CHARLES TAYLOR
EL MULTICULTURALISMO Y LA
POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO.
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA,
MÉXICO, 1993.
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Lic. Arleison Arcos Rivas
ESTA ES UNA PRESENTACIÓN DEL TEXTO DEL FILOSOFO CONTEMPORANEO CHARLES TAYLOR, CUYO TRABAJO HA GIRADO EN TORNO A LOS ASUNTOS DEL MULTICULTURALISMO, PARTICULARMENTE EN LA PROVINCIA DE QUEBEC.
EL ASUNTO DEL RECONOCIMIENTO
La lucha por el reconocimiento es, en Taylor, un lugar de encuentro de los diferentes movimientos minoritarios o "subalternos", de algunas formas de feminismo y del multiculturalismo, movimientos que en la lucha por el reconocimiento involucran de manera igual la lucha por la identidad. Por ambas, el individuo o un grupo de personas recomponen su imagen de sí mismos, a la vez que demandan como necesario un debido respeto a sí mismos por parte de los demás.
Taylor distingue dos cambios que "hicieron inevitable la moderna preocupación por la identidad y el reconocimiento": El desplome de las jerarquías sociales fundamento del honor, en el que está intrínseca una consideración no igual de los individuos, que al caer en desuso da paso al desarrollo de la concepción universal e igualitaria de la dignidad del ser humano, idea compatible con una sociedad democrática en ciernes. En este viraje se evidencia que " las formas del reconocimiento igualitario han sido esenciales para la cultura democrática". Así, como lo expresa Taylor "la democracia desembocó en una política de reconocimiento igualitario, que adoptó varias formas con el paso de los años, y que ahora retorna en la forma de exigencia de igualdad de status para las culturas y para los sexos".
En este proceso, al reconocimiento universal e igualitario no siguió un reconocimiento de la identidad cultural, al contrario, la identidad sufrió un proceso de individuación, característico del giro subjetivo moderno, expresándose como fidelidad a sí mismo o como ideal de autenticidad que advierte una ‘voz interior’ significante.
Jean Jacques Rousseau capta en el ambiente de su época esta mutación y toma partido. Para él, no es en el honor jerárquico en el que se hace preferencia del más fuerte, del más habilidoso, del más guapo o el más elocuente, sino en la atención a la voz de la naturaleza dentro de nosotros en donde radica la cuestión moral. Rousseau aboga por cierta autonomía moral en detrimento del orgullo, al que considera manifestación del amor propio (amour propre) dependiente de la consideración (préférences) de los demás
Herder por su parte da un paso decisivo pues "planteó la idea de que cada uno de nosotros tiene un modo original de ser humano: cada persona tiene su propia "medida". Este ideal moral fortalece el principio de originalidad, por el que se entiende que "cada una de nuestras voces tiene algo único que decir" y por ello ha de bloquear las "presiones de la conformidad externa", es decir, dejar de sentirnos determinados por el rol o el lugar social posicionante.
Herder vincula este principio no solo a la necesaria autonomía del individuo, sino también a la transmisión cultural entre los pueblos: "lo mismo que las personas –comenta Taylor, un Volk debe ser fiel a sí mismo, es decir a su propia cultura".
Rousseau, como ya se dijo, opone el respeto igualitario y la libertad a la jerarquía y dependencia de los individuos. Para él, la dependencia de los otros está sujeta a la opinión, a la buena opinión, a la opinión honorable vinculada a las preferencias entre los individuo. En cuanto de ello dependa nuestra individualidad nos pide que abandonemos este bien posicional, que es el estar sujeto a la reputación; más en el escenario republicano, la dependencia recíproca de los ciudadanos, en condición igualitaria, resulta pertinente, toda vez que aquí cada uno es partícipe directo, espectador y espectáculo, actor.
En su lectura de la dignidad igualitaria en Rousseau Taylor encuentra que
Al presentar el asunto de la adopción de la Carta Canadiense de Derechos, advierte que, "de hecho, son dos concepciones del liberalismo de los derechos las que se han enfrentado, si bien en forma confusa..."
Asumir una base para la revisión judicial de la legislación en todos los niveles de gobierno hizo saltar la inquietud frente a las exigencias de diferenciación que la comunidad quebequense y los pueblos aborígenes demandan, advirtiendo en ello
Para entender el afán de reconocimiento e identidad tanto en el individuo como para las naciones culturales, informa Taylor, "tendremos que tomar en cuenta un rasgo decisivo de la condición humana que se ha vuelto casi invisible por la tendencia abrumadoramente monológica de la corriente principal de la filosofía moderna. Este rasgo decisivo de la vida humana es su carácter fundamentalmente dialógico."
La actitud de entrar en diálogo no dominante con los demás parte del ya asegurado reconocimiento de una identidad internamente derivada, en la que la relación con los otros significantes está mediada por los lenguajes que coadyuvan a definir nuestra propia identidad, a decir quienes somos, de dónde venimos. Pero el auto-reconocimiento debe ganarse en una relación de intercambio, intento que puede fracasar, aunque aquí Taylor no advierte cómo o por qué y se limita a aseverar que lo moderno no es tan sólo el afán de reconocimiento, "sino la ponderación de las condiciones en que el intento de ser reconocido puede fracasar"
En el plano de lo público, tal relación dialógica con los demás significantes nos pone en plano de realización de lo universal humano, "pero debemos esforzarnos por definirnos a nosotros mismos por nosotros mismos en la mayor medida posible, para llegar a comprender lo mejor que podamos" de tal manera que logremos entender qué somos y cómo somos de manera específica, más allá de una influencia externa dominante.
Esto es lo que está de fondo en una demanda de reconocimiento de la especificidad, propia de la política de la diferencia, nacida paradójicamente de la demanda de dignidad universal.
La política de la dignidad, al anular las preferencias - descritas por Rousseau-, subrayo la igual dignidad de todos los ciudadanos y con ello sobrevino la política del universalismo por el que se igualan los derechos y los títulos para evitar la consideración de ciudadanos de "primera clase" y ciudadanos de "segunda clase", como sucede cuando la pobreza impide sistemáticamente el pleno ejercicio de los derechos de ciudadanía, situación que "exige un remedio por medio de la igualación"asegurando así la inclusión (universal) de los ciudadanos.
Lo que resulta viable en el terreno del reconocimiento de lo humano puede conllevar una cierta discriminación en otros terrenos, como el cultural, en donde reconocimiento adquiere un nuevo significado. Desde la política de la diferencia, que tiene una base universalista, se piensa que lo que debe ser reconocido "es la identidad única de este individuo o de este grupo, el hecho de que es distinto de todos los demás."
Permanecer en el discurso universalista de la dignidad igualitaria puede resultar en ceguera ante "los modos en que difieren los ciudadanos", y por ello se exige hacer de las distinciones la base del tratamiento diferencial: desde la política de la diferencia se denuncia la ciudadanía de segunda clase y la discriminación en cuanto restan dignidad a lo que universalmente compartimos, pero exige "que demos reconocimiento y status a algo que no es universalmente compartido"
Si la demanda de universalidad acoge la demanda de reconocimiento de la especificidad se evidencia su vínculo común pero también el problema que implica la renuncia al universalismo:
La política del reconocimiento aboga por políticas permanentes a favor de las distinciones nacidas de la defensa de la propia identidad, mientras la política de la dignidad defiende la garantía de oportunidades en plano de igualdad.
"La política de la dignidad igualitaria se basa en la idea de que todos los seres humanos son igualmente dignos de respeto" en atención a nuestro potencial humano universal racional, la política de la diferencia "también podríamos decir que se fundamenta en un potencial universal, a saber: el potencial de moldear y definir nuestra propia identidad, como individuos y como cultura."
Este potencial, que debe ser de respeto igualitario, a nivel intercultural reacciona contra el desprecio de las culturas, propia de una postura moral arrogante, de corte blanco y europeo, manifiesta por ejemplo en la cita de Saul Bellow "Cuando los zulúes produzcan un Tolstoi, entonces los leeremos". En expresiones como esta aparece negada la igualdad racional potencial de todos los seres humanos y negada también la producción cultural propia.
La insistencia en que el principio igualitario exige un trato ciego a las diferencias se encuentra de alguna manera en contradicción con la demanda de reconocimiento y fomento a la particularidad como forma de defensa de la identidad sin constreñir a las personas a "un molde homogéneo que no les pertenece de suyo", pues, se afirma, esa supuesta neutralidad "es en realidad el reflejo de una cultura hegemónica" impuesta de manera discriminatoria sobre las culturas minoritarias.
La defensa de la neutralidad
es denunciada afirmando que la ceguera de los liberalismos de corte angloeuropeo,
es tan sólo el reflejo de las culturas particulares, "un particularismo
que se disfraza de universalidad"
UNA CUESTION DE DERECHOS
¿Resulta admisible, desde el liberalismo de los derechos, considerar la diversidad al aceptar a una parte de la nación como sociedad distinta?
En la segunda mitad del presente siglo, la definición de derechos individuales aparece condicionada a la garantía de un trato igualitario a los ciudadanos, con el fin de evitar el trato discriminatorio. Esto en Canadá y en las democracias occidentales resulta ser la herencia común nacida del ideario garantista de la legislación estadounidense. Desde ahí, el que una sociedad política adopte metas colectivas es visto como una amenaza "contra cualquier declaración de derechos aceptable" dado que
Ese es el caso de una sociedad multicultural, en la que más de una comunidad cultural está dispuesta a sobrevivir, por encima de las rigideces de una neutralidad liberal impracticable cuando está de por medio el futuro de una cultura minoritaria.
¿Pero deja de ser liberal tal sociedad? Taylor se suscribe a la defensa de un sociedad liberal garante de los derechos, estableciendo una nueva lectura de los derechos fundamentales. Para Taylor una sociedad con metas colectivas seguirá siendo liberal si a la par con la defensa de sus metas comunitarias respeta la diversidad, salvaguardando los derechos fundamentales:
Ante la interrogante de si es necesariamente homogeneizante el liberalismo, Taylor advierte un modelo multicultural en el que el respeto a la diferencia va de la mano con la adopción de metas comunes y la salvaguardia de las libertades fundamentales.
Pero ello no significa que necesariamente el liberalismo sea escenario apto para que en su seno s la expresión de la cultura espec+ifica encuentre arraigo. De hecho afirma que
Además reitera hasta la saciedad que