i hijo tenía 18 días
cuando Alfredo desapareció. Nunca he querido
tener más hijos. Busqué a mi marido acompañada
de mi hijo recién nacido. Cada tres horas le
daba el pecho y continuaba la búsqueda. No
podía ni tomarme un Valium.
Conocí a José
Carrasco (Pepe) buscando a Alfredo. Estaba
encarcelado. Su compañera sentimental había
muerto. Era tanta mi soledad. Decidimos irnos a
Venezuela. Mi suegra me decía que si volvía
Alfredo no me lo iba a perdonar. Me aferré a la
vida a través de Pepe.
Estaba obsesionado con
que mi hijo tuviera un padre. Volvimos a Chile en
1984 y vivimos con los otros dos hijos de Pepe.
Siempre pensé que lo matarían en la calle en un
falso enfrentamiento. Un día llegó muy tarde.
Yo estaba muy nerviosa y él me preguntó:
¿Pensaste que me habían matado?.
A mí nunca me van a matar, me dijo.
En agosto de 1986 fue amenazado de muerte y se
fue a Argentina. Regresó dos días antes del
atentado.
El domingo 7 de septiembre de 1986 lo
pasamos en casa porque yo estaba enferma. De
repente, los niños anunciaron: Papá,
atentaron contra Pinochet. Pepe estaba
preocupado por cambiar la portada de la revista
Análisis que salía al día siguiente. Habló
con el director. Buscaron alternativas. Cuando
había jornadas de paro no dormíamos en casa por
seguridad. Siempre había estado preocupada y ese
día no sentí nada especial. A las once de la
noche, un periodista amigo que vivía en el
cuarto piso bajó a nuestra casa. Le preguntó a
Pepe si se iba a quedar. Es tarde, la
Silvia está enferma. A las cinco y media
llegó el grupo armado. Oímos: Policía.
José Carrasco. Golpearon la puerta hasta
que la tiraron. Lo encañonaron. Se estaba
poniendo los zapatos. Le dijeron: No los va
a necesitar.
Tuve que reconocer su cadáver
destrozado. Pero sé que está muerto. No así
Alfredo, que desapareció tan joven. La llegada
de Pinochet al Senado es inaceptable, es como El
otoño del patriarca.