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Discepolín
Inmensamente populares, censurados a veces, los tangos de Enrique
Santos Discépolo (1901-l951) forman parte del sentido común
de los argentinos.
"Como los criminales, como los novios y como los cobradores, yo regreso siempre..." La predicción parece haberse cumplido. Diseminado por todas partes, hoy Discépolo despide el siglo. Es la cita de honor del escepticismo, pero también una mirada ética de reserva. Es la épica del antihéroe urbano, y también el aullido que se extingue a la intemperie. A su manera, con aspereza, sigue siendo un gran humorista, en un país que suele mirarse en el espejo deformante de la comicidad. Se lo acusó de derrotista y cínico. Desde 1929 hasta la última dictadura militar, se intentó prohibir la difusión de algunos de sus tangos, si bien nunca se lo consideró un autor "de protesta". Tampoco faltaron los homenajes: un teatro y un pasaje de Buenos Aires llevan su nombre. No es sencillo saber qué es lo que Discépolo ha estado denunciando todo este tiempo: la fatalidad no se puede prevenir, y los males del mundo no son responsabilidad de nadie en particular. El malestar discepoliano, una atadura a la vez firme y sutil con la modernidad, nunca se dejó leer en clave política de modo transparente. En su complejidad está su magia. Algunos de sus versos se recuerdan para definir la traición y el fracaso colectivos, porque Discépolo forma parte del sentido común de los argentinos: es el poeta omnisciente que ayuda a definir el mundo desde una negatividad lúcida, el profeta que "tenía razón". Ningún autor de tango llegó tan lejos. La literatura lo toma y lo deja constantemente, de manera obsesiva. No hay oposición política que no cite de modo fragmentario las noticias de "Cambalache" o la triste moraleja de "Tres esperanzas". Algunas de sus frases parecen resumir bibliotecas enteras de historia argentina: "Somos la mueca de lo que soñamos ser..." (Quien más... quien menos...). Otras veces, silbado en una parada de taxis o mascullado en el lugar más oscuro de cualquier ciudad, Discépolo se baja del escenario público y "yira" por la calle compartiendo con cada argentino una confesión, un secreto, un martirio. Pero siempre en la ambigüedad de la melodía entradora, del ritmo que se deja bailar, del espacio teatral de su lenguaje. Con él no se sufre realmente: se ve pasar la vida que sufre. Tuvo y hasta cierto punto sigue teniendo alguna resonancia fuera de la Argentina. Sus mejores letras fueron traducidas a varios idiomas, y han estado en boca de reyes y presidentes, de líderes políticos, buenos escritores y cantantes de música pop. Cuando se indaga en el tango por encima del estereotipo del lamento y la nostalgia, aparece Discépolo, el núcleo duro de la especie, su intento más serio de ser universal. No hace mucho, un historiador francés cerró un estudio sobre el Holocausto y la mala memoria europea con los versos de Cambalache. Se lo comparó muchas veces con los existencialistas y su estética no es completamente ajena al grito punk. Cómo ignorar esa sensación de "déjà vu" discepoliano que se percibe en todas partes. No caben dudas de que el siglo XX es su siglo. Desde la llegada de Santo a Buenos Aires hasta la muerte de su hijo menor, este libro trata de contar una vida que se cruza permanentemente con la historia de la Argentina de la primera mitad del siglo XX. Hacer la biografía de Discépolo implica hacerse cargo de ese oscuro, casi misterioso pasaje del hombre privado al hombre público. Se trata, en gran medida, del tema central de toda biografía, pero resulta especialmente problemático en un hombre insondable que hizo de sí mismo un personaje y trató de representarlo mas allá de todo límite. Prepárese el lector no para una vida con escenografía histórica, sino para el relato de una encrucijada, a veces elegida, otras veces fatal, entre un hombre y su época.
La Plata-Buenos Aires-La Plata. Diciembre de 1996. |