El Misterio del Desarrollo Tecnológicamente Equilibrado
Max Contasti
Desde finales de la década de los setenta en conferencia de Caraballeda sobre Planificación del Desarrollo, hemos venido desarrollando algunas ideas que aquí expresaremos y que en especial, más recientemente, en 1995, fueron discutidas en la Conferencia Mundial de Educación Ambiental.
La necesidad de un desarrollo sustentable es, a nivel mundial fuera de toda duda, una aspiración válida y pertinente. Sin embargo, en las sociedades llamadas atrasadas, o mejor expresado, en países pobres, con una estructura social dual y regresiva, el problema conceptual es diferente y más complejo. Al mismo tiempo que deben y les conviene apoyar el desarrollo sustentable de los países industrializados —entre otras razones, para que no se siga pretendiendo convertirlos en el vertedero de todo tipo de desechos indeseables—, también con igual o mayor urgencia, tienen que lograr un cambio en sus condiciones de vida, promoviendo un cierto y diferente desarrollo, que tenga la capacidad de generar trabajo productivo y un tipo de ocupación de carácter menos ficticio, tanto en lo económico como en lo social. Debe ser un desarrollo soportado en la utilización inteligente de diferentes tipos de tecnologías, con variados niveles de sofisticación y aplicadas en áreas productivas diversas. Por lo contrario, desde hace más de cincuenta años los países duales han pretendido imitar, ingenuamente, un concepto de desarrollo tecnológico y consumista similar a los países industrializados, sin entender que cada día la brecha tecnológica será más grande. Como consecuencia, la actual presión que se ejerce en todos los foros internacionales por la apertura de los mercados, el cambio tecnológico y por el proceso de globalización, en el balance final se va a favorecer a las economías industrializadas haciendo aún más marginales a los grupos depauperados de esas economías duales.
Dijo Uslar en 1992: Los objetivos de crecimiento y progreso no se lograron, la mera aplicación transplantada de lo que había dado resultado en países europeos o en la América del Norte, resultó deficiente y hasta negativa. En efecto, por una parte, en el intento se ha visto y se ha padecido la perversión de nuestros valores culturales y por la otra, también y de manera más dramática se ha profundizado un proceso de seudodesarrollo cosmético y regresivo, sin perspectiva de retorno. Es decir, todas las teorías, ideas y modelos que se han tratado de aplicar, no sólo han fallado en el objetivo de lograr ese tipo de desarrollo tecnológico, sino que han deteriorado aún más a los países y los ha hecho mutar hacia otras formas encubiertas y perversas de miseria y marginalidad urbana. Este es inclusive, el panorama que se visualiza para los otrora tigres asiáticos y dolorosamente también para los actuales cunaguaros amazónicos.
En 1974, tomando como bandera conceptual el principio de las economías de escalas, se creyó, ingenua y/o interesadamente, que existía una relación causal —ideal, absoluta, necesaria y única— entre Inversión y Crecimiento Económico. Por la improvisación e incompetencia de ese grupo, que ejerció la dirección económica del estado, fue Venezuela en la década 1974/1984, el ejemplo más dramático de un país, que con un considerable volumen de graduados de Nivel Superior, con una calificada inmigración de recursos humanos, con una acelerada formación en el exterior mediante el plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, y con abundantes recursos financieros propios y aumentados por un absurdo endeudamiento externo, que en lugar de haberse desarrollado, ha involucionado. Nos queda como conjetura residual, aceptar que en el análisis se ha escapado algún factor importante; ni mayores volúmenes de profesionales, ni el incremento de recursos financieros han producido o posibilitado el desarrollo. Nos resta pensar que se trata de una falla intrínseca en la capacidad, competencia y ética de esos recursos humanos, para poder descifrar y enfrentar la poderosa y oscura influencia que nos saturaba desde los Centros Hegemónicos del Poder y del Conocimiento. Esa falla se manifestaba en muchos aspectos, pero especialmente en la racionalidad, criticidad y creatividad de aquellos que en los últimos 25 años, han ocupado las posiciones de comando en la mayoría de las actividades, económicas, políticas y educativas de este país. Más allá del conocimiento tecnológico y científico, era necesario una cierta austeridad en toda la sociedad y un alerta conocimiento epistémico, ambas condiciones escasas, inclusive en nuestras propias universidades.
En la década de los sesenta se alcanzó un máximo en la idea/creencia que relacionaba Educación e Industrialización con Desarrollo. Se pensaba, de manera abstracta, que a más educación y a más industrialización, mayor desarrollo. Se aceptaba pasivamente por industrialización, la importación y montaje de plantas ensambladoras aunque ellos no fuesen pertinentes con nuestro nivel de racionalidad personal y técnica. Concepción atractiva tecnológicamente y permeable a la corrupción, que desde el exterior interesadamente se nos quería vender y que nosotros, ingenuamente en unos casos y desesperadamente en otros, queríamos comprar. Para justificar y poder aplicar ese modelo de desarrollo, se tuvo que ignorar el hecho de que nuestros países no son ni siquiera una entidad económica inacabada en relación con sociedades avanzadas, sino que somos todo lo contrario, entidades que funcionan productivamente, pero con perturbaciones, enclaves y perversiones. Por ello no existe regularidad que le permita darle confiabilidad a los parámetros estimados estadísticamente, ni estabilidad que permita darle validez a las relaciones matemáticas que caracterizan una economía modélica y que supuestamente constituían la base científica de los planes que artificialmente se nos imponían. Dada la belleza y elegancia de trabajar con modelos teóricos, se descartaba una posibilidad más real pero menos artificiosa, que era utilizar mediciones obtenidas empíricamente y conseguir relaciones también de manera contextual, es decir, según los valores observados en la realidad concreta donde se realizaría la aplicación. Sintetizando: una econometría más empírica y real frente a una economía modélica y ficticia.
Frente a esa situación cabe preguntarse, analizar y profundizar, por la relación que existe entre Educación, Industrialización y Desarrollo. La conclusión que hasta ahora podemos ofrecer es que existe sólo una relación estadística covariante, por tanto no causal. Ello quiere decir, que efectivamente todo país desarrollado posee —lo ha alcanzado equilibradamente—, un alto nivel educativo e industrial, que la mayoría de los países atrasados no son industriales y tienen un nivel educativo muy bajo y que en los países intermedios, existirá un nivel medio de educación, con una mayor o menor variabilidad tecnológica e industrial que dependerá de sus recursos naturales. Por tanto, y ello es fundamental, no es una relación Productor/Producto, sino que su consolidación dependerá de cómo iterativamente se ha conformado ese tejido teleonómico que en correspondencia con otros tipos de factores y recursos ha producido ese fenómeno, que equívocamente en esos países lo han entendido como un estadio o nivel, aunque correctamente se haya denominado desarrollo, ya que en efecto, se trata de un proceso dinámico e iterativo en el tiempo.
El tema del desarrollo, en mi quehacer científico y académico ha representado una larga historia. Al comienzo de los años sesenta, asistíamos a un ciclo de conferencias, que en el curso del Cendes estaban siendo magistralmente dictadas por D.F. Maza Zabala. Frente a una referencia al concepto de ventajas comparativas, y pensando en el desarrollo, no como un proceso social, sino artefactual, pero sometido a condicionantes evolutivos tal como si se tratase de una ecología teleonómica, propuse la idea, mediante la cual, Venezuela debería ensayar una relativa autarquía económica. Los reiterados intentos, modas y fracasos ocurridos en estos últimos cuarenta años, nos deben hacer reflexionar, y tomar nuevas y distintas direcciones, inclusive, aunque sean tildadas de ingenuas y poco sofisticadas. En aquel momento, ya partía de la idea de que el conocimiento es y debe ser, por esencia, universal; la tecnología, en cambio, debe ser desarrollada regionalmente. Es decir; al igual que la ameba piagetiana, debemos incorporar y asimilar todo el conocimiento —científico, social y político— que nos sea posible, para luego establecer qué porción de ese conocimiento se debería utilizar, con el propósito de crear o mejor aún, recrear, con los medios y recursos más o menos primitivos o más o menos sofisticados de que dispongamos, una tecnología adaptada a estas condiciones. Esta idea es básica en el concepto de un Desarrollo Tecnológicamente Equilibrado.
Tomando el planteamiento del Desarrollo Tecnológicamente Equilibrado como si fuese una Variable Dependiente, vamos a presentar brevemente los conceptos que vamos a postular como si fuesen Variables Independientes. Hasta mediados de este siglo, hubo un enfrentamiento entre dos tipos de pensamiento: el Humanístico y el Científico, en la actualidad se ha percibido un cierto acercamiento entre ambos. Consideramos, que esta aproximación existe, pero que no se está dando entre los dos términos originales y primigenios, sino que como producto de una reflexión trascendente y extrapolada sobre los logros científicos en las Ciencias Materiales, ha surgido, por parte de los propios científicos, un nuevo conocimiento interdisciplinario que voy a caracterizar como Conocimiento Epistémico. Este tipo de conocimiento puede ser construido y aceptado como el puente originalmente buscado entre Humanismo y Ciencia. Tanto en los países industrializados como en los países atrasados, en la medida en la que se cultive y se promueva este nuevo tipo de conocimiento, se posibilitaría que la Innovación Tecnológica sea sólo un medio y no, como lo es en la actualidad un fin en sí mismo. En los países atrasados en especial, se podrá acceder a un Desarrollo Tecnológicamente Equilibrado, que pueda ser orgánicamente asimilable con el nivel estructural tecnológico, que para el momento haya alcanzado el país. Por tanto, a partir del conocimiento científico generado en cualquier parte del mundo, pero filtrado mediante el conocimiento epistémico, será posible de manera local, especialmente en las áreas de salud, hábitat, educación y alimentación, generar una clase de renovación tecnológica tal, que sea a su vez fuente de una actividad, que permita crear empleo real para toda la población en edad productiva. Aceptar la existencia de viviendas marginales y de economías informales, pero transformalas tecnológicamente a partir de su propia realidad, sería un ejemplo extremo de esta posibilidad. También nuestra agricultura.
Entender la idea de que el desarrollo es un proceso y no un estadio o nivel tecnológico, es como concepto —simultáneamente político y científico—, muy difícil de internalizar, y por ello será aún más difícil, operacionalizarlo e implementarlo. Como proceso, lo importante es el camino —común, compartido y sin grandes diferencias económicas— y no el punto de llegada, punto tal de carácter económico y tecnológico, que sólo un 15%, a nivel mundial, lo alcanza y lo disfruta, dejando al otro 85%, precisamente, excluidos y relegados, a las orillas del camino. Esta es una idea clave y por más que la hayamos hecho pública y explícita, por alguna oscura razón, permanece secreta, hermética y esotérica. En esto radica su misterio.
Regresar a la Página Principal
mmp.-
Diseño, mantenimiento y edición: Milagros C. Márquez P.