El Hombre Del Campo

El cielo estaba negro como tela del luto y las estrellas impresionaban la vista, estaban en todas partes y el espectáculo de su belleza era majestuoso. Las copas de los árboles apenas se distinguían, allá en la distancia se confundían con las lomas. La luna estaba a medias, y su tenue luz cubría la faz del conuco. Los grillos cantaban aún sus serenatas y de vez en cuando se escuchaba, a lo lejos, el canto de uno que otro gallo.

Ya Ramiro se había levantado. Hombre de campo, laborioso, no conocía las letras peros sus manos cantaban la melodía del duro trabajo. Alzó su vista al conuco, la extendió hasta sus límites. Lo diminuto de las plantas lo asemejaban a una alfombra. Marchó, adelante con pasos firmes, como soldado del trabajo.

Cae la tarde, ya el sol se oculta entre las azuladas lomas y las nubes reflejan el rojo que declara el fin del día.
La suave brisa de la tarde sopla y acaricia la piel del labriego, piel bañada en sudor, piel castigada por el sol, piel morena, piel que no se doblega ante los afanes, piel que no conoce de comodidades; porque es piel de labriego, de hombre de campo, de hombre olvidado.


Yoryi Marte
Septiembre 25, 1999.

IVE

¡Cómo te imagino!

Te imagino sentada,
en una mesa frente a mí
mientras escribo, tú me observas
miras cada parte de mi rostro,
examinas cada rincón de mi ser.

Tus ojos escudriñan mi piel,
mis mejillas, mi barbilla.
Mis labios son apetitosos,
mis ojos tiernos y castaños.

Tu corazón late aprisa
porque estoy cerca de ti,
tu respiración es cortante,
de cuando en vez un suspiro
sale de entre tus labios
con acertado disimulo,
para que yo no sepa la verdad.

Tú estas frente a mí,
levanto la vista lentamente,
tampoco quiero que sepas la verdad,
mis ojos alcanzan los tuyos,
y en un rápido movimiento
retiro de ti mi vista,
retornándola al inerte papel.

Levanto mis ojos nuevamente,
cuando sé que no me miras,
mis ojos caminan tu piel
blanca, limpia, radiante
tus labios son pétalos de la
más exquisita flor,
tu cabello brilla con el sol,
me deslumbra el solo mirarte.

Mi corazón desfallece al mirarte,
estas tan cerca y tan lejos,
solo a un metro, mas a mucho tiempo

Vuelvo al triste pedazo de papel,
a mis grafos y trazos,
que van de aquí para allá,
sin elocuente sentido.

Tú miras mis manos,
miras lo que escribo.

Te acercas a mí por detrás,
tus brazos arropan mi espalda
y uno de ellos en mi hombro descansa,
acercas tus labios a mis mejillas
como quien se interesa en lo que escribo,
pero no, el temor te aleja,
así te retiras otra vez frente a mí.

Yo levanto mi vista una vez más,
nueva vez nuestros ojos se entremezclan,
lenta y suavemente nos miramos por completo.

Nuestras miradas recorren nuestros rostros,
nuestros corazones arremeten,
sudor baja nuestras frentes.

Tan solo nos miramos unos míseros segundos
que a nosotros nos parecieron horas,
la razón hace tiempo escapó
y se llevó a la cordura con ella,
no pudo más que dejar al amor,
con su fiel compañera la pasión.

Estás justo frente a mí,
tu codo en la mesa apoyado
mientras tu mano sostiene tu cabeza.

Sin darte cuenta dejas escapar,
tan leve sonrisa,
que hubiese pasado desapercibida
en cualquier otro momento,
pero no, no en este, no ahora.

Me acerco con suavidad,
yo avanzo, tu cierras tus ojos,
mi corazón se derrite,
el tuyo se estremece.

En un suspiro eterno,
nuestros labios se encuentran.

Mis manos acarician tu rostro,
las tuyas se enredan en mi pelo,
suavemente nos separamos
y nos miramos a los ojos.

Mis dedos se deslizan,
de tus mejillas a tu cuello,
las tuyas navegan mis labios
de un extremo al otro.

Suavemente te inclinas a mí,
y dejas reposar tu cabeza en mi pecho
y en un mar de pensamientos y caricias,
nos sorprendieron las horas.


Yoryi Marte
Julio 11, 2001.

LEY

Hijo,
Si quieres amarme
bien puedes hacerlo;
tu cariño es oro
que nunca desdeño.
Mas quiero comprendas
que nada me debes;
soy ahora el padre,
tengo los deberes;
nunca en las angustias
por verte contento,
he trazado signos
de tanto por ciento.

Ahora, pequeño,
quisiera orientarte:
mi agente viajero
llegará a cobrarte;
será un hijo tuyo
gota de tu sangre,
presentará un cheque
de cien mil afanes...
Llegará a cobrarte
y entonces, mi niño,
como un hombre honrado
a tu propio hijo deberás pagarle!


Rudyard Kipling