El discípulo

 

Nadie puede llamarse discípulo

Sino quien quiere ser servidor.

Nadie puede decir que él es luz

Sino quien, penetrado de amor

Indecible, en la faz misteriosa

De su hermano descubre al Señor

 

Nadie puede brindar el consuelo

Sino aquel que conoce el dolor.

Nadie puede prestar testimonio

Sin vivir la palabra de Dios

Con la cual, si se pierde a si mismo,

Gana al fin la alegría mejor.

 

Nadie puede entregar su ternura

Sin heridas en su corazón.

Nadie puede decir que perdona

Sin sentir en su vida el perdón

Que lo lanza a entregarse en las manos

Traspasadas de Cristo el Señor

 

Nadie puede decir que comparte

Si no da con total donación.

Nadie puede expresar la locura

del mensaje, si no se entregó

a si mismo con todo el impulso

de su vida ante Quien lo llamó.

 

Nadie puede pensar que es semilla

Si no ha sido un audaz sembrador

El que sabe que nunca cosecha

Sin un largo silencio interior,

El apóstol que sabe que el trigo

que se muere da fruto mayor.

 

 

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