Una nueva mirada sobre Víctor Jara
Por Germán Uribe
"Te recuerdo Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha, la lluvia en el
pelo,
no importaba nada, ibas a
encontrarte con él…".
Gracias
a la presión ejercida por numerosos grupos de
artistas como Illapu, Inti Illimani, Conmoción,
Sol y Lluvia, Preludio, Francesca Ancarola y
José Seves, entre otros, un juez chileno, en una
acción largamente esperada, acaba de reabrir el
caso del crimen del cantautor chileno Víctor
Jara, asesinado el 16 de septiembre de 1973 en
un estadio de Santiago al que fue remitido junto
a 5 mil personas más por las fuerzas represivas
de la dictadura militar de Augusto Pinochet que
venían de derrocar al gobierno de Salvador
Allende apenas cinco días atrás.
Aparentemente, y según testigos,
un oficial del Ejército al que llamaban "El
Príncipe", luego de torturarlo le habría dado
muerte. Hoy, difícilmente se sabe de la
identidad precisa de la soldadesca que participó
en aquella brutal carnicería humana, pero todos
los chilenos saben, sí, que el nombre actual del
estadio es el de quien fuera el símbolo musical
de la resistencia en aquel sangriento golpe de
Estado.
En cuanto a sus manos, que a
partir de su muerte pasaron a ser leyenda,
existen dos versiones. De un lado, la de quienes
afirman que tras recibir fuertes golpizas y
soportar diversos métodos de tortura, estas
manos que alegremente rasgaban la guitarra para
distraer el miedo mientras animaban el
descontento, le fueron trituradas con las
culatas de los fusiles hasta dejarlas desechas,
y del otro, la de quienes se aventuran a
asegurar que ambas le fueron amputadas. Lo
cierto es que inmediatamente después, como lo
estableció en 1990 la Comisión de Verdad y
Reconciliación, su cuerpo fue arrojado a unos
matorrales cerca del Cementerio Metropolitano
para ser llevado más tarde a la morgue como NN,
en donde sería reconocido por su esposa, la
bailarina inglesa Joan Turner:
"Tenía los ojos abiertos y
parecía mirar al frente con intensidad y
desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y
terribles moratones en la mejilla. Tenía el
pecho acribillado y una herida abierta en el
abdomen; las manos parecían colgarle de los
brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas
las muñecas; pero era Víctor, mi marido, mi
amor".
Pero veamos quién fue Victor
Jara, aquel joven campesino que solía repetir
que su canto era "una cadena sin comienzo ni
final", y que, no obstante, terminó componiendo
desde sus propias entrañas sangrantes un himno
al sacrificio por defender la democracia y
resistirse al fascismo.
Indiscutible referente de la
música contestataria latinoamericana y fiel
testimonio artístico de expresiones populares de
protesta, había nacido el 28 de septiembre de
1932. Músico, cantautor y director de teatro,
era hijo de Manuel Jara, un "parcelero de
alquiler", y de Amanda Martínez, lavandera,
guitarrista y cantante a quien le heredó su
pasión musical determinada por la tarea de
interpretación y compilación folclórica que ella
cumplía, y quien a causa de las ásperas
relaciones de Victor con su padre, se constituyó
en la impulsora y mentora de su vocación.
En
1944 se trasladó desde su pueblo natal a
Santiago. Allí, estudió contabilidad, ingresó al
Seminario devastado por la muerte de su madre y
cumplió con el servicio militar obligatorio. En
el 53, hizo parte del coro de la Universidad de
Chile para interesarse luego por la actuación y
la dirección en la Escuela de Teatro de la misma
Universidad. Gracias a la crítica especializada,
a numerosos premios y a un público que lo
enalteció, pronto se convertiría en una figura
sobresaliente de la escena chilena, afianzándose
durante la década del 60 como uno de los más
importantes directores del teatro chileno de su
tiempo.
Por la misma época, y consciente
de que la música era la esencia de su existencia
social, participa con el grupo Cuncumén, es
director artístico del conjunto Quilapayún,
colabora con Inti Illimani y hace parte de la
célebre Peña de los Parra. Él y ellos,
iluminados todos por el contenido cultural y
político de su actividad artística.
Solista y compositor, sus
canciones se expandieron rápidamente en el sur
del Continente y gozó de una discografía
considerable.
En todo caso, creo que la mejor
manera de recordar a Victor Jara ahora que
sabemos de la nueva mirada que la
justicia chilena deposita sobre él en el empeño
de no dejar impune su crimen, es volviendo a lo
que le escribiera Ángel Parra en 1987 desde
París:
"Querido Víctor: …Me acuerdo
perfectamente de tu claridad y seguridad en tus
pasos, aventuras y destinos… Me acuerdo que la
Viola (Violeta Parra) me decía, aprende,
aprende. Espero haber aprendido algo. Por
ejemplo, la humildad, el heroísmo no se vende ni
se compra, que la amistad es el amor en
desarrollo, que los hombres son libres solamente
cuando cantan, flojean o trabajan, chutean el
domingo la pelota o se toman sus vinitos en las
tardes, le cambien los pañales a su guaguas,
distinguen las ortigas del cilantro, cuando
rezan en silencio porque creen y son fieles a su
pueblo eternamente como tú… También quiero
decirte al despedirme que París está bello en
este invierno, que mi patria la contengo en una
lágrima, que vendré a visitarte en primavera,
que saludes a mis padres cuando puedas, que
tengo la memoria de la historia y que todo
crimen que se haya cometido deberá ser juzgado
sin demora, que la dignidad es esencial al ser
humano, que el año que comienza será ancho de
emociones, esperanzas y trabajos sobre todo para
ustedes, Víctor Jara, que siembran trigo y paz
en nuestros campos".