Antonio Paiva. 1999
Hace poco menos de tres años que funciona en la universidad de Utrecht uno de los edificios emblemáticos de la arquitectura holandesa reciente, el Educatorium, obra de Office for Metropolitan Architecture (OMA), el taller de Rem Koolhaas.
En este corto periodo, el Educatorium ha logrado la atención mundial de las revistas especializadas, de los arquitectos y estudiantes, más las intimidades de su uso revelan otros elementos de su carácter como objeto arquitectónico, así como también del modo holandés del uso de las cosas.
Para empezar, el Educatorium es querido, admirado, comentado y fotografiado por todas las publicaciones de arquitectura, pero le es indiferente y hasta molesto a sus usuarios finales. Por un lado, no falta un día de la semana en que los peregrinos de la arquitectura ronden al edificio asombrados, estupefactos o calculando ángulos y fotos, tratando de sacar lo más posible a su visita. Son silenciosos cofrades que parecen flotar boquiabiertos en los laberínticos atajos del Educatorium. Por otro lado los estudiantes y docentes aceptan que allí esta la cantina, lugar inevitable del tradicional almuerzo ligero holandés. Miran con fugaz asombro a los visitantes arquitectos y se resignan a los anti-lugares del edificio.
El Educatorium es tránsito, espacios de paso o estancias puntuales y especificas. Quizás son los turistas quienes con su paso efímero están más a tono con el espíritu volátil del edificio. Porque este impresionante edificio no contiene ningún cuerpo, ninguna facultad, ningún instituto, tiene función pero no contenido.
Contiene, eso si, una cocina y un comedor que es usado por la mayoría de los ocupantes del edificio Van Unnik (la sempiterna torre de fondo en las fotos internacionales), lo cual garantiza una ocupación cíclica y segura de uno de los espacios más importantes de la obra. Aún así, no hay posibilidad de apropiamientos en el Educatorium. El mismo comedor, con su paradójica variedad de columnas dentro de la sencillez exagerada del concreto, no acepta rincones cotidianos o reconocibles. Las dos superficies, el comedor de la planta baja y la mezzanina íntima, están llenas de sorpresas y variaciones: las mesas y sillas son como tribus en la amplitud del comedor: hay mesas normales de catalogo industrial, mesas coloridas de tinte optimismo moderno, sillas del legendario diseñador holandés Gipsen, en distintos tipos de tapicería y composición; ésta también una enorme y larga mesa fija, un alarde manierista de concreto, acero y madera.. La sorpresa es que cada día aparecen las mesas arregladas de forma diferente en el gran comedor. Lo que ayer eran largas filas de mesas, hoy son mesas individuales arregladas en damero, si ayer la mitad de la sala estaba reservada, hoy vale sentarse donde sea, si ayer todas las sillas azules en hilera, hoy van alternadas con las violeta. También lamparas y cambios en la textura del techo (la cara inferior de la losa de concreto que recorre todo el edificio) llaman a definir áreas y territorios en el comedor que desaparecen en la neutralidad y movimiento del mobiliario.
Luego de dos años de uso, se comienza a aceptar esta estrategia de confusión. Lo más interesante, esta estrategia de inestabilidad parece estar dirigida a una característica típica de la sociedad holandesa: el club, la sociedad, el pequeño grupo. No es extraño ver a la hora del almuerzo que todo un departamento de 30 personas se sienten juntos a comer, nada especial, sino fuera por el hecho que eso ocurre todos los días del año. Los arreglos que hacen los administradores del restaurante, o la orden de algún arquitecto perverso, diluyen y atacan esta tradición.
Para los estudiantes, hay todavía algo más. El Educatorium es, principalmente, un edificio para exámenes masivos. Pocos estudian en el Educatorium, las clases son escasas (casi siempre lecciones magistrales en alguno de sus dos auditorios), es más bien un instrumento para examinar. En sus salas acristaladas y amplias, se transmite una sensación de espacio auto-contenido muy fuerte. Salas luminosas, pupitres perfectamente alineados, pizarrones de pared a pared a todo la altura, fachadas transparentes, en fin, la escenografía del examen a su máxima expresión.
La señalización recuerda toda este montaje, al recurrir a símbolos y letras griegas, la desorientación (para aquellos que ignoren el griego básico de las ciencias y las matemáticas) es tremenda. Los exámenes pueden ser en megarón, theatrón, alfa o beta, y los baños corresponden a Marte y Venus. Sin olvidar el guiño a la escritura en la fachada, recurso clásico rescatado y valorado por Robert Venturi, cuando lo único legible son los versos que flotan en las paredes de vidrio de la primera planta. Textos que hablan del reflejo, la ambiguedad, lo transparente, pero que realmente previenen a pajaros y personas de estrellarse contra los vidrios invisibles.
Hay que reconocer el uso no convencional pero acertado de los materiales: vidrio, concreto, laminas onduladas, aluminio, paneles de madera, metal galvanizado, resinas industriales, etc.; tanto como la calidad de la composición tridimensional del objeto. Es interesante descubrir en un edificio de programa múltiple y de ocupación flexible, que los puntos de inflexión en los recorridos, los pocos lugares estables, son, por la convergencia del detalle, materiales y composición, eventos brillantes y válidos de arquitectura. Sus oasis, son perfectos remansos dentro de la dureza de los demás espacios: texturas, alfombras, colores cálidos, mármoles, sofás mullidos y dormilones. Las conexiones a los demás edificios (el transitorium o al edificio van Unnik) son directas e indiferentes: unir y ya. La gran rampa, poblada por las figuras ovoides de Van Lieshout, no es la rampa de acceso principal, pero se convierte por su inclinación y orientación en el solarium de los días de verano. El techo jardín está a la vista, lección aprendida y anotada donde el paisaje creado se incorpora al interior.
Entre los turistas y los estudiantes, quedan los usuarios ocasionales del edificio, asistentes a congresos y simposios que disfrutan por el máximo tiempo aceptable, el carácter opresivo y la espectacularidad arquitectónica de esta joya del campus de Uithof (que incluye entre otros el edificio Minnaert de Neutelings y la Escuela de Economía del colectivo Mecanoo). Para ellos el edificio es una experiencia de un par de días, ya de por si aturdidos o aburridos en el trajín de un congreso, el Educatorium no los puede aburrir ni amenazar.
El Educatorium nunca será agradable o cálido. Esa es su gran carencia pero también su identidad. Es fascinante en su dura belleza y su continúa negación a la apropiación, tanto más fascinante viendo la admiración general de los arquitectos. ¿Cuál será el impacto de este edificio en la arquitectura porvenir? Una pregunta inquietante, viendo como en el Educatorium caminan los soñadores, ensimismados y los soñados, algo condenados.
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