Trabajo y Sociedad Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas Nº 4, vol. III, marzo-abril de 2002, Santiago del Estero, Argentina ISSN 1514-6871 |
ROLES DE GÉNERO EN EL MERCADO DE TRABAJO
Estrategias de ingresos,
identidad laboral y clientelismo
Universidad Nacional de Santiago del Estero
Es
frecuente afirmar (Anker, 1997; Arriagada, 1998; Abramo, 1998 y 1999) que las
características restrictivas de las economías sometidas a prolongados procesos
de ajuste, así como diversos patrones culturales aún vigentes en Latinoamérica,
condicionan fuertemente las alternativas ocupacionales de las mujeres.
En
Santiago del Estero, una sociedad tradicional del interior de Argentina, tanto
el desempleo abierto como la subocupación resultan más elevadas entre las
mujeres que entre los varones, mientras que los ingresos totales promedio de la población femenina ocupada son inferiores a
los de la fuerza de trabajo masculina. La imagen desfavorable de las mujeres en
el mundo laboral se torna evidente en la precariedad de sus ocupaciones, con
una significativa concentración en actividades informales.
Tanto
la crisis económica como las consiguientes mutaciones acontecidas en la esfera
laboral no han afectado de manera similar a los distintos estratos
socioeconómicos, ni tampoco se manifestaron uniformemente entre los sexos.
Porque si bien es cierto que las mujeres, al comparárselas con los varones en
la misma situación ocupacional ostentan una relativa mayor calificación
educativa[2]
en términos de años de instrucción formal[3],
por otra parte también resulta visible una mayor subutilización ocupacional en
la población femenina. (Sautu, 1998).
Consecuencias
de la crisis
La subordinación de las mujeres en el mercado de trabajo no es un fenómeno nuevo, sino más bien una constante de largo plazo. La crisis económica de los últimos años parece haber reforzado dicha subordinación, principalmente en los sectores menos favorecidos de la fuerza de trabajo: esta situación no es privativa de Santiago del Estero, sino que afecta a todo el país. Indicadores de esa crisis, desde una perspectiva de género, son entre otros la concentración de mujeres en ocupaciones mal remuneradas en el sector público (docencia, maestranza, enfermería), en el comercio informal y en los servicios personales, particularmente en el servicio doméstico (Ruiz, 1999).
Los
efectos negativos del actual modelo económico -especialmente a partir de 1995-
sobre el empleo y el nivel de ingresos influyeron profundamente en la vida
familiar de los sectores medios y populares. Muchas familias se vieron
afectadas por diversos cambios de roles, tanto ocupacionales como valóricos,
que alteraron el equilibrio de los presupuestos de los gastos, pero también
los necesarios equilibrios de convivencia. (Kessler, 1996).
Asimismo,
la vigencia del Plan de Convertibilidad también contribuyó a agravar en
distintas economías regionales de la Argentina, y particularmente en Santiago
del Estero, lo que se conoce como el “desaliento” de la fuerza de trabajo
(Monza, 1995; Gerchunoff y López, 1996; Zurita, 1997). Esto significa que
muchas personas potencialmente activas se retiran del mercado de trabajo y no
emprenden búsquedas de trabajo, ya sea porque piensan que no van a poder
encontrarlo, porque los salarios a obtener no se ajustan a sus expectativas, o
bien porque el empleo ofrecido no está de acuerdo con la capacitación que se
posee. Estos desocupados desalentados,
que la EPH registra como "inactivos", constituyen en rigor la base
principal del desempleo oculto.
En
la ciudad de Santiago del Estero[4]
la tasa de desempleo abierto fue baja durante décadas, en realidad una de las
más bajas del país, puesto que el mercado de trabajo permanecía en un
"estado de equilibrio de bajo nivel" (Zurita, 1998) ajustándose a través
de la expansión del empleo público o del éxodo hacia fuera de la provincia.
Pero a partir de 1994 la desocupación comienza a crecer, tanto por el colapso
de las fuentes demandantes de empleo situadas fuera de la provincia
-particularmente el Gran Buenos Aires (GGBA)-, como por las limitaciones y
posterior contracción de la generación de plazas de trabajo por parte del
sector público dentro de la propia provincia. La situación del mercado de
trabajo se complica seriamente cuando los santiagueños ya no pueden migrar ni
conseguir empleos estatales, aun de baja calidad.
Por
su parte la subocupación "visible"[5],
tanto en el largo plazo como en la actualidad, en la ciudad de Santiago del Estero
continúa siendo una de las más altas del país. Esto significa que hay una
considerable cantidad de ocupados que por razones involuntarias trabajan menos
de 35 horas a la semana y desean trabajar más.
Si
bien la desocupación, el desempleo oculto y la subocupación afectan tanto a
hombres como a mujeres, son las trabajadoras femeninas las más afectadas,
conformando junto a los jóvenes el sector más vulnerable del mercado de
trabajo.[6]
Nuevas
formas de trabajo
En
el último quinquenio, en el área urbana de Santiago del Estero-La Banda se ha
observado la aparición de nuevas actividades y establecimientos surgidos en el
marco del modelo económico adoptado a partir de 1991, cuyo énfasis se depositó,
entre otros aspectos, en la apertura,
las privatizaciones y la desregulación de la economía.
Una
significativa cantidad de establecimientos se instalan en el medio en los
últimos años, algunos formales y con una importante inversión de capital como
hipermercados, casinos, salas de juegos, agencias de Administración de Fondos
de Jubilaciones y Pensiones (AFJP), medicina prepaga, etc. Otros, con menor
inversión de capital, como farmacias y casas de comidas (abiertas las 24 horas
y con el sistema de envíos a domicilio), telecentros y cyber cafés, etc.
El
proceso anterior, que también se verificó en otras ciudades de la Argentina, y
que ha sido caracterizado como una "modernización segmentada"
(Isuani, 1998), trajo consigo el agravamiento de situaciones de pobreza y de
precariedad ocupacional. En este contexto, las actividades complementarias a la ocupación principal se tornan normales, debido
al alto desempleo y a la contracción de los ingresos familiares.
Tales
actividades, que frecuentemente asumen formas de pluriempleo, no suelen ser "registradas", ya sea por insuficiencia
de los instrumentos técnicos utilizados o por la poca visibilidad[7]
de estas ocupaciones secundarias, generalmente menos formales que las
ocupaciones principales. Diversos estudios han revelado la presencia de multiocupación o pluriempleo en la
fuerza de trabajo de Santiago del Estero (Forni, 1991), tanto en el ámbito
rural como en el urbano. Una reciente estimación a partir de entrevistas a
alrededor de 600 trabajadores de taxis y remisses en la ciudad de Santiago del
Estero mostró la existencia de casi un 40% de trabajadores con dos y más
ocupaciones (Secretaría de Programación Económica, Intendencia de Santiago del
Estero, 1998). También numerosos empleados de la administración pública se
vieron obligados a la búsqueda de un empleo adicional ante la contracción de
ingresos provocada por la reducción de la jornada laboral a partir de 1994.
TRAYECTORIAS OCUPACIONALES Y
GRUPO DOMESTICO
La progresiva incorporación de la mujer al
mundo del trabajo asalariado, si bien
brinda nuevas posibilidades personales y sociales, también le trae
aparejada una serie de conflictos con sus responsabilidades domésticas. Pero el
ajuste económico impone la necesidad imperiosa de su participación en el
mercado laboral a fin de asegurar y/o contribuir a la supervivencia del grupo
familiar.
Con
el propósito de intentar captar la realidad laboral y familiar desde la propia
visión de las protagonistas se realizaron 20 entrevistas a trabajadoras de los
sectores populares en dos barrios
de la periferia de la ciudad de Santiago del Estero. Asimismo, para ampliar el
universo de estudio y, sobre todo, con el fin de poseer parámetros de
comparación con prácticas laborales femeninas de otros estratos sociales, se
efectuaron 15 entrevistas a mujeres de sectores
medios residentes en otros barrios.
Se
utilizó la técnica de entrevistas abiertas semiestructuradas con ejes
temáticos, efectuadas, en algunos casos, en el escenario de los hogares de las
trabajadoras y en otros casos en sus ámbitos de trabajo, cuando éstos no coincidían
con sus lugares de residencia. Los criterios metodológicos que se tuvieron en
cuenta para realizar entrevistas en las que la dimensión ocupacional es
central son los sugeridos por diversos autores de la temática pero
especialmente Pahl (1991) y Forni (1992). A través de ellas se hizo posible
avanzar en el conocimiento del mercado de trabajo de Santiago del Estero,
complementando estudios previos sobre el tema (Tasso, 19997; y Díaz y Zurita,
2000).
Los
relatos de las entrevistadas permiten conocer sus trayectorias ocupacionales
que son parte de sus historias de vidas. Los testimonios evidencian que, si
bien en el imaginario social aún se conserva una tradicional división de
tareas y de roles para varones y mujeres, asignándoles a los primeros la producción
de bienes y a las segundas la reproducción social y doméstica, hace ya un
tiempo que las mujeres participan en la producción y obtención del sustento
para sus familias tanto o, a veces más, que sus compañeros o cónyuges.
Cabe
señalar, como característica de los sectores populares y de ciertas fracciones
de los sectores medios, la prolongación -o "extensión"- en el mercado
de trabajo de actividades vinculadas a lo doméstico. Tenemos así en los
sectores populares a ocupaciones femeninas como servicio doméstico, empanaderas, cocineras, enfermeras,
modistas, y en los sectores medios a mujeres al frente de negocios como
verdulerías, fruterías, rotiserías, almacenes, venta de artículos de cotillón y regalos o bien en actividades
como docencia o secretariado.
Trabajadoras
informales: pasado y presente en la vida familiar
Doña
Pocha, la conducta de una jefa de hogar
Doña
Pocha es una robusta matrona de 56 años que desde que nació vive en el barrio
El Triángulo. Tiene tres hijos, uno soltero, Marcos, que comparte la vivienda
con ella y su esposo José, y otros dos hijos casados, que, como ella dice,
viven “aparte”.
Me casé muy jovencita y,
como mi marido debía trasladarse a Tucumán por razones de trabajo, me hice
cargo de mantener a mi familia. Hice muchos trabajos a partir de los quince
años, pero el que más me gustaba era el de enfermera. Para aprender bien el
oficio hice un curso de dos años en el que hacíamos las prácticas en el
hospital.
Yo no pude terminar la
secundaria porque mi madre se enfermó y tuve que quedarme en la casa para
cuidarla. Ahí empecé a trabajar en limpieza, siempre en casas cerca de la mía.
Luego me casé y si bien mi marido me mandaba plata desde Tucumán, eso no
alcanzaba para darles de comer a mis hijos. Como no podía dejar la casa y a
los chicos solos, no acepté ningún trabajo fuera de aquí. La gente, mis
vecinos, me buscaban para hacer inyecciones, curaciones, para tomarles la
presión, hacer control de diabetes, yo siempre estaba disponible, cualquiera
sea la hora en que me buscaban. Gracias a esto salimos adelante.....
Su
ingreso al mundo del trabajo remunerado estuvo ligado a las necesidades de su
familia; a la familia de origen en su
juventud, y luego a la que conformó al casarse. Siente que pudo elegir su
profesión y trabajar en ella, aunque sea precariamente.
Con respecto a
su ocupación actual y a la de su familia, Doña Pocha comenta:
Yo sigo trabajando como
enfermera y lo que gano sirve para la comida diaria. Mis clientes son gente
pobre, no puedo cobrarles mucho.
Pero también me las rebusco
con otro trabajito, los domingos le ayudo a una vecina a hacer empanadas para vender y eso es otra entradita, no
mucho, pero ayuda.
Marcos, mi hijo, descarga
bolsas para una empresa constructora y lo que gana es para él, para sus gastos
y para pagarse sus estudios. Yo quiero que termine por lo menos la secundaria,
y mejor si quiere seguir estudiando después. Mis hijos mayores, un hombre y
una mujer, están los dos casados y sin trabajo. No encuentran nada, y ahora
-como usted sabe- hay que estar afiliadoo al “partido” para conseguir algo.
A
pesar de la dura realidad que le toca vivir, Doña Pocha cree que una mejor
educación puede cambiar el futuro de su hijo.
También
hace referencia a una de las características típicas de sociedades con elevado
tradicionalismo político y social como la santiagueña, en la que a menudo se visualiza
que para acceder a ocupaciones en el sector estatal es necesario adherir al partido
gobernante y apoyar al caudillo de turno. Es muy común en estos ámbitos que el
poder político esté muy ligado y a veces superpuesto al poder económico.[8]
El
comportamiento de esta mujer es significativo por su capacidad de decisión,
asumiendo el status de jefa de hogar, sustituyendo la desdibujada figura del
esposo-padre que interviene limitadamente en la resolución de la vida
familiar. Se trata de un caso típico de mujer “con poder” en sectores populares
(Tasso, 1999).
Florinda,
empanadera los fines de semana
El
siguiente testimonio es el de Florinda, de 43 años; se casó a los diecisiete y
tuvo cinco hijos. En la actualidad vive en su casa del barrio Pacará con su
esposo y dos de sus hijos: Marta, soltera, que hace poco completó su
escolaridad media y Esteban que vive en concubinato con Estela, con la que
tiene una pequeña niña.
Nací en el interior de la provincia, en el
departamento Figueroa, pero vine a la ciudad a los trece años. Quería estudiar
y trabajar. Sólo alcancé a llegar a tercer año de la secundaria. Soy empanadera
desde hace muchos años. Aprendí este oficio de mi madre, y él me ayudó
bastante, principalmente cuando mis hijos eran chiquitos. Antes, salía casa por
casa a vender. Con sol, con lluvia, lo mismo salía. Ahora sólo vendo aquí, en
casa, y vienen los clientes a comprar.
Esta
trabajadora informal, al igual que la anterior, no pudo completar el ciclo de
instrucción media. Adoptó el oficio de su madre como forma de integración al
mercado de trabajo y, como ella reconoce, su ingreso monetario tuvo y tiene
mucha importancia en el presupuesto familiar.
Mi trabajo con las empanadas
es únicamente los fines de semana, porque los otros días no tienen salida. Los
sábados amaso y preparo la pasta. Los domingos relleno, y en eso me ayuda
Marta, mi hija. Mi marido las hornea en el horno de barro. Pero las empanadas
no se venden como antes, ahora hay menos plata. Encima, en el barrio hay mucha
competencia, eso quita clientes. Lo que gano depende de la cantidad de gente
que venga a comprar. Si llueve ya no vienen tantos...
Marta trabaja con el padre en una pequeña verdulería que tenemos
aquí en la casa, a pesar de haber terminado sus estudios secundarios. No quise que saliera a buscar trabajo,
porque es difícil conseguir y tan poco lo que pagan!..
Esteban no consigue trabajo,
se defiende haciendo changuitas en el mercado de Abasto, y Estela lava y
plancha para una señora de aquí cerca. Yo prefiero que ella trabaje poco y se
ocupe de la chiquita. Eso sí, los dos se van con la nena, los sábados, a la casa de la madre de ella y vuelven
el domingo.
Resulta
frecuente que las mujeres que desarrollan sus tareas extradomésticas en el
mismo lugar donde vive la familia, reciban el aporte de la mano de obra
familiar, como cuenta Florinda. También, las pocas expectativas de empleo que
existen se hacen evidentes en el desaliento de Marta por buscarlo, apoyada en
esto por su familia.
La
competencia en la venta de empanadas, representa la proliferación de
actividades de este tipo como formas de afrontar la adversidad. La pequeña
verdulería instalada en la casa es otro recurso muy común en los barrios populares.
Otra
estrategia que ayuda a enfrentar la crisis es el funcionamiento de ciertas
redes familiares solidarias, que en el caso de Esteban, hijo de Florinda, lo
cumple la familia de su compañera, que recibe a la pareja los fines de semana,
aliviando de esta manera la carga que significa mantenerlos.
Teresa,
costurera y doméstica, además de vendedora
El
testimonio de Teresa (41 años, separada, cinco hijos, con educación primaria
completa, vecina del barrio El Triángulo) es un caso emblemático de
multiocupación, que además pone en evidencia ciertos recursos de supervivencia.
En su relato está presente la ayuda familiar que se estructura como red
solidaria en auxilio de los miembros más necesitados. La trama de la red de
asistencia también comprende no sólo al grupo familiar extenso, sino a amigos
y vecinos. En el presente caso la solidaridad se manifiesta en el envío de
alimentos desde el campo a la ciudad.[9]
Yo soy la jefa del hogar
desde hace casi 2 años, desde que me separé. Antes trabajaba sólo en costura,
pero ahora además de modista, trabajo como empleada doméstica medio día en dos
casas, a las que voy dos veces por semana a cada una. Se puede decir que
trabajo por mi cuenta. También vendo productos de Avon y por suerte tengo
muchos clientes. Ahora puedo
administrar yo lo que gano, y los veo contentos a los chicos. Mi muchacho más
grande empezó a trabajar en un remplazo en Telecom y le prometieron que si
andaba bien le podían hacer un contrato por unos meses, cuando termine el
remplazo. Tiene 20 años y por suerte terminó la secundaria.
Mi mamá, que vive en el
campo, me ayuda mandándome pan casero, queso de cabra y algunos animalitos
(cabritos, pollos, cerdos) que me sirven a mí para cocinar y a veces hasta para
vender algo.
A
través del relato, puede advertirse que en Teresa acontece un verdadero cambio
de identidad -en rigor, un proceso de autoidentificación- a partir de su
separación. Se convierte en jefa de hogar, y eso le permite controlar lo que gana, y reorganizar
productivamente el funcionamiento familiar. Además, la nueva autonomía
adquirida en la toma de decisiones, es valorada muy positivamente
En
los testimonios tanto de Florinda como de Teresa, está presente el tema de las
migraciones rural-urbanas, de los jóvenes del campo que llegan a las ciudades
en busca de mejores perspectivas de vida. El pasado rural de estas mujeres se
hace presente en los lazos afectivos que mantienen con sus familias de origen,
ya sea recibiendo ayuda en forma de alimentos, o bien enviando dinero a través
del correo (giros postales) para paliar en algo las necesidades más urgentes de
los que quedaron en el terruño.
La
cuestión de la seguridad social
La
preocupación por la seguridad social, ya sea como cobertura jubilatoria o como
seguro de salud, se encuentra presente en los relatos de las entrevistadas.
Así,
Doña Pocha manifiesta su valoración de la salud y reconoce la importancia de
los beneficios sociales que brinda un trabajo “formal”.
Ahora, José, mi marido, ya
está jubilado. Cobra una miseria, pero por lo menos tiene obra social, que nos
sirve a los dos. Por suerte yo soy muy sana, casi nunca me enfermo, así que
poco la uso, pero José sí que le saca el jugo, al pobre siempre le duele algo.
Lamentablemente, por no haber tenido un trabajo seguro, estoy sin aportes para
jubilarme y no me alcanza para empezar a hacerlo ahora por mi cuenta.
Los
sistemas de cobertura social estatales o gremiales constituyen la máxima aspiración de los sectores populares, ya que
en razón de sus escasos ingresos resulta imposible adherirse a un sistema
privado de jubilación o de atención médica.
Florinda
menciona, además, como inconvenientes de la atención en el hospital público,
las largas esperas y las situaciones de maltrato a que, a veces, son sometidos.
Me hubiese gustado tener un
trabajo seguro, porque ni siquiera aporté para la jubilación. Pero ahora ya es
tarde, no podría conseguir otra cosa.
Como no tenemos obra social,
cuando nos enfermamos, lo único que nos queda es el hospital. Es muy feo estar
enfermo y encima tener que ver mala voluntad. Tenemos que hacer largas colas
para que nos atiendan y cuando nos toca el turno lo hacen rápido y de mala
gana, principalmente algunas enfermeras que creen que por ser pobres no merecemos
que nos respeten.
Tanto
Doña Pocha como Florinda manifiestan claramente la necesidad de tener un
trabajo que les provea un ingreso fijo y seguro, y que a su vez les permita acceder a los beneficios
jubilatorios y contar con un seguro médico.
Trabajadoras
de los sectores medios
Parte
de los testimonios que se transcriben a continuación expresan las experiencias
laborales e implicancias familiares de mujeres pertenecientes a sectores
medios. En sus discursos se puede apreciar la importancia que tiene en sus
vidas el trabajo remunerado y la valoración
que hacen del mismo sus familiares cercanos.
Cristina
y su declinación económica
Cristina,
de 40 años, es divorciada y tiene una hija de cinco años. En su casa de un
barrio cercano al centro de la ciudad señala:
Siempre viví en esta casa,
que es de mi familia. Ahora la compartimos mi madre, mi hija y un hermano que
hace poco se casó y vive aquí con la esposa.
Comencé a trabajar a los 20
años, mientras estudiaba en el Profesorado de Historia, en la Caja de Subsidios
Familiares (CASFEC), que ya no existe. Ahí me mantuve durante trece años, y lo
que parecía tan seguro, el ajuste económico lo aniquiló. En Diciembre del 91
nos ofrecieron el retiro voluntario con una jugosa retribución y como no nos aseguraban
mantenernos en los cargos, la gran mayoría de los que trabajábamos en la
agencia local, lo aceptamos. Fueron los primeros retiros voluntarios del país y
los mejor pagados.
El
modelo económico aplicado en el país a partir de 1991 trajo consigo la destrucción
de puestos de trabajo y la contracción del empleo público, en este contexto el
tema de los "retiros voluntarios" en Santiago del Estero, como en el
resto del país, comenzó a ser moneda corriente para los trabajadores estatales
y se convirtió en una de las herramientas utilizadas para recortar el
presupuesto del sobredimensionado sector público.
Una
significativa proporción de trabajadores estatales fue tentada de retirarse de
la Administración Pública a cambio de recibir una indemnización, denominada retiro voluntario, cuyo monto estaba en
relación al nivel de los sueldos percibidos y la antigüedad en el cargo. Pero
muchos de quienes recibieron estas indemnizaciones no sabían cómo ni en qué
invertir el dinero obtenido. Cristina nos relata su experiencia:
A mí, como a muchos de mis
compañeros, me duró poco el dinero que recibí, parece que la mayoría
invertimos mal. Yo puse una mercería en un barrio alejado del centro. No me fue
bien y tuve que trasladarla aquí, a mi casa. Al principio parecía que iba a
resultar, pero después los números no daban. Los impuestos se llevaban las
pocas ganancias que tenía, e iba gastando el dinero ahorrado para reponer la
mercadería. En definitiva, mi aventura como comerciante duró sólo dos años y
algunos meses.
Hace cinco años que busco
trabajo y no puedo conseguir nada. Creo que los principales impedimentos son la
edad[10]
y la poca oferta de trabajo que hay. Hice un sinfín de cursos de PC y de
idiomas, ahora estoy cursando el profesorado de inglés. Me presento en cuanto
aviso aparece en el diario o que me entero por amigos, pero no pasa nada. Me
toman los datos y me dicen que me llamarán, pero jamás lo hacen. Ante la
desesperación de no encontrar nada, decidí, desde el año pasado, trabajar en
política para la Rama Femenina Peronista porque es la única forma de que
podría conseguir algo[11].
Cristina
expone el drama de muchos: un constante peregrinar en búsqueda de empleo. Los
distintos sectores de la economía santiagueña no están en condiciones de dar
respuesta a tan acuciante demanda. La debilidad del sector privado se pone en
evidencia en la escasa capacidad de generación de puestos de trabajo. Esta
situación favorece el comportamiento clientelístico de los distintos gobiernos
provinciales, convirtiendo al sector estatal en una de las pocas alternativas a
la desocupación.
La
familia parece ser la única red capaz de contener y satisfacer en alguna medida
las necesidades inmediatas de los desocupados. Por otra parte, el desempleo
obliga a la contracción de los gastos y baja la autoestima de los afectados.
La falta de trabajo me pone
muy mal y empeora la relación con mi familia. Mi madre siempre está haciéndome
notar que no aporto para el mantenimiento de la casa. La verdad es que ella, con su jubilación, corre
con la mayor parte de los gastos. Mi hermano es bioquímico y hace poco que
consiguió el traslado a un hospital de aquí, antes estaba en Loreto. Tuvo que
trabajar para el juarismo[12]
para que lo trasladaran.
El padre de mi hija le pasa
sólo cuando él quiere una miserable cuota alimentaria, así que mucho no puedo
contar con ese dinero. Me causa mucha angustia tener que privarnos de tantas
cosas, cuando estaba acostumbrada a darme con todos los gustos. Ahora hasta
evito reunirme con mis amistades porque a veces no dispongo dinero ni para un
café.
Las
palabras de Cristina reflejan el dolor moral causado por su declinación económica.
El trabajo remunerado fuera de la casa es percibido por un gran número de
mujeres como una necesidad inexorable.
Una
nota a destacar es que la deserción de los hombres de su rol clásico de
principal proveedor del sustento familiar, obliga a muchas mujeres de sectores medios y populares a asumir la
responsabilidad del hogar. La entrevistada manifiesta escasa credibilidad en la
ayuda económica del padre de su hija.
Tampoco tengo obra social
para atención médica. El año pasado necesité hacerme operar y tuve que recurrir
al hospital. Por suerte mi hija tiene los beneficios del padre.
Hasta los cursos que hago
son pagados por mi familia! A cambio debo ocuparme de toda la limpieza de la
casa porque mi madre dice que de esta manera compensa el gasto del sueldo de
la empleada doméstica. Mi vida cambió totalmente en pocos años. Ahora soy la
criada de la familia que no tiene derecho a quejarse porque es una mantenida.
He perdido el respeto que tenía
antes, cuando aportaba parte de mi sueldo.
En
el testimonio anterior se manifiesta una situación de "deterioro de
identidad" como trabajadora de Cristina, al contrario de lo que acontecía
con la experiencia ya relatada de Teresa[13].
En el caso de Cristina, -que de empleada pública pasa a emprender sin éxito
"aventuras" comerciales- los fallidos intentos de obtener empleo y la
dependencia de la ayuda de su familia paterna (está separada y vive con su
pequeña hija en la casa de sus padres), la ha colocado en un proceso de
desvalorización ("soy una criada") de su identidad social y de su
subjetividad ("he perdido el respeto...").
La
situación laboral en relación de dependencia -es decir en el sector formal-
tiene algunas ventajas para las mujeres-madres porque les ofrece la seguridad
económica de un sueldo fijo y de los beneficios sociales agregados. Esto es lo
que ha perdido Cristina. Además, como ella lo deja traslucir, el trabajo extradoméstico
permite ampliar el horizonte cotidiano al ofrecer posibilidades de
comunicación fuera del ámbito doméstico.
Nora,
una historia de inmigrantes
La
situación de Nora, algunas de cuyas apreciaciones se transcriben a
continuación, es muy distinta, pero igualmente importante es la valoración que
realiza del trabajo remunerado fuera de la casa. Esta mujer, de 49 años,
casada, pudo completar su escolaridad secundaria. Tiene dos hijos, uno
profesional y el otro estudiante universitario, ambos casados. La entrevista
se efectuó en su lugar de trabajo.
Mi historia laboral está en
el Mercado (se refiere al Mercado Armonía, ubicado en el centro de la ciudad). Tanto mi abuela como mi madre tuvieron
puestos en este mercado. Desde los 8 años comienzo a venir para ayudarle a mi
madre, pero recién a los 17 se puede decir que asumo responsabilidades.
Me casé a los 19 años y
decidimos con mi esposo tentar suerte en Buenos Aires. Llegamos a estar 2 años.
Allí nació mi primer hijo. Yo trabajé en una zapatería, pero como las cosas no
salieron como pensábamos, decidimos volver. Aquí, por supuesto, empezamos a
trabajar en el mercado, en el puesto heredado de mi abuela. Al poco tiempo
anexamos otro puesto que nos dejaron unos amigos. Mi esposo trabaja ahora como
remisero, en nuestro propio auto y cuando hay mucho movimiento aquí, viene a
darme una mano. Pero generalmente yo me arreglo muy bien sola, con la ayuda de
un empleado.
En mi familia se hace un
culto del trabajo que lo heredamos de mis abuelos que eran inmigrantes
españoles Además somos todos evangélicos.
La
migración hacia las grandes ciudades resultaba frecuente en las décadas
pasadas, siendo Buenos Aires, “la capital”, el principal polo de atracción. La
gran ciudad parecía ofrecer la concreción de los sueños de progreso, pero
muchos de los que se fueron terminaron volviendo a sus lugares de origen,
desencantados.
Como
Nora lo dice, su vida está marcada por el trabajo. La cultura del trabajo se ve
reforzada por sus creencias religiosas y por los firmes valores morales
aprendidos y transmitidos en el seno de la familia. Sus abuelos que vinieron de
España a hacer la América, quizá con
la idea de retornar a su lugar de origen con una pequeña fortuna, se asentaron
en Santiago y conformaron una sólida familia.
De
su relato surge el rol cultural de las mujeres, guiando a los suyos dentro y
fuera del hogar, y, en su caso, manteniendo la tradición como
"puesteras" en el Mercado.
Asimismo,
al referirse a sus ingresos resalta la importancia material y simbólica de los
mismos para satisfacer las necesidades presentes y futuras del grupo doméstico.
Se gana buena plata con un
puesto en el Mercado. Por lo general, el común de la gente no tiene idea de lo
bien que se puede vivir con este trabajo. Mi hijo mayor es médico y su esposa
abogada. Se casaron antes de terminar sus carreras y yo los mantenía a los dos
en Córdoba. Al segundo, lo sigo manteniendo, a él y a su mujer. No quiero que
trabaje hasta que no termine sus estudios. Viven pegado a mi casa, pero en un
departamento independiente que es de mi propiedad.
Me siento muy satisfecha por
todo lo que tengo. Si no hubiese trabajado fuera de la casa no habría podido
darles a mis hijos todo lo necesario y algunos gustos también.
El
testimonio de Nora resalta la importancia de su rol de trabajadora -otra vez,
en el relato, surge la relevancia del trabajo en la conformación identitaria-
que posibilitó la consolidación y progreso de su familia. Siente satisfacción
por sus logros, como la graduación de sus hijos y pone en evidencia el papel
protagónico de las mujeres que toman las decisiones trascendentes en el seno
de la familia, como la de mantener a sus hijos mayores que aún no completaron
los estudios universitarios.
PROTAGONISMO
EN UNIDADES DOMÉSTICAS
Las
mujeres han sido protagonistas básicas de las unidades domésticas, abasteciendo,
sobre todo, las necesidades reproductivas[14]
de la familia. La crianza, socialización y cuidado de sus miembros, incluidos
aquellos considerados activos en el mercado de trabajo, son reconocidas como
funciones propias de su condición femenina. Pero estas tareas se vuelven
invisibles en el contexto productivo del mercado.
En
el imaginario colectivo las construcciones de género son ambivalentes (Scott,
1990; Lamas, 1993), porque si bien se asocia a las mujeres con la debilidad y fragilidad, también se
enfatiza en su constancia y fortaleza como cuidadora de la familia y
organizadora de las tareas que requiere la unidad doméstica.
Pareciera
ser que alimentar, controlar y velar por todos y cada uno de los miembros de la
familia es tarea exclusiva de la mujer, por sus cualidades
"típicamente" femeninas pero que, en realidad, han sido culturalmente
asignadas o que en términos de Berger y Lukman (1976) han sido construidas
socialmente. Su incondicionalidad,
demostrada en paciencia, constancia y entrega, es vivida por ellas con
naturalidad y resignación. El desempeño del rol de esposa-madre, como asimismo
el de hija, a menudo se asume como inmodificable e imposible de remplazar con
eficacia.
A pesar
de resultar el trabajo extradoméstico una necesidad ineludible para el presupuesto
familiar, es una fuente de reproches y culpas, que parecería merecer la sanción
de los otros y, curiosamente, de ellas mismas. De tal manera el trabajo de las
mujeres fuera de la casa es percibido como fuente de problemas y muchas veces
entra en conflicto con su rol doméstico.
Las
mujeres cuyas entrevistas se analizaron hasta ahora si bien valoran y, a
veces, añoran el trabajo fuera de la
casa, están convencidas de que su tarea principal es la de esposa-madre. Esto
las obliga a tratar de compatibilizar las demandas de un trabajo que posee
restricciones horarias, con las responsabilidades del hogar.
Debe
observarse que, en muchos relatos, la figura del esposo-padre tiene funciones
limitadas, cuando no está ausente. El protagonismo de las mujeres se manifiesta
en una clara tendencia hacia el matrifocalismo que lleva a desdibujar el rol
del esposo-padre.
Casa
y trabajo
La
responsabilidad de las mujeres en el manejo de las cuestiones familiares es
prioritaria para ellas y la sienten peligrar cuando se ven obligadas por
necesidades económicas a aceptar un trabajo fuera del hogar. Así lo
manifiestan los testimonios que siguen, aunque a pesar de ello no dejan de
valorar los beneficios sociales que otorga el trabajo formal. Doña Pocha nos
dice:
Me hubiese gustado aceptar
las propuestas de buenos trabajos que tenía en clínicas y sanatorios, pero no
podía dejar a mis hijos en manos de cualquiera. Así que decidí quedarme en
casa. Si hubiese tenido un trabajo seguro, tendría aportes jubilatorios y obra
social. Pero saliendo a trabajar uno abandona la casa, los hijos, todo...
El
relato de Nora refuerza la idea del mandato cultural aceptado como obligación
por las mujeres, al mismo tiempo que reconoce la necesidad del trabajo
extradoméstico:
Cuando mis hijos eran chicos
jamás los descuidé. Por la mañana, salíamos todos a la misma hora, mis hijos a
la escuela y yo al mercado. Por la
tarde, los llevaba conmigo al Abasto (mercado mayorista) o veníamos aquí a
ordenar la mercadería. Les hacía hacer los deberes sobre cajones. Así, mis
hijos no sufrieron nunca mi abandono. Hay otras mamás que por su trabajo no pueden atenderlos como
debieran, como mi nuera de Córdoba que tuvo que mandar a la chiquita a la
guardería, pobrecita!
Si yo no hubiese trabajado
fuera de la casa, estoy segura que igual hubiese tenido el respeto y valoración
de mi familia, pero nos hubiesen faltado muchas cosas, quizás lo elemental.
Tampoco habrían podido estudiar en la universidad.
Otro de los roles básicos de la mujer dentro
del hogar es el de sostén emocional. Las frustraciones y tensiones que viven
los varones jefes de hogares, al quedar desempleados y no poder cumplir con su
función de aportantes de ingresos, provoca situaciones de violencia en el seno
de las familias. Muchas mujeres, principalmente de sectores populares, viven
estas circunstancias con sometimiento y resignación, justificando inclusive
actitudes de maltrato e intentando con su entrega proteger a la familia.
Teresa relata
así su experiencia:
Recién pude separarme de mi
marido el anteaño pasado. Estaba cansada de los golpes e insultos. Eso duró
como cuatro años, él no era así antes. Desde que lo dejaron afuera, trabajaba
como mozo en un restaurante que se fundió, se dedicó a la bebida. Antes tomaba, pero poco. Yo aguantaba por los
chicos, el menor tiene 6 años y mi
marido algunas changuitas hacía que servían para parar la olla. Me daba miedo
quedarme sola. Pensaba que no iba a poder conseguir trabajo para mantenerlos.
El siempre me decía que si no hay trabajo para los hombres, menos hay para las
mujeres.
El
caso de Teresa, representa el protagonismo de muchas mujeres, que, con su accionar,
deciden el destino de toda la familia. Perciben el trabajo fuera de la casa como una necesidad imperiosa, a pesar de
considerarlo también una fuente de problemas para la atención de los hijos.
Esta ambigüedad de situaciones lleva a las mujeres a sentirse culpables y en
sus argumentos remarcan lo inevitable de su “abandono” del hogar.
Estoy trabajando bastante,
por suerte. No quiero que a mis hijos les falten las cosas más necesarias.
Cuando salgo a trabajar, mi
hija, la mayor de las mujeres, que tiene 17, se hace cargo de los hermanos más
chicos. Pero yo igual estoy intranquila, sin ver la hora de volver a casa.
Cuando llego, los chicos corren a recibirme demandándose entre ellos y muchas
veces me encuentro que no terminaron los deberes. Por eso me parece que las
cosas no marchan si no estoy yo.
Se
debe reconocer que, por lo general, para una fracción importante de mujeres
pertenecientes a los sectores populares[15]
la construcción de la identidad
femenina está centrada en la maternidad,
ya que los condicionamientos sociales y culturales orientan a las
mujeres desde pequeñas hacia un destino muy preciso: ser madres. Su historia
infantil es muy diferente de la del varón; la de ellas está relacionada con
cuidar y servir a los demás. Esto parece decisivo y marca una desigualdad
social entre los géneros.
Las
mujeres nacen y crecen socializándose en un mundo que identifica la condición
femenina con la subalternidad. Esto posee serias implicancias en la valoración
social de las mujeres y también en su autoestima, lo que suele ser determinante
en los momentos trascendentales de toma de decisiones.
La
imagen popular de mujer-madre es la única identidad posible para algunos sectores
de la sociedad. Esa construcción de identidad de género focalizada en la
maternidad, lleva a las mujeres a culpabilizarse por trabajar fuera del hogar y
no poder destinar más tiempo a la atención de su familia.
INEQUIDADES
DE GENERO EN EL MERCADO LABORAL
El
incremento de la participación de las mujeres urbanas en el mundo del trabajo
extradoméstico, tanto de jóvenes solteras como de mujeres casadas, tuvo
profundas consecuencias en la organización doméstica y familiar, como se señaló
anteriormente.
En
Santiago del Estero, significativos niveles de participación laboral se
verifican en las mujeres de entre 20 y 34 años, es decir en pleno período de
procreación, que es el que mayores dificultades ofrece para compatibilizar el
trabajo doméstico con el extradoméstico. Este fenómeno de permanencia en la
actividad, de no retiro del mercado laboral en las etapas reproductivas, ha
sido verificado en diversos contextos latinoamericanos (Arriagada, 1997), y se
encuentra vinculado con la necesidad de incorporar nuevos aportantes a los
ingresos familiares en contextos recesivos y por la caída general de los
salarios, pero también se relaciona con el aumento de los niveles educativos
femeninos particularmente entre las mujeres de los sectores medios. La
educación ayuda a ampliar la autonomía de las mujeres, así como a mejorar su
autovaloración; pero además, resulta lógico que ellas quieran ver los retornos
económicos de la inversión hecha en su educación. Por ello la mujer se
incorpora al mercado de trabajo, resultando de esto que tanto en los sectores
medios como en los populares, el bienestar económico de la familia dependa
crecientemente del aporte de ambos cónyuges.
A
pesar de este reconocimiento, en el mercado de trabajo persiste una fuerte segmentación
ocupacional entre los géneros, principalmente desde la óptica de la demanda de
mano de obra (Anker, 1997). De tal forma, a las mujeres se les impone una menor
diversidad de opciones ocupacionales que a los varones, concentrándolas en
actividades y tareas que una persistente rutina cultural considera como
"típicamente femeninas", en el sector comercio y en los servicios, en
tareas que requieren cuidado y atención personalizada a terceros. En esta
perspectiva, se debe tener presente que en Santiago del Estero en
sólo tres actividades consideradas como "típicamente femeninas" -la
enseñanza, los servicios de salud (básicamente, enfermería) y el servicio
doméstico- se concentraba más de la
mitad del empleo femenino (Ruiz, 1999). E, inclusive, si a esas tres actividades
se les suma el comercio minorista y la administración pública se arribaría al
82% del total, lo que manifiesta la escasa diversificación de la estructura del
empleo femenino y su restricción a muy pocos rubros. (Ibid.)
En
la década del 80, en la Argentina, las mujeres que más aumentaron su
participación laboral fueron las profesionales y las trabajadoras de comercio
(Jelin, 1998). En el primer grupo se encuentran las mujeres que pudieron acceder
a la educación superior, mientras que en el comercio se insertaron mayormente
como trabajadoras en el sector informal y, en menor medida, como dependientas
de tiendas.
Con
respecto a los ingresos, se puede afirmar, teniendo en cuenta los datos del “Informe
sobre desarrollo humano” (PNUD, 1995), que tanto en países desarrollados como
en los que se encuentran en vías de desarrollo, sólo un tercio del trabajo de
las mujeres es remunerado. Son los hombres quienes reciben la mayor parte del
ingreso y el reconocimiento por su
contribución económica, mientras que el trabajo de las mujeres permanece no
reconocido y subvalorado.
Si
bien las mujeres han avanzado considerablemente hacia la igualdad en materia de
educación y salud, persisten inequidades de género respecto a su participación
en las esferas política y económica (Mouffe, 1998). Es evidente el poco
aprovechamiento de la capacidad adquirida por las mujeres, porque esa mayor
capacidad se enfrenta a las limitadas oportunidades que les ofrece el mercado
de trabajo. Así es como muchos puestos de trabajo con remuneraciones altas o
que impliquen adoptar decisiones siguen cerrados a las mujeres.
En
el plano político, si bien las mujeres constituyen la mitad del electorado, son
los hombres los que tienen casi el monopolio de este espacio. Por esta razón,
en la mayoría de los países, las mujeres tienen un escaso acceso en las
legislaturas.
Pero,
un dato alentador es la creciente proporción de la participación social y
política femenina, tanto en Santiago del Estero y como el conjunto de la
Argentina, en ámbitos que no son los de la esfera política tradicional, sino
que se encuentran vinculados a esferas más próximas a la sociedad civil, como
son, entre otros, las organizaciones no gubernamentales, los emprendimientos de
desarrollo local y municipal, y en una constelación de movimientos sociales
con objetivos diversos, pero convergentes, como son los movimientos por los
derechos humanos (cuya histórica base de partida fueron Las Madres de Plaza de
Mayo), las Ligas de Amas de Casa, las Asociaciones Vecinales, las Madres del
Dolor (organización de protesta contra los atropellos y la corrupción policial
de muy activa participación en Santiago del Estero), etcétera.
Dos mujeres profesionales
Finalmente,
presentamos los testimonios de dos mujeres profesionales -Catalina y Marta-,
que expresan su percepción sobre el mundo laboral y sociopolítico de una provincia
tradicional.
Catalina,
abogada, experta en derecho laboral y con amplia trayectoria en su profesión,
se desempeñó como asesora jurídica de la oficina local del Ministerio de
Trabajo de la Nación. En la actualidad patrocina a varias empresas comerciales.
Ni en mi trabajo en el Ministerio,
cuando defendía a obreros, ni en la actualidad en que patrocino a empresas, se
me planteó algún caso de segregación laboral femenina, por lo menos que lo
tenga presente en este momento.
De los sueldos puedo decir
en base a mi experiencia que son
iguales para ambos sexos. Con respecto a los cargos jerárquicos en el comercio,
depende de cada empresa, algunas prefieren encargados, gerentes o jefes de
ventas hombres y otras mujeres.
Pero en la política, en
cuanto a cargos se refiere, como diputados por ejemplo, es evidente que está en
manos de hombres, salvo áreas determinadas que son manejadas por la Rama
Femenina (peronista). Los cargos importantes en el gobierno, como ministros y
asesores, están desempeñados en su mayoría por varones. Y en el sector privado,
como los colegios profesionales y la Cámara de Industria y Comercio, tienen
sus comisiones directivas integradas casi exclusivamente por hombres. Lo mismo
sucede con los bancos, empresas de seguros, inmobiliarias, cuyos directivos son
varones. En la Justicia sí hay muchas mujeres, salvo en el fuero penal, que es
un territorio típicamente masculino.
En
opinión de Catalina la segregación ocupacional basada en el género no sería tan
fuerte como la discriminación que sí está presente en la dirigencia política y
en los cargos gubernamentales de mayor jerarquía, así como en los puestos
claves que impliquen toma de decisiones en el sector privado.
En
tanto que Marta, profesora en Letras, que se desempeña como principal dirigente
del gremio que nuclea a los docentes de la enseñanza media y superior
(CISADEMS), proporciona una caracterización precisa de las formas que asume la
discriminación.
La discriminación en
Santiago es más bien política e ideológica. En los cargos públicos no están los
más capaces, sino los partidarios del gobierno de turno. Eso es
tradicionalmente así, cualquiera sea el color político de los gobernantes. En
la actualidad, por el peso político de la esposa del gobernador, que lidera la
Rama Femenina peronista, se nota la participación de ella y de las principales
dirigentes en la toma de decisiones del gobierno.
En cuanto a los gremios, es
en el de los docentes y en el de los empleados públicos, donde la participación
femenina es muy importante. En el nuestro cerca del 80 % de la comisión
directiva está compuesta por mujeres, porque nosotras somos mayoría en la
actividad docente.
Estos
testimonios refuerzan conceptos vertidos con anterioridad. Las mujeres, si bien
pueden ser reconocidas como buenas profesionales, llegan hasta cierto escalafón
en la jerarquía del poder político o económico. La toma de decisiones
importantes, permanece en manos de los hombres, principalmente de aquellos que
puedan conciliar relaciones políticas y económicas. Se torna evidente así la
subutilización en el mercado de trabajo de la mano de obra femenina calificada,
remunerándola por debajo del nivel de educación alcanzado y segregándola hacia
ocupaciones sin responsabilidades de decisión.
ACOTACIONES FINALES
Los testimonios de mujeres trabajadoras
examinados a lo largo del texto, y sobre todo la significación que ellas
atribuyen al desempeño de sus prácticas laborales -tanto las que realizan a
través del mercado, como las que se vinculan con la reproducción doméstica-
permiten corroborar las apreciaciones de diversos autores (entre ellos,
Arriagada, 1997; Abramo, 1997 y Sautu y Di Virgilio, 1999) en el sentido de que
las motivaciones para la incorporación femenina en el ámbito laboral no pueden
agotarse en explicaciones monocausales, ya sea de naturaleza económica,
demográfica o cultural.
De
tal suerte, en distintos contextos socioeconómicos o aún en diferentes etapas
de los ciclos de vida, las razones que dan cuenta de la inserción laboral de la
mujer pueden provenir, por ejemplo, tanto del incremento de los niveles
educativos femeninos, como de los efectos de la crisis económica que plantea
la necesidad de generar nuevos aportantes de ingreso, o bien de mutaciones en
los comportamientos reproductivos.
Los
estudios sobre la condición de la mujer generalmente pretenden poseer derivaciones
normativas: se espera que los desarrollos descriptivos y las profundizaciones
analíticas sustenten líneas de acción y propuestas de políticas. En el marco de
este artículo, no estamos en condiciones de formularlas, pero sí quisiéramos
hacer presentes algunos elementos de juicio que nos parece podrían constituirse
en puntos de partida en la elaboración de la temática.
En
principio, de acuerdo con distintas evidencias, en América Latina, ni la
obtención de sustantivas metas macroeconómicas, ni siquiera la erradicación de
la pobreza, parecen garantizar la supresión de inequidades de género (CEPAL,
1997a). Porque éstas, según Tilly (2000) deben ser explicadas en términos de
"distribuciones categoriales", esto es como desigualdades persistentes y sistemáticas, adentradas tan
profundamente en la vida social que "en rigor no resulta necesario un acto
voluntario de discriminación para mantener la desigualdad de género"
(Milkman y Townsley, 1994).
Por
otra parte las estrategias de reivindicación tendrían que evitar incursionar en
énfasis esencialistas de la identidad femenina y reconocer la existencia de
diversidad de situaciones y, consecuentemente de una diversidad de feminismos,
insertando las luchas emancipatorias de la mujer en el proceso de búsqueda de
una democracia plural y radical (Mouffe, 1998).
En
la actualidad, las demandas de justicia social parecieran agruparse en torno a
dos ejes: por un lado los "reclamos redistributivos" que buscan un
reparto más justo de recursos y bienes, y por otro los "reclamos de
reconocimiento" tendientes a instaurar un mundo que acepte las
diferencias. Según Fraser (1998: 17 y ss.) dentro del feminismo se han ido
distanciando progresivamente las tendencias que consideran a la distribución
como el remedio para eliminar la dominación masculina, de aquellas posturas que
afirman que la solución pasa por el reconocimiento.
Ambos
enfoques pueden expresarse de la siguiente manera: mientras que el paradigma
de la redistribución enfatiza en las políticas de la igualdad (en el ámbito de
lo social), el paradigma del reconocimiento se centra en las políticas de la
diferencia (en el ámbito de lo cultural). El primero privilegia las políticas
de clase, en tanto que el segundo las políticas de identidad; asi también,
mientras que el primero pone el acento en la igualdad el segundo lo hace en el
multiculturalismo.
Aunque
la perspectiva redistribucionista privilegia un cambio económico, mientras que
el enfoque del reconocimeinto promueve un cambio valorativo y cultural, Fraser
señala que ambos paradigmas no son, ni debieran resultar, antitéticos, sino que
ambos deben integrarse en una concepción "bivalente" de la justicia y
la equidad.
Los
testimonios de las trabajadoras santiagueñas entrevistadas en nuestra investigación
muestran la convergencia de motivaciones redistribucionistas y económicas con
reclamos identitarios y valóricos. Tal complementariedad no es el resultado de
ensamblar las perspectivas de distintas mujeres, sino que en el discurso de
cada una de ellas se superponen -se solapan- preocupaciones tanto por la
segmentación como por la segregación ocupacional: la primera de base económica
(preocupación en torno a los diferenciales de ingreso), la segunda de base
valórica (preocupación por la discriminación).
Finalmente,
destacamos dos aspectos que aparecen con regularidad e insistencia en los
relatos de las entrevistadas. Uno de ellos vinculado con la reveladora
significación que se asigna a la captación de ingresos por parte de la mujer en
el proceso de afirmación identitaria y en las disputas por el poder en el
ámbito doméstico. En tanto que el otro aspecto a resaltar se muestra como una
nota característica de Santiago del Estero -en rigor, también de otras
sociedades tradicionales del interior de la Argentina-, y es la percepción de
que las serias dificultades que plantea la búsqueda de trabajo a menudo
fortalece la estructuración de relaciones de clientelismo político: en
contextos de alto y prolongado desempleo, para muchos miembros de los sectores
populares, las posibilidades de inclusión pasan a depender de la afiliación
política forzosa y de la incorporación a redes clientelares.
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Notas
Parte de los materiales de campo de campo del presente artículo provienen de la tesis de Maestría en Desarrollo Económico de la Universidad Internacional de Andalucía de Graciela Ruiz. Para la presente versión se realizaron nuevas entrevistas
Graciela Ruiz: Programa de Investigaciones sobre Trabajo y Sociedad (PROIT) del Instituto de Desarrollo Social (INDES) de la Universidad Nacional de Santiago del Estero (UNSE). Particular: Avenida Roca (sur) 980, telef. (54 385) 421 5585, CP 4200, Santiago del Estero, Argentina, e-mail gruiz@unse.edu.ar.
Carlos Zurita: PROIT-UNSE. Particular: Jujuy 587, telef. (54 385) 421 4098, CP 4200, Santiago del Estero, Argentina, e-mail czurita@unse.edu.ar
[2] Esta es una característica típica de la fuerza de trabajo femenina de la clase media urbana, pero también es cierto que en los sectores populares de la Argentina la incidencia del analfabetismo es mayor entre las mujeres (Cortés, 1995).
[3] En Santiago del Estero las mujeres poseen mayores niveles de permanencia en el sistema educativo que los varones, tanto si se toma en cuenta a la población total como a la población ocupada. En rigor, algo similar acontece en el conjunto de Latinoamérica, donde el promedio de años de escolaridad de las mujeres es de 9 frente a los 8 años que corresponden a los varones (Arriagada, 1998 y Abramo, 1999).
[4] Cuando nos referimos a la ciudad de Santiago del Estero, señalamos al espacio urbano que la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) considera como "aglomerado Santiago del Estero-La Banda" y que comprende una población de alrededor de 300.000 habitantes.
[5] La tasa de subocupación "visible", también conocida como subocupación "horaria", capta a aquellas personas ocupadas que trabajan menos de 35 horas a la semana pero que desean trabajar más horas.
[6] La segregación ocupacional de las mujeres adultas y de los jóvenes de ambos sexos en Santiago del Estero es examinada en Zurita, Ruiz y Fornés (2000). Entre las diversas evidencias aportadas sólo basta con recoger las siguientes: de cada 100 mujeres que trabajan 30 son empleadas domésticas, en tanto que el 42% del total del desempleo se concentra entre los jóvenes de 15 a 24 años.
[7] La cuestión de la invisibilidad y de las formas "atípicas" de empleo, cuyo registro estadístico resulta muchas veces dificultosa, es particularmente grave en el caso de la mano de obra femenina (Pollack, 1997)
[8] Los mecanismos de funcionamiento del clientelismo político en Santiago del Estero son exhaustivamente analizados por Auyero (2000) y Farinetti (2000)
[9] El envío de ayuda es una estrategia regular en los sectores populares. El envío de giros y remesas de dinero por parte de los migrantes santiagueños hacia sus familias campesinas de origen ha sido estudiado por Hadis (1973) y por Forni; Benencia y Neimann (1992). Comportamientos similares por parte de las empleadas domésticas santiagueñas que envían remesas desde Buenos Aires es señalado por Zurita (1983), en tanto que una manifestación similar fue advertida en México por Arizpe (1979).
[10] La gravedad del problema de la reinserción laboral en contextos de alto desempleo, se advierte por el hecho de que Cristina se considera "vieja" (o el mercado de trabajo la considera "vieja") no obstante tener 40 años de edad.
[11] La afirmación de la entrevistada de que el último recurso para conseguir empleo -es decir, para ser incluida socialmente- es apelar a la protección de los caciques políticos, hace referencia a uno de los componentes estructurales de la sociedad santiagueña, es decir a un sistema de dominación sustentado en el autoritarismo y en el uso clientelar de los recursos del Estado. Sobre el sistema de patronazgo, y particularmente, del clientelismo político en Santiago del Estero, existen diversos aportes e interpretaciones en Forni et al. (1992), Farinetti (2000), Auyero (2000), Dargoltz (1996), Tasso (1997) y Zurita (1999). Un aporte pionero sobre la cuestión, lo constituye Land tenure in Santiago del Estero, que fue la tesis de doctorado en Antropología de 1972 en la Universidad de Oxford, realizada por la antropóloga santiagueña Hebe Vessuri.
[12] El término "juarismo" denomina a la configuración política peronista que ha sido dominante en la provincia de Santiago del Estero en los últimos 50 años. Su líder, Carlos Juárez, estructuró un sistema de dominación que ha tenido vigencia tanto en periodos democráticos, como en gobiernos militares. El juarismo se caracteriza por un estilo de dominación autoritario, con un poder fuertemente concentrado y con la permanente apelación a prácticas de clientelismo y corrupción. Posee su más significativa base de sustentación electoral en las amplias áreas rurales de la provincia, aunque también recibe el apoyo de sectores populares urbanos. El fenómeno del juarismo ha sido examinado por los autores mencionados en la nota al pie anterior.
[13] Como se recordará, en el caso de Teresa, su separación y la asunción del rol de jefa de familia y trabajadora le posibilitó estructurar un proceso de afirmación de su identidad personal y laboral y de valoración de sus nuevos roles familiares.
[14] El aporte de las mujeres a las necesidades productivas resulta cada vez más significativo, aunque todavía continúa operando una suerte de mitificación que asigna al hombre el rol de proveedor y abastecedor casi exclusivo de las demandas productivas y económicas del grupo doméstico.
[15] Si bien la significación de la maternidad como "destino femenino" puede constituirse en relevante para muchas mujeres de los estratos bajos, no acontece algo similar para otros colectivos de mujeres, por ejemplo para las pertenecientes a los sectores medios de los grandes centros urbanos.
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