Jueves 21 de Octubre de 1999
"A Jehová vuestro Dios serviréis, y él
bendecirá tu pan y tus aguas." Exodo 23:25
¡Qué magnífica promesa! Servir a Dios es un gran
gozo. Pero ¡qué privilegio si su bendición reposa sobre
nosotros en todo! Las cosas más ordinarias son santificadas y
benditas cuando estamos consagrados al Señor. Jesús tomó pan y
lo bendijo: el pan que nosotros comemos es pan bendito.
Jesús bendijo el agua y la trocó en vino: el agua que nosotros
bebemos es mucho mejor para nosotros que el vino que regocija a
los hombres; cada una de sus gotas lleva consigo una bendición.
La bendición divina reposa sobre el hombre de Dios en todas las cosas y permanecerá sobre él en todo tiempo.
¿Y si no tenemos más que pan y agua? Siempre son pan y agua
bendecidos. Pan y aguas tendremos. Ambas cosas están incluídas
en la promesa, porque son necesarias para que Dios las bendiga.
"Se le dará su pan y sus aguas serán ciertas". Cuando
Dios se sienta a nuestra mesa, no
sólo pedimos la bendición, sino que ya la tenemos. Dios nos
bendice no solamente en el altar, sino también en la mesa. Sirve
bien a quienes le sirven. Y esta bendición de la mesa nos es una
deuda, sino un don; gracia triple en realidad, porque nos concede
la gracia de servirle, nos alimenta con el pan de su gracia y lo
bendice con su gracia.