Presentación   Panorama Internacional Nº 11

Palestina

Plan Colombia
Turquía
Documentos


PALESTINA

El sionismo  y la revolución árabe

por Marcos Luna


ANTES de entrar a analizar las perspectivas y posibilidades de la actual Intifada, creemos necesario explicar las raíces históricas del conflicto árabe-israelí, el cual lejos de ser un conflicto religioso, como algunos intentan enfocarlo, refleja una lucha histórica del pueblo palestino contra las peores forma de opresión y explotación a la que puede someter el capitalismo en su época de decadencia, en su época imperialista. Trataremos de explicar como surge el sionismo como fenómeno político, como movimiento de colonización y como logra embaucar al pueblo judío en este proyecto de colonización y sobretodo demostrar que los jóvenes palestinos que hoy se enfrentan con piedras y resorteras a la cuarta potencia militar de la Tierra son los orgullosos herederos de una larguísima lucha de los pueblos árabes y especialmente de su vanguardia el pueblo palestino, primero contra los distintos imperialismos que en diferentes épocas dominaron el área: turcos, franceses e ingleses y actualmente contra las tropas de ocupación del sionismo.

La Cuestión Judía

Antes de detallar los orígenes del sionismo, nos agradaría precisar las características del pueblo judío, pues las fabulaciones y leyendas sobre esta cuestión son enormes. Las explicaciones religiosas sobre la “originalidad” de los judíos, basadas en las características de la religión hebrea y en su supuesta descendencia directa del patriarca Abraham o los argumentos racistas, que sostienen tanto los antisemitas como los sionistas, sobre que los judíos serían una raza especial, no soportan el menor análisis histórico.

Abraham León, el principal historiador marxista sobre la cuestión judía había precisado las razones materiales de la originalidad del pueblo judío, estos representaban un pueblo-clase, como lo fueron otra serie de pueblos, por ejemplo, los gitanos.

En el marco del régimen de producción feudal, los nobles y curas centralmente explotaban el trabajo de los siervos apropiándose de la mayor parte de lo que ellos producían de la tierra.

En las sociedades feudales casi todo lo que se producía era directamente consumido o por los señores feudales o por los siervos, en esto reside una de las diferencias con la sociedad capitalista moderna, que centralmente produce mercancías, valores de cambio, productos para intercambiar en el mercado. En la sociedad feudal, que centralmente producía valores de uso para el consumo,[1] las relaciones mercantiles, la compraventa y el préstamo de dinero era realizado por pueblos–clase, normalmente comerciantes extranjeros, como por ejemplo, los alemanes en el Danubio y Rusia, y los judíos.

Es decir, los judíos representaban en la época feudal las formas arcaicas, prehistóricas del capitalismo, una pequeña laguna mercantil que habitaba en una sociedad basada en los valores de uso. “Sobre esas relaciones materiales se eleva la estructura super institucional e ideológica: autoridades comunitarias, una religión especial, el mito de considerarse descendientes del primer pueblo que habitaba Palestina (...) Esta superestructura ayudaba a mantener la cohesión del pueblo–clase, pero al mismo tiempo falseaba la verdadera naturaleza de su existencia”.[2]

No obstante, esto es lo que subyace tanto en la supervivencia del pueblo–clase judío, como en el proceso de asimilación que tuvo a distintos niveles, pues es normal encontrar en el medioevo procesos de conversión masiva al judaísmo de pueblos o grupos enteros: “Eso explica que haya habido judíos de raza mongólica en el Daghes­tán, judíos negros (los falasha) en Etiopía, judíos árabes en el Islam y judíos eslavos en Europa Oriental”,[3] otro argumento que demuestra la incoherencia del mito sobre la descendencia abra­hámica.

Durante el desarrollo del capitalismo, los judíos fueron expulsados inicialmente de algunos países de Europa Occidental, al surgir una burguesía nacional, pero posteriormente se dio un proceso de asimilación, como en Inglaterra.

Con la entrada del capitalismo en su época monopolista, en la fase superior de decadencia y de descomposición imperialista, el proceso de asimilación aborta, sobre todo en Europa Oriental, más atrasada económicamente, donde se concentraron el grueso de los judíos. El capitalismo es absolutamente incapaz de solucionar de forma progresiva ninguno de los problemas que en su época de juventud revolucionaria fueron sus banderas, tales como la soberanía e independencia nacional, la democracia y la “igualdad” ante la ley de los hombres.

El capitalismo lejos de solucionar el problema de la integración del pueblo judío, vuelve más convulsa la situación. En Europa Oriental, las masas judías empiezan a sufrir una situación difícil pues el desarrollo del capitalismo desintegraba su forma de vida como pueblo–clase. El desarrollo de la gran industria comienza a destruir sus ocupaciones tradicionales en el pequeño comercio y el taller artesanal.

Es por estas épocas que reaparecen con mayor energía en Europa, las oleadas de antisemitismo, que culminarán con el régimen nazi en los 30’s. En muchos casos los distintos gobiernos reaccionarios, utilizaban a los judíos como chivos expiatorios para desviar la ira de las clases medias desesperadas y los sectores más atrasados de la clase obrera.

Pero la razón central está, en lo que describen tanto los sionistas como los peores antisemitas. Cuando Theo­dor Herzl, fundador del sionismo se entrevistó con Von Plevhe, conocido organizador de pogromos en la Rusia Zarista, éste le dijo: “Los judíos se han estado incorporando a los partidos revolucionarios. Nosotros simpatizábamos con su movimiento sionista, por cuanto trabaja por la inmigración”,[4] mientras los sionistas le respondían que se comprometían a garantizar los intereses zaristas en Palestina y eliminar de Rusia esos “nocivos y subversivos judíos anarcobolcheviques”.[5]

Es decir que importantes sectores de los trabajadores judíos, veían la solución del problema de la opresión, en el marco de la revolución socialista, de la unidad de los trabajadores de las distintas nacionalidades y/o razas, para derrocar el capitalismo y las distintas burguesías imperialistas. El socialismo daría fin al problema judío que el capitalismo no pudo solucionar. Así, de la joven intelectualidad revolucionaria de origen judío, surgieron una pléyade de cuadros marxistas como Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Radek y Leo Jogiches.

El sionismo nace como competidor y retén de esta integración por vías revolucionarias, que estaban eligiendo los intelectuales y trabajadores judíos.

El nacimiento del sionismo: 1897-1917

Marx había dicho que “la ideología predominante de toda sociedad es la ideología de la clase dominante”. En la época histórica en la que surge el sionismo todo el continente Europeo estaba impregnado de sentimientos colonialistas, siendo éste uno de sus exponentes más acabados.

Los colonialistas más rabiosos, como sir Cecil Rhodes, inventor del estado racista de Rhodesia (actual Zimbabwe), encubrían sus objetivos imperialistas con argumentos filantrópicos, como el siguiente: “ayer estuve en el Est-End londinense y asistí a una asamblea de desocupados. Al oír allí discursos exaltados cuya nota dominante era ¡pan, pan!, ya al reflexionar de vuelta a casa, sobre lo que había oído me convencí más que nunca de la importancia del imperialismo... La idea que yo acaricio representa la solución del problema social: para salvar cuarenta millones de habitantes del Reino Unido, de una guerra civil funesta, nosotros, los políticos coloniales, debemos posesionarnos de nuevos territorios, a ellos enviaremos el exceso de población”.[6]

Es bajo estas premisas imperialistas, que nace el sionismo, este movimiento político de la gran burguesía judía e intelectuales pequeño–burgueses, nacido para disputarle a los judíos al movimiento revolucionario marxista. Argumentando la necesidad de defender al pueblo judío que vivía oprimido en los ghetos, lo pretende transformar en un ejército de ocupación colonial. Pues tanto en el esquema de Rhodes, como en las posiciones de Thedor Herzl de regresar a Palestina, el elemento común para estos colonialistas es que el mapa del mundo esta vacío: ¡no existían pueblos nativos en las zonas que iban a colonizar!

El caso del sionismo es particularmente cínico, pues en dos mil años de historia los judíos, inclusive en épocas que tuvieron toda la posibilidad de hacerlo, nunca quisieron regresar a Palestina, pues en la mayoría de los casos o se integraban a la sociedad o emigraban a otras zonas como EE.UU. “En Rusia se funda la asociación de los “Amantes de Sión”. Leo Pinsker escribe el libro Autoemancipación, libro en el que se preconiza el retorno a Palestina, como única solución posible a la cuestión judía. En París, el barón Rothschild, que como todos los magnates judíos ven con poca simpatía la llegada a Occidente de los inmigrantes judíos, comienza a interesarse en la colonización de Palestina. Ayudar a los “hermanos infortunados” a volver al país de sus antepasados, es decir, que se fueran lo más lejos posible, no tenía nada de desagradable para la burguesía judía occidental, que con razón temía al ascenso del antisemitismo”.[7] En 1897 cuando se realiza el primer Congreso Mundial Sionista, en Basilea, Suiza, se propugna como objetivo fundamental el regreso a Palestina.

La gran desventaja que tuvo Theodor Herzl, en relación con Rhodes, es que el primero carecía de un imperialismo propio que levantara su proyecto colonial, fue mediante un sin fin de coqueteos con distintos imperialismos, que los sionistas lograron llevar adelante su proyecto. Con este propósito se dirigieron al Káiser alemán, a su socio menor el Sultán de Turquía y finalmente al imperialismo inglés.

Palestina en esa época (1896) estaba bajo dominio turco. Herzl le manda a decir al Sultán: “Suponiendo que su majestad el Sultán nos entregase Palestina, podríamos a cambio encargarnos de regularizar las finanzas de Turquía. Formaríamos allí una avanzada de la civilización frente a la barbarie”.[8]

Cuando Alemania se dispuso a forjar una alianza con Turquía, producto de su enfrentamiento con Inglaterra y Francia, los sionistas hicieron ofrecimientos similares al Káiser, quien mantuvo por varios años negociaciones con la dirección sionista con el objetivo de crear un estado judío bajo protección turca, con el objetivo de erradicar la resistencia anticolonial palestina y ser garante de los intereses imperialistas alemanes.

Sin embargo, es en 1917, con la declaración Balfour, que el movimiento sionista se logra enganchar firmemente con una potencia imperial: Gran Bretaña. El gobierno de Su Majestad ya había barajado desde hacía tiempo usar a los judíos como carne de cañón para colonizar “Tierra Santa”, pero el imperialismo inglés tenía un pequeño inconveniente: Palestina estaba en manos de los turcos. Provisionalmente se le había ofrecido a Herzl colonizar Uganda o el Sinaí Egipcio, pero esta oferta había tenido que rechazarla, por la oposición de la mayoría de los sionistas.

La primera guerra mundial había puesto al orden del día la bisección del Imperio Otomano. Los ingleses logran llegar a pactos con los señores feudales árabes, como Hussein el Cherif de la Meca, a partir de vagas promesas de independencia. Mientras usaban la sangre árabe para desmembrar Turquía (aunque no tenían el más mínimo deseo de reconocer la independencia de los árabes), los ingleses firmaban con Francia el pacto secreto Sykes-Pickot (en el cual se reparten el Medio Oriente) y emitían la Declaración Balfour; según la cual, “El Gobierno de Su Majestad ve favorable el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará el mejor de sus esfuerzos para facilitar la realización de estos objetivos”.[9]

El inicio de la colonización sionista

Aunque ya para 1931 existían 174,616 judíos y 750,000 árabes en Palestina, el sionismo no había podido convencer a la gran masa de inmigrantes judíos de trasladarse a la tierra prometida. Es sólo con el ascenso de Hitler al poder y el hecho de que las democracias occidentales cierran sus puertas a los refugiados judíos, que estos comienzan a llegar en masa.

Desde los años veinte, los palestinos se venían oponiendo a la entrada de los judíos, porque significaba verse desposeídos de sus tierras (que eran com­pra­das a los terratenientes absentis­tas).

El sionismo fue controlando progresivamente las ramas centrales de la economía palestina, con una política de excluir a los trabajadores árabes de cualquier tipo de trabajo en sus empresas. Favorecidos además por las autoridades británicas, que las privilegiaban a la hora de dar contratos.

Los sionistas empezaron a superar los palestinos en los principales aspectos del circuito económico (producción, consumo, etc.), evidentemente ayudados por métodos selectivos de terror racista contra los pequeños comerciantes, campesinos pobres y obreros árabes.

La Histadruth (el “sindicato” racista del sionismo), nació no como una organización para agrupar a todos los obreros sin distingo de raza o nacionalidad para luchar contra la patronal, sino que era una corporación de obreros judíos, donde no permitían que ingresaran trabajadores árabes y utilizaban métodos del movimiento obrero, como huelgas, para prohibirle a los patrones contratar obreros árabes. Hacía además campañas para amedrentar a los judíos que negociaban con los árabes.

Su principal colaboración con los ingleses fue, sin embargo, su ayuda como complemento del ejercito británico para sofocar la insurrección palestina de 1936­–1939. Esta fue una poderosa revuelta anticolonial y antisionista que necesitó la mitad de los efectivos del ejército británico para ser sofocada; además de los 6 meses de huelga general de la población palestina, se combinó con procesos de desobediencia civil como el no pago de impuestos y cuando los “notables” palestinos que la dirigían (el clan de los Housseim) abandonaron la lucha, se mantuvo en forma de resistencia guerrillera en el campo.

Los 12,000 hombres del Haga­nah (ejército regular del sionismo) y 3,000 del Irgun (milicia terrorista ligada a Jabotinsky), se transforman en una fuerza para–policial que ayuda a imponer la dominación británica, teniendo como resultado 5,000 palestinos detenidos, 2,000 de ellos condenados a largas penas de prisión, 148 ahorcados y 5,000 casas demolidas. Por primera vez, los sionistas probaron los métodos de terror que utilizarán al momento de crearse Israel. So pretexto de la “seguridad” de los kibutz (cooperativas agrícolas) expulsan los campesinos palestinos de los alrededores, apropiándose de sus tierras.

Se comenzaba a aplicar así, lo que siempre habían vislumbrado los sionistas como la alternativa para imponerse en Palestina. Vladimir Jabo­tins­ky, líder del “sionismo revisionista”, la corriente poco paciente con la fachada liberal que algunos sectores querían imprimirle al sionismo, señalaba claramente los objetivos y métodos que debían seguir los sionistas: “No cabe pensar en una reconciliación voluntaria entre los árabes y nosotros, ni ahora, ni en un futuro previsible. Toda la gente inteligente, salvo los ciegos de nacimiento, comprendieron hace mucho la completa imposibilidad de llegar a acuerdos voluntarios con los árabes de Palestina para transformar Palestina de país árabe a país con una mayoría judía. Cualquiera de vosotros tiene una idea general de la historia de las colonizaciones. Buscad un solo ejemplo de que la colonización de un país se haya producido con el acuerdo de la población nativa, eso nunca ha ocurrido (...) No podemos dar ninguna compensación por Palestina, ni a los palestinos ni a los demás árabes. Por tanto es inconcebible un acuerdo voluntario. Cualquier colonización, aún la más restringida, debe desarrollarse desafiando la voluntad de la población nativa”. [10]

La creación de Israel: La expulsión de los palestinos de su Tierra

Los sionistas venían chocando con Inglaterra, que desde el 39 empezó a oponerse a la inmigración judía y después a la creación de un estado “judío”, buscando no perder influencia con los regímenes árabes. La campaña terrorista de los sionistas forzó a Inglaterra a llevar la discusión a las Naciones Unidas buscando la prórroga de su Mandato sobre Palestina, pero el imperialismo yanqui, que necesitaba de un peón fiel para restarle influencia a Inglaterra en la zona, impuso, con la complicidad de la burocracia soviética, la partición de Palestina.

El pueblo palestino venía de una derrota, con una gran desmoralización y dispersión, que lo deja indefenso ante la violación imperialista a su derecho a ser estado y nación. Pisoteando el derecho de los palestinos a decidir sobre su destino, las Naciones Unidas imponen en 1947 un plan de partición que otorga el 54% de la tierra a la minoría judía (que para entonces sólo constituye el 31% de la población total).[11]

“La única solución es una Palestina o al menos una Palestina Occidental (al oeste del río Jordán) sin árabes... Y no hay otro camino que transferir todos los árabes desde aquí a los países vecinos; transferirlos a todos: ni una aldea, ni una tribu deben quedar”.[12] Esta declaración del sionista Weitz, presidente del departamento de colonización de la agencia judía, fue el programa de los israelitas luego de declarar la formación de Israel.

Ya de por sí reconocidos dirigentes sionistas, como David Ben Gurion, habían asegurado que no respetarían las fronteras que establecía la ONU.[13] Los sionistas llevarían a la práctica uno de los mitos sobre los que están fundados: transformarían a Palestina en una “Tierra sin Pueblo”, a partir de una campaña de terror que obligaría al grueso de la población palestina a abandonar sus tierras y transformarse en refugiados en los países vecinos. En la etapa que va desde el 15 de noviembre de 1947, fecha en que se declara la partición de Palestina y el 15 de mayo de 1948, fecha de la declaración del estado de Israel, el ejército sionista y las bandas terroristas expulsaron 780,000 palestinos y se apoderaron de un 80% de Palestina.

Fueron las tropas del Irgún lideradas por Menagem Begin, las encargadas de dirigir consecutivamente una serie de matanzas para espantar a la población palestina, que huía buscando salvarse de la carnicería. Deir Yasin es un ejemplo de ello: “las tropas de IZL (Irgún) y LEHI (grupo Stern) dejaron sus escondrijos y empezaron a realizar operaciones de limpieza por las casas. Disparaban con todas las armas que tenían, echaban explosivos al interior de las casas. Disparaban contra cualquiera que hallasen en el interior, incluidas mujeres y niños... En realidad los mandos no hacían nada por detener la horrible matanza.(...) Entre tanto (los soldados de Irgun) habían sacado de las casas a unos veinticinco hombres: los subieron a un camión y los pasearon en un desfile de la victoria, al estilo romano, por los barrios de Jerusalén”.[14]

El mismo Begin se jacta del impacto que tuvieron sus acciones estilo nazi: “Una leyenda de terror cundió entre los árabes, que sentían pánico con sólo oír nombrar a nuestros soldados del Irgun. Le valieron a Israel por media docena de batallones. En todo el país ... los árabes fueron presa del pánico y empezaron a huir. Esa huida masiva pronto se convirtió en una estampida enloquecida e incontrolable”.[15]

Aunque la matanza de Deir Yasin fue realizada por los revisionistas de derecha del Irgun y el grupo Stern, esto no implica que las tropas de la Haganah (ejército oficial de Israel) no se hubieran llenado las manos de sangre. Matanzas similares fueron perpetradas en todo el país: en Gaza, Kbya o Dueima, lugar éste último donde fueron muertos cerca de 100 árabes. “Para matar a los niños (los soldados) les partían el cráneo con palos: No había una sola casa sin cadáveres. A los hombres y mujeres de las aldeas los metían en casas sin comida ni agua. Entonces los zapadores las volaban”.[16]

La creación de Israel produjo el rechazo de una serie de Estados árabes, principalmente Transjordania y Egipto. Luego del 15 de mayo, después de varios meses de lucha guerrillera palestina, estos dos estados empiezan a enfrentar a Israel.

Lejos de ser una nueva lucha de “David contra Goliat”, como lo hacen pensar los sionistas, de “100 millones de árabes, que quieren lanzar al mar a medio millón de judíos”, en esta guerra los sionistas tenían una absoluta ventaja militar.[17] La Haganah, organizada, armada y tolerada por los ingleses, inclusive en sus peores momentos de roce con las autoridades coloniales inglesas, contaba con 45,000 hombres y las tropas de Irgun, que también combatieron en los batallones judíos del ejército inglés, cerca de 3,000; con la Policía rural judía, los Palmaj[18] y varios miles de “voluntarios” venidos de EE.UU. y Europa, formarían unos 60,000 hombres.[19]

Por el lado de los palestinos, éstos habían quedado debilitados por la derrota de la insurrección de 1936-1939 y antes que intervinieran los estados limítrofes la mayor resistencia era del “Ejército de Liberación” de Fawzi el-Kawakji, que no contaba con más de 5,000 hombres, mal armados y desorganizados militar y políticamente, aunque contaban naturalmente con la simpatía de los pueblos y aldeas. El único ejército en capacidad de enfrentarse en una situación de no tanta desventaja era la Liga Árabe de Transjordania, con unos 25,000 hombres, pero era dirigida por oficiales ingleses y aunque Inglaterra jugaba a aparecer como la protectora de los pueblos árabes, su interés no era impedir la constitución del estado sionista, sino aparecer como un árbitro necesario, para mantener su presencia. La Liga se limitó a ocupar algunas partes de Cisjordania, rehuyendo el combate, e incluso cedió territorios a los sionistas.

Faruk, rey de Egipto y Abdullah de Transjordania (actual Jordania), que aparecían como voceros del mundo árabe, no sólo, como es evidente, no tenían interés en movilizar al conjunto de las masas árabes, sino que preparaban una de las peores traiciones a los palestinos.

Abdullah firmó un pacto secreto con Golda Meir, representante en ese momento del gobierno israelí, que consistía ... ¡en repartirse Palestina! Así Israel lograba extenderse hasta más allá de las fronteras que le había impuesto la ONU y Abdullah conseguía quedarse con Cisjordania y Faruk con Gaza.[20] De esta forma empezó la tragedia del pueblo palestino despojado de su tierra y su derecho a autodeterminarse.

Nada más claro para demostrar como Israel es la consumación del hecho colonial, que la “ley de propiedad de personas ausentes”, impuesta luego de la derrota del 48, bajo la cual fueron incautadas gran cantidad de tierras y propiedades palestinas.

“De toda el área del Estado de Israel sólo unos 300,000 o 400,000 dunums (26,800 a 35,600 hectáreas) son dominios estatales que el gobierno israelí recibió del mandato británico (un 2%). El Fondo Nacional Judío y los propietarios judíos particulares poseen alrededor de 2 millones de dunums (el 10%). Casi todo el resto (es decir el 88%, de los 20,255,000 dunums [1,800.00 hectáreas] de dentro de las líneas de armisticio de 1949, pertenecen legalmente a propietarios árabes, muchos de los cuales han abandonado el país”.[21]

La Oficina de Refugiados de Naciones Unidas calcula que el pillaje israelí fue de unos 300,000 millones de dólares. Entre 1948 y 1953 se levantaron 370 asentamientos judíos y en 350 hubo antes un pueblo palestino. En 1954 el 35% de los judíos vivía en propiedades confiscadas a ausentes. Ciudades enteras como Jaffa, Acre, Ramle fueron vaciadas y produjeron 250,000 nuevos refugiados. Así también el 25% de los edificios de Israel, eran de “ausentes”, más de diez mil empresas y tiendas fueron entregadas a los propietarios judíos. El 100% de la producción de limones (cerca del 10% de los productos de exportación de Israel), el 95% de los olivares, que representaba el tercer producto de exportación luego de los limones y los diamantes y hasta la tercera parte de las piedras israelitas provenían de 52 canteras incautadas a los palestinos.

En 1960 se institucionaliza en forma de una legislación racista la “judaización de la tierra”, según la cual en todos los contratos de arrendamiento de propiedad “el arrendatario debe ser judío y tiene que aceptar realizar todas las labores relacionadas con el cultivo de la hacienda sólo con la mano de obra judía”.[22]

La resistencia palestina: el surgimiento de la OLP

El mito de la seguridad israelí para justificar su rol de gendarme del imperialismo, fue desenmascarado en el 56, cuando luego de que Nasser nacionalizó el Canal de Suez en Egipto, los sionistas ocuparon el Sinaí, los estrechos del Tirán y se desplegaron junto a las tropas anglo–francesas a lo largo del Canal. Aunque por la presión del imperialismo yanqui y de la Unión Soviética se retiraron, esta guerra fue el preludio de la ocupación de Gaza, Cisjordania y las Alturas del Golán durante la guerra de los Seis Días en 1967.

En ese momento, Johnson buscaba una derrota militar del régimen nacionalista burgués de Nasser, para obligarlo a aceptar la política del imperialismo yanqui en la región. El fin del apoyo de Nasser a los movimientos nacionalistas, como en la Península Arábiga donde sostenía a los republicanos de Yemen del Norte contra los monárquicos y Arabia Saudita. (Este objetivo fue alcanzado, Nasser terminará retirando sus tropas de Yemen del Norte).

La dirección sionista, envalentonada por la facilidad con que derrotó a los ejércitos árabes, anexó Jerusalén Este e inició una política de colonización de todos los territorios ocupados.

Impuso un gobierno militar, bajo el cual los palestinos no pueden sembrar un tomate o poner un cristal sin un permiso israelí y constantemente les dinamitan las casas o los sacan de los campos de cultivos, para construir asentamientos y rutas de “seguridad” para los colonos sionistas. Fue la continuación de la ocupación del 48, con los métodos de “arresto preventivo”, bajo los cuales se encarcelan jóvenes por sospecha, sin derecho a la defensa y con la tortura como método principal para sacar confesiones.

Muchos de los palestinos de las tierras ocupadas eran hijos de los palestinos expulsados en el 48, lo que profundizó el polvorín que implicaba el problema nacional palestino.

Durante los años cincuenta hubo acciones guerrilleras más o menos improvisadas y en el 58, un grupo de estudiantes palestinos que se encontraba en el exilio en Egipto, fundó la organización guerrillera nacionalista: Al–Fatah.

La derrota de los ejércitos árabes en el 67 y la ocupación de Gaza y Cisjordania, le va a permitir a Al–Fatah y a otras corrientes guerrilleras que aparecieron en ese momento,[23] ganar la simpatía de la población palestina, al participar en la resistencia a la ocupación sionista. En el 68, Al–Fatah sostiene una batalla con el ejército israelí, en Karameh, Jordania, que le otorga la autoridad necesaria para tomar control de la Organización para la Liberación de Palestina y desplazar el eje de la lucha antiimperialista en el mundo árabe del nasserismo al movimiento palestino y su dirección la OLP.

En 1964, la Liga Árabe había fundado la OLP, que básicamente “era una colección de figuras notables pero sin mayor peso en la comunidad palestina en el exilio, ni tampoco entre los palestinos que habían quedado en el interior de Israel. Era poco más que una sigla vacía, que Nasser utilizaba al servicio de su política. Pero el desarrollo de la guerrilla palestina y la decadencia del nasserismo, producirían una gran transformación de la OLP”.[24]

En 1969, Yasser Arafat, líder de Al–Fatah, da a conocer el programa de siete puntos en el que llama a luchar por un “Estado palestino, laico, democrático y no racista”. Bajo este programa democrático, Al–Fatah nuclea en torno a la OLP todo el movimiento guerrillero y nacional palestino. Esta nueva dirección se apoyaba en los campamentos de refugiados y las milicias que surgían en los mismos, y en una consigna que apuntaba a la destrucción de Israel y la construcción de una Estado laico y con igualdad de derechos para judíos y árabes.[25]

De esta forma la OLP , se constituye como una suerte de “estado en el exilio” palestino, en un frente único de todo el movimiento palestino en lucha para recuperar su tierra, una nacionalidad organizada sin estado.

En los campamentos de refugiados en Jordania y Líbano, la OLP es la encargada a través de las empresas SHAMED de producir alimentos, muebles, utensilios y ropa para los palestinos, organiza los hospitales con la Media Luna Roja. En Líbano, por ejemplo, “los campamentos de refugiados están regidos por una comisión de nueve individuos (...) La comisión se forma con residentes de los campamentos y recibe un presupuesto de la OLP (...) Todos los servicios públicos de los campamentos son pagados por la OLP”.[26]

Los mismos gobiernos árabes, hasta los más reaccionarios, como las monarquías proyanquis de la Península Arábiga, se ven obligados a reconocer a la OLP y financiarla, para no aparecer ante las masas de sus países como cómplices del sionismo.

  
 

Los mitos sionistas

Podríamos decir que existen cuatro mitos impulsados por el sionismo, que han modelado la conciencia de la mayoría de la población occidental:

1.   “La tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra”, mito generado por los primeros sionistas para legitimar su invasión colonial, creando la ficción que Palestina era un territorio remoto irregularmente visitado por nómadas, negando así la identidad y la nacionalidad de los habitantes originarios de esta tierra: los palestinos.

2.   La “democracia israelí”, todas las referencias de las grandes corporaciones de noticias apuntan en el sentido de hacer creer que Israel es la única democracia occidental, en un mar de dictaduras árabes totalitarias. Aunque la “democracia” israelí, por su carácter de enclave militar, de estado confesional racista y sus procedimientos judiciales y leyes, es tan “democrática” como pudo ser el apartheid sudafricano.

3.   El mito de la seguridad, enlazado con el mito de la “democracia”, según el cual la política exterior colonialista de Israel es obligada, por estar rodeada de regímenes árabes hostiles a la “democracia israelí”.

4.   El mito de ser las víctimas del Holocausto, que el sionismo fue el enemigo del nazismo y el mejor representante de los seis millones de judíos muertos durante el gobierno nazi, no obstante esta insidiosa propaganda no puede ocultar, que el sionismo fue un colaborador de los peores antisemitas y que lamentablemente hoy, los judíos engañados por el sionismo, le hace a los palestinos lo mismo que los nazis hicieron con ellos.

 
 

La dirección de Arafat provoca las derrotas de la OLP en Jordania y Líbano

Como dirección nacionalista pequeñoburguesa que era, Arafat y el núcleo dirigente de Al–Fatah van a ser presa de sus propias contradicciones, se van a debatir constantemente entre conciliarse con los regímenes burgueses árabes reaccionarios o profundizar la dinámica a la movilización revolucionaria de las masas en los países donde desde los campamentos de refugiados la OLP se convierte en un polo de atracción para todos los oprimidos.

La poderosa organización de los palestinos en los campamentos de refugiados de Jordania, los hace chocar con el reaccionario y proimperialista monarca hachemita. En el 70 las tropas del FPLP tuvieron enfrentamientos con el ejército jordano. La historia concluye con el Septiembre Negro, en el cual Hu­ssein, aprovechando el freno que pone Arafat a la lucha, termina dando muerte a 30,000 palestinos y expulsa los fedayines rumbo al Líbano, donde se repetirá la historia.

“En el Líbano se da en 1975 una guerra civil, de un lado el Movimiento Nacional con la OLP y del otro las falanges fascistas cristianas. Luego de un año de lucha, el Movimiento nacional y la OLP tienen todas las posibilidades de tomar el poder pero Arafat se niega a hacerlo. Y eso da pie a una intervención de Siria con 20,000 soldados para mantener a los cristianos”[27] (la burguesía maronita en el poder).

Líbano se convierte así en el teatro de una cruenta lucha, donde a los golpes del ejército israelí, se suceden los de los sirios.

En 1982, los israelitas logran infligir un golpe importante a los palestinos y la izquierda libanesa con la segunda invasión militar al Líbano, produciendo la muerte de 20,000 palestinos y libaneses y cerca de 25,000 heridos. La OLP se ve obligada a evacuar Beirut hacia Túnez, y el ejército israelí, bajo el mando del General Sharon (recientemente electo Primer Ministro de Israel) aprovecha para que las milicias fascistas libanesas masacren la población desarmada de los campos de refugiados de Sabra y Shatila.

Estas incursiones del sionismo tienen la misma razón que la expulsión de Jordania: frenar la revolución en el Líbano, cuya vanguardia eran los palestinos.

Para rematar este golpe, en 1983, Saika, la guerrilla palestina controlada por Siria, intenta criminalmente dividir a la OLP, atacando los campamentos del Norte del Líbano, bajo el pretexto de que Arafat planeaba un pacto con Jordania, Egipto e Israel (Arafat ya había dado los primeros pasos para abandonar la consigna de la OLP de un Estado democrático, laico y no racista, insinuando reconocer Israel a cambio del estado palestino en Gaza y Cisjordania). Saika le servía al régimen sirio para tratar de controlar Líbano y quitarse de encima el incomodo problema palestino.

La dirección de la OLP queda en Túnez, derrotada y aislada de su base social en los campamentos de refugiados y los territorios ocupados, lo que la lleva a profundizar su curso hacia una negociación con el sionismo.

La primera Intifada se va a producir, al margen de la OLP, influenciada por el comienzo de la resistencia libanesa a la ocupación sionista (la implantación de Hezbollah en el Sur del Líbano), que fuerza el retiro del ejército israelí a una zona de seguridad fronteriza dentro del Líbano en el 85.

El “infitadeh” (levantamiento) del pueblo palestino estalla el 9 de diciembre de 1987, producto de la muerte de cuatro trabajadores palestinos de Gaza, embestidos por un camión militar israelí.

Los enfrentamientos callejeros, las barricadas, la paralización de la actividad comercial se sucedieron desde entonces, incorporando masivamente a la población de Gaza y Cisjordania a la lucha contra los sionistas.

Desde la huelga general del 36, no se había producido un movimiento tan amplio de las masas árabes dentro de Palestina misma. Expresaba la desesperación de las masas ante el proceso de la colonización (la implantación de más de 200,000 colonos desde el 67) y la aparición de nuevas generaciones, sin el trauma del éxodo del 48, pero educadas bajo la tortura y los abusos de los sionistas.

Como veremos a continuación, la represión brutal del sionismo durante la primera Intifada educó a los niños que tiraban piedras entonces, para el levantamiento de hoy día, cuando el proceso de paz de Oslo, se demostró como un engaño del imperialismo y el sionismo para desmontar la primera Intifada con la colaboración de Arafat.


Notas

[1] “Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor (de cambio, NdeE.). Así acontece cuando la utilidad que ese objeto encierra para el hombre no se debe al trabajo. Es el caso del aire, de la tierra virgen, de las praderas naturales, de los bosques silvestres, etc. Y puede, asimismo, un objeto ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Los productos del trabajo destinados a satisfacer las necesidades personales de quienes los crean son, indudablemente, valores de uso pero no mercancías, no basta producir valores de uso, sino que es menester producir valores de uso para otros, valores de uso sociales” (K. Marx, El Capital, Tomo I, págs. 4-8, citado en Diccionario de Sociología Marxista de Olmedo Beluche).

[2] “Israel: Historia de una colonización”, Roberto Fanjul y Gabriel Zadunaisky, en Revista de América., pág. 6.

[3] Idem.

[4] Citado en Ralph Schoenman, El conflicto árabe-israelí: La historia oculta del sionismo, pág. 36.

[5] Idem. pág. 36.

[6] Lenin: Imperialismo fase superior del capitalismo, citado en “Israel, historia...”, pág. 14.

[7] Abraham León, La Cuestión Judía, pág. 244.

[8] Ralph Schoenman, El conflicto árabe-israelí, pág. 10.

[9] Idem. pág. 11.

[10] Idem. pág. 13.

[11] Stalin, con su característico desprecio a los derechos nacionales de los pueblos oprimidos, creía que el sionismo podía ser un aliado progresivo, al contribuir a desplazar a Inglaterra del control de la región.

[12] Citado en “Israel, historia...”, pág. 27.

[13] “El estado judío, que se nos propone no corresponde a los objetivos sionistas, pero eso será una etapa decisiva para la realización de nuestros grandes designios... Romperemos las fronteras que nos impusieron”. Idem. pág. 24.

[14] Citado en Schoenman, El Conflicto árabe-israelí, pág. 24.

[15] Idem. pág. 23.

[16] Idem. pág. 26.

[17] De hecho, desde antes constituían un ejército altamente entrenado y con un mando experimentado. Financiados por Washington, con las armas checoslovacas que les hizo llegar Stalin, no había margen de comparación incluso frente a los ejércitos árabes.

[18] Unidades especiales entrenadas por los ingleses.

[19] Antología Israel, citada en “Israel: historia ...”, pág. 26.

[20] Abdullah fue ejecutado en 1951 por un palestino, este acto de justicia, sin embargo, no solucionaría el problema palestino.

[21] Cita por Schoenman, en El conflicto árabe-israelí, pág. 31.

[22] Idem. pág. 32.

[23] Como el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, de inspiración política estalinista.

[24] “Islam: Un mundo en llamas”, Gabriel Massa y Jan Poliansky, en Correo Internacional N°19, Año III, pág. 9.

[25] Esta fue la consigna más progresiva que levantó el movimiento palestino, que conforme la dirección de Arafat avanzó en su curso reaccionario, terminó por abandonar.

[26] “Islam: Un mundo en llamas”, pág. 11.

[27] Idem. pág. 12.


¿Hacia dónde marcha la Intifada?

por Nathaliel Fishman


1. La trampa de Oslo

DURANTE la guerra del Golfo, las masas palestinas se movilizaron contra la agresión imperialista a Irak, recuperándose de cierto desgaste por la represión brutal a la primera Intifada. La derrota de Irak fue un duro golpe para los palestinos, que quedaron aislados al retroceder el movimiento de masas de la región. El imperialismo yanqui, consciente de ello, tomó la iniciativa para resolver de una vez por todas el “problema” palestino e imponer una “pax” americana en el Medio Oriente.[1]

La primera Intifada había demostrado que las masas palestinas no iban a aceptar la tutela del monarca jordano, proyecto que se había manejado tradicionalmente como alternativa en la cúpula dirigente israelí.[2] Washington, que había venido anudando relaciones con Arafat, presionó para buscar una salida a través de la negociación con éste, imponiendo finalmente esta solución estratégica al establishment político sionista. Para Washington se trataba de fortalecer su gendarme Israel y reconciliarlo con los regímenes burgueses árabes, creando un estado palestino “fantoche”, desarmado, al lado.

El alineamiento de la inmensa mayoría de los gobiernos árabes detrás del imperialismo yanqui, había dejado a la dirección de Arafat sin el apoyo financiero de Arabia Saudita y otros de los regímenes árabes más reaccionarios, que sostenían económicamente a la OLP para mantener influencia sobre su dirección. En estas condiciones, la capitulación de Arafat no se hizo esperar.[3] Para concretar su proyecto de constituir un estado burgués palestino limitado a Gaza y Cisjordania, aceptó colaborar con el imperialismo e Israel para desmontar la Intifada desde adentro, asumiendo la represión de los sectores que no entraran en la lógica de desmovilización de las negociaciones de paz.

La lógica de Arafat era hacer cualquier tipo de concesiones, con tal de lograr el repliegue israelí de Gaza y Cisjordania. En los llamados Acuerdos I y II de Oslo, en 1993 y 1995 respectivamente, que establecían una transferencia progresiva de territorios a la Autoridad Palestina que iba a ser constituida bajo el control de Arafat (en un proceso de elecciones manipuladas), no sólo quedó imprecisa la negociación final del status de la “autonomía palestina”, sino que los asuntos más importantes a negociar con Israel quedaron relegados a “negociaciones” ulteriores sin calendario determinado: el derecho al retorno para más de ocho millones de refugiados palestinos (expulsados por el sionismo de su tierra en las sucesivas guerras desde 1948); el control de los recursos acuíferos de Cisjordania (utilizados por Israel en su beneficio); la libertad de los 3,500 luchadores palestinos encarcelados y torturados en las cárceles sionistas (legalmente, de acuerdo a la legislación israelí); el problema del destino final de los asentamientos israelíes en Gaza y Cisjordania; del status de Jerusalén Este (la parte árabe, anexada por el Parlamento israelí en 1967); y la presencia y control del ejército sionista sobre todos estos territorios.

Del retiro inicial israelí de Gaza y Jericó, se pasó en Oslo II a establecer un retiro progresivo dividiendo Cisjordania en tres zonas, pero sin establecer fechas ni demarcaciones precisas:

A: El 2% del territorio y el 20% de la población, bajo la Autoridad Palestina.

B: El 26% del territorio y la mayoría de los 450 pueblos palestinos, bajo control parcial de la Autoridad Palestina, ya que la “seguridad” y la lucha contra el terrorismo quedaba a cargo de Israel.

C: Los asentamientos israelíes y el 72% del territorio, controlado totalmente por el ejército y el gobierno israelíes.

Arafat confiaba en que la presión del imperialismo yanqui iba a permitir que se fueran concretando los acuerdos. Como dirección burguesa que es, para congraciarse aún más con Washington y Tel–Aviv y concentrarse en ganar el control del aparato del estado a nacer, renunció incluso a lo que era su base social en el exterior: los campamentos de refugiados.[4] Era una indicación muy clara hacia la dirigencia sionista, de que estaba dispuesto a renunciar completamente a las reivindicaciones históricas del pueblo palestino y ni lerdos ni perezosos los dirigentes sionistas se dieron a la tarea de arrancarle más concesiones.

2. Los gobiernos sionistas ganan tiempo y ... territorio.

“La paloma de la paz” laborista, Rabin, que negoció los acuerdos de Oslo II en setiembre de 1995, lo que le costó ser asesinado por un estudiante de extrema derecha en noviembre de ese año, fue el primero en comenzar a darle largas a la implementación de la transferencia de territorios entre las diferentes zonas. “Ninguna fecha es sagrada”, declaró poco después de estampar la firma. Comenzando también a incumplir con los acuerdos para crear un corredor seguro entre Gaza y Cisjordania, liberar 350 prisioneros y avanzar en los otros puntos a negociar.

Presionados por los colonos de extrema derecha, tanto el laborismo como el Likud optaron por continuar la expansión de los asentamientos en la ribera Occidental y Gaza[5]. Mientras tanto se le daban largas a las negociaciones, y las idas y venidas a Washington y las otras capitales imperialistas para encuentros con Arafat se sucedían. La estrategia sionista era llegar con hechos consumados a la etapa final de las negociaciones, para asegurarse Jerusalén Este, el control del agua, la “seguridad” de sus colonias y el no retorno de los palestinos expulsados desde el 48.

Para “engullir” los barrios árabes de Jerusalén Este, continuó adelante el proyecto de desarrollar 170 colonias del otro lado de la “línea verde” y crear una sola Municipalidad en Jerusalén. 78,000 colonos más han sido instalados, 400 km de vías han sido construidos rodeando los pueblos árabes, se han creado parques industriales anexos a algunas colonias y miles de alojamientos nuevos han sido construidos.

3. “El estado palestino resulta inviable.

La contraparte de esta expansión no podía ser sino que las masas palestinas se dieran cuenta de la inviabilidad, como estado, del batustan que había negociado Arafat.

El crecimiento de los asentamientos ha continuado, con la expropiación de tierras de los palestinos y la destrucción de más de 800 casas.

Los puestos militares de control del ejército sionista impiden la libre circulación de los árabes, no ya sólo entre Gaza y Cisjordania (viaje para el cual hay que pagar onerosos “peajes” a las autoridades israelíes y a la Autoridad Palestina), sino entre pueblos que están al lado, a uno o dos kilómetros.

El costo de la vida resultó asfixiante, porque Israel se aseguró que el comercio pasara por sus aduanas: el 80% de los intercambios y del déficit comercial son con Israel. (Negocio redondo, pues el déficit comercial palestino pasó de 800 millones de dólares en el 90, a 1,400 millones en 1996 y 1,700 millones en 1998).

El sector agrícola, que hasta comienzos de los noventa empleaba un 40% de la mano de obra y representaba un cuarto del PIB, sólo representa ahora un 20% de la mano de obra y el 15% del PIB. Esta caída brutal se ha producido, no sólo por la expropiación de tierras árabes para construir las carreteras de “seguridad” para las colonias y por el hecho de que como señala el Banco Mundial el 90% del agua de Cisjordania se desvía hacia Israel (el consumo de agua en Israel es de 375 m3 por habitante al año, mientras que en Gaza y Cisjordania es de 115 m3), sino también porque se están estableciendo industrias altamente contaminantes (que escapan así a los controles dentro de Israel) y buena parte de la basura está también yendo a dar a Cisjordania. .

La táctica del gobierno israelí de bloquear los territorios (impidiendo el desplazamiento de los palestinos que trabajan en Israel y el comercio), ante cada acción terrorista de la Jihad Islámica o Hamas, para obligar así a Arafat a una mayor represión contra los sectores que cuestionaban los Acuerdos, terminó siendo desastrosa para la economía palestina.[6]

La ayuda económica internacional (2,900 millones de dólares entre 1994 y 1998), no bastó para frenar la depresión económica. Con el comienzo de la Intifada, el PIB ha terminado cayendo en un 17% o más, el desempleo ha abrasado a la mayoría de la población y el deterioro del poder de compra ha caído más de un 40%.

4. La ira de las masas palestinas: la nueva Intifada.

Como hemos apuntado al inicio, el desgaste de la primera Intifada y la derrota de Irak en la guerra del Golfo, le dieron cierta credibilidad a las negociaciones y los Acuerdos de Oslo. Aunque un sector minoritario del movimiento de masas los rechazaba, influenciado por Hamas y otras organizaciones, Arafat logró durante algún tiempo, imponer la idea de la necesidad de mantener la unidad frente a Israel.[7]

El deterioro de la situación económica, las provocaciones de los colonos y las violentas respuestas represivas del ejército israelí a acciones terroristas fueron desencantando rápidamente, sin embargo, a las masas palestinas. A lo que se unió el deterioro de la popularidad del Gobierno de la Autoridad Palestina.

Arafat avanzó en la creación de un estado burgués fuertemente centralizado. Con la ayuda de la CIA y los servicios de Inteligencia de Israel, entrenó una policía casi de 35,000 efectivos destinada a reprimir “el terrorismo”. Las muertes bajo tortura de luchadores islámicos encarcelados, comenzaron a desprestigiar a su Gobierno, así como la corrupción de su círculo. (Del presupuesto de la Autoridad Palestina de 896 millones de dólares en 1996, se calcula que $326 millones se perdieron por robos y mala administración).

Frente a la reticencia israelí a cumplir con los Acuerdos, Arafat se mantuvo casi en silencio, confiando en la diplomacia yanqui. (Desde Oslo ha viajado a Washington 22 veces).

Washington, sin embargo, no presionó a Tel-Aviv, porque bajo Clinton, Israel fue visto nuevamente como el aliado esencial en el Medio Oriente.

Después de la Cumbre de Carm El Cheikh en setiembre del 99 y de la de Camp David en julio del 2000, a lo más que se ha llegado (y tenemos duda de que realmente sea así) es a la transferencia de un 18% del territorio a la zona A y de un 21% a la B.

La derrota de Israel en el Sur del Líbano, al tener que retirarse en mayo del año pasado por no poder derrotar la resistencia armada de Hezbollah, sirvió de estímulo a las masas palestinas para que respondieran a la provocación del General Sharon al visitar la Plaza de las Mezquitas en Jerusalén, desatando así la nueva fase de la Intifada.

5. El enclave sionista: sus contradicciones.

En la primera parte de este artículo, hemos analizado el proceso que lleva a la creación del estado de Israel en 1948 gracias a que el imperialismo yanqui decide utilizarlo como un enclave para dominar el Medio Oriente. Dentro del marxismo, bajo este concepto de “enclave” se ha designado el transplante de población de una metrópoli imperialista para colonizar una región. Nos parece importante tener presente este enfoque, ya que aunque la población judía de Israel tiende a convertirse en una nacionalidad opresora, el “cemento” nacional está extremadamente diluido por las contradicciones que derivan del hecho de que Israel es una creación artificial.

El proyecto colonialista del sionismo tuvo desde sus inicios la particularidad de buscar excluir a la población árabe nativa, para poder darle acomodo en Palestina a los millones de artesanos y obreros judíos que la expansión capitalista en el Este de Europa condenaba al desempleo. Ya hemos visto, además, que el flujo migratorio de los judíos de Europa Oriental sólo logra ser desviado hacia Palestina, con el ascenso de Hitler al poder y la complicidad con éste de las “democracias” de Estados Unidos y Europa al cerrar sus puertas a los refugiados judíos. El sionismo logró así ganar ideológicamente a la población judía que escapaba de Europa Oriental (“ashkenazi”) para servirle de carne de cañón de su empresa colonial (justificada en adelante por el horror del Holocausto), y obtener el apoyo de las comunidades religiosas judías de todo el mundo.

El factor decisivo, sin embargo, fue el apoyo del imperialismo yanqui, interesado al finalizar la Segunda Guerra Mundial en desplazar a Inglaterra y emerger como potencia hegemónica del Medio Oriente. La creación de Israel fue impuesta por Washington en las Naciones Unidas en 1947 (buena prueba del rol que estaba destinado a cumplir este organismo) contra la voluntad de la población árabe, mayoritaria todavía en Palestina (dos tercios de la población total), pese a la fuerte inmigración judía desde los años treinta.

Resaltamos lo anterior, para tener presente, dos de los problemas estratégicos a los que nace enfrentado el Estado sionista y que están en la base de las contradicciones explosivas que lo minan. En primer lugar, en el 48, la campaña de terror de las milicias sionistas no logró “vaciar” Palestina de árabes ni acabar con su resistencia, que continuará desde los campamentos de refugiados en los países vecinos. En segundo lugar, algunos regímenes nacionalistas burgueses de la región (como Nasser en su momento y ahora Saddan Hussein), presionados por el movimiento de masas, quedaron enfrentados a Israel.

El imperialismo yanqui se encargó de armar hasta los dientes a Israel,[8] al punto de que siempre ha tenido la capacidad de derrotar en una guerra convencional a los ejércitos de los países vecinos. Es el país que recibe más ayuda económica y militar de los Estados Unidos (más de $4,000 millones por año actualmente), y este ha sido un factor clave también para asegurar la cohesión de la población judía, necesaria para mantener su apoyo al proyecto sionista.

El problema es que la resistencia palestina y el hecho de que la población judía era y es minoritaria, ha obligado al sionismo a mantener la inmigración de judíos y continuar la expansión colonial, provocando las violentas contradicciones que vive Israel hoy día, como veremos a continuación.

La segunda oleada de colonizadores

De la primera oleada de colonizadores (los “ashkenazi” de Europa) salieron los cuadros dirigentes del sionismo y los fundadores del Estado de Israel. El control del aparato de Estado, de los kibutz y de la central sindical Histadruth (propietaria de algunas de las empresas más grandes y al mismo tiempo garante de buena parte de los servicios de seguridad social), le aseguró a este sector de la población un nivel de vida e ingresos similar al de la población de los países imperialistas, que no va a tener la segunda oleada migratoria.

En los años cincuenta, por la vía de la negociación con Hassan II de Marruecos y en el caso de Irak (después de algunos atentados del Mossad contra sinagogas de Bagdad), se logró la inmigración a Israel de un gran sector de los judíos del Medio Oriente y el Norte de Africa (los llamados “sefar­ditas”, más de medio millón en ese momento). La elite ashkenazi los utilizó como mano de obra barata para reemplazar el trabajo palestino en los Kibbutzim y los Moshavim (las cooperativas agrícolas), hacinándolos en los llamados “pueblos en desarrollo”, sin las mismas condiciones de salud y educación de que disfrutaban los ashkenazi. Hoy día el 42% de los adolescentes árabes y el 21% de los sefarditas no llegan al bachillerato, contra un 6% en las ciudades ashkenazis. Situación que favorece una fuerte discriminación social y cultural.[9]

Han sido así el sector más golpeado por los cambios operados en Israel en la primera mitad de la década pasada, cuando el país se “enganchó” al proceso de la globalización.

La oleada privatizadora ha sido tan fuerte, que la Histadruth ha quedado casi reducida a una mera central sindical y los kibutz, al entrar en la competencia capitalista, han quedado prácticamente en quiebra.[10] El presupuesto del Estado sionista ha caído de un 70% del PIB a un 45,5% en el año 2000, poniendo en evidencia un desfinanciamiento brutal de la educación, la salud y la seguridad social. El índice de familias por debajo del nivel de pobreza pasó de un 27,9% a un 34,3%, el desempleo ronda un 8,6%, el 62% de los trabajadores ganan por debajo del salario medio y según la Histadruth ha aumentado el porcentaje de trabajadores sin estabilidad a un 7% de la fuerza de trabajo y hasta un 30% en los servicios públicos.

La situación de los trabajadores sefarditas se pone en evidencia en el hecho de que un trabajador ashkenazi en 1985 ganaba 1,7 veces más que uno sefardita y 1,9 veces más que un trabajador árabe; y en 1999 gana 1,6 veces más que el sefardita y dos veces más que el árabe.

Expresando esta situación, la sociedad israelí ha venido conociendo una creciente polarización entre laicos y “ulta–ortodoxos”. La población sefardita, marginalizada y empobrecida, ha sido canalizada electoralmente por los partidos religiosos de extrema derecha, que a cambio de permitirle al Likud formar gobierno con sus votos en el Parlamento, han logrado canalizar fondos públicos para una red de establecimientos educativos y de asistencia social propios, que vienen a sustituir los servicios cada vez más menguados del estado y le aseguran una importante fuente de clientelismo electoral. El Shass (que recoge al electorado “marroquí”) y el bloque Yahdout Atora: Judaísmo Unificado de la Torah (de origen ashkenazi), tienen 22 de los 120 puestos del Knesset, y recogen un quinto del electorado.

El laborismo tiende a convertirse en el partido ashkenazi, pues es visto por la población de origen sefardita como el responsable de su empobrecimiento y discriminación.

El 14 de febrero del 99, la sociedad israelí fue conmocionada por la irrupción de 250,000 haredim (“los que temen a Dios”) en las calles de Jerusalén, para protestar contra las decisiones de la Corte Suprema contra el monopolio religioso ultra–ortodoxo, al eliminar la excepción del servicio militar a casi 30,000 estudiantes de las escuelas religiosas, abrir la posibilidad de que las mujeres se integren a los consejos religiosos, permitir la introducción dentro de los mismos de rabinos reformados y conservadores, y reconocer las conversiones realizadas por ellos en Israel (donde al contrario de Estados Unidos, estas congregaciones son minoritarias). La burguesía y la pequeña burguesía ashkenazi ven con temor la emergencia de un fundamentalismo rabínico.

De una forma totalmente distorsionada, se ponían en evidencia así las violentas contradicciones sociales que corroen al estado sionista y que lo impulsan en la dinámica colonizadora. Estos partidos ultra–ortodoxos, junto a la extrema derecha abiertamente fascista, presionan por la anexión de territorios, para darle salida a la situación de marginalidad de su base social.

Aunque esta no es la única expresión de la creciente tensión social, porque también la clase obrera ha hecho irrupción y ha protagonizado una huelga general en marzo del 99, que paralizó el país.

La tercera oleada migratoria.

Contradictoriamente, sin embargo, la apertura del proceso de paz permitió atraer inversiones y un mayor crecimiento económico, a partir de las ramas industriales de alto desarrollo informático y tecnológico (ligadas a la inversión previa en el terreno militar) y a la apertura de nuevos mercados (India, China, los países del Golfo, Indonesia en los noventa).

Pese al aumento de la pobreza y el desempleo, se dio así una relativa absorción del millón de “rusos” que llegaron a partir del 86, que por su alta calificación profesional, su nivel cultural y las facilidades que recibieron, se “integraron” mejor que los propios sefarditas. Shamir, el entonces Primer Ministro del Likud, negoció con Gorbachov su salida, con la intención de contrabalancear el peso electoral de los sefarditas (cada vez más inclinados hacia los partidos religiosos ultra–ortodoxos) y extender los asentamientos en Cisjordania y Gaza.

Los “rusos”, no obstante, tendieron a ubicarse dentro de Israel, pues la mayoría no tienen de judíos sino el apellido y han tendido a adquirir una personalidad cultural propia (editan, por ejemplo, periódicos en ruso y tienen hasta dos partidos de derecha con escaños parlamentarios). Los ultra–ortodoxos los denuncian como no creyentes y se han vuelto por tanto otro factor más de disputa religiosa.

La absorción de los rusos no debe hacer olvidar, que al mismo tiempo se ha creado todo una sector de nuevos parias dentro de Israel: los 200,000 trabajadores de Europa Oriental, Asia y Africa (un 10% de la mano de obra), a los que se les ha permitido entrar para ir sustituyendo los trabajadores árabes provenientes de Gaza y Cisjordania. Prácticamente sin derechos laborales ni sociales, han servido para presionar hacia abajo los salarios pues se les paga dos veces menos que a un israelí.

6. Los árabes de Israel

El carácter racista del estado sionista se pone de relieve con la situación de los palestinos que no huyeron de Israel en 1948, un 17% de la población israelí actual (970,000). Sistemáticamente han venido siendo discriminados y tratados como ciudadanos de segunda, lo que finalmente provocó su incorporación a la Intifada el pasado setiembre. Rompiendo con la política de colaboración con los sionistas de los “notables” palestinos y el Partido comunista, los jóvenes salieron a la calle y el baño de sangre provocado por la represión ha cavado un abismo profundo con el sionismo. En el 99 el laborista Barak había sido elegido con su voto y en las elecciones de febrero de este año se abstuvieron masivamente provocando con ello la derrota de éste.

Los “árabes israelíes” no tienen los mismos derechos que los ciudadanos judíos. No sólo no pueden transitar libremente por Tel–Aviv y las aglomeraciones judías. Mientras que a los judíos de cualquier parte del mundo se les reconoce automáticamente la ciudadanía israelí, a los “árabes israelíes” que se casen con alguien que no es ciudadano israelí (un palestino de Gaza, por ejemplo) se les niega la reunificación familiar. Bajo las leyes de urgencia de 1945 sistemáticamente se les siguen confiscando sus tierras (sólo conservan el 10% de la propiedad en manos de los palestinos antes del 48) y negando permisos para sus construcciones.

Se trata además de anular su identidad como palestinos, por lo que el árabe es relegado de los medios de comunicación, a los escolares se les obliga a recibir historia judía y a los partidos políticos a reconocer el carácter judío del estado para poder participar en las elecciones.

Más aún, los sionistas han tenido una política de no desarrollar los pueblos árabes y apoyarse en los “notables” locales para controlar a la población. Pagando los mismos impuestos o más que los ciudadanos judíos, los presupuestos asignados a las municipalidades palestinas son más bajos y por tanto los servicios de luz, cloacas, calles, totalmente deficientes. Golpeados por el desempleo en medio del proceso recesivo de la economía israelí, el ingreso medio de los palestinos es el más bajo en Israel, la mortalidad infantil es el doble y un 42% de los jóvenes abandonan los estudios antes de los 17 años.

7. ¿Cuál salida para el conflicto?

El costo político de la nueva Intifada ha sido muy alto para el imperialismo yanqui: frenó el proceso de “normalización” de las relaciones de Israel con los regímenes árabes alineados abiertamente con Washington durante la Guerra del Golfo, al despertar un amplio movimiento de masas en su apoyo en todo el mundo islámico, que le ha permitido a Irak romper su aislamiento diplomático y va a dificultar en adelante las negociaciones entre Israel y Siria en torno a la devolución de las alturas del Golán,[11] lo que podría crear una dinámica aún más explosiva.

Este proceso de normalización es además parte de una estrategia de mayor penetración económica en la región desde Israel, que se ve torpedeada en momentos en que la competencia económica interimperialista se agudiza.[12]

Clinton presionó por una salida antes de las elecciones del 6 de febrero en Israel, temiendo que la posible elección del General Sharon complicase la situación y finalmente tuvo que desistir por la negativa de Barak a firmar un acuerdo que se le podía volver en contra electoralmente ante la polarización que se estaba dando.[13]

Aunque Clinton terminó su mandato hablando de que los palestinos tienen derecho a un estado “soberano y viable” porque “la Tierra de Israel es también su Tierra”,[14] estas palabras no significaban que el imperialismo estuviera dispuesto a hacer justicia al pueblo palestino. En las negociaciones de diciembre del año pasado a lo más que se llegó es a pactar el retiro del 87% de Cisjordania y Gaza, a reconocer el control administrativo para los palestinos de la explanada de las Mezquitas y el retorno de algunas decenas de miles de refugiados.[15]

El gobierno de Bush, aunque ya envió al Secretario de Estado Powell a la región para buscar la reapertura de las negociaciones, presionando a Arafat para que asuma el rol que le han asignado de reprimir a las masas insurrectas y a Israel para que levante el bloqueo de los territorios, es probable que le deje el protagonismo a Arafat y Sharon, para no provocar más el repudio de las masas palestinas a la injerencia imperialista a favor de Israel.

La insistencia del General Sharon en formar un gabinete de Unidad Nacional con el laborismo (como hiciera Shamir cuando comenzó la resistencia a la ocupación del Sur del Líbano a comienzos de los 80), expresa la necesidad de la cúpula dirigente del sionismo de darle salida a la situación sin abrir brechas más profundas a su interior. La Intifada ha polarizado aún más a la sociedad israelí, por la irrupción en la misma de los árabes de Israel, paralizando a la clase dominante (lo que obligó a Barak a convocar elecciones anticipadamente).

Pese a que la represión ha sido más salvaje que durante la primera Intifada, es evidente que no ha podido todavía desgastar a las masas palestinas. Los sionistas han seguido su estrategia de golpear duramente para obligar a Arafat a controlar el movimiento, pero corren el riesgo así de que sea rebasado totalmente y que Israel se suma en una fuerte crisis.

Por más ayuda del imperialismo, Israel no puede sostener una guerra de ocupación como ésta, sin hundirse económicamente y resquebrajarse internamente. La expansión económica de comienzos de los noventa ha venido aminorando el ritmo y el déficit fiscal tiende a ensancharse (3,5% del PIB en el 99). Se comienza a hablar de sumergir a los árabes del norte de Israel (Galilea, donde alcanzan hasta un tercio de la población en algunas partes) con medio millón de inmigrantes judíos más, pero esto no va a ser viable sin lograr un repunte económico.

Las fisuras de la sociedad israelí pueden volverse explosivas: No es sólo que los colonos de extrema derecha presionen por una represión mayor y la expulsión en masa de los palestinos, como hacen los 300 fanáticos ultraortodoxos que están atrincherados en el centro de Hebrón y protegidos por 700 soldados, le disparan todos los días a los barrios palestinos. La otra mitad de los colonos comienza a desesperar de la “inseguridad” y a desear su reinstalación dentro de Israel.

El deterioro de la situación económica, los ataques brutales que el Gobierno de Sharon va a tener que hacer al nivel de vida de los trabajadores, puede provocar de nuevo un ascenso de la clase obrera judía, como durante la huelga general de marzo de 1999.

Al cierre de esta edición, el General Sharon ya ha formado su gobierno de Unidad Nacional con el laborismo y exige el cese de la violencia para reanudar las negociaciones. Esta posición de fuerza (Arafat no puede ya capitular abiertamente y mucho menos al General Sharon) puede llevar a un retiro unilateral del territorio que la cúpula sionista está pensando devolver, lanzando al mismo tiempo una represión brutal a las masas palestinas. Arafat mismo puede estar interesado en una salida así, para retomar control del movimiento e imponer una nueva versión de Oslo.

En los próximos meses va a ser crucial entonces, para evitar que la Intifada se desangre, que las masas logren armarse para su autodefensa. El gran problema es que ni Arafat, ni Hamas ni ningún otro sector se mueven con esta política.[16] Al igual que Arafat, los fundamentalistas tratan de controlar el movimiento de masas y por eso buscan sustituirlo con las acciones terroristas. Sus ataques indiscriminados contra la población israelí tienen también el objetivo de dividir sobre líneas religiosas a los trabajadores judíos y árabes, para impedir la emergencia de una dirección obrera, que cuestione el carácter burgués (y teocrático) del Estado que quieren imponer.

Los trotskistas llamamos a redoblar el apoyo de la clase obrera mundial a la Intifada, llamamos también a la unidad de los trabajadores árabes y judíos contra el imperialismo, los sionistas y los regímenes burgueses árabes. La bandera democrática que enarboló la OLP en el momento de su fundación: “Por una Palestina laica, democrática y no racista con igualdad de derechos para árabes y judíos”, sigue estando vigente, pero toca ahora al proletariado revolucionario levantarla y pelear por ella.

  
 

La Diáspora Palestina

En campamentos de refugiados:

Israel
910,510
Gaza
1,039,580
54,8%
Cisjordania
1,857,872
26,0%
Jordania
2,328,308
18,2%
Líbano
430,183
55,0%
Siria
465,662
29,0%
Egipto
48,784
Arabia Saudita
274,762
Kuwait
37,696
Otros países del Golfo
105,578
Otros países árabes
5,544
Estados Unidos
203,558
Otros países
259,248
TOTAL:
8,041,569

Fuente: Autoridad Palestina

 
 

Nuestro programa para la Intifada.

Mientras el estado sionista no sea destruido, los derechos nacionales del pueblo palestino van a seguir siendo pisoteados y va a pender sobre los pueblos de la región la amenaza de la agresión militar de este gendarme del imperialismo para aplastarlos si toman el camino de derrocar los reaccionarios y corruptos regímenes burgueses árabes. Aunque la actual Intifada lograse un gran triunfo, imponiendo un retiro total del ejército sionista en Gaza y Cisjordania, esto no impediría que el nuevo Estado se ahogue en este marco estrecho, sometido al hostigamiento del sionismo y del monarca jordano. Pese al control ideológico que el sionismo ejerce sobre la clase obrera y las masas trabajadoras judías, la creciente explotación de los trabajadores judíos abre el camino para que rompan con los sionistas y encaren una lucha conjunta, con los palestinos y las masas populares de toda la región, en contra del imperialismo, los sionistas y los burgueses árabes. Esta lucha por la unidad de la clase trabajadora y los explotados contra sus enemigos de clase sólo se puede dar, construyendo un partido socialista revolucionario de los trabajadores árabes y judíos. Unica forma de impedir que los sionistas de un lado, y los burgueses árabes y los clérigos reaccionarios del otro, dividan a la clase trabajadora y la enfrenten entre sí.

Con el heroísmo de las masas palestinas no basta para destruir al estado sionista. Es necesaria la fuerza combinada de la movilización unitaria de los explotados palestinos y judíos, con el apoyo de todas las masas populares de la región. Sólo en el marco de una dinámica revolucionaria y socialista de movilización de las masas judías y árabes en lo que fue la Palestina histórica: los actuales Israel, Jordania y el batustan de la Autoridad Palestina, imponiendo un gobierno obrero y popular, puede hacerse justicia al pueblo palestino y garantizar a la población trabajadora judía su integración en la construcción de una sociedad socialista. Una Palestina laica, democrática y con igualdad de derechos para todos los pueblos sólo se puede dar en el marco de la Revolución Socialista.

Para lograr la unidad de la clase trabajadora, le proponemos a los trabajadores judíos luchar por:

Por la expulsión del imperialismo, por la expropiación de los burgueses sionistas y árabes, por la revolución socialista en el Medio Oriente.


Notas

[1] En el próximo número vamos a analizar su política frente a Irak y la lucha nacional de los kurdos, que son los otros problemas de carácter regional.

[2] Aunque la burguesía palestina dominante en Amán está profundamente integrada con la monarquía Hashemita y Arafat había manifestado en repetidas ocasiones su complacencia con una “autonomía” de este tipo, con el comienzo de la Intifada, Hussein padre se dio cuenta de que en una operación así arriesgaba el trono. Pese a dos décadas de “alejamiento” de Gaza y Cisjordania por parte de la dirección de la OLP, el levantamiento palestino se hacía bajo sus banderas. En julio del 88, Hussein renunció a los “lazos legales y administrativos de su país con Cisjordania”, anexada oficialmente por su padre Abdallah en 1950.

[3] El 13º Consejo Nacional Palestino, reunido en el Cairo, en marzo del 77, había abierto el camino a la capitulación, al plantear como objetivo la creación de un estado independiente en las partes de Palestina que fueran liberadas primero. Después de la expulsión de la OLP de los campamentos de refugiados del Líbano, bajo los golpes combinados del ejército israelí, cuando ataca Beirut en 1982, y de la milicia pro–siria Saika en el 83, la dirección de Arafat queda en Túnez profundamente debilitada y librada a la buena voluntad de los regímenes árabes. La Cumbre de Fez le define el curso a la negociación que seguirá, pues al mismo tiempo que llama a la creación de un estado palestino independiente y reconoce a la OLP como único y legítimo representante del pueblo palestino, afirma el derecho a la paz de todos los estados de la región, es decir, reconoce así de hecho la existencia de Israel. Lo trágico es que en el momento en que se consuma esta traición, cuando en noviembre de 1988, el 19º Consejo Nacional Palestino reconoce las resoluciones de Naciones Unidas (que crearon Israel contra la voluntad de la población árabe mayoritaria) y condena el terrorismo, la Intifada en los territorios ocupados ha hecho revivir a la OLP.

[4] La ayuda económica a los mismos (recordemos que la OLP mantenía escuelas, hospitales, micro-empresas y hasta pequeñas fábricas) fue cortada y, sobre todo en el caso del Líbano, donde los palestinos fueron aislados en verdaderos gettos después de la expulsión de la OLP, con el fin de romper la unidad orgánica que mantuvieron con el movimiento de masas libanés en los años setentas, esto fue un golpe muy duro en sus condiciones de vida, ya que el desempleo es muy alto.

[5] El laborismo (dominante desde antes en el movimiento sionista) gobernó Israel desde su fundación hasta 1977, cuando lo desplaza la coalición de derecha que agrupa el Likud de Menagem Begin, como se recordará, proveniente de la corriente “revisionista” del sionismo. En 1992 el laborismo regresa al poder con Rabin, pero es desplazado nuevamente en 1996 por Netanyahu del Likud. El laborista Barak ganó en el 99 y perdió las elecciones de este año frente al General Sharon. Dentro del sistema parlamentario de Israel, por la atomización de partidos que se viene produciendo, ha resultado inevitable la formación de coaliciones para poder gobernar, lo que le ha dado un gran peso a los partidos ultraortodoxos y de extrema derecha que pregonan la anexión de los territorios ocupados en el 67.

[6] Para golpear a los palestinos, sin afectar económicamente a Israel, se viene sustituyendo la mano de obra que se desplazaba desde Gaza y Cisjordania a trabajar en Israel, permitiendo la entrada de trabajadores de diversas partes del mundo. De 116 000 trabajadores palestinos empleados en Israel en 1992, se pasó a 29 500 en 1995 y a 38 000 en 1997.

[7] Arafat se dio una línea de integrar en el aparato de la Autoridad Palestina a otras corrientes guerrilleras que criticaban los acuerdos de Oslo, como el FDLP, para neutralizarlas. En el caso de Hamas, esta organización fundamentalista se dividió ante el repudio de parte de la población palestina a los atentados terroristas que propició al inicio del proceso de paz. Hamas fue creada por Los Hermanos Musulmanes, una especie de “Opus Dei” islámico, para controlar la primera Intifada.
Nunca habían participado en la resistencia contra el ocupante sionista y se limitaban a “obras sociales” financiadas por Arabia Saudita. Con sus acciones terroristas buscan sustituir al movimiento de masas e imponer un estado burgués teocrático. Es muy esclarecedor de su naturaleza, el que dentro de Israel, una de sus alas: el Movimiento Islamista, participa en el Parlamente en alianza con el Partido Arabe Democrático, gracias a que jura lealtad al estado sionista. Ni que decir que su sector más radical, dirigido desde Amán, mantiene muy buenas relaciones con el monarca jordano.

[8] Toleró incluso su armamento nuclear. Las revelaciones en el Sunday Times en 1986 de Mordechai Vananu, técnico de la planta nuclear de Dimona en el Neguev, que le costaron ser secuestrado de Italia por el Mossad y condenado a dieciocho años de prisión en Israel, confirmaron las presunciones de científicos y expertos occidentales de que Israel cuenta de 100 a 200 cabezas atómicas, incluso con bombas termonucleares y de neutrones. Golda Meir se comprometió con Jonnson en 1969 , a no divulgarlo públicamente, por lo que los dirigentes sionistas mantienen una ambigüedad en este terreno.

[9] El “holocausto de los bebés” yemenitas en los años cincuenta fue una manifestación de ello. Se les comunicaba a los padres que habían nacido muertos, pero eran dados en adopción a parejas ashkenazi.
Los falashas de Etiopía (unos 60,000 trasladados a comienzos de los setentas) son, sin embargo, los que están en peores condiciones. El stablishment religioso duda de su “judeísmo” y pretende una nueva conversión. Son rechazados en los empleos, en las escuela y prácticamente viven de la ayuda social. En 1996 estalló un escándalo porque la sangre que habían donado durante una campaña nacional se había eliminado (por el prejuicio de que el SIDA está muy expandido en Africa).

[10] 83 kibbutz Haartzi y 160 del movimiento pro–laborista Takam tienen deudas de cerca de 800 millones de dólares. El sector agrupa 300,000 asociados, un 5% de la población, y produce el 50% de la producción agropecuaria

[11] Tomadas durante la Guerra de los Seis Días, provocando medio millón de desplazados, el estado sionista optó por anexarlas en diciembre del 81 e implantar colonos (unos 17 000 en 33 asentamientos), no por razones de seguridad, como se alega en la propaganda oficial, sino para controlar los recursos acuíferos de la zona.

[12] Como expresión de ello, algunos países europeos como Francia, han criticado tibiamente los recientes bombardeos a Irak por ser de forma inconsulta a la OTAN y la ONU.

[13] Esta polarización se expresó en el voto hacia la derecha, pero también en dirección contraria, en la abstención masiva de los árabes y del sector más pacifista del movimiento de masas.

[14] Discurso en Washington el 7 de enero ante una asamblea de judíos por la paz.

[15] Para no dejar lugar a dudas de cuál es la opción del imperialismo yanqui, Clinton se despidió dando luz verde a una prueba del sistema de misiles antimisiles (Theatre Missiles Defense) con el que integra a Israel en su estrategia de defensa nuclear contra los “rogue states” (estados fuera de la ley) de la región: Irak e Irán. Bush, por su parte, se apresuró a darle una apaleada a Irak.

[16] Aunque no conocemos bien el proceso dentro de Al–Fatah, dividido en varias fracciones, ni dentro de Tanzim, la organización miliciana de Al–Fatah que surgió durante la primera Intifada.


Por una Palestina democrática, laica y no racista

por Lucho Ardel


Este artículo fue publicado, inicialmente, en el periódico El Socialista, del Partido Socialista de los Trabajadores, de Colombia, número 571, de diciembre de 2000 y no ha sufrido variaciones.

NABIL el Arrir, 24 años, estudiante de teología de la Universidad de Gaza, vivía en Chajaiya, uno de los territorios más miserables y desamparados de la franja de Gaza. Chajai­ya es un bastión, junto con la localidad cercana de Rafah, del grupo fundamentalista Yihad Islámica. El 26 de octubre, cumpliendo los planes de la organización, se lanzó con su motocicleta cargada de explosivos contra un puesto del ejército israelí en la franja de Gaza. Murió, al tiempo que hirió gravemente a un soldado. “No podía soportar que mataran impunemente a los niños”, dijo ante el asesinato a sangre fría de Mohamed al Durra, lo que lo motivó a apuntarse a los comandos suicidas de la Yihad.

Yussef acaba de cumplir los 14. Vive en Calandia, uno de los campos de refugiados más miserables de la región de Ramala, donde se amontonan 7,000 personas. Este muchacho, a medio camino entre la niñez y la adolescencia, es uno de los más eficaces tiradores de piedras de su propio campo de batalla. “Mi padre es un mártir de la anterior Intifada. Mi madre trabaja haciendo la limpieza en las casas y cuida de mí y de mis cinco hermanos”, explica, mostrando con ello la base social de la nueva movilización contra la agresión sionista–imperialista en Palestina. Ahora, él, con su cauchera, lanza piedras contra uno de los ejércitos más poderosos de la tierra. El infante contra el gigante, con la pretensión de vencerlo. Los “acuerdos de paz”, dice, “no nos han servido para mejorar en nada. Cada vez estamos más pobres y la guerra de Israel no cesa contra nosotros”.

Mohamed Al Durra, 12 años, en los brazos de su padre que pretende protejerlo, recibió el pasado 30 de septiembre, en Netzarim, una ráfaga de metralla que le descargó a quemarropa un soldado israelí, durante los primeros días de la nueva agresión nazi–sionista al pueblo palestino. El video que muestra esta horripilante acción le dio la vuelta al mundo, como una muestra del poderío que despliega el enclave imperialista contra la juventud y los trabajadores que se han movilizado en la Intifada. Las nuevas estadísticas aseguran que de los 130 muertos contabilizados hasta el 29 de octubre, en un mes, 40 son menores de 16 años. Un dato sangriento que multiplica por cinco el índice de niños–víctimas de las agresiones israelíes en la Intifada anterior, donde se registró, a lo largo de seis años de lucha, un total de 1,600 muertos, de los cuales 490 fueron menores.

Una guerra  permanente por la tierra

El pueblo palestino ha tenido que enfrentar sistemáticamente el despojo de sus territorios a manos del imperialismo y de la burguesía. Los imperialistas, para asegurar el control económico y político de esas naciones, desarrollaron artificialmente dos conflictos racial–religiosos. Apelaron al sionismo y a la burguesía maronita, introduciendo así el racismo y el fascismo con una cobertura de lucha religiosa.

Francia e Inglaterra lograron que el mundo árabe, bajo el dominio del imperio turco, se desmembrara en varios países, sobre los que establecieron su propio dominio imperial. Siria, por ejemplo, fue dividida, después de 1920, en cuatro “naciones”: Líbano, Palestina, Transjordania o Jordania y Siria, propiamente dicha. Bajo una de las más pérfidas alianzas que se hayan configurado en la segunda posguerra, el sionismo y el imperialismo franco-inglés, primero, y con el imperialismo norteamericano y el respaldo de los anteriores, luego, se desarrollaron los conflictos religiosos. Apoyaron a la burguesía cristiana maronita y la elevaron a socia menor de una poderosa banca “libanesa” asentada en Beirut Este y en Trípoli.

Los partidos de derecha, íntimamente ligados a esta burguesía financiera, armaron la poderosa Falange e introdujeron la persecución y la discriminación racial y religiosa.

Este experimento libanés, fue ampliamente superado con el Estado de Israel. En el territorio de Palestina, el imperialismo creó artificialmente un “país” al alentar, subvencionar y armar el sueño racista y fascista del sionismo, desalojando brutalmente al pueblo palestino.

El Estado de Israel fue establecido por la fuerza y reconocido por las Naciones Unidas –con el voto cómplice de la URSS stalinista– en 1948, iniciando la matanza y la persecución. La alianza sionista–imperialista constituyó un estado racista, fascista y basado en el Viejo Testamento, es decir, un estado confesional, hebreo, con exclusión de cristianos y mahometanos, primordialmente estos últimos.

Para enfrentar esa permanente agresión, los palestinos y musulmanes han tenido que desarrollar una guerra que se ha expresado bajo distintas formas, global o limitadamente, con enfrentamientos entre Estados (como los de 1967, en la Guerra de los seis días, o los de 1973, cuando Egipto y Siria se enfrentaron a las fuerzas israelíes en los Altos del Golán y en la Península del Sinaí desencadenando la guerra del Yon Kipur (el Gran Perdón) o con pequeñas y grandes acciones guerrilleras o, como a partir de 1987, con la huelga general obrera y popular y la movilización de la juventud palestina: la Intifada.

En 1982, el ejército israelí le propinó una terrible derrota al pueblo palestino, con la masacre de Sabra y Shatila. Hasta ese momento la clave de los conflictos con el sionismo fueron los enfrentamientos entre estados o las acciones guerrilleras.

En el marco de la lucha contra Israel, en 1969, surgió la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Bajo esta denominación actuaron las diferentes direcciones políticas que han influido en el pueblo palestino, desde las burguesas hasta el stalinismo y la socialdemocracia.

El programa fundamental de la OLP era la recuperación del territorio de Palestina, con la consigna Por una Palestina laica, democrática y no racista, lo que implicaba el desconocimiento del enclave imperialista, la expulsión del sionismo y del imperialismo y la reconstrucción de la nación palestina.

  
 

La Intifada: de cara a cara

Un analista árabe ligado al imperialismo, describía así el nuevo fenómeno: “El levantamiento que comenzó en diciembre de 1987, en los territorios que Israel ocupa desde hace veinte años se coloca como el cuarto de los grandes intentos de los habitantes nativos de Palestina para contener la colonización sionista del país. Primero fue la rebelión de 1936-39 contra la política británica, ejercida con mandato de la Liga de las Naciones, por un Hogar Judío Nacional; luego vino la resistencia a la resolución de la Asamblea General de la ONU de participación de Palestina en 1947, que se desarrolló como guerra civil, antes que estallara la guerra regular cuando salieron los británicos el 15 de mayo de 1948. Tercero, desde 1964-65 en adelante, con el ascenso de la diáspora palestina de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y movimientos guerrilleros contra el statu quo.

Hoy, a diferencia de las tres instancias anteriores, los palestinos en la Margen Occidental del Río Jordán y el corredor de Gaza están cara a cara con sus desposeedores evidentes, sin que intervengan ni terceras partes, ni distancia geográfica...” (Walid Khalidi, Foreing Affairs, cuatrimestre 1988).

Fuente: Autoridad Palestina

 
 

Los “Acuerdos de Paz”

Después de la derrota en el Líbano, se planteó en el pueblo palestino con mayor firmeza el problema de a dónde va la lucha. Es así como en 1987 se presentaron las primeras movilizaciones de la juventud palestina que con piedras enfrentó al poderoso ejército sionista. (Véase recuadro “La Intifada, cara a cara”).

Un nuevo ascenso, después de la derrota de 1982, condujo al primer triunfo palestino sobre Israel en 1985, no a manos de las fuerzas armadas árabes, sino del pueblo libanés insurrecto, en combinación con grandes manifestaciones de la población judía de Israel contra la guerra, incluyendo sectores de las fuerzas armadas sionistas.

La Intifada es, entonces, la continuación de esa lucha, esta vez al interior del territorio de Israel. La participación en las huelgas generales, junto a los un millón y medio de pobladores árabes de Cisjordania y Gaza, de los 700,000 palestinos que vivían en las restantes regiones y ciudades del enclave sionista, fueron la dimensión de la nueva insurrección.

Esta movilización era un ataque frontal contra Israel, pero al mismo tiempo levantaba la exigencia del reconocimiento de la OLP y el diálogo con ésta. Sin embargo, allí afloró también la contradicción de hierro entre la dirección política mayoritaria en la OLP y las masas. (Véase recuadro “La OLP de cinco estrellas”).

  
 

La OLP de cinco estrellas

Le Monde Diplomatique, en un reportaje realizado en 1988 a los jóvenes combatientes, reflejó así la situación:

Si se pide a estos jóvenes fijar un punto de partida al movimiento actual, todos acuerdan con Arabi –uno de los jóvenes dirigentes de los Comités–: La cumbre árabe de Amman en noviembre de 1987, la seguimos gracias a la televisión jordana captada masivamente aquí. Vimos a los jefes de estado discursear, pelearse, reconciliarse ante la amenaza iraní, y... olvidarnos. Comprendimos entonces que nuestro porvenir descansa sólo en nuestras espaldas...

“Ellos tienen el sentimiento de haber modificado la Historia, de haber cambiado la cara del Medio Oriente […] De ahí esa seguridad sin límites, este aplomo que roza la arrogancia.

“Poca gente escapa hoy a sus sarcasmos, ni siquiera la dirección de la Organización para la Liberación de Palestina de la que proclaman en voz alta que es su único representante pero de la que denuncian, en privado, la desidia, la corrupción de ciertos cuadros –la OLP cinco estrellas dicen, (en referencia a que los dirigentes de la OLP viven como diplomáticos yendo a hoteles lujosos de cinco estrellas. N de R) largando la carcajada–, su escaso éxito, y a veces una cierta irresponsabilidad […] Para Bassam, en algunos meses los palestinos del interior obtuvieron más que la OLP en 20 años de lucha armada y llamados a la liberación de toda Palestina […]

“Pero es sobre todo a los dirigentes árabes a los que desprecian y condenan sin atenuantes. Saben que su movimiento puede ser contagioso para los pueblos vecinos. ‘Nosotros estamos probando que una insurrección puede enfrentar a un ejército, el mejor del Medio Oriente. Y mañana, los otros pueblos árabes, en Jordania o Egipto, podrían seguir nuestro ejemplo y reivindicar esta democracia de la que están privados hace ya tanto tiempo’.”

 
 

Estos elementos de lucha de clases exacerbaron el temor de la dirección de la OLP y de las burguesías árabes, a que la movilización planteara una dinámica revolucionaria que fuera más allá de la consecución de un Estado burgués palestino. Aunado a lo anterior, la ofensiva imperialista sobre la dirección de las OLP y las derrotas que el imperialismo estaba imponiendo, con la ayuda de la burocracia de la URSS, a las masas del mundo, crearon las condiciones para que en la ciudad de Argel, el 15 de noviembre de 1988, el Consejo Nacional Palestino (CNP) –el parlamento de la OLP– aprobara los documentos presentados por Yassir Arafat donde se proclamaba la fundación y se declaraba la independencia de un Estado palestino, al tiempo que se reconocía a Israel como Estado interlocutor. Se configuró así el camino de la traición: el reconocimiento de Israel era dejar atrás toda la lucha anterior y encaminar la política de la OLP en los carriles que el imperialismo le estaba señalando.

Más tarde, cuando avanzó la derrota al ascenso revolucionario y se configuró la transformación contrarrevolucionaria de los Estados Obreros degenerados, 1989–1991, incluyendo a la URSS, el 9 de septiembre de 1993, en Oslo, Noruega, al término de negociaciones secretas y del reconocimiento explícito de Israel, Arafat firmó el “Acuerdo de Paz”, cuatro días después de haber aceptado y firmado en Washington una declaración de principios sobre acuerdos interinos de autonomía.

Arafat abandonó así, con la mayoría de la OLP, el programa de una Palestina democrática, laica y no racista y la destrucción de Israel.

La Intifada de hoy, trece años después de la primera, confirma lo que el joven dirigente de ésta expresara a Le Monde en la cita que señalamos en el recuadro 2, esta vez con la evidencia de que la negociación con el imperialismo nada bueno ha traído.

Sin que se introduzca la lucha de clases en el conflicto palestino–israelí va a ser imposible la victoria, pues es necesario hacerse a una nueva dirección que dé una consecuente conducción a la recuperación de todos los territorios ocupados por el enclave imperialista y, al mismo tiempo, responda a las necesidades sociales que sufren los trabajadores y sectores más empobrecidos del pueblo palestino. Estos son quienes hoy mantienen viva la llama de la lucha contra el sionismo y el imperialismo.

  
 

Israel

Área: 20,325 km2 (sin los territorios ocupados en 1967)
Población: 5,842,454 habitantes (censo de julio del 2000)
PIB: 105,400 millones de dólares
PIB/habitante: 18,100 dólares
Crecimiento económico: 2,1% (1999)
Fuerzas Armadas: 175,000 soldados
Reserva: 430,000
Gasto militar: 9,4% del PIB

Cisjordania y Gaza

Area de Cisjordania: 5,879 km2
Población: 1,496,000 habitantes
Area de Gaza: 378 km2
Población: 988,000 habitantes
PIB: 3,300 millones de dólares
PIB/habitante: 1,500 dólares
Crecimiento económico: -17% (2000)
Policía de la Autoridad Palestina: 35,000 efectivos

 
 

Las direcciones políticas

La lucha del pueblo palestino está liderada por direcciones políticas burguesas o pequeñoburguesas cuya principal preocupación es ganar unas condiciones que les permitan desarrollar sus planes de desarrollo capitalista con tranquilidad. Esta es la explicación última de la traición de la OLP y del reconocimiento del enclave imperialista de Israel en los acuerdos de “paz”.

Al Fatah, es el partido de Yassir Arafat, burgués, apoyado políticamente por el imperialismo y militarmente, desde el exterior, por la CIA y el Mossad, servicio de inteligencia sionista. Internamente, por la Tanzin (organización, en árabe) que es el ejército secreto ligado a Al Fatah, aunque mantiene cierta independencia.

Desde el Líbano, interviene Hezbolá: una organización shií libanesa apadrinada por Irán.

Hamás, no es miembro de la OLP, nació en la primera Intifada, como oposición a Arafat. Es el principal movimiento islámico palestino, fundamentalista.

Yihad Islámica, grupo fundamentalista, es la segunda fuerza islamita en Palestina, después de Hamás.

La socialdemocracia y el stalinismo (los partidos comunistas) siguen influyendo, con muy poco peso, a favor de los acuerdos de paz y de la política imperialista.

Al interior de Israel, los trabajadores y las masas son dirigidos fundamentalmente por la socialdemocracia que a nombre del Parido Laborista maneja la central sindical racista Histadrut.

Es así como no existe una dirección que pueda conducir las luchas consecuentemente por la recuperación de Palestina para los palestinos, por la destrucción de enclave nazi–sionista y la expulsión del imperialismo. Por tanto, no se podrá conseguir una paz real para los trabajadores y las masas sin esa nueva dirección. Como mostramos más arriba, la Intifada es un movimiento no sólo de lucha nacional sino que refleja a los sectores más explotados y oprimidos que necesitan la resolución de sus más básicas necesidades económicas y sociales.

Por otra parte, será necesario que los trabajadores de Israel se levanten contra su propio gobierno, por la derrota de Israel y por una nación que dé cabida a judíos y palestinos por igual, bajo un Estado democrático y no racista. De ahí que sea necesario el impulso de la construcción de un partido obrero socialista de las masas palestinas y judías.

El programa trotskista para Palestina

Con el objetivo de apoyar la lucha de la Intifada, desde su actual estado de conciencia, de impulsar consecuentemente la lucha del pueblo palestino y buscar una salida revolucionaria socialista a la situación del Medio Oriente, los trotskistas del CITO levantamos el siguiente programa de transición, desde el cual estamos dispuestos a combatir al imperialismo:


Panorama Internacional Nº 11

Palestina

  Presentación
Plan Colombia
Turquía
Documentos

Escriba sus opiniones a la Comisión Internacional del CITO