CARTA ABIERTA A JUAN GELMAN
Es doloroso ver que en éste país lacerado por esos fuertes golpes de la vida que describía Vallejo en “Los Heraldos Negros”, otro poeta como Ud., utilice esas heridas para entremezclar intencionadamente tanto verdades como mentiras y ocultamientos.
Me refiero a su Contratapa, publicada en Pagina 12 el domingo 13 de julio. Junto a reflexiones acerca de la culpa y la responsabilidad en la Argentina de hoy, que bien podríamos suscribir, por lo menos en los interrogantes acerca del porqué de la sordera de la sociedad a los reclamos de las víctimas del genocidio dictatorial, o la insensibilidad ante el olvido y la impunidad decretada por gobernantes y muchos gobernados, hay afirmaciones que duelen, lastiman, por su injusto y arbitrario resentimiento, y me resulta difícil creer que un político como Ud., ex-comunista y ex- dirigente de Montoneros, las realice sin intención de dañar conscientemente. El crímen sobre sus seres queridos no lava sus propias responsabilidades ni le otorga impunidad para difamar a quienes, fallecidos, ya no pueden defenderse.
Señala, correctamente pero con sugerentes omisiones, la responsabilidad de una parte de la dirigencia política y su complicidad con la dictadura, ignorando el papel jugado por otros valientes y lúcidos exponentes de esos mismos partidos, que se jugaron en las denuncias y en los reclamos en los tiempos más difíciles.
Ud. lo calla, reservando de hecho ese lugar a las organizaciones político-militares, o a las humanitarias que merecen su aprobación, con lo que falta a la verdad en más de un sentido. Tanto en el papel, o falta de papel, que las primeras jugaron en la lucha por los derechos humanos en el país, como en sus nefastos antecedentes de burla y subestimación de las sacrificadas e históricas organizaciones de derechos humanos, que le parecían inútiles cuando pensaban que sólo había que “jugarse” en las confrontaciones armadas. Nada dice, tampoco, de la posición de Montoneros y la suya personal en el desprecio suicida del peligro de golpe, cuando no la acusación directa, a quienes lo advertíamos, de “hacerle el juego a Isabel” y a la derecha, “agitando el fantasma” de un golpe que “ya se había dado” con la triple A. ¿Nada de eso recuerda Sr. Gelman? ¿Olvida su responsabilidad? Sí, la de Ud. personalmente, en la decisiones que terminaron con la muerte de tantos jóvenes, antes y después del golpe.
El desprecio a la política, a los políticos y a la misma democracia parece ser el mismo de entonces. ¿No aprendió nada? ¿Fué lo mismo la “democracia burguesa” que la posterior dictadura militar, como recitaban? ¿Nada hay para revisar en su propia trayectoria política, para que pontifique desde su altar como un renacido dios griego, repartiendo bendiciones y condenas con la misma soberbia de los años 70? En la mía, por lo pronto, hay, y mucho. Y, aunque también hay orgullo, es suficiente para tratar de evitar hablar desde ninguna tarima.
A Ud. lo subleva la “poca o ninguna comprensión” que la sociedad le otorga a los sobrevivientes de los campos de exterminio de la dictadura, en relación a la que ampliamente dispensa a aquellos que, siendo dirigentes partidarios, ocuparon intendencias y embajadas. Compartiría la apreciación si no pensara que es aún más grave: a una parte importante, yo diría mayoritaria de la sociedad, no le preocupa hoy ni lo uno ni lo otro. Lamentablemente, tanto la escasa crítica a los dirigentes cómplices, como la defensa o sospecha de los sobrevivientes pertenecen al mucho más estrecho número de los que alguna vez militaron, o actualmente militan activamente en política o en la defensa de los derechos humanos.
Pero no se trata de matices o enfoques distintos, sino de una intencionada y absoluta actitud desinformadora acerca de lo que pasaba en el país durante su exilio, cuando Ud. pone en la misma bolsa a los cómplices (con pocas citas y muchas omisiones) con aquellos (éstos pocos, sí, con nombre y apellido) que aún con posiciones políticas discutibles cumplieron una heroica lucha por presos y desaparecidos, desde el momento mismo del golpe, las más de las veces sin ser familiares directos de las víctimas.
Es el caso de mi padre, Fernando Nadra, fallecido en 1995, a quien Ud. nombra obsesivamente en sus artículos con sospechoso y reiterado rencor, que casi supera el de los recientes “descubrimientos” menemistas acerca del pasado procesista de algunos periodistas.
Es también el ejemplo de otros dignos militantes, abogados y activistas designados a la defensa de los derechos humanos, quienes como Teresa Israel pagaron con su vida su lucha por la libertad y dignidad, sin preguntar la filiación política del detenido o secuestrado por el que salían a jugarse.
Ud., Sr. Gelman, no tiene derecho a ocultar y desconocer que a horas de producido el golpe, contra el que Nadra luchó antes que se concretara (mientras era casi deseado por dirigentes Montoneros con la irracional consigna que “aclararía las cosas” y haría “patentes las contradicciones”), mi padre fue uno de los impulsores de esas acciones, personales y multipartidarias, contra los secuestros y por la libertad de los presos. Que recorrió, sin medir consecuencias, cuarteles y comisarías para salvar -en no pocos casos- a hombres, mujeres y jóvenes, que hoy integrarían las listas de desaparecidos. Si estuviera en el país, y tuviera los ojos y los oídos sensibles para otra cosa que no sea su “vox dei”, hubiera podido ver a algunos de esos sobrevivientes que tanto le preocupan acompañándonos cuando falleció hace ya casi dos años, dándole su último adiós con lágrimas en los ojos.
No eran momentos fáciles para nadie. Otros dirigentes y militantes partían forzados al exilio, muchos quedaban, sin que les falte razón, paralizados por el temor, pero también estaban quienes cerraban sus bocas en indigna aunque prudente expectativa, incluyendo algunos que se habían reído del “peligro golpista”, mientras unos pocos se convertían en reales cómplices.
Ud. tampoco puede desconocer de buena fe que Nadra, como tantas veces en su militancia, surcada de cárceles, tormentos y persecuciones, luego de “nacer rico para morir pobre”, como alguien recordara después de su muerte, engrosó las tristemente famosas “listas negras”, sus libros fueron prohibidos y su vida -como la de cada integrante de su familia- fue amenazada puntual y reiteradamente. Que no abandonó el país, pese a que sus propios amigos le aconsejaron hacerlo y nada le impidió ser uno de los pocos dirigentes que organizó y luego participó, de las entrevistas con la comisión de derechos humanos (CIDH) de la OEA. Allí presentó denuncias colectivas valoradas como “esenciales”, y que luego permitieron procesar, aún antes de la CONADEP, a personajes como Bignone, Franco, Chamorro y otros.
¿Que verbalmente defendió --con el énfasis que lo caracterizaba-- las lamentables posiciones oficiales del PC? En los hechos, eso no le impidió ponerse al frente de la mayoría de los militantes activos del partido al que después renunció, quienes a excepción de unos pocos y encumbrados dirigentes “reales”, impulsaron la lucha sindical y por los derechos humanos, a un costo de 1.400 comunistas presos, más de 500 secuestrados, y 130 desaparecidos y asesinados. Lo reconocen y lo valoran familiares de desaparecidos y dignos luchadores de los derechos humanos como el fallecido Lucas Orfanó, Emilio Mignone, y otros. ¿No sabe Ud., cuando pide autocríticas, que pese a esta valiente lucha, ese hombre fue el autor de la más contundente, y quizá excesiva mirando su espejo Sr. Gelman, autocrítica personal que se conozca por parte de un político argentino, del pasado y el presente?.
¿Es que Ud. no otorga la comprensión que pide? ¿Es que no valora que por respeto a sus dolores, y a pesar de tener los nuestros, hayamos evitado hasta ahora recordarle que esa autocrítica que reclama no se la hemos visto publicada a Ud. mismo en sus fulminantes contratapas?
Ud., Sr. Gelman, no puede condenar a la dirigencia política argentina con generalizaciones injustas, y menos como si no hubiera formado parte de ella. Recordar que integró la romántica generación de las utopías y los sueños, la de los golpes de Vallejo diría yo, pero olvidar que dirigió una organización político-militar que fue responsable de no poco dolor y muerte.
Quizá, Sr. Gelman, Ud. haya superado ese desprecio por la “democracia burguesa” que compartiamos buena parte de los integrantes de las destrozadas generaciones de los 60 y 70, convencidos que era solo un “espacio de acumulación de poder” como en mi caso, o ni siquiera eso, como creo que fue el suyo, y aún así -paradojas de los años de fuego- una de las causas de las diferencias políticas entre las distintas organizaciones a las que Ud. y yo pertenecimos en ese pasado, y a las que ya no pertenecemos en el presente.
Pese a que ahora Ud. reivindica el democratismo, así sea negándole esa vocación a quienes critica, no parece más que una adecuación a las necesidades del discurso y la época. Casi con una pizca de ese “posibilismo” que condena y ojalá pudiéramos concretar en un “posible” mundo más justo, un “posible” castigo a los culpables del genocidio y porqué no, ya que tantos errores cometimos todos, un poco de “posible” autocrítica y modestia, que no perjudica nuestros ideales, ni nuestras razones, si es que las tenemos. También, me permito sugerírselo, un poco de respeto por la lucha ajena, que en muchos casos ayudó a salvar a sus propios ex-compañeros, sin descargar entre los que aún soñamos la furia cruel de nuestros perseguidores. Esa suerte de “condenas a muerte” políticas que buscan escribir y oficializar otra falsa historia, quizá una rémora de aquel juzgar y condenar, también a muerte, que esa caricatura final del “Ejército Montonero” llegó a extender a sus filas y a militantes del campo popular.
Alberto Nadra
Periodista, Jefe de Redacción de Prensa Latina en Buenos Aires, entre 1976/79. Ex dirigente de la FJC y la Coordinadora de Juventudes Políticas Argentinas (JPA).