Me pregunto si era necesaria tanta tragedia para demostrar la vulnerabilidad de las torres. Si no hubo desidia en su vigilancia, es más, si alguna vez las vigilaron. Si las vigiló la policía, pregunto, ya que está demostrado que sus atacantes las vigilaron de sobra. Y no sólo si vigiló posibles atentados, sino, simplemente, si alguna vez vigiló la posibilidad de accidentes.
En resumen, si la máxima ganancia en los negocios inmobiliarios y transporte aéreo no previó desastres de esta índole, criminales o no, que todos los peatones del mundo se preguntan cada vez que oyen un avión sobre sus cabezas. Las compañías de seguros tienen estadísticas de accidentes aeronáuticos. Muchas veces ocurrieron cerca de grandes ciudades.
Las ciudades padecen graves deficiencias si tan gravemente puede dañarlas un mosquito, o tres, en este caso. Tales deficiencias tienen un nombre, que no es mosquitos ni mezquitas, sino, simplemente, imprevisión.
De donde, el criminal atentado me parece tan culpable como la imprevisión anárquica de los negocios de toda índole, aunque para el caso alcance con la imprevisión de los negocios aeronáuticos e inmobiliarios. No digo que Wall Street erigirá un monumento a Osama ben Laden o quienquiera que fuese por haber demostrado su vulnerabilidad. Sólo me pregunto si la escalada de desastres accidentales o criminales continuará en aumento, como viene aumentando desde las últimas décadas debido a la voracidad insaciable de los grandes negocios.
En este sentido debe leerse cualquier propuesta para construir nuevas torres, como lo que siempre fue, el enésimo intento para maximizar la renta territorial, el precio del metro cuadrado monopolizado por rentistas. Y bien, si maximizamos la ganacia, como dirían los piratas, también maximizamos el riesgo. Mientras tanto, por algún tiempo, todavía quedarán pastores en las montañas para acusarlos del derrumbe.