Virtualmente atragantado por
las ofensas e infundios a la figura de mi padre, Fernando Nadra, que se
suceden en “Página 12” desde su muerte hace tres años, particularmente
en la pluma de un turbio personaje como Horacio Verbitsky o del poeta Juan
Gelman, advierto con sorpresa que en su diario también mancillan
ligeramente su memoria con similar argumentación.
Entre periodistas, porque esa
es desde hace más de 30 años mi profesión, mi desagrado
excede los marcos de una queja para intentar rescatar la necesidad de mayor
seriedad en el cotejo de las fuentes y en el escaneo, por así decirlo,
de la memoria. Más aún cuando se trata de un editorial, que
no otra cosa es un artículo sin firma que emite opinión.
Precisamente en el texto de
marras, “¿Otra “prensa canalla”?”, incluido en la edición
del pasado 23 de julio, se critica puntualmente la técnica de remuer
la merde (remover la mierda), que utiliza cierta prensa y se cae para ello,
lamentablemente, en la misma práctica. No era necesario fundamentar
falseando los hechos y mucho menos tomando como propios los argumentos
de Verbitsky o Gelman.
No me propongo abundar sobre
la trayectoria política de más de 60 años de mi padre,
quien sufrió persecuciones, cárceles y tormentos por defender
con pasión, ética y dignidad sus convicciones, algo poco
común por estos días. Tampoco es posible en pocas líneas
zanjar el debate histórico sobre la posición de su partido
frente a la dictadura militar. Huelga decir que fue, por esos años,
pionero y protagonista en la lucha por los derechos humanos y que ya en
la etapa democrática formuló la autocrítica personal
más desgarradora, sólida y valiente que se recuerde en un
político de su talla.
Fernando Nadra, quien supo contar
entre sus amigos a figuras de la altura de Carlos Menem o Raúl Alfonsín,
pasando por Juan Domingo Perón o Ricardo Balbín, se fue –en
circunstancias que reflejó en su momento Ámbito Financiero”--
dando un portazo y anatematizando al estalinismo del Partido Comunista,
convencido de que la organización a la que había entregado
su vida era la caja equivocada para contener sus convicciones democráticas,
de justicia y progreso social.
Sin embargo, a uno de los principales
gestores de la “Multipartidaria” se lo presenta en el artículo como
yendo “a felicitar calurosamente” al gobierno militar con motivo
de no plegarse al boicot cerealero a la ex Unión Soviética,
situación que jamás existió y que forma parte del
anecdotario caníbal con que supo saldar sus “profundas” discusiones
ideológicas de café la izquierda argentina. Pero el colmo
es que se menciona como compañero de esa imaginaria comparecencia
ante el dictador Videla, nada menos que a Victorio Codovilla, quien había
muerto 11 años antes de aquella supuesta situación, en 1969.
También la prensa seria
puede volver de todo, menos del ridículo. Pero al margen del dolor
por el agravio, nos queda recapacitar, en este caso sobre la ligereza,
o la irresponsabilidad en la pluma, de cuya práctica en el pasado
me hago cargo, capaz de bastardear o descalificar las reflexiones o posiciones
más sinceras y nobles.
Es el caso de la acusación
a Horacio Verbitsky de haber escrito “en una revista de la aeronáutica
militar” en la etapa procesista, lo que no es, de ningún modo, comprobable.
No es válido tener la creencia, y aún la convicción,
de que una persona es un delincuente, para achacarle cualquier crimen y
así poder condenarlo. Esa triste teoría de que “el fin justifica
los medios”, más adaptable al perfil de una comisaría de
cuarta, es precisamente la que ha utilizado siempre Verbitsky en su saga
periodística, de la que es menester apartarse.
Si el autor del artículo
se hubiera tomado el trabajo de constatar lo que escribió, habría
comprobado con sorpresa aquello de que la realidad supera la ficción.
En efecto: el fiscal de los derechos humanos y la libertad de prensa, Horacio
Verbitsky, colaboró en el libro “El poder aéreo de los argentinos”,
que editó con su membrete y pié de imprenta el “Círculo
de la Fuerza Aérea” en 1979. Adviértase que digo“colaboró”
y no“escribió”, como se asegura, pues la obra apareció con
la firma del Comodoro (R) Juan José Güiraldes, quien
en la primera página señala que “este libro no hubiese podido
llegar a la prensa de no haber recibido el permanente aliento y la eficaz
colaboración de Horacio Verbitsky”. Por ese entonces el hecho causó
estupor entre aquellos de sus compañeros de Montoneros que se enteraron,
puesto que simultáneamente a las conceptuosas palabras del “cadete
Güiraldes”, muchos de ellos sufrían apremios y desapariciones
en la “Mansión Seré”, el “centro operativo” de la Fuerza
Aérea.
No era, sin embargo, la primera
vez que el señor Verbitsky sorprendía a sus compañeros
de militancia. En 1976, tras el golpe militar, se cruzó con más
de uno de ellos en la frontera. Mientras él retornaba de Perú
los más partían al exilio. El supuesto oficial de inteligencia
de Montoneros, según se lo acusa, logró sobrevivir con esos
antecedentes durante toda la dictadura, siendo que en gran parte de ese
período dice haber dirigido la agencia clandestina ANCLA, cuyo fundador,
Rodolfo Walsh, y la mayoría de los colaboradores, fueron secuestrados
y asesinados. El registro no alcanza para sacar ninguna conclusión,
salvo que el personaje fuera un simple homónimo. En semejante eventualidad
el propio Verbitsky se encargaría de explayar, con datos, fechas
y lugares, reales o supuestos, más de un interrogante o afirmación
acusatoria.
Sus ex compañeros de
militancia de vertiente derechista lo acusaron públicamente de pertenecer
a algún servicio de inteligencia. Obviamente, alguna protección
y apoyatura en tal sentido adquiere cierto sustento si se observa la indudable
fuente prontuarial y de información clasificada, castrense y judicial,
en que se apoyan sus escritos. Desde la extrema izquierda, por su parte,
lo tildan de traidor y aseguran que le robó a Walsh los originales
del libro sobre la masacre de Ezeiza, según se afirma en un cuadernillo
de “Quebracho-prensa nacional” (“Ámbito Financiero”, 18-3-96).
Como se ve, no es el mejor espejo
donde pueda mirarse el periodismo de investigación en la Argentina,
al que pomposamente se suele adscribir como socio fundador a Verbitsky.
No he sido observador sino protagonista
de la historia argentina de las útimas décadas, incluídos
los años de plomo. Como Verbitsky, como Grondona, como Neustadt
, sin que esto implique de mi parte comparación profesional alguna.
Y , como ellos, sufrí o hice sufrir a mis semejantes, los vaivenes
de mis actos y mi pluma, sobre todo de las convicciones equivocadas que
defendí y difundí con ardor.
Los balances y arrepentimientos
sinceros son siempre saludables, pero no alcanzan. Hacerse cargo implica
también, y sobre todo, cierto pudor a la hora del anatema contra
el adversario o en el momento, ciertamente evitable, de pontificar desde
la cátedra. Verbitsky no hace ni lo uno ni lo otro con lo que, en
mi opinión, está inhabilitado en el fondo y en la forma.
Tanto como que el debut conocido en el periodismo político del ahora
devenido fiscal de la ética republicana se identifica abiertamente
con el golpismo.
Para confirmarlo, valga la redundancia,
no hay más que recordar que ascendió de redactor a Jefe de
Redacción de “Confirmado”, cargo que ocupaba cuando la revista contribuyó
abiertamente al derrocamiento del presidente Arturo Illia en 1966 y que
mantuvo en los tres años posteriores de pornográfico panegírico
al dictador Juan Carlos Onganía. En sus últimos meses en
la publicación tenía aún mayores responsabilidades
editoriales como Adscripto a la Dirección. Amigo de los balances
ajenos, nunca explica esta perlita cuando lanza su imaginación hacia
atrás.
Cualquiera puede revisar el
staff y contenido de esas publicaciones, o leer el prólogo del comodoro
Güiraldes, para sacar sus propias conclusiones. No es necesario, pues,
acudir al “estilo Verbitsky” de recibir papers “llave en mano” de algún
servicio de inteligencia, para luego manipularlos con sofismas producto
de la desmemoria o la mala intención, en función de demostrar
alguna “verdad” y destratar al adversario o aún al enemigo político.
Y mucho menos utilizar machaconamente situaciones polémicas, cuando
no acusaciones falsas del pasado, para atacar arteramente la figura de
quienes ya no pueden defenderse, como Fernando Nadra.
Fue ese lamentable acercamiento,
en el artículo de “Ambito Financiero”, a una práctica que
aborrezco, y la necesidad de subrogarme orgullosamente en la defensa de
la memoria de mi padre, la que me obliga a poner las cosas en su lugar
sin prejuzgar intenciones y solicitarle tenga a bien publicar estas líneas,
desgranadas entre la indignación, el desasosiego y la esperanza.
RODOLFO NADRA
CI: 6.103.111
23-7-98