La vieja guardia del POUM va desapareciendo. El paso de los años es implacable. No hace muchos meses tuvimos que despedimos de María Teresa Andrade y sentimos cruelmente la muerte en Toulouse de Pedro Durán, uno de esos militantes modestos, inteligentes y eficaces que constituían la armadura política de nuestro movimiento. Era un hombre bueno y abnegado, representación viva de los cuadros militantes que mantuvieron durante largos años, en el corazón de la emigración española en Francia, la llama de la resistencia contra la dictadura franquista. Ahora tenemos que evocar la figura de Enrique Rodríguez Arroyo, Quique para sus camaradas, fallecido en Madrid, su ciudad natal, a principios de agosto de 1990.
En un acto íntimo celebrado en Barcelona durante la revolución y la guerra civil, Juan Andrade dijo que en el POUM convivían armoniosamente dos generaciones, la de los que tenían alrededor de los 40 años y la de los que contaban alrededor de 20 años, es decir, la que se forjó en las luchas de los años 20 al resplandor de la revolución de Octubre, y la que hizo sus primeras armas en las luchas de la República y fue la fuerza de choque en el proceso revolucionario de 1936. Enrique Rodríguez, que comenzó a militar a los 16 años, pertenecía, más por su inteligencia y su madurez que por sus años, al sector de enlace entre las dos generaciones citadas. Colaboró con la Juventud Comunista Ibérica, la organización juvenil del POUM, pero casi siempre asumió responsabilidades en el Partido. ¡Y qué responsabilidades!
Son muchos los militantes del POUM que participaron en las luchas más duras y más dramáticas de su partido y a los que las circunstancias impusieron tareas y responsabilidades para las que no se consideraban preparados. Quique no tenía pretensiones de dirigente. Hablaba bien y podía ser excelente en un debate político, pero no fue conferenciante y raras veces apareció como orador en los actos públicos. Escribía bien, como lo prueban sus cartas y artículos, pero habla que empujarle para que colaborara en la prensa. Siempre pensaba que había gente con mejores cualidades que las suyas para hablar o escribir. Todo esto se explica porque era un tipo de militante muy propio de los años 20 y 30. Era un obrero (fue fotograbador y pintor) que se había formado intelectualmente gracias a un enorme esfuerzo personal y a su infatigable curiosidad. Era, como tantos otros en nuestro país, un autodidacta. Ahora bien, se impone decir que era un autodidacta con una excelente inteligencia natural y con una capacidad de asimilación y de síntesis de los conocimientos adquiridos que excluía rotundamente la confusión y el barullo mental. Yo le dije en una ocasión que, en España, todos somos autodidactas, incluso los que hemos pasado por las Universidades, mas no se lo creyó. Siguió pensando que determinadas tareas eran propias de los intelectuales en la sociedad capitalista.
La vida militante de Enrique Rodríguez fue de una riqueza extraordinaria. Podría decirse de él que estuvo en los combates del POUM y afrontó sin vacilaciones todas las vicisitudes que éstos comportaron.
El resumen escueto podría ser éste: fue un partidario entusiasta de la fusión del Bloque Obrero y Campesino y de la Izquierda Comunista y, por tanto, de la creación del POUM; admiró mucho a Maurín desde que le conoció y fue uno de los principales dirigentes de la sección del POUM en Madrid en el período 1935-1937; permaneció en Madrid el 7 de noviembre del 36 y llevó las negociaciones tendentes a que el POUM formara parte de la Junta de Defensa de la capital, que fracasaron por el veto del representante de Stalin; en 1937 participó en las Jornadas de Mayo en Barcelona y fue detenido y encarcelado en la Modelo de Barcelona y, luego, en el campo de trabajo de Omells de Nagaya, dirigido por un estalinista; al terminarse la guerra fue detenido y trasladado al campo de concentración franquista de San Marcos de León, donde no lograron identificarle; en cuanto recobró la libertad, se trasladó a Madrid, donde participó en 1939 en la reorganización del POUM y en la publicación de dos números de E] Combatiente Rojo, una de las primeras publicaciones clandestinas antifranquistas que aparecieron en España; a finales de 1943 fue elegido miembro del comité ejecutivo del POUM en una conferencia celebrada en Barcelona, junto con Pallach, David Rey, Utges, Estarán y Pané; este grupo sacó de nuevo La Batalla en septiembre de 1944, pero sus animadores fueron detenidos y conducidos a la Cárcel Modelo, entre ellos Quique, Pallach y David Rey; cuando logró salir de la prisión se incorporó de nuevo al comité ejecutivo del POUM e intervino activamente en la reorganización de la UGT de Cataluña y en la publicación de La Batalla, Catalunya Socialista, Adelante y UGT; asistió a la conferencia general del POUM que se celebró en Toulouse a fines de 1947 en representación de la organización clandestina de España; en 1948, perseguido por la policía, pasó a Francia y se instaló en París con su compañera Emma Roca, miliciana en la Columna Motorizada del POUM en Madrid, a la que se dio por muerta tras los combates de Sigüenza, y militante en los años 40 en la clandestinidad madrileña; en Francia, Quique fue elegido miembro del CE del POUM y participó en toda una serie de tareas internacionales; en 1976-77, al producirse la crisis del POUM, se opuso a los que querían ingresar en la socialdemocracia; se traslado en 1979 a Madrid, donde fue uno de los creadores y animadores de la Fundación Andreu Nin.
Este resumen excesivamente esquemático da una idea, sin embargo, de lo que podrías ser una biografía de Enrique Rodríguez. Cada uno de sus enunciados podría convertirse en el título de un extenso capítulo de la biografía de una extraordinaria vida militante. Pero como aquí no podemos extendernos mucho, no queda otro remedio que concentrarse en algunos aspectos de su aventura personal, siempre inserta en un trabajo colectivo, en una actividad consciente y tenaz que tenían como motores esenciales la lucha contra el franquismo y la reivindicación permanente de los valores del socialismo auténtico frente a la gran impostura del estalinismo.
No era fácil ser del POUM en Madrid entre noviembre de 1936 y el fin de la guerra. Las calumnias estalinistas, sistemáticas y atroces, abrumaban a los mejor templados. Pero Quique lo fue en su puesto responsable, como lo fueron los que combatieron en la unidad mandada por Mika Etchebéhère en las trincheras de la Moncloa o en los batallones de Cipriano Mera. Porque no hay que olvidarlo: la represión contra el POUM comenzó en Madrid con el asalto al local de la JCI y la suspensión de La Antorcha y de El Combatiente Rojo, mucho antes de las Jornadas de Mayo, que se tomaron como pretexto en junio de 1937 para justificar la detención de Nin y de centenares de militantes. Mas tampoco era fácil ser del POUM bajo el terror franquista en 1939-1943, cuando las cárceles y los campos de concentración estaban atestados, cuando reinaba el nuevo orden" de Franco y de Hitler en España y en Europa. Pero Quique lo fue en Madrid y en Barcelona, lanzando algunas de las primeras publicaciones clandestinas, como el increíble El Combatiente Rojo en 1939, Frente de la Libertad el mismo año y La Batalla en 1944, organizando y animando en los días más aciagos la resistencia obrera y popular a la opresión dominante.
Yo conocí a Enrique Rodríguez cuando vino a Barcelona al primer gran mitin nuestro después de la represión de octubre de 1934 y de la creación del POUM. Por iniciativa de Joaquín Maurín, nos habíamos escrito antes para contrastar nuestras opiniones sobre el viraje de Carrillo hacia el estalinismo y la unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas en las JSU. Habíamos escrito sobre el particular en La Batalla y en La Nueva Era y nuestra coincidencia al respecto era completa. Hablamos juntos en el mitin que celebró la Juventud Comunista Ibérica en octubre de 1936 en Madrid, que suscitó las iras de Carrillo y su aparato. Nos vimos bastante durante el período revolucionario. Pero lo conocí sobre todo a partir del viaje que hicimos juntos a Barcelona y a Madrid en diciembre de 1946. El comité ejecutivo del POUM en el exilio me había confirmado la tarea de asistir a la Conferencia que iba a celebrar la organización de España en Barcelona y de enlazar con Joaquín Maurín, que había sido liberado al mismo tiempo que Cipriano Mera y se encontraba en residencia vigilada en Madrid. Como Quique estaba de paso en París (los contactos entre las organizaciones de España y del exilio eran muy frecuentes), decidimos hacer el viaje juntos y con Alberto Aranda, uno de los mejores guías de nuestro servicio especial de enlace con España.
La frontera con Francia estaba cerrada y los españoles necesitaban un salvoconducto para trasladarse a las poblaciones próximas a los Pirineos. Mi documentación falsa fue preparada en Perpignan. Dormimos en Bourg Madame y pasamos la frontera al amanecer para tomar en Puigcerdá el primer tren de la mañana. Nos colocamos en vagones diferentes y en primera clase para suscitar menos sospechas. Pese a un pequeño incidente, que me decidió a bajar en Vic y a confundirme con los campesinos que iban a la feria local, llegamos a Barcelona los tres. Yo llegué en un tren diferente y bajé en el apeadero del Clot. Me pareció más prudente. Quique y Aranda se alarmaron y pensaron que me habían detenido. Pero no tardé en ponerme en comunicación con ellos.
En Barcelona había un fuerte movimiento huelguístico. Las organizaciones clandestinas -muy pocas- estaban en una fase de gran actividad. La Conferencia de la ONU en San Francisco y la ofensiva internacional contra Franco habían creado un clima eufórico entre la gente. El régimen parecía condenado. Pasé cerca de dos semanas en Cataluña trabajando con Quique y la organización ilegal del POUM. Me enseñaron la imprenta que habían instalado en una torre de Vallvidriera donde residían Enrique Sancho y su compañera, militantes ejemplares que vivían en un mundo irreal, convencidos de que la empresa que ocultaban iba a resistir mucho tiempo. Les ayudé a modificar la maqueta de La Batalla y alivié la carga de Quique escribiendo en el periódico. Asistí a la Conferencia del POUM, en la que por cierto participaron delegados de casi todas las secciones.
Fue emocionante volver a ver a tantos camaradas en aquellas condiciones. Eran los sobrevivientes más activos de los años de terror franquista. Recuerdo la satisfacción de Luis Portela por el trabajo que se realizaba y su deseo de que "gente del exilio" fuera a reforzar la organización. El secretario político era Quique, que, al mismo tiempo, asumía la mayor responsabilidad en la dirección de la UGT clandestina de Cataluña.
Después de la Conferencia de Barcelona, Quique me propuso acompañarme a Madrid. Acepté, pese a las reticencias de algunos compañeros que juzgaban que íbamos a "aumentar los riesgos". Hicimos el viaje juntos. Fue una ocasión para charlar largamente con Quique sobre multitud de cosas. Nos asombró que en el tren la gente se expresara con tanta audacia y criticara abiertamente el régimen. Nosotros decidimos permanecer silenciosos y, cosa curiosa, esta actitud determinó que los viajeros nos miraran con desconfianza. Bajamos en Caspe para ver a compañeras del partido que trabajaban en la estación. Su sorpresa fue mayúscula. ¡Cómo si hubiéramos caído del cielo!
En la estación de Sigüenza paramos al lado de un tren repleto de militares (jefes y oficiales) que se trasladaban a Zaragoza para asistir a un acto en la Academia Militar. No pudimos por menos que evocar la lucha heroica de los militantes del POUM de Madrid en la catedral de Sigüenza durante la guerra. Fue entonces cuando Quique me habló de Emma Roca, su compañera, a la que habíamos dado por muerta en Sigüenza durante bastante tiempo y ahora se encontraba en la cárcel de Madrid. Con su gracejo madrileño, me dijo: "A lo mejor te has creído que voy a Madrid por ti y por Maurín. Pues, no señor; voy a ver a Emma". A renglón seguido, comenzó a hacer elogios de Maurín, de su conducta ejemplar en la Cárcel Modelo de Barcelona, de su valía y de sus cualidades. Para él, era indispensable que Maurín estuviera al frente del partido: "Tienes que convencerle".
Concertó una cita con Portela y otra con Maurín, que estaba en residencia vigilada. Me llevó a una reunión de la UGT y a otra del comité nacional de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas. Fuimos juntos a elegir pasteles y flores para Emma... A decir verdad, Quique se movía con más soltura en Madrid que en Barcelona. Por lo demás, en Madrid se vivía en plena euforia en los medios de la oposición antifranquista. Todos imaginaban que Franco tenía que desplomarse corno consecuencia de la caída de Mussolini y de Hitler. Las esperanzas en la ONU y en su Conferencia de San Francisco eran ilimitadas. Cuando yo decía -reflejando el criterio menos optimista que prevalecía en París- que la situación era más compleja, que los gobiernos de los Estados Unidos y de la URSS no se proponían derribar a Franco, no me creían. Les defraudaba mi escepticismo. Pensaban que los que vivíamos en París estábamos mejor informados y que, por lo tanto, teníamos que confirmarles que estaban en lo cierto. Quique me aconsejaba que fuera menos categórico en mis juicios para "no desanimar a la gente".
El encuentro con Joaquín Maurín fue muy emocionante. Nos abrazamos en la entrada del Museo del Prado, donde me había dado cita. Y, luego, en seguida, desfilando por las salas, me abrumó con mil preguntas: sobre los compañeros, el partido, el exilio, la guerra civil, la segunda guerra mundial, la situación internacional, el movimiento obrero europeo, París... Su interés y su curiosidad eran tan apremiantes que no resultaba fácil contestarle. Pasábamos de una cosa a otra de un modo desordenado. De repente, me preguntó cuanto tiempo podía permanecer en Madrid y propuso que ordenáramos la conversación por temas. Proseguimos la charla en el Retiro. Y quedamos para el día siguiente en el Museo del Prado. Tuvimos en total diez o doce entrevistas, más una reunión con tres dirigentes de la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas.
No puedo extenderme aquí sobre las entrevistas y las discusiones con Maurín. Sólo quiero dejar constancia de que él creía también que el fin de Franco estaba próximo y que, por consiguiente, no era cuestión de pensar en su traslado a París -proposición que yo le hice en nombre del comité ejecutivo del POUM-, sino del regreso progresivo de los exiliados a España.
La Batalla que se publicaba en París era excelente, pero había que prepararse para lanzarla en Barcelona. Al interrogarle sobre su situación material en Madrid, me dijo que podía vivir con el producto de las traducciones que realizaba para el editor catalán Janés, para el que ya había trabajado en la Cárcel Modelo de Barcelona. Naturalmente, Maurín me explicó su odisea: su desesperación al encontrarse en Santiago y La Coruña en plena insurrección franquista, sus prisiones, y el drama que supuso para él verse impotente, aislado y cortado de sus camaradas y de su partido. Pero este es un tema que no puedo abordar aquí.
En 1946-47 había en Madrid un buen núcleo de militantes del POUM: Luis Portela, Julio F. Granell, Aymerich (ex-comisario político de la29ª División en el frente de Aragón) y otros que no recuerdo. Maurín mantenía una relación discreta con ellos en razón de su situación especial. Quique y yo nos reunimos con ellos varias veces. Un día frío y de espléndido sol, Portela y Quique me llevaron a la Ciudad Universitaria, donde las huellas de los combates de la guerra civil estaban terriblemente presentes. Nos paramos en las trincheras de la Moncloa, donde habían combatido algunos de nuestros mejores compañeros. Frente a nosotros, a unos metros de distancia, un oficial del Ejército explicaba a su novia que "los rojos eran duros de pelar". Por iniciativa de Quique, nos fuimos.
Quique y yo regresamos a Barcelona juntos. Durante nuestra ausencia se habían producido detenciones de compañeros responsables, Alberich, Rocabert, Verdejo. Pero la policía no descubrió nuestra imprenta. Yo regresé a Francia, con Sancho como guía para cruzar la frontera. Lo pasamos muy mal a causa de la nieve. Llegamos a Bourg Madame con los pies casi helados. Quique permaneció en Barcelona hasta fines de 1948. Cuando su situación se hizo casi imposible, puesto que la policía le buscaba hasta por motivos en los que no estaba implicado, decidimos que se refugiara en Francia. En París, pudo reunirse con Emma y rehacer su vida, tras largos años de luchas y dificultades. Trabajó como pintor. Pero requerimos su concurso para muchas tareas y, finalmente, se incorporó al comité ejecutivo del POUM.
En los largos e interminables años del exilio, nada fue fácil tampoco. Hubo períodos de exaltación y de interna actividad y fases de depresión y de crisis. Es absolutamente imposible resumir la actividad del POUM y sus múltiples tareas. Quique era un madrileño profundamente internacionalista. El exilio le permitió completar su formación y abrirse a nuevos horizontes. Pero lo vivió con los ojos puestos en Madrid. En 1985, en una interviú que le hizo Pelai Pagés y que fue publicada en la revista catalana L'Avenç, Quique resumió el exilio del POUM en Francia con las siguientes palabras: "Pese a todo, el POUM en el exilio desarrolló una tarea magnífica. Estuvo presente en todas las manifestaciones de la vida política, editó folletos interesantes, estuvo en contacto con las fuerzas estudiantiles y sindicatos del interior y ayudó cuanto pudo a las huelgas y protestas que se producían en España. Pero sobre todo supo mantener hasta el último momento La Batalla, reconocido como uno de los mejores y más interesantes periódicos del exilio".
En 1976, cuando se produjo la crisis más grave del POUM, no reaccionamos de la misma manera. Aprobó la reaparición de Tribuna Socialista y su orientación política, que tendía al reagrupamiento de los marxistas revolucionarios sobre la base de la experiencia del POUM. Osciló entre nosotros y los que se orientaban hacia la socialdemocracia. El y otros compañeros nos complicaron la tarea emprendida. Recuerdo con pena ese período. Sin embargo, Quique se opuso a la disolución del POUM y se mantuvo fiel a sus ideales hasta el fin. El proceso de desmoronamiento del estalinismo le reafirmó en sus convicciones políticas. Su principal actividad la desarrolló en la Fundación Andreu Nin.
Su último acto político consistió en formar parte de la delegación que el 26 de junio de 1990 presentó en la embajada de la URSS el documento suscrito por más de 300 intelectuales y militantes de izquierda reclamando a Gorbachov y a la comisión de rehabilitaciones del PCUS el esclarecimiento de las condiciones en que fue detenido, secuestrado y asesinado Andrés Nin en 1937 por agentes de la GPU rusa. En el salón de la Embajada, mientras hablábamos con los diplomáticos soviéticos, observé un momento a Quique, que estaba sentado frente a mí. Le sentí muy frágil, muy disminuido, y me asusté. Pero a la salida y, luego, en la terraza de la Castellana, contento entre tantos amigos, me dijo: "hacía mucho tiempo que no me sentía tan feliz". Eran las siete de la tarde, el termómetro marcaba 37 grados y una suave brisa vino a colmar nuestra alegría y a animar las conversaciones de nuestro grupo. Quique se nos fue unas semanas después, el 3 de agosto, en su Madrid. Ni le olvidamos ni le olvidaremos.
1 de noviembre de 1990