminuyendo el empleo. Aunque el crecimiento de la productividad no siempre está vinculado a la introducción de tecnologías duras (asociadas a un aumento de la dotación de capital). Tal vez una mayor incidencia tengan las innovaciones tecnológicas blandas (en materia de aspectos organizativos del proceso de trabajo) o, la mera racionalización de las plantas de personal (aumento de la intensidad del trabajo, reducción de tiempos muertos, etc.). Ver Monza, A., 1995, “Situación actual y perspectivas del mercado de trabajo en la Argentina” en Libro Blanco del Empleo, Buenos Aires, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
9 Se refiere a la desocupación abierta que incluye estrictamente a personas que, no teniendo ocupación están buscando activamente trabajo. No incluye por tanto otras formas de precariedad laboral, tales como las referidas a las personas que realizan trabajos transitorios mientras buscan activamente otra ocupación, a aquellas que trabajan jornadas involuntariamente por debajo de lo normal, a los desocupados que han suspendido la búsqueda por falta de oportunidades visibles de empleo, a los ocupados en puestos por debajo de la remuneración mínima o en puestos por debajo de su calificación, etc.
10 La tasa de actividad es un indicador que se obtiene en la actualidad tres veces al año como resultado del trabajo sistemático llevado a cabo por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos a través de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Operativamente está calculado como porcentaje entre la población económicamente activa (PEA que comprende a la población ocupada más la desocupada) y la población total.
11 A través del procedimiento instrumental ya citado, también se calcula la tasa de empleo y se la define operativamente como porcentaje entre la población ocupada y la población total.
12 Ocupados que trabajan una jornada inferior a la normal (involuntariamente) y que, en rigor, se encuentran en una situación de desocupación parcial.
13 Se ha considerado tanto a los demandantes como a los no demandantes de mayor número de horas de trabajo.
14 EPH, Ondas Mayo/99.
15 Se considera globalmente los servicios personales, sociales y dinámicos.
16 En base al Censo Nacional de 1991. INDEC/1994, Serie C. No se ha considerado el servicio doméstico.
17 Para más detalles ver: Abdala, S. y M.E. Isorni, 1995, “Calidad de la formación universitaria. La perspectiva del graduado”, UNSE, CICyT. El relevamiento fue realizado sobre 446 casos, que constituyen una muestra representativa en el sentido estadístico del total de egresados de la UNSE. Los datos que se presentan en este artículo tienen como fuente este trabajo, cuyo objetivo central era desentrañar la calidad de la formación universitaria en vinculación con las demandas y exigencias del aparato productivo.
18 El área de las Ingenierías comprende las estructurales que incluye: Ingeniería Vial, Electromecánica, en Agrimensura e Hidráulica; y las de orientación biológica incluye: Agronomía, Industrias Alimentarias, Forestal e Industrias Forestales.
19 Esta área comprende las siguientes carreras: Filosofía, Administración, Sociología, Servicio Social, Educador Sanitario y Enfermería.
20 Datos extraídos del diario Clarín de fecha 13 de Agosto de 2000.
21 Se entiende por subocupados invisibles al conjunto de trabajadores que se desempeñan en tareas que requieren una calificación menor a la que poseen. Operacionalmente se ha medido atendiendo al trabajo que no está relacionado con la titulación obtenida.
22 Aunque con diferencias de matices, el problema de la subocupación es una cuestión del mundo occidental. Por ejemplo, Castel (op.cit.) al analizar el derrumbe de la condición salarial, señala que en Francia en 1973, las dos terceras partes de los jóvenes conseguían un puesto de trabajo para el que se habían formado, en 1985 sólo llegaban al 40%.
23 En momentos en que se estrecha el mercado de trabajo, quienes han accedido a más años de escolaridad desplazan de los primeros lugares de la fila de buscadores de trabajo a los segmentos de menor instrucción formal, aún para puestos que exigen poca calificación.
24 Esta constatación que aparece en otros escenarios más desarrollados, no deja de ser preocupante aún allí porque, como bien señala Rifkin en “El fin del trabajo”, hasta épocas recientes la mayoría de economistas y líderes empresariales han confiado en que el sector servicios absorberá a los trabajadores excedentes de la industria, pero hacia 1994 las esperanzas se estaban frustrando porque las nuevas tecnologías empiezan a entrar, de forma más o menos masiva, en el sector servicios, incrementando la productividad y desplazando mano de obra calificada.
25 También en los países de la OCDE, la problemática del capitalismo posindustrial ha exagerado el papel del conocimiento, la educación, los profesionales y ha subestimado la importancia del género sexual, la edad, las condiciones del mercado. Therborn, G., 1992, “Clase y emergencia de la sociedad posindustrial”,
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