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Camevacas y Tiznaos: Las Partidas Sediciosas
en San Sebastián del Pepino en 1898
Introducción
Durante el Gobierno de Práxedes Mateo Sagasta en España, había surgido un movimiento armado en la comarca de Jerez de la Frontera. Muchísimos episodios de bandolerismo y agitación social se produjeron en las campiñas andaluzas.
Aún cuando en Cataluña la acogida a las nuevas ideas (de José Fanelli, la mano derecha de Mikjail Bakunin, Arístides Rey y Elie Reclus) fue buena, debido a su desarrollado obrerismo y su régimen de explotación en las fábricas textiles, en Andalucía fue como el estallido de una nueva religión. Las legiones de obreros desheredadados de toda la tierra, junto al sufrimiento acumulado generación tras generación, era un terreno perfectamente abonado para que el grito «Viva la Revolución» y la nueva y radical idea de que la tierra es para quien la trabaja se extendiera por todos los campos andaluces de Este a Oeste. Prueba de ello es que, de los cerca de 50,000 obreros que contó en muy corto espacio de tiempo la Federación de Trabajadores de la Región Española, Andalucía aporrtaba unos 29,000. Cataluña contaba, en ese momento, con unos 13,000 afiliados. Junto con Andalucía formaba la columna principal del internacionalismo en España. Pero las condiciones del obrero catalán, con ser malas, distaba mucho de la de los braceros andaluces, lo que motivó que en esta región se llevaran a la práctica las ideas libertarias en busca de una revolución social que cambiara su suerte y la de sus hijos... En 1878, Andalucía que no pudo seguir soportando la opulencia de unos y la de miseria de otros, se convierte en una hoguera. Se queman los cortijos, los olivares, se mata ganado, se arrancan viñedos, etc. En el mes de abril, los motines de Jerez alcanzan cotas alarmantes. Tanto en la ciudad como en la campiña, se asaltan comercios, se queman cortijos, se arrasan panaderías, se invaden las casas de los terratenientes, etc... Estos hechos tuvieron su continuidad en Arcos, Cádiz y Sevilla, donde la necesidad obligaba a familias enteras a pasar sin comer en todo el dia. 1
Para sofocar tal movimiento y evitar los robos y asesinatos, el gobierno realizó más de 300 detenciones. Se ejecutaron a 8 cabecillas de la sociedad secreta La Mano Negra. Según destaca el historiador español Juan Madrid, en su libro La Mano Negra: Caciques y señoritos contra los anarquistas, «esta fue la primera vez que la prensa española crea un estado de ánimo de terror y especulación sobre 'La Mano Negra'. La prensa se decanta hacia el horror y la exageración. Luego la investigación histórica demostró que La Mano Negra no existió nunca y, si acaso existió, nunca fue en esos años y tampoco cumplió la amenaza de secuestrar y matar a los burgueses. Todos los crímenes de aquella época eran crímenes comunes. Ninguno tenía el componente político que debía tener». 2
El abogado Juan Hernández Arvizu, 3 nativo de una villa puertorriqueña, que aún hoy es llamada el Pueblo del Pepino (San Sebastián), fue Fiscal en los procesos judiciales contra tales anarquistas, al iniciarse un juicio y condena en 1884. Juicio que, según la admisión de este autor, cuya tesis doctoral fue sobre el tema de La Mano Negra, tuvo una repercusión enorme, pues, quedan desmoralizadas y polarizadas en amargura todas las clases sociales. «Los jornaleros piden salario y no destajo. Trabajaban 18 y 20 horas diarias y ganaban a penas para poder subsistir a base de pan, aceite y tomate, trabajando en condiciones absolutamente denigrantes. El movimiento campesino pierde cualquier posibilidad de establecer contactos amigables con los terratenientes . Se radicalizan por ambas partes y se declaraban enemigos irreconciliables, algo que tendría consecuencias dramáticas años más trade, ya en la Guerra Civil». 4
En varias ocasiones, al regresar de España para visitar a sus familiares en este pueblo, Hernández Arvizu fue el orador honorario del Centro Español Incondicional. Sus conferencias se aplaudieron por la sociedad pepiniana y se comentaban por el pueblo llano a la mañana siguiente. El tema de La Mano Negra ofreció un material abundante, colorido y romántico, sobre el cual opinar y echar a volar la imaginación revolucionaria o los miedos a los conflictos. Esto fue así porque, en Puerto Rico y, por ende, en San Sebastián no tardaría en darse una situación de miseria como la descrita por José Mestre y Juan Madrid en sus escritos sobre Andalucía en los años de los motines, quemas y agitaciones.
Esta es una conexión interesantísima muy pocas veces explorada en la historiografía puertorriqueña ya que a menudo se ignora a sectores populares, sin representación y sin quehaceres oficiales en el poder. Ni su opinión ni su participación en los eventos ocurridos se toman en cuenta. Al escribirse la historia se beneficia a los prohombres y funcionarios con los alardes de todo protagonismo como si determinados eventos, positivos o negativos, carecieran de repercusión más amplia, aún en las colonias.
A primera vista, La Mano Negra, así como los clamores cantonalistas en España, el clamor de asociación obrera y la ornada de atemptants anarquistes a Barcelona de 1893 (D. Prat, vea los #7, 17 y 22 en las Notas bibliográfícas a final del libro), fueron considerados los problemas de la metrópolis, pero he aquí que, por vía de paciente investigación oral, en este pueblo del centro-occidental de la isla, una nueva dirección de la influencia aducible a estos hechos definidos como propiamente metropolíticos se convierten en contenido esencial para explicar ciertas actitudes locales, mismas que tomaron varios decenios para formarse, expresarse y, asimismo, desfigurarse en habla rasera y oscurecida. O, al final, bien digamos, diluirse en la memoria colectiva, a pesar de una influencia decisiva y enorme.
Las agresiones, robos y quemas, aquí estudiadas y que yació en incómodo misterio, «la mano negra de los tiznaos» (Miguel Montalvo, loc. cit. en Bibliografía, vid. nota #19) si bien se relacionó a Hernández Arvizu y Julio Soto Villanueva como sus causantes o detonadores y a la influencia de las fiscalizaciones y ejecuciones en España, repentinamente compartidas con la comunidad de Pepino durante esa época y su encadenamiento con el presente de 1898 cuando se retomara su memoria, se plantearán en este ensayo a la luz de criterios más amplios que la relación accidental con una o más personalidades. Hernández Arvizu, respetadísimo criollo de Pepino, se volvió secundario frente al conjunto de memorias rescatadas y el significado asignado a La Mano Negra y la fuerza inspiradora y moral que este movimiento trajera tras sí para los pepinianos.
Este ejercicio de historia oral conjunta una información histórica básica, pese al hecho de que las voces relatoras en Pepino apuntaron a múltiples fuentes, intereses y preocupaciones. El tema ya ha sido posible. Se ha planteado y se abrirá a nuevas investigaciones y enriquecimientos. Fue posible porque, de hecho, una partida de campesinos locales, en fecha de la invasión americana de 1898, adoptó el nombre de La Mano Negra, quizás arbitrariamente, para dar ajusticiamientos ilícitos a los súbditos españoles que, de uno u otro modo, habían sido cómplices de la tiranía y el empobrecimiento tan grave que padecía el campesinado en tal década.
Este quizás, puede o no, ser cuestionable y, si algo lo amenguara, fue la sorpresiva irrupción de la ira vengadora que trajeron consigo los rebeldes, desmintiéndose la idea que se tenía sobre los «parceleros inconformes y vagos», a los que los hacendados locales adjudicaban como filosofema «come hoy y muérete mañana» (Lcdo. Agustín Font Echeandía, loc. cit).
Hay dos aproximaciones básicas largamente explotadas para el juicio de la violencia social: el punto de vista de las víctimas, que es el más amargo y el punto de vista del bandidaje, que suele ser trivial y torpemente comprendido. Las víctimas, por reacción afectiva primaria, se refocilan en el resentimiento por ausencia de su análisis objetivo. El dolor y la impotencia no les permite ser generosos; los protagonistas de agresión quedan en su plano de culpa y remordimiento, a veces con vergüenza tan incómoda que es imprecindible olvidarla, zanjarla sin jactancia, aunque se vuelva a la misma condición de desesperanza que motivara su estímulo para la agresión.
Un abogado pepiniano, Agustín E. Font, hijo de Cheo Font, personaje clave en estos procesos, resumió el primero de los puntos de vista:
... Pero un día en la historia de esta Isla resonó en El Morro y en las hondonadas del Guacio, la voz clamante de la libertad, después de cuatro siglos de tiranía y vasallaje. Y el pueblo que debió recibir esas albricias de la justicia norteamericana como una Hostia de Tabernáculo, se receló a sí mismo, insuflándose de anarquía y demagogia, a riesgo de que se le conceptuara una 'raza-error de cuna' y formando partidas corruptas y sediciosas, empequeñeció el comienzo de un nuevo amanecer...
Y el domingo, 9 de octubre de 1898, azotó su furia inquisitiva y, conjurándose contra la propiedad privada, amasada con el sudor del esfuerzo propio, prendió fuego a la Hacienda de Hato Arriba, destruyendo e incendiando todos los establecimientos, hurtando todos los bienes, desjarretando y robando reses, convirtiendo en pavesas la obra de muchos, muchísimos, años de una labor ingente que motivó el espigar y el fruto de una fecunda labor creadora... En los viejos infolios que conservan los datos de aquella tragedia, absurda y grotesca, aparecen los nombres de muchos de los que cometieron aquella avilantez. ¡Dios los haya perdonado! (Agustín E. Font Echeandía, vid. Nota #48 )
De pie, Agustín E. Font Echeandía y Juan Bautista García Méndez; sentado, Joaquín N. Oronoz Font. Foto tomada circa 1915 en Mayagüez. Foto cortesía del Dr. Cecilio R. Font Ríos
Este testimonio se publicó en 1968, con el título La Hacienda, y es clara señal y símbolo de la actitud con que las familias de las víctimas de las Partidas Sediciosas reaccionaron a lo que nunca esperaban del peonaje. ¡Su rebelión! Quien escribiera este lamento fue uno de los hijos de Agustín María Quintero Font Feliú («Don Cheo»), el más rancio y tozudo de los Font originarios, descrito como el Pie de la Espada peninsular.
Cheo Font fue heredero y administrador de la Hacienda Hato Arriba, la que «perduró más de un siglo y medio» y que, con la administración de Don Cheo, produjo más de 1,000 sacos de dos quintales de café que se embarcaban a Barcelona. «Y los frutos menores, los balances fructíferos de la panadería y la crianza de ganado, cubrían con creces las erogaciones del fundo que agregaba un beneficio limpio y muy sustancial. Finito dividendo que se lograba a fuerza de amor al trabajo, de lealtad al propósito de que la Hacienda Hato Arriba no perdiera su prestigio de grandeza. De acuerdo con los hábitos de su fundador (Feliú Font de Celis, fallecido en 1855) y de su hijo (Agustín Pascasio Font Medina, 1840-1888) y su nieto (Cheo Font) que le sucedieron, se mantuvo una disciplina firme e invariable que se aplicó rigurosamente a los diferentes problemas del negocio que interesaba tener éxito».
Queriéndolo o no, el autor del artículo La Hacienda da cuenta de una polarización entre ricos y pobres, a pesar de insistir en que allí, la hacienda de Hato Arriba de los Font, «había trabajo para todo el mundo y todo el mundo lo asumía con eficacia y complacencia». Es la afirmación siguiente la que mejor revela los recelos:«Hato Arriba era una escuela de civismo que no aceptaba a los vagos, haraganes, envidiosos de oficio. Existía una interesante costumbre entre el dueño y el peón». Esta costumbre, tan confusamente definida en el artículo, casi indecible, velada por el autor, es la costumbre de la obediencia incondicional.
Los amos tienden a pensar que es virtud del peón obedecer siempre; no hacerlo tiene el equivalente de «descarrilar la vergüenza» que, según Font Echeandía, en aquellos tiempos «no era tan bastarda, no degeneraba tan fácilmente su naturaleza, no se cotizaba con tanta ruindad». En aquella época, el jíbaro contaba con más virtud que opciones (que dinero, oportunidades, horizontes nuevos), lo admitió el articulista; pero falló en entender que ser dueño de los medios de producción, de la tierra y aún de una tradición de triunfos en el agro, no hace al patrón el dueño de las vidas ajenas. El peón no es como la tierra que él describe, «vírgen y mansa como hembra fecunda». Transmutadas las condiciones históricas, al impacto de nuevas necesidades, o del agravamiento en la habilidad y control del mínimo poder para darse sobrevivencia, el peonaje antes obediente reacciona, urde lo suyo para modificar su medio y redefine sus lealtades y su moralidad.
De pie, junto a su padre, Agustín María Quintero Font Feliú (1868-1901) y Agustín Pascasio Font Medina (1840-1888)
Esto sucedió, posiblemente, antes de 1898. La mano obrera de Hato Arriba, cuando «no existian resecadoras mecánicas y la producción de la hacienda pasaba con creces de los dos mil quintales (de café) anualmente», cuando se trabajaba en el descascarado de café «hasta la media noche», se vio como obreraje que no progresa y, en su lugar, enriquece a otro.
Alguno entonces, haya sido Carmelo Cruz o el poeta Ramón María Torres, se atrevió a formular con metáfora lo que el ex-estudiante de medicina y gran propietario Agustín María Quintero Font Feliú (1874-1901) representaba en ese momento, el de la Invasión Norteamericana y el de una crisis financiera que arruinara el país. Obviamente, quien más sufrió la miseria de esos años fue el peonaje que, si bien no hizo las movilizaciones por el derecho de asociación obrera y la reducción de la jornada laboral que se realizaron en Barcelona, sí tenía ya esas aspiraciones desde 1854 y 1855. El resultado en Cataluña en junio de 1856 fue que las asociaciones obreras de resistencia fueran declaradas ilegales.
Como explicamos en la Nota #50 de este ensayo, un augurio de rebelión social en Pepino, cuyo marco fue la protesta contra la explotación del campesino y el maltrato moral del peonaje, también quedó descrito e implícito con las coplas de Las Golondrinas. En el periodo de 1845 a 1851, durante las administraciones de Miguel de la Torre y Juan Prim, ya hay la noción de que familias locales como las de Pavía Conca, Alers, Alvarez (de Quebradillas) Cabrero, Font Báez y la pachada de Emilio José Vélez, son objeto de la roña y el recelo de los pepinianos de ese periodo; pero esta susceptibilidad del campesino que, según pasaron los años se agudizaría ante más atropellos, como la ejecución de hipotecas, desposesión de parceleros por endeudamientos y alza en los pagos de impuestos, ya se había visto en los decenios del 1820 y 1830. La administración municipal de José Laxara, peninsular quien llegó del Santo Domingo español a Pepino, estuvo amenazada con amotinamientos y amenazas de violencia. (Dra. Helen Santiago, loc. cit.).
La metáfora («Pie de la Espada blanca», blanquitaje, señorazgos y represión, a la que sólo es posible oponéresele con la Revolución) sobrevivió divulgada por una copla cantada, muy distinta a la que antes fuera «la canción típica del jíbaro... y eco geórgico de un poema» (Agustín E. Font, loc. cit).
Me le dirás a Cheo Font,
el pie de la espada blanca,
que ya El Pepino se arranca
al grito 'e Revolución
y que aquí, a la población,
no se debe de asomar
y a Victorino Bernal
le dirás con alegría
que junto a Antonio Pavía
lo vamos a compontear.
Este texto es la codificación del segundo punto de vista. Este es el turno del agresor y de la montonera que se resiste a ser conceptualizada como «una raza-error de cuna» ante el «Comienzo del Nuevo Amanecer» que cambiará el viejo marco de «cuatro siglos de tiranía y vasallaje» que el hijo de Cheo Font, como su padre mismo, reconocieran. El quid de la cuestión fue que, aún reconociendo al régimen español acorralado por la crisis orgánica de su sistema, fueron sus defensores hasta su último aletazo y del bloque histórico dominante y de la gente que lo sostuvo, tomaon provisiones para reagrupar en el Partido Republicano, «las actitudes de España, con sus gañines y guardias de baqueta, pero hora arropados con la bandera americana» (D. Prat). La tarea fue evitar la disgregación del viejo orden, a fin de moderar la situación (el capitalismo salvaje que fue su contenido) e impedir un desenlace revolucionario que los pepinianos forzaban, sin liderazgo capacitado, hacia una democracia popular.
Hay dos concepciones contrapuestas sobre la sucesión progresiva de la historia, contenidas en estos dos documentos, el artículo La Hacienda de Agustín E. Font y la copla de amenaza («Me le dirás a Cheo Font»). De La Hacienda se infiere que el autor tiene una visión mesiánica de la historia; él parte de una metapolítica mesiánica (J. M. Wronski) en la que la élite es creadora y tiene mayores derechos y rol en la producción de bienes materiales que el trabajador; en la visión mesiánica se elude sopesar el perpetuo enfrentamiento de intereses entre explotadores y explotados. El rico crea la riqueza, porque sueña en grande; no así, el trabajador que tiene a su servicio. Este, sin la supervisión del capataz y sin la visión del propietario, no es otra cosa que el valepoco, el Gringoire, «a quien le falta algo para ser alguien» (Agustín E. Font, loc. cit.).
Agustín E. Font Echeandía fue digno y sentimental heredero de Cheo Font, su padre, y valoró el «emporio de riqueza, lo que ahora llamaríamos, si existiera, un latifundio» y que fue la herencia de los afanes de más de 150 años de historia familiar. Riqueza, pasado y orgullo, se convergen subjetivamente. Por esta razón, el análisis que propuso no toma cuenta el enfrentamiento perpetuo de clases antagónicas, en situaciones-límites, sino que diluye los componentes del conflicto con la idea de que las Partidas fueron el resultado de la envidia de parceleros inconformes, demagogos, vagos y haraganes. Para él, las rebeliones sociales y los males que abaten al obrero y el campesino son consecuencia causal de su imperfecta psiquis y siendo así, en vano es explicarlas por las leyes objetivas de las relaciones de producción y capital.
Para este Clan Font, que se iniciara con Feliú Font de Celis y la matrona Rosa Medina Domínguez, poseer menos que un latifundio sería degradante, esto es, reducirse como familia a una clase parcelera, y es preferible morir para mantener ese linaje y posición de dominio que ceder y empobrecer. En La Hacienda se describe como gente escuálida y moralmente macilenta, carente de espíritu cívico y sin ambición, al que tiene menos. Y hay, como parte del análisis de Font Echeandía, una reflexión sobre la idiosincracia del catalán; hecho que, como se verá más tarde, es importante para entender los conflictos de la época que estudiamos y la percepción que el pueblo hizo y, principalmente, esa porción que agrediera a las familias peninsulares.
Para reconsolidar la visión mesiánica que caracterizó a Cheo Font, al Comienzo del Nuevo Amanecer (hipotéticamente, el régimen estadounidense tras la derrota de España, sería una tabla salvadora), se sobrevaloró el proceso étnico-familiar en ese contexto de la sucesión progresiva de la historia. En un marco históricamente determinado de relaciones humanas e ideológicas, además de las más decisivas, que son las relaciones de producción, se debe entender que la necesidad constituye el fundamento objetivo de la libre actividad del hombre.
El campesinado tuvo la necesidad de construir un nuevo sistema de instituciones y de consolidar la direccionalidad de sus propias fuerzas antagónicas, revolucionarias, si se quiere, hasta neutralizar las fuerzas de la clase dominante. Los cabecillas intelectuales Avelino Méndez Martínez y Juan Tomás Cabán Rosa no supieron dar cauce positivo a los sentimientos y clamores de ese campesinado, redimensionalizando esas fuerzas que, sólo tenían por riqueza, su espontaneísmo y su pasión, o al decir de Jorge Alberto Kreynes, «el elemento de su ardor combativo».
Lo que, en 1898, ese campesindo armado vio claramente como deseable amanecer fue un poco de esa pasión y tragedia que el asunto de La Mano Negra trajo a la atención de toda España y, en parte, del mundo, Europa y América en particular. En septiembre de 1896, cuando se promulgara la ley de represión del anarquismo, se producen actos de solidaridad con España y contra las autoridades, y fue cuando, por primera vez, al recordar su papel activo y solidario con el Grito de Lares, Avelino Méndez-----
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Por su parte, Font Feliú entendió que el campesino pepiniano se halló acorralado ante dos realidades básicas: ni con España ni con EE.UU. podía considerarse el dueño del suelo patrio. Ni aún de su trabajo ni de la posibilidad de crear, sin limitaciones, su progreso y su historia. No tenía educación ni una dirigencia capaz de llevarla a acciones de poder para construir la contrahegemonía y, redimensionadas sus fuerzas, mantenerlas permanentemente organizadas y predispuestas al avance. Por esta razón, fue fácil convencer a solapos, astutamente, al liderazgo de las partidas e integrarlas al proyecto del Partido Republicano y neutralizarlas ahí. Aureliano Méndez Martínez fue el primero que entró a la fracturación de la rebelión social y al anexionismo, como candidato a la Legislatura.
Si bien fue Cheo Font, criollo, quien quedara descrito como el paradigma de una España déspota, al divulgarse una tras otra, las décimas que lo aludieron como Espada Blanca, se ofrecería también la cuenta del acervo de etnias ibéricas con presencia en este pueblo. Y se haría por sus nombres y con espíritu de encono y decepción: el canario Victorino Bernal Toledo, los vascuences Pedro Jaunarena y Francisco Laurnaga Sagardía, Juan Orfila, de las Baleares, Braulio Caballero Ayala, de Pamplona, Juan Coll, de Barcelona, entre otros. En términos muy concretos, esta fue la clase propietaria de Pepino y también su gente blanca y educada. Gente blanca y afortunada, por herencias y medios de producción y no porque el grueso del campesinado no fuese blanco, sólo que estaba en hambre y quiso asegurarse, con enojo, que con el cambio de régimen, otra clase política distinta a los primeros gobernara el pueblo. Sin embargo, Cheo Font estuvo al pendiente para desengañar a esa gente y para hacerlo propalaría en el discurso público una serie de ideas que han marcado la mentalidad colonial post-finisecular:
(1) El factor mesiánico: Sin educación no hay espíritu cívico, sino destajo sangriento, envidia y fanatismo. Las ideas tienen un oficio activo en el desarrollo de la sociedad; pueden transformarse en fuerza material, en progreso y en guías de acción en cuanto reflejan las exigencias materiales de la existencia social; pero los pueblos enfermos, conformes con la herencia del pasado, se vuelven macilentos, resentidos y haraganes y, entonces, es cuando más necesitan de las personalides, grandes protagonistas individuales: el inmigrante que traerá civilización al criollo. El polítíco mesiánico justifica los privilegios de la élite extranjera y la interpreta del mismo modo que los beneficiados de la Real Cédula de Gracias y el Edicto Trujillo que trajese a Puerto Rico hombres ya, de por sí, ricos y con capital. En Pepino, estos fueron fueron llamados los caraqueños y en las décimas de encono de Las Golondrinas, aludidos como la cabrerada: «El Gobierno de España les facilitaba aperos, dinero y terreno, amén de esclavos. El propósito era civilizar» (Font Ríos, loc. cit.). De modo que el pepiniano originario no tuvo su oportunidad para civilizarse hasta que no llegaron esos otros... Desde 1815, observó Font Ríos, «España ofrecía a cada emigrante 6 acres de terreno por cada miembro de familia y 3 por cada esclavo. Las herramientas hechas en España estaban exentas de impuestos» (ibid). Gente así beneficiada no mordió la mano del amo, o de la Madre Patria; les servía y de esas nuevas horneadas de inmigrantes se reclutaban los candidatos al ejercer el poder administrativo del pueblo y todo privilegio que dimanara de ese poder establecido por el oficialismo extranjerizador. Aún el capataz idóneo de una hacienda, o sus mayorales, tenían que ser selecionados en virtud de ese apego a lo étnico-familiar, por lo que se imponía sobre el peonaje, electo por el sólo mérito de ser peninsular y candidato a emparentar con la hija de un patrón, si no había un primo en la prole.
En ese mundo provincialista «de guardias de baqueta y gañines», al decir Dolores Prat, estaban los personeros de la represión y de la construcción de ese clima de miedo, acusaciones y vanidades, que preparó el camino al estallido de violencia en 1898.
De aquí que se confirme una apreciación marxista: «La clase que ejerce el poder material determinante en la sociedad es, al mismo tiempo, su fuerza espiritual dominante» (C. Marx y F. Engels, Obras, loc. cit.).
(2) El factor geopolítico: El principal argumento para disuadir a un pueblo que deseaba autodeterminarse dentro de sus fronteras fue enfatizar sobre la pequeñez territorial y escasez de recursos naturales. Echar miedo con la pobreza (que es -------------
(3) El factor étnico-familiar: Cuando no se quiere reconocr que las masas populares son el factor determinante del desarrollo social y el verdadero creador del proceso histórico, la clase históricamente privilegiada maldefine a un pueblo y se exime de reconocer su valor. Las masas explotadas tienen un explotador y opresor orgánica y socialmente establecido que, siendo numéricamente reducido, controla el poder de las estructuras jurídicas, económicas, policíacas y aún ideológicas. Si bien es cierto que no se puede rechazar la importancia de los individuos aislados, el valor de los aportes de determinados personajes y dirigentes, sean o no, poderosos o conservadores, el error había sido esperarlos únicamente de las altas jerarquías de poder o de las llamadas familias de abolengo o ilustres apellidos o de presuntas razas y castas superiores. Ni las familias ilustres ni los individuos aislados pueden alterar a capricho el curso objetivo de la historia. Lo que, a juicio de muchos de mis entrevistados, sucedió en Pepino es que la burguesía pepiniana se esmeró en educar a su gente, mientras no se abrió acceso para la gente campesina. «Si algo se abrió para ellos fue el ventorrillo en la hacienda, donde el miserable jornal se gastaba para que ese pobre del arrimo olvidara con ron sus pena» (Rodríguez Arvelo, loc. cit.).
El carácter selectivo de las acciones de castigo por las Partidas Sediciosas llevó un juicio implícito. Se les acabó el belén. España se le fue. La atadura con el pasado español fue interpretada como complicidad con todos los atropellos institucionales del gobierno. Y el nexo étnico-familiar que reclamaron para sí como el alarde de superioridad con que se vanagloriaba mucha de esta gente.
Muchas de las familias castigadas fueron, por el consenso popular, aquellas consideradas las portavoces ideológicas de la burguesía, «la burocracia que ordena, manda y dirige» y que por su función, «ahoga el proceso de crítica y autocrítica» y «reduce al mínimo la posibilidad de que las masas populares participen», libre, activa y creativamente. Entonces, no habiendo equidad en el proceso, las familias políticas con prestigio y abolengo se representaron en su consciencia como las fuerzas reaccionarias a los procesos necesarios. En estas familias se castigaba el culto al cacique, al poder y la riqueza no compartida y el sicotismo. En el marco del recelo popular a los nexos étnico-familiares, la crítica a los sicotudos, al que llegó pobre de España, pero se regresaba rico, y a los serafines, ya era vieja, si juzgamos esas alusiones en las coplas de Las Golondrinas.
El por qué la violencia de 1898 se extendió, más veladamente, durante toda la década de 1900, por los recortados espacios abiertos por los Partidos Fusionista, Federal y Unión, se debió a que el culto y el rol del cacique no desapareció, sino que siguió creciendo bajo el dominio estadounidense.
Al rememorar la fibra moral, actitudes e idiosincracia de sus bisabuelos y ancentros, Font Echeandía escribió: «El catalán es tozudo o testarudo y, como vengo de esa sangre, también lo soy». En cuanto a Rosa Medina alegaría un perfil sicológico más transigente y avenible. ¿Qué realmente subyace detrás de estos eufemismos?
En el análisis sobre la formación económico-social del Pepino de 1898, la noción de identidad fue importante, aunque no necesariamente la que desencadenó la crisis de violencia. La crisis fue debida al hambre y a una sucesión de descaros
A la pregunta qué realmente implicaba ser de los blanquitos en el pueblo, respondía un líder asociado a las Partidas, el maestro de escuelas Lino Guzmán, a quien se le recriminaba veladamente, preguntándosele el por qué una persona tan decente y culta como fue se alió al movimiento. Su respuesta, más o menos, como la recordaba D. Dolores Prat, anciana de Mirabales, fue la siguiente: Está diciendo (Guillermo) Cardé y Juan Orfila que no se preocupe ninguno sobre los ideales separatistas porque un pueblo analfabeto no se sabrá gobernar y el campesino es como una bestia...
Decía ella que, «al llegar los americanos, ni en los tiempos de Manuel Prat, se vio la situación de que al mulato y al blanco se les tuviera que separar, pensando que el negro no podía aprender inglés... pero ese problema era muy viejo. Es que se decía que el negro es libertino, amigo de malas ideas, la independencia» (D. Prat, vid. Nota #7).
¿Fue la noción de pie de la Espada blanca un código racista, o es un cuestionamiento sobre la valoración excesiva de nexos étnicos-familiares con que muchas familias ajusticiadas se turnaban para retomar el control en el albor del siglo, el Nuevo Amanecer, tal como hicieran durante los siglos anteriores?
Vencida España en la guerra, en Pepino y, en la isla entera, se creó una lucha de poder. Surgió una posibilidad para el tránsito de una formación económico-social a otra más perfecta. Cuando el asunto fue responder quién verdaderamente hace la historia y cuál es el fundamento en que se apoya la existencia y el desarrollo de la sociedad, el peonaje dijo presente (las masas populares, trabajadoras, creyeron en justicia ser capaces de sobrepujar ese tránsito) y, como colectividad, esperaba una organización materializada por líderes que les definiera objetivos, de modo que surgieran así las nuevas instituciones políticas, económicas, educativas, concepciones jurídicas y oportunidades creadoras de diverso tipo.
En este ensayo se explicará cómo ese liderazgo esperado no cuajó del todo, traicionó y reculó. El proceso social falló, pese a que el pueblo, en gran número, dijo con contudencia el tipo de administradores que no quería en el nuevo régimen y estuvo dispuesto a deshacerse de ellos, aún matándolos. Treinta años antes, con El Grito, se había dado ese mismo consenso y fueron los insurrectos los que pagaron con sus vidas.
Frente a las fuerzas invasoras, el factor más decisivo en el amenguamiento de ese furor revolucionario, campesino tan pobremente armado que se diera, sólo quedó flotante un ideario.
Dentro de la noción de bandidaje social que E. J. Hobsbawn desarrollara en Primitive Rebels (1965), se valora al bandido social como the outlaw-heroe, honorable models for rebellion, delincuente forzado a infringir la ley para vengar alguna situación injusta, defender su honor, familia o grupo social (comunidad), ante aquella circunstancia o poder opresivo que lo victimizara, recordamos que todo país del mundo ha tenido, en algún momento histórico, este tipo de héroes proscritos. Y, muchísimas veces, a medida que el asunto es estudiado sistemáticamente, se verá que también los bandoleros sociales han surgido de las clases más altas y se han fundido con las mitologías de patriotismo, humanitarismo social y religión. No hay, necesariamente, por qué referir a los comevacas y tiznaos como los únicos desclasados o lumpen-proletariat, si la idea es despreciar la violencia antiestamental.
Por esto hay que considerar, como salvedad, que no todo el Clan Font fue reaccionario y que, con actitud y rol heroico y progresista, algunos de ellos participaron el Grito de Lares (en 1868) como miembros de El Porvenir .
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Según testimonios orales recogidos en Pepino, 5 a esta cáfila de insurrectos se la supuso el disuelto Séptimo Batallón de Voluntarios que, otrora el coronel Julio Soto Villanueva tuvo bajo su mando, y que «molesto con la cobardía de ese hombre» (sic.) echó a rodar su propia agenda de resistencia «contra gringos y españoles» (cit., Entrevista con el Lcdo. Pedro A. Echeandía Font, véase: Bibliografía, loc. cit.)
Miembros de esta partida (La Mano Negra) se personaron para dar muerte a Soto Villanueva en la casa de Cirilo Blandín, donde él se había refugiado y, entre una de las razones motivantes para hacerlo, se mencionó el nulo apoyó que dio a los voluntarios de ese batallón durante el Combate de Hormigueros del 10 de agosto, donde entre heridos y muertos cayeron 12 milicianos. Mas, según se fue articulando el quehacer de estas partidas, se infiere que las motivaciones de los ajusticiadores per se fueron mucho más amplias que castigar a militares y traidores.
En este ensayo, se propone el análisis sobre los incidencias de violencia, quemas, asesinatos y robos, que produjo el fin del orden español en uno y más pueblos de Puerto Rico. Utilizamos la metodología de Historia Oral de Allan Nevins y las técnicas de entrevista para formular una microhistoria regional, insertable en el contexto mayor de la historia puertorriqueña, la que a su vez sería contextualizable dentro de una macrohistoria general, contribuyente a la historia latinoamericana.
Se provee una bibliografía comentada al final de este ensayo.
2. Un tema ignorado y censurado
Precisamos que, aunque la historia de las partidas campesinas armadas, en pos de ideales de Tierra, Libertad y Justicia, es aspecto localmente documentable en el marco de la Guerra Hispanoamericana de 1898, sus especificidades o detalles han sido premeditadamente ignoradas en la historia oficial y los hombres que mejor pudieron referirse al tema, por ser participantes activos, o testigos de los hechos, lo ignoraron (e.g., el Dr. Angel Franco Soto, autor de unas memorias sobre el 1898, el ex-Alcalde Andrés Méndez Liciaga, quien recopiló en el Boceto histórico del Pepino (1924) mucha de la historia de municipio. Por desgracia, a mi juicio, Méndez Liciaga obvió las referencias a lo que fue la época más dramática de la historia borincana y que él mismo viviera en plenitud, ya que su padre (Avelino) fue inspirador intelectual y material de muchas de las incidencias útiles (hechos históricos) a la conciencia memorante y colectiva, las Partidas Sediciosas, en particular, y el cambio de soberanía, a más del Grito de Lares, que fue hito histórico de la identidad nacional puertorriqueña.
La historiografía que se cuaja más fielmente y, en sus mejores detalles de veracidad, es siempre el devenir presente, irse-resolviendo-avanzando, es decir, la que se alcanza a vivir como testigo, en el fluir del devenir hacia un ahí-del-ser, histórico-temporalizado. Sin embargo, estas historias en torno a los comevacas y tiznaos del 1898 y otras que están aún en sombras de olvido, sin nadie que las cuente, fascinaron mi curiosidad desde mi juventud y mis contactos con octogenarios y nonagenarios, o aún con centenarias, como mi propia bisabuela, a quien conocí, e hizo posible algún rescate.
Es justo indicar que todavía el Boceto, con sus limitaciones, es una importante fuente historiográfica y, en su momento, fue objeto de presiones, coersiones censurantes de episodios y mención de gente que temían lo que él pudiera dejar escrito. Así lo manifestó Manuel Méndez Ballester a investigadores y artistas pepinianas que plantearon, en el decenio del '60, una reedición anotada del Boceto, el libro de su padre, al reconocer su importancia como recuento primicial sobre la vida histórica pepiniana. En copias distribuídas y circuladas de ese libro, según comentario de Joaquín Torres Feliciano, escritor, sicólogo y entusiasta de la vida cultural de nuestro pueblo, se sustrajeron páginas, se tacharon renglones, o se prendió desaparecerlo de bibliotecas públicas. Se vale preguntar por qué y quiénes. Antes de crearse el Archivo General Histórico de Puerto Rico, como institución protectora de documentos municipales, muchas fuentes documentales del Pepino se perdieron, o cuando no, su conocimiento se ha saboteado. Por mucho tiempo, un temor a la rememoración de la historia local vela, obnubila y cierra los canales de acceso al pasado. En parte, entendámoslo, porque, en este pueblo se han vivido experiencias inquietantes. Las Partidas Sediciosas es una de ellas.
Después de invertir años en escuchar de labios (que han sido mprescindibles como sus fuentes memorantes), ofrezco con esta monografía algunos detalles nuevos que investigué en mis continuadas visitas a los hijos y familiares de las víctimas, testigos, protagonistas y coetáneos, de tales hechos, en Pepino y otros pueblos, y que corroboré en su verdad y en su fondo emocional a través de fuentes escritas, referencias de primera y segunda mano y documentos en los Archivos Militares de la Biblioteca del Congreso, en Washigton, D.C. y en periódicos de la época.
Hago pública mi gratitud a las familias del Lcdo. Pedro A. Echeandía Font, María Luisa Rodríguez Rabell Vda. de Negrón y Pedro Tomás Labayen Jaunarena, por haber sido tan pacientes con mis visitas y, a este último, por poner a mi disposición su colección, la más completa, del periódico El Regional de principios de siglo.
Estos eventos que relataré ocurrieron durante la invasión norteamericana, por lo que, para entender las acciones de las insurrecciones campesinas en San Sebastián de las Vegas del Pepino, será necesario contextualizar históricamente el comportamiento de España y los EE.UU. en la isla y dar cuenta sobre las superestructuras ideológicas en general. Y después, concretamente, sobre su percepción por los pepinianos de entonces.
Obviamente, concuerdo con la observación del historiador Angel Rivero Méndez, quien nos recuerda la indignación de los cronistas ante hechos similares (robos, asesinatos y anarquía) como los ocurridos en San Sebastián y otros puntos de la isla:
... No fue Puerto Rico quien tales desmanes cometiera, escribe Rivero. Fueron unos pocos hombres, varios centenares tal vez y, sobre ellos, únicamente debe recaer la condenación de los historiadores.
Sin embargo, también es tarea historiográfica desocultar (y comprender sociológicamente) una parte tácita y dolorosamente reprimida de lo que, como contenidos intrasíquicos, se cargó dentro de la consciencia de aquellos sediciosos, quienes se sentían y expresaban, por primera vez, colectiva y consensivamente, como clase, la rabia que estuvo sepultada por generaciones. El Dr. Frantz Fanon nos advierte, en su libro Los condenados de la Tierra (1961), que:
... La descolonización es siempre un fenómeno violento... (y que) ante la necesidad de ir... hacia un panorama social modificado en su totalidad, lo que define toda descolonización en el punto de partida... es que constituye, desde el primer momento, la reinvindicación mínima del colonizado... La necesidad de ese cambio existe en estado bruto, impetuoso y apremiante, en la consciencia y en la vida de los hombres colonizados. La importancia de ese cambio es que es deseado, reclamado, exigido. Pero la eventualidad de ese cambio es igualmente vivida en la forma de un futuro aterrador en la consciencia de otra 'especie' de hombres y mujeres: los colonos... La descolonización, como se sabe, es un proceso histórico: es decir, que no puede ser comprendida, que no resulta inteligible, traslúcida a sí misma, sino en la medida exacta en que se discierne el movimiento historizante que le da forma y contenido. La descolonización es el encuentro de dos fuerzas congénitamente antagónicas que extraen precisamente su originalidad de esa especie de sustanciación que segrega y alimenta la situación colonial. Su primera confrontación se ha desarrollado bajo el signo de la violencia y su cohabitación, más precisamente la explotación del colonizado por el colono, se ha realizado con gran despliegue de bayonetas y de cañones. 6
En algunas ocasiones, la violencia que se afana por desorganizar la vieja sociedad y concentra su poser en desaprobar el rol de las iglesias. Romper con los tabúes y creencias que como institución impone, o como con la Ley del Condado en España durante el Gobierno de José Canalejas, limitar las actividades de las óordenes religiosas. Esta fue una gesticulazación irrefrenable en el periodo que estudiamos.
Uno de los incidentes, en el Valle de Toa Baja, lo refiere Rubén Arrieta. El entrevistaría a Francisco López. Su relato ilustraría que la violencia descolonizante permearía todo, «transformando a los expectadores aplastados por la falta de esencia en actores privilegiados, recogidos de manera casi grandiosa por la hoz de la historia... pero esta creación, vuelve a recordarnos Fanon, no recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural: la cosa colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera»; por ésto mismo los vejámenes al sacerdote español del Valle del Toa no son, en realidad, ataque a un individuo, en cuanto su persona privada, sino un ataque al símbolo de la Iglesia Católica que no materializó el programa «de hacer a los últimos, a los humildes, los primeros», sino que, en su lugar, formuló sus propias tranquillas al progreso de los más humildes.
Recuérdese que en, 1898, aún no se cumplía ni veinte años de la abolición de la esclavitud, institución practicada y protegida por la Iglesia. Un cura español en Pepino el día que los esclavos solicitaron un Te Deum para la bendición de su fiesta colectiva de libertad, por el decreto de la manumición, echó insultos a la negrada que lo solicitaban y les pidió que festejaran fuera de los atrios de su parroquia. Este fue el párroco Claudio González.
Doña Dolores Prat-Prat, criolla entrevistada para mi monografía, hija de catalanes, otrora familia de esclavistas, como ella misma confesara, ni siquiera fue registrada ni bautizada como cristiana «porque la reputción de mi madre fue manchada por su amor por un negro y violada por otro bandolero libertario (nota del autor: Nuñez, padre de la relatora), de los que se daban aire de dignidad y civilización y nos quemaron en Mirabales durante la Revolución de Lares» (sic., cf. Entrevista con Doña Dolores Prat-Prat, loc. cit.)
Movida por su orgullo, su madre Eulalia Prat-Velez, solicitó de la entrevistada que «cuando vaya al pueblo, no entrara a la iglesia... que aquí (en la casa) puedes rezar, sin que nadie te diga bastarda ni mala mujer». Ella no creyó que el cura y la feligresía entendieron toda la problemática que había en su vida.
Doña Lola Prat afirmó que recibía de España, en tiempos de menos pobreza, muchas revistas y gacetas que enviaban a su madre y a sus hermanas, «donde se hablaba de Castelar y Moret» y recordó que, al debatirse en España la Constitución de 1876, un hombre poderoso de la Iglesia (que el mismo Castelar propuso para Obispo de Salamanca, pero que fue consagrado como Obispo de Madrid-Alcalá en 1874), se opuso al principio de tolerancia religiosa. Se refería a Narciso Martínez. 7
«Pues, si siendo católico, no toleraba ni pingos, ¿qué clase de Dios tiene, qué clase de amor al prójimo?» La anciana terminó diciendo: «Pues, lo mataron, con toda y su sotana. Es que en política nada se olvida; yo me acuerdo de Lares como si hubiera nacido, imagínate» (sic.). La tolerancia de cultos en España se incentivaría con Canalejas como Presidente de las Cortes y jefe del Gobieno Español entre 1906 y 1912 y con precio muy alto. El anarquista Pardiñas asesinó al jurisconsulto liberal, el 12 de noviembre de 1912, ante el escaparate de una librería de la Puerta del Sol.
Al verificar los relatos de Prat, confirmo que también el Obispo Narciso Martínez fue asesinado por un presbítero en el atrio de la Catedral de San Isidro en Madrid, en 1886. Entiéndase, por lo anterior, el contenido subliminal y probable que se involucraría en tal acción anticlerical, como otras ejecutadas por la partida que atacó a la Iglesia, según el relato de Arrieta sobre Francisco López:
... También hubo ataques en la región del Toa... Allí realizaron una agresión irreverente contra un sacerdote católico español, a quien, le raptaron, conduciéndolo a la plaza, según el testimonio del anciano Pancho López. Una vez allí, le pusieron aparejos y una silla sobre las espaldas, obligándolo a que relinchara como un caballo. Mientras sobre las rodillas y las manos el reverendo padre se arrastraba, los forajidos le golpeaban gritándole 'arre arre, mi caballito'. Otros hacendados del Toa también sufrieron vejaciones y torturas físicas.
El anticlericalismo es ingrediente que, en el pensamiento rebelde e inconformista español está asociado a muchas circunstancias. Desde el primer Concilio del Vaticano de 1870, que promulga el dogma de la infalibilidad del Papa, se recrudeció en España y el mundo el descontento. En nombre de «las sublimes verdades que la Religión Sagrada enseña» y la infalible deliberación de los Papas, las Santa Alianza, sus tribunales inquisidores y sus Indíces de prohibicón y censura, se hicieron los instrumentos de influencia reaccionaria a fin de mantener el dominio de los regímenes autocráticos. España fue el último país europeo en abolir el Tribunal de la Inquisición, aunque había sido abolida, a despecho de la presión tradicionalista desde el 22 de febrero de 1813. El rey Fernando VII la restauró un año después hasta que un decreto de Isabel II, en 1834, hizo la supresión final de la misma como mera formalidad porque había perdido el apoyo de que antes gozara entre la élite progresista de España. En el debate público de la vida de la monarquía, aprovechándose de su secretividad en cuanto pudo, el Tribunal Inquisidor cedió su espacio a opositores.
Quienes mejores aprovecharon la coyuntura de la supresión de la Inquisición (pero, realmente aún no libres de intrigas y excomuniones) fueron, a partir de 1870, las corrientes anarquistas de España que se radicalizaron ideológicamente después de la llegada de P. J. Proudhon, socialista anárquico, exégeta de la idea federalista, en oposición al centralismo y la coersión estatal, y maestro de Pí y Margall, Fanelli (quien visitara a España en 1869), exponente de Nicolás Bakunin, la corriente libertaria de Anselmo Lorenzo (1841-1914), tipógrafo toledano, ex-integrante del primer consejo directivo de la Federación Obrera Regional Española, de inspiración bakuninista (1870), que es el embrión del moderno movimiento obrero en España.
3. La simpatía por Cuba
La influencia de la guerra independentista en Cuba (y que estuvo en pleno vigor antes de la invasión) fue factor influyente en la formación de los movimientos de resistencia al invasor norteamericano en Puerto Rico. Esa guerra daba ánimos: Doña D. Prat. Quiso decir con tan breve planteamiento, su interpretación conclusiva e inquietante, que se fuera pobre o rico, español o criollo, negro o mulato, en Pepino, después de la gesta liberadora de Lares y el periodo conocido como los años del Componte, hubo un consenso sobre el destino de Cuba. La Antilla Grande mereció la libertad y ni España ni los EE.UU. la sujetarían a cadenas, con el beneplácito de los pepinianos. Con la libertad de Cuba, los pepinianos soñaban como dándose una compensación sublimadora al identificarse con la manigua. Se invocaba a los puertorriqueños que materializaron, con su participación, un ideal antillanista y fe heroica en que la República de Cuba sería posible en pocos años.
El 28 de abril de 1896, Armando André Alvarado, patriota de Cayo Hueso, hizo estallar una bomba en el palacio de Valeriano Weyler, capitán general de la Ia isla de Cuba y apodado El Carnicero. El muchacho de 24 años burló a las autoridades. Al saberse sobre este episodio localmente, a viejos rebeldes, como Avelino Méndez Martínez y muchos Font que fueron separatistas y ex-miembros de El Porvenir (Miguel, Manuel, Ramón y Rodrigo), en este pueblito de Pepino renacieron bríos. Todos estuvieron asociados al movimiento armado de Lares, cuya revolución hermana fue la de Cuba, el Grito de Yara, en 1868.
En siglo de tardío romanticismo y tropicalosas bohemias, el asesinato de Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno de Sagasta, en 1897, y el posterior asesinato de lsabel, Emperatriz de Austria, por otro anarquista italiano en Ginebra, hizo que se especulara que las sociedades de camorra (que aterrorizaban a Nápoles) 8 encendían la violencia dondequiera. Surgió el temor a las invasiones de anarquistas, así como de que éstas brotaran como azote para las antillas. Así se había pensado durante los tiempos de los inmigrantes caraqueños y la Cédula de Gracias a la isla de Puerto Rico y otras antillas.
Del conservador Cánovas del Castillo, 9el Pacificador, se criticó duramente el nombramiento que hiciera de Romero Robledo, como Ministro de las Colonias. Este político, carente de escrúpulos, fue terriblemente repudiado en las posesiones ultramarinas y en la misma España y provocó la caída de Cánovas. Sagasta formaría el nuevo Gabinete Liberal. De hecho, más proclive a dar mayor grado de autonomía a las Antillas.
Una nueva crisis de gabinete ocurrió en noviembre de 1894. Se perdió un tiempo valioso, pero, al fin, Buenaventura de Abárzuza fue nombrado como Ministro de las Colonias, con la esperanza de que proveyera el curso de la nueva política hacia Cuba, con la cual Antonio Maura, ex-Ministro de las Colonias, tendría sus diferencias con el recién nombrado en cuanto al alcance de la autonomía que se concedería.
No lográndose amainar la agitación independentista, a pesar de que las medidas liberalizantes fueron muy bien recibidas en La Habana, no así lo fueron en el interior de la mayor de las antillas (Cuba) que, en 1895, dio indicios de mayor auge revolucionario, como ilustró el Grito de Baire.
Para el 24 de febrero de 1895, el Gobierno de Sagasta restaba su importancia a la rebelión, lo que sumó otro error al panorama. Sin embargo, el Capitán General y Gobernador de Cuba, Camilo Polavieja, quien había renunciado en protesta por el nombramiento anterior de Robledo como Ministro para asuntos coloniales, hizo advertencias muy distintas y fue desoído. Razón de su renuncia.
Desde 1891, P. M. Sagasta había designado al Almirante Pascual Cervera y Topete como su Ministro de Marina. La vuelta de Cánovas del Castillo crearía otra grieta para el caos que el último gabinete liberal, antes de la Guerra con los EE.UU., heredaría. Desde el 10 de marzo de 1895, España comenzó a fortalecer su poderío militar en Cuba, no previéndose otra cosa que sofocar a los mambises libertarios. Una fuerza expedicionaria de 6,000 tropas llegó a La Habana. El General Martínez Campos, sofocador de anarquistas catalanes, al decir de Dolores Prat, 10 también fue enviado a Cuba. Las actitudes de éste contribuyeron a que la propaganda novelera y conservadora motejara como anarquista a muchos liberales. Ni el mismo Dr. R. E. Betances, Luis Muñoz Rivera y otros patriotas puertorriqueños, se libraron del epíteto.
Fue la nueva jornada de gobierno conservador de Cánovas del Castillo la que enviaría al general A. Martínez Campos a Santiago de Cuba y, con él y tras sí, una columna de 1,000 soldados españoles.
Añadiéndose a Martínez Campos, «sofocador de catalanes, mambises y anarquistas», llegó a Cuba el General Valeriano Weyler y Nicolau, el 10 de febrero de 1896. Este impuso una estrategia de aislamiento de la población rural, creándose campos de concentración, siendo la primera vez en una guerra moderna que se utilizaran tales formas de cruel hacinamiento y trabajo forzoso. Para finales de 1897, se había relocalizado a más de 300,000 cubanos en tales campos. 11
Sería la protesta internacional, especialmente, la originada desde los EE.UU., la que desacreditaría los métodos de Weyler, pero éste fue quien asestó los golpes más rudos a los insurrectos cubanos en lucha por independencia. El mallorquín Weyler (por su campos de concentramiento) 12 hizo tanto daño al prestigio de la causa autonomista y las políticas reformistas de P. M. Sagasta para las colonias españolas, como las decisiones erráticas de Cánovas del Castillo y la elección de William Mckinley en noviembre de 1896 como Presidente de Norteamérica.
El 26 de junio de 1897, la cancillería norteamericana envió un despacho a Madrid con el Embajador Dupuy de Lôme con críticas a los métodos de guerra y la inhumanidad de España en Cuba. Aunque el 6 de noviembre se había concedido una amnistía para prisioneros políticos cubanos y otro decreto real de sufragio universal para Cuba y Puerto Rico (22 de noviembre), Cuba había sufrido tanto con el encono represivo y la saña por parte de los españoles que Máximo Gómez, el dirigente de relevo tras la muerte de Maceo, anunció que la materialización definitiva de la República Libre de Cuba sería irreversible, y despreció el Estatuto Autonómico del 26 de noviembre y la súplica con que Blanco Erenas avisaba como solución que los insurgentes de Máximo Gómez se aliaran a las tropas españolas para expeler a los invasores en ciernes, que serían los norteamericanos.
En Cuba, se rehusó cualquier alianza de los cubanos con el enemigo peninsular.
¡Hasta era preferible contribuir junto a los yankees para el objetivo de una sonada derrota del régimen de España!
4. La Guerra Hispano-Estadounidense de 1898
Después de culparse a España del hundimiento de USS Maine en la Bahía de La Habana y hacerse una declaración de guerra por parte de los EE.UU., en reunión celebrada en Madrid, se discutió sobre la situación y la capacidad española para vencer o salir vencida, si se materializara de facto la confrontación armada. Ese 23 de abril de 1898, el Comandante Pascual Cervera predijo la destrucción de su escuadra naval, ya que «no hay comparación entre los recursos con que cuenta España y los que EE.UU. tiene». Y el vaticinio se cumplió el 3 de julio de ese año.
La flota de Cervera entró a batalla con los buques de guerra estadounidense. Fue un desastre para España. Unos 350 marinos españoles murieron en el combate. Otras 160 tropas fueron heridas y 1,600 soldados españoles, con sus 70 oficiales, fueron tomados presos por las tropas norteamericanas, que sólo sufrieron una baja y seis heridos.
El 11 de agosto de 1898, el Consejo de Ministros de España aceptó las condiciones de paz, bosquejadas por los EE.UU., casi unilateralmente. En resumen, España debía renunciar a la soberanía ejercida sobre Cuba, Puerto Rico y otras islas de la Indias Occidentales, traspasándolas a los EE.UU., y evacuar a los funcionarios de su régimen en cualquiera de sus colonias perdidas.
El mismo Blanco Erenas, quien había ordenado al Almirante Cervera su salida de la Bahía de Santiago y pelear, se sentiría insatisfecho; pero, como dijera, sería mejor para España «perder honorablemente en batalla que rendirse».
Al Duque de Almodóvar del Río, Juan M. Sánchez y Gutiérrez de Castro, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores de Sagasta, desde mayo de 1898, tocó la triste tarea de enmendar el golpe al orgullo y prestigio español que fue su exterminio como potencia colonial hegemónica en el Caribe. El fue uno de los plenipotenciarios que, en París, negociaría la paz con los EE.UU. y buscaría mejorar la posición diplomática de España. Militarmente, tuvo muy poco espacio para defender los intereses españoles, sean cual fueren, porque ninguna colonia quiso seguir a la sombra de España, contrario al mito de la fidelidad puertorriqueña, antilla que en el discurso político colonial se refería como el epítome de fidelidad por la despedida que se les ofreció al último Gobernador español.
El 21 de noviembre de 1898, los negociadores estadounidenses presentaron el ultimátum (de una semana) para que se decidiera sobre la compra de las Filipinas por $20 millones de dólares. Al mismo tiempo se hacieron, otros reclamos sobre Cuba, Puerto Rico, Guam y la anexión de la isla de Kusaie, en las Carolinas, así como sobre derechos de cables telegráficos y puertos en otras tierras, y de no haber respuesta, el riesgo sería el de encarar el reinicio de hostilidades.
El Duque de Almodóvar recomendó la firma del tratado porque España no resistiría otra confrontación militar y arriesgaba mucho más en no hacerlo; pero, por igual, acusó la presión alemana por comprar las islas del Pacífico. «Del árbol caído, todos cortan leñas», dijo.
En Puerto Rico, muy pocos entre los hombres críticos e insatisfechos del colonialismo español, creyeron que España perdía honorablemente en las batallas. Cada pueblo de la isla tuvo una experiencia particular de informarse sobre los hechos militares, especialmente, en los que se perdían vidas puertorriqueñas y una experiencia también única, pero sicológicamente determinada, sobre cómo educarse en cuanto a la situación que se avenía con el enfrentamiento de las potencias. Juzgar las relaciones de poder, en cuanto estructurales, no fue fácil. Tampoco lo fue evaluar el trato humano, entre contendientes, no ya de los personeros de España como metrópolis, sino también el comportamiento de sus civiles en los distintos estamentos de la sociedad.
Los parámetros a la mano funcionarían como ideologías e ideologemas (según el término, del teórico Fredric Jameson), quien sigue el lineamiento básico del filósofo social Antonio Gramsci al decir que los hombres toman consciencia de su posición social en el terreno de las ideologías y toda iniciativa histórica o reto ante la realidad cambiante, u opresiva, tiene un cometido que se formula ideológicamente y que consiste en cambiar las fases precedentes, hacer homogénea la cultura en un nivel superior al precedente. 14
5. Una oportunidad de romper con el pasado
Mi tesis, tras haber estudiado las Partidas Sediciosas, como la respuesta más espontánea y genuina del anhelo innovativo de los participantes es que, en Puerto Rico esta lucha campesina surgió del afán, no reaccionario, por romper con el pasado, no de conservarlo. El estímulo para la violencia fue creado por la polarización entre ricos y pobres, que fue aguda, y que pese a la legislación liberal que trajo el Estatuto Autonómico fue insuficiente para distraer la mentalidad de que el poder plutocrático quedaba intacto en los pueblos de la isla. La clase privilegiada quiso nuevo marcos de poder; la campesina, una justicia largamente debida.
Por supuesto, Puerto Rico ya tenía una idiosincracia latinoamericana, caribeña, que conserva y las ofertas inciales para dar un marco jurídico a su identidad colectiva se presentaron con los EE.UU., a la postre, su nuevo amo. Esta fue la ilusión de muchos, especialmente, la clase obrera urbana y el campesinado. Para algunos importantes líderes de las partidas campesinas, el salto a la esfera de Barbosa, o el ilusionismo del incipiente Partido Republicano (anexionista, asimilista) fue fácil. Avelino Méndez fue el ejemplo. Los republicanos barbosistas utilizaron el prestigio de profesionales de talento, como los pocos que había en Pepino, para predicar sobre un nuevo sentido de identidad dentro de la esfera mayor de la identidad jurídica estadounidense; Juan Tomás Cabán, en respuesta, decía que más vale ser cabeza de ratón que culo de león (Echeandía Font).
El sentido estricto, desde el cual se percibe el ser nacional puertorriqueño, vigente aún antes del hito externo de la Revolución de Lares, y al que invoco aquí, proviene de una definición de Juan José Hernández Arreguí: El ser nacional emerge como comunidad escindida, en desarrollo y en discordia, como proceso en movimiento, no como sustancialismo de la idea, sino como una contrastación, velada o abierta, de las clases actuantes dentro de la comunidad nacional, no como nostalgia de los panteones y ornatos de la historia, no como una paz, sino como una guerra. El ser nacional, en última instancia, pugna por cimentarse sobre las oposiciones de las clases sociales que luchan por el poder político. En síntesis, el ser nacional no es uno, sino múltiple. ¿Qué es el ser nacional, en: La Consciencia Histórica Iberoamericana (Buenos Aires, Editorial Hachea, 1972).
Es evidente que la invasión norteamericana de 1898 propició uno de los momentos más críticos en la vida puertorriqueña. A pesar de la miseria que sufría el grueso de la población, no habría un espacio para mentir, o hilar delgado sobre los sentimientos nacionales. Las disyuntivas para elegir, o no, se dieron en el escenario más definidor y escindente: O colaboradores de los yanquis o pro españoles (aún el autonomismo con ribetes afectivos, o sentimentalmente pro-españolista, el hispanismo culturizado, tendría que tronar).
En otro extremo, la opción fue: Con los yanquis o separatistas. O europeos o criollos, donde la esencia de lo americano-criollo se fijaría por el contraste explícito con lo europeo-metropolítico. En algún sentido general, aunque no menos práctico, la disyuntiva fue la Doctrina Monroe, tal como la postuló el sector puertorriqueño inclinado al anexionismo, desde antes de la invasión estadounidense, y que repetía: O pasado o cambio. Si se optara por el pasado, éste sería revalidante del colonialismo europeo ante una doctrina que, desde 1823, quedó planteada en el Congreso de Washington y que dispuso que en el continente americano es el deber que se considere a cada país fuera del intento de ser colonizado por las potencias europeas. España debía ser considerada como el rival amenazador de Europa en el traspatio de los Estados Unidos.
Y volver la cara a España, tras la guerra, sería materialmente imposible
Estas son las ideologías y subproductos («ideologemas») que permearon este momento. Las mismas se infieren del discurso opinante y las memorias de las gentes entrevistadas.
España representa el pasado que se claudicó a sí mismo y cedió paso al poderío norteamericano. El Desastre del Guacio y las ambivalencias del Coronel Julio Soto Villanueva, Antonio Osés y Pedro Arocena y Ozores representaron el derrotismo y al ejército español desmoralizado. Con España no habría futuro. Los alzados del campo coincidieron con los gringos en plantear que España fue el rival europeo.
6. Revanchismo y Confrontación
En Pepino, donde se formaron varias partidas campesinas armadas con machetes, palos y pistolas, las facciones anti-españolas colaborabarían con los estadounidenses; otras fueron meramente defensivas y espontáneas, viéndose la desorganización del comportamiento militar español. Entre las partidas o guerrillas que se daban un contenido anarco-campesino y socialistoide, hubo infantilismo revolucionario y mucho espontaneísmo. Pero la crítica a los batallones de voluntarios que apoyaron a España fue feroz. Aún los miembros supernumerarios de los batallones, si por alguna razón fueron conocidos en Pepino, como el médico Antonio Guijarro Huesca, o las familias Castañer, (Antonio, e.g.,) Pavía y Prat-Contrich (todas con primeros y segundos tenientes en las fuerzas voluntarias, pro-españolas), era vituperadas y amenazadas con componte.
La célula llamada La Mano Negra, plagada de resentimiento, improvisación y revanchismo, fue el mejor ejemplo de oposición a ellos. Al ejército español, organizado con peninsulares y voluntarios criollos, llamados a defender la parte centro-occidental de la isla, le fue mal en el Combate de Hormigueros del 10 de agosto de 1898, y esta batalla perdida desmoralizó a las tropas del Oeste, dándose incidentes casi surrealistas.
La columna militar de Soto Villanueva no se expuso, posiblemente con malicia suya o atroz cobardía, en auxilio a los combatientes del pueblo de Hormigueros. Se quedó en el Cerro de las Mesas, con pocos ánimos de participar. Se estimó que 12 muertos y heridos y otros tantos prisioneros se produjeron para mayor descrédito de la conducta militar española. Tanto a él, como a su segundo al mando, el coronel Antonio Osés, se les procesaría por cobardía en España.
Confundido por las noticias acerca de acciones armadas planeadas, aunque aún no cometidas por las guerrillas, el coronel Soto Villanueva «se escondió con sus hombres en la finca de Pérez Díaz» (sic.), 15 a pesar de que él tenía a su mando el Batallón Alfonso XIII, mismo que contaba con 6 compañías y una guerrilla montada de 60 hombres al mando del capitán Rodríguez, es decir, 850 soldados en total.
El segundo al mando, en esta región isleña del Oeste, fue el Coronel Antonio Osés y los capitanes de compañías fueron: Torrecillas, Florencio Huerto, García Cuyar, Espiñeira, González y Serena. Les colaboraban el Sexto Batallón de Voluntarios, con 450 hombres, al mando del Coronel Salvador Suau y dos comandantes, Fernández y Salazar; pero, como dijera en sus entrevistas, la hija del último Alcalde español, don Manuel Rodríguez Cabrero, en San Sebastián del Pepino, de todos esos hombres llamados a sacar la cara por España no se hacía uno (cf. Entrevista con Rodríguez Rabell Vda. de Negrón, loc. cit.) Y eran 1,515 hombres, si descontamos el Séptimo Batallón de Voluntarios que se disolvió y los caídos en el Combate de Hormigueros.
Generales, pacificadores y tenientes, sedientos de prebendas reales, habían sido los guías, voceros y representantes del poder de la Corona Española ante pueblo puertorriqueño, por siglos. La regencia de Romualdo Palacios González, breve como fue (del 23 de marzo al 11 de noviembre de 1887), fue inolvidablemente cruel. Creó el odio al militarismo español que se evidenció por una mayor polarización ideológica y un decenio después por el cruce de bando entre las tropas. Con el respaldo de armas estadounidenses, los voluntarios de Puerto Rico se prestaron a la tarea de ver la derrota del colonialismo español. Las huestes gringas daban la bienvenida a esta ayuda extra de manos favorecedoras en la isla enemiga. Este fue el modus operandis de la revancha general. No pocos voluntarios jugaron dobles estándares por ser antiespañoles siquitrillados.
El campesinado no fue precisamente afecto a España, al igual que sucediera en Cuba. El campo se pobló de peonaje, malogrado por la desatención a sus necesidades de salud, educación y respeto por parte de sus patrones latifundistas. Un peonaje dispuesto a dar precio de venganza por cuenta propia, machete en mano, o con ayuda del imponente ejército que con su sola presencia puso a temblar a muchos españoles.
7. El país en la incertidumbre
En Pepino, el campesinado blanco, peninsular o criollo, observó el marasmo político, en medio del juego de fuerzas hostiles. Y desde el fin de la administración del Gobernador General Sabás Marín, se acostaba y levantaba sin saber quién habría de ser su gobernador.
Uno de los últimos gobernadores españoles, Ricardo de Ortega tuvo tres interinatos el mismo año de 1898. Andrés González Muñoz murió a días de su nombramiento y el General Manuel Macías y Casado duró de febrero a octubre en el cargo antes de que Ortega lo sucediese como gobernador actuante con la decepcionante y triste tarea de pasar el poder de la Isla al primero de tres pacificadores del intervencionismo extranjero, quienes se turnaron como gobernadores militares ese mismo año de 1898: Nelson A. Miles, John R. Brooke y Guy Vernon Henry.
Los campesinos de origen peninsular, con anécdóticas nostalgias, comparaban los sucesos locales y aquellos vividos o recordados y sucedidos en las provincias de España, donde surgía su ancestro familiar. Algunos de ellos ya habían comprendido las reformas autonómicas que representó el régimen de Manuel Macías y Casado. Y eran apasionados autonomistas, aún liberales. Empero, el domicilio en Puerto Rico no cambió la condición social significativamente del inmigrante peninsular pobre. Había rezago económico en España lo mismo que en la isla. Por lo menos, en la isla siempre se presupuso que habría mayor paz. Así pensaron. Con cierta frontalidad, cónsona a su opinión política, para algunos inmigrantes españoles la razón de su domicilio en la isla se cimentó en el descontento con las guerras internas en España. 16
8. La Proclama Miles y las esperanzas
Curiosamente, al finalizar la Guerra Hispanoamericana, fueron las clases criollas más cultas, medianos y grandes propietarios, las que se identificaron más crédulamente con las promesas norteamericanas. Si bien la Proclama Miles no fue garantía de nada, la disyuntiva histórica, por el nuevo cambio de soberanía, apeló de modo conclusivo y rotundo a la comprensuón del hecho quepara sustituir la piedra que ya no destila (a España), según Carmelo Cruz, habría que comenzar destituyendo a las botellas, el belén o el güame de los viejos funcionarios españoles, o incondicionales, por un nuevo liderazgo criollo. Los sediciosos del '98 creyeron que la innovación cuajaría dentro del espacio de la Gran Proclama: la caballerosidad del invasor.
Entre los arrimados había el sueño de poseer sus pequeñas parcelas o agenciarse sus empleos seguros. Total, los peninsulares incondicionales abandonaban sus tierras o se mudaban a España u otros pueblos, porque, aún antes de la rebelión de Lares, Pepino tenía fama de hostil (D. Prat). 17
Afiliado a las partidas campesinas, Carmelo Cruz verbalizó la conveniencia de utilizar el espacio que brindaba la Proclama Miles de modo diferente que los colaboracionistas que se organizaron como los primeros federalistas republicanos (movimiento al que el Dr. Jorge Celso Barbosa dio unidad partidarista años después). Cruz no creyó que la anexión a los Estados Unidos de Nortemérica fuese una alternativa jurídica viable ni inmediata para la identidad puertorriqueña. De todos modos, como jíbaro sencillo, se sentía satisfecho con saber que el borincano tenía un modo de ser, distinto al del peninsular, pero inasimilable al modo del anglosajón. Norteamérica, para él, no fue el modelo del progreso, no necesariamente de la libertad. Mas, al fin y a la postre, todo colaboracionismo e ideología de desarrollo sucumbieron al pitiyankismo en la práctica y por desilusión. En Puerto Rico, después del 1900, siguieron los cacicazgos. Se arropaban con los colores del unionismo y el republicanismo federalista.
Este es el por qué los sectores más prominentes de la población de Utuado, al ver llegar al General Roy Stone del Cuerpo de Ingenieros de las tropas norteamericanas, salieron a ponérsele bajo sus órdenes y, entre ellos, el mismo Olivencia y los que fueron llamados los perdidos (B. Mayol, Mora, J. L. Casalduc, los Casellas y otros). «El progreso, como el camino de la libertad, se hicieron sobre el cadáver del honor empobrecido. Oí a mi padre decirlo. Ni la pobreza ni la ambición tienen virtud» (Doña Bisa). 18
9. Los juegos del gato y el ratón
La mayor parte de los informes sobre la ubicación de las fuerzas españolas y norteamericanas que circularon durante tan críticos días, como fueron del 11 al 15 de agosto de 1898, tendieron a ser falsos, o rumores malintencionados. En Utuado, otrora bastión de haciendas cafetaleras y uno de los más prósperos, por su infraestructura, durante el gobierno español, las defensas militares sólo pudieron reclutar a unos 20 guardias civiles para proteger al pueblo. El comandante de la guarnición, el Teniente Ulpiano de la Hoz, ordenó la huída de sus tropas a los primeros informes sobre el desembarco de tropas estadounidenses en Guánica. «Utuado se utilizó para echar miedo. Si las tropas invasoras entraron al centro de la isla, se las movería para cualquier punto para hacer jaque en pueblitos y quitar a los alcaldes, o hacer matanza de sediciosos» (Echeandía Font, loc. cit.).
Una de las tácticas de las partidas campesinas (para mantener a ambos ejércitos fuera de los puntos en que se harían ataques) fue ésa, confundir a los enemigos. «Entretenerlos en el juego del gato y el ratón» (Echeandía Font). Ocupado Utuado por 75 tropas de la Compañía de Voluntarios de Wisconsin, por regimientos de infantería de Illinois y Massachussett y casi el centenar de voluntarios piertorriqueños, anti-españoles, que respaldaban al General Stone, las partidas «se comunicaban con los gringos para dar razón de operativos españoles; los querían enfrentar, pero, ¡que va! nadie quería verse las caras, o pelear en medio de lluvias y matorrales» (Echeandía Font). En Pepino, un militar estadounidense mató, por accidente al limpiar un rifle, a un muchachuelo que hurgaba de costumbre en el campamento y, en medio de la tensión que el incidente produjo, no se produjo la reacción de encono que los agitadores esperaba como había miedo y la soldadesca española no quería dar la cara (González Cubero, loc. cit.).
Una guerrilla de 50 hombres o voluntarios a pie que, contrario a muchos españoles, conocía bien la ruralía, estuvo infiltrada entre las tropas de Soto Villanueva. Al mando de esos 50 guerrilleros estuvo un líder campesino, Juancho Bascarán, que ni quiso cuenta con los gringos ni con los peninsulares, y que tenía contactos con las fuerzas del cambio entre el campesinado del interior, entre ellos, Fermín Montalvo, Adolfo Babilonia y Flores Cachaco. 19
Soto Villanueva recibió por vía de un telegrama unas órdenes estrictas del Gobernador Manuel Macías y Casado de que llevara consigo todo el equipo posible para contribuir a la defensa de Arecibo. La inminencia de la Toma de Arecibo por tropas invasoras urgía más que cualquier hecho y se pidió que el equipo de campaña y cuarteles confiados a él llegaran a Arecibo en el menos tiempo posible.
A Soto Villanueva, el fatulo defensor del Oeste puertorriqueño, Macías le dijo que avanzara con los encargo por tren, en hito de mayor premura. Alegando, con anticipado temor, que podría ser cañoneado por el mar (sic), Soto Villanueva partió a Las Marías, pueblo que no tendría más importancia estratégica que Arecibo, si la prioridad se señaló como apoyar eficientemente a la capital, según un plan agresivo de España contra el invasor. «Las Marías era como boca de lobo, callejón sin salida; área mala para esconderse si lo que se quiso fue huir. Esta plaza fue buena para hacerse rendir» (Echeandía Font).
Quizás, en aras de tal salida, Soto Villanueva dispersó, por igual, una parte de sus hombres por Maricao. «En este juego del gato y el ratón, ¿sobre que lógica se justificaría meterse en Maricao, perder el tiempo allí? La capital fue lo que estuvo siempre en juego» (ibid.) En la bifurcación de Los Consumos, camino que corría por la derecha hacia Maricao y, por la izquierda, hacia Las Marías, la columna española de Soto Villanueva hizo alto en la finca de cafetales de la familia Nieva y cuando el administrador de la hacienda le informó sobre cierto monte y camino por el que llegarían los norteamericanos, si es que vendrían, él apresuró fingidamente su salida, antes urdiendo su conveniente accidente, con el que se excusó para librarse de responsabilidades, según testimonios Montalvo y Echeandía Font. Sí, al cruzar sobre un puente, camino al almacén de café donde pensaba esconderse, se cayó por accidente. «Y se hizo el gallo bobo para que lo cargaran» (Font Echeandía).
10. Las veleidades de Soto Villanueva
... Soto se escondía de la acción con descaro. El capitán de voluntarios, Arocena lo dijo por muchos años y fue por lo que se hizo republicano, pro-yankee, 'Cava un hoyo y entiérrate'. También Bascarán cuando lo miraba con miedo, se lo decía. Lo choteaba... Con Arocena, lo que pasó no fue que era cobarde, sino que aquí ya andaban quemando y, como era vecino de Doña Lola, de Mirabales, y de los Elizaldi, dijo que primero salvaba a los suyos y después a España. Entonces no le retiraron el respeto: sic., Entrevista con Delfín Bernal Toledo. Notas. 20
El entrevistado Miguel A. Montalvo, cuyo abuelo Fermín Montalvo Valentín encabezó una partida muy temida en el barrio Pozas, proveyó las coplas que citaré y de las que M. González Cubero, Doña Lola Prat, Delfín Bernal y el Lcdo. P. A. Echeandía, completaron y refrasearon algunas líneas. Según contaría Montalvo, Fermín oyó tales coplas en bocas de voluntarios del Batallón disuelto (guerrilleros a pie) y que dejaron la lucha porque: «... sus familias estaban pasando hambre».
Al darse la derrota española en Hormigueros, frente a las narices de Soto Villanueva y viéndose que él no bajó a reforzar la resistencia, la gente del barrio Pozas que se había reclutado para pelear volvió a sus hogares y algunos formaron una partida, «por si los americanos llegaran Pozas, matarlos a palos». 21
Por otra parte, el Lcdo. Echeandía Font explicó que el guerrillero Bascarán pertenecía, posiblemente, al batallón disuelto y fue testigo de cierto incidente que el Capitán Rivero Méndez describió en su libro sobre la Guerra Hispanoamericana: la discusión entre el Coronel Antonio Osés y Soto Villanueva, en que el primero lo llamó cobarde. Insinuó que sus presuntas costillas rotas eran machucones de miedo (Montalvo, loc. cit.)
Al principio, considerada la caída de Soto, desde una altura no mayor de diez pies, en la hacienda de Nieva, el Teniente Osés creyó que no fue tal un hecho fingido, pero detalles percibidos terminaron desengañándolo. Lo sucedido no fue grave.
Esta sospecha suya se confirmó por otros incidentes en la casa del Alcalde Olivencia y de Blandín.
Soto Villanueva permanecía en la casa de Cirilo Blandín cuando Osés decidió que se avanzaría hacia Guacio, buscándose ya, para entonces por recomendación del coronel Salvador Suau, un paso transitable (el Vado de Zapata), que se hallaba donde el río Mayagüecillo se unía al Guacio. En fila india, Antonio Osés cruzó casi toda la columna de sus hombres, sin conocer con cuánta prontitud había avanzado el enemigo Gilbreath y Burke con sus tropas.
Ya, a estas alturas, entre los dirigentes mayores de las milicias en Pepino, comienza el miedo a las balas, la deshonra de España, «ahí se acabó todo y lo que se hizo fue echarse en cara todos por qué no peleaban, beber ron y matar el hambre» (González Cubero).
Sí, se oyó fusilería y cañonazos en Pepino y fue en la Loma de La Maravilla. Sólo Olea permaneció en la Loma, pero sin recibir órdenes de contestar el fuego a los gringos. Osés y el segundo teniente Lucas Hernández (que no habían cruzado todavía el río Guacio) reunieron a unos 60 hombres rezagados que contestaron el fuego durante 15 minutos.
La compañía del capitán González, la guerrilla montada y la gente al mando de Salvador Suau, huyeron en estampidas, ocultándose entre los árboles. Cada quien se escondió donde pudo sin un plan de acción, durante ese medio día de vergüenza militar española.
Fue el 13 de agosto que, históricamente, es conocido como el Desastre del Guacio.
11. El trunco ajusticiamiento de Soto Villanueva
El pánico de la huída ante la agresiva fusilería de los invasores fue tal que las tropas españoles dejaron el campo, a ambas orillas del río Guacio, regado con pertrechos, armas, mochilas, capacetes y equipo militar. El mismo Bascarán fue forzado a escapar y lo haría rumbo a Lares. Desde temprano en la mañana, ese mismo día, 13 de agosto, miembros de una partida sediciosa, al tiempo que iban invocándose unas coplas de Carmelo Cruz o de J. Barreiro, avanzó hacia la casa de Blandín, para ajusticiar a Soto Villanueva. Se gritaba ¡Viva Puerto Rico Libre!
Soto sacó su pistola para defender su vida; pero Cirilo Blandín lo detuvo de disparar e hizo una elocuente defensa de la necesidad del estado de orden y civilidad, condición que sería necesaria para ganar el respeto de los invasores norteamericanos «y todas aquellas reformas que estaban en la mente de los alzados contra España». (Echeandía Font)
Por eso, Blandín convenció a la dirigencia de la partida de marcharse y salvó la vida a Soto Villanueva, quien habría sido linchado por la turba. Muchos de los que se personaron (y atestiguaron el incidente) provenían de Las Marías, donde entraron y robaron «pollos y gallinas» a Los Velez (hacienda abandonada, por las que se habían peleado muchos descendientes de la familia Prat-Velez y Hermida).
En afán colaboracionista y como intérprete para una brigada de exploradores estadounidenses, estuvo, por igual, el Dr. Vicente Lugo Viñas. El acompañaba a la caballería de Valentine, a la que seguía el paso, de cerca, como reesfuerzo y retaguardia, la brigada de infantería de Theodore Schwan. Por un camino de herradura, llegaron al Valle del Río Guacio, centro de combates.
Poco antes, por caminos del barrio Calabazas, los médicos de la Cruz Roja de San Sebastián, Dr. José A. Franco Soto y Dr. M. Rodríguez Cancio avanzaron a caballo y llegaron al Vado de Zapata, en las cercanías de Guacio. Habían oído disparos de fusil y cañonazos, hacía pocas horas.
En esta ocasión, Osés alegaría, como antes hizo Soto Villanueva, hallarse enfermo para cruzar el río y ponerse a salvo de las tropas americanas, con quienes mantuvieron fuego de retirada. El segundo hombre al mando de la defensa del Oeste pidió al Dr. Rodríguez Cancio que se comunicara con los estadounidenses para rendirse. Aquí se completaría el Desastre de Guacio.
Como médicos de la Cruz Roja, por el carácter neutral del cargo, la solicitud de Osés de rendirse junto a su soldadesca (y que fuesen ellos emisarios del mensaje), fue tarea que se les vedaba cumplir. Los médicos informaron que habían visto tropas estadounidenses rumbo a la casa-hacienda de Blandín. En el camino, por Calabazas, atendieron a un artillero herido y que murió finalmente. También presenciaron la rendición de un grupo de españoles, entre ellos, un sargento del Batallón Alfonso XIII. Le informaron, además, que junto con Lugo Viñas habían visitado el cuartel que Schwan instaló en los predios de Vegas de Blandín, es decir, su hacienda.
No hubo necesidad de que ni Rodríguez Cancio ni Franco se dieran a la tarea del choteo, máxime cuando ellos dos, simpatizantes de la autonomía bajo España, habrían favorecido que no fuesen Osés y su gente capturadas y, aún, les ofrecieron un caballo para que él no caminara, sin tan enfermo se sentía. Se trataba del dirigente y responsable de toda una tropa. A pocas horas, Osés mismo se entregó, yendo con este fin a la casa de Gerardo González; quien ordenó que se preparara un arroz con pollo para el enfermo. Fue en este hogar donde Lugo Viñas y una tropelía prestada por Teodoro Schwan arrestarían a Osés, al teniente segundo Lucas Hernández y sus hombres, para un total de 56 prisioneros de los yankees en la sola tarde, el 13 de agosto. Adicionalmente, en Guacio, las tropas invasoras incautaron 53 fusiles Mauser, 44 fusiles Remington, 10,000 cartuchos de bala, un botiquín, 8 mulas, el caballo de Soto Villanueva y una gran cantidad de mochilas.
De regreso a San Sebastián, como a las 5:00 de la tarde, los doctores de la Cruz Roja se reencontraron con Osés, hallándolo en la casa de Gerardo González. Se extrañaron de «verlo tan buen dispuesto». El respondió que ya se encontraba mejor. Sólo el estrés de la guerra y el hambre lo tuvo enfermo.
Echeandía Font adujo que, en conversaciones con el Dr. Franco, éste buscaba en vano recordar lo que Carmelo Cruz y el gallego Barreiro habían escrito sobre Soto Villanueva para los apuntes de un libro que escribiría (la novela histórica Juan recuerda su pasado), pero que olvidaba las coplas porque «tratándose de cobardes todo se olvida».
Cuando finalmente expliqué a Echeandía Font que yo conocía tales coplas y a quienes las recordaban aún y que yo las incluiría en esta monografía, mi entrevistado se emocionó mucho al yo leérselas, me pidió unas copias y se lamentó, visiblemente mortificado, que el doctor Franco no viviera aún para escucharlas.
12. «España se fue de bruces»
Echeandía Font tenía razón al aludir como autor de las coplas a Joaquín Barreiro, gallego independentista, que tenía una revista humorística, El Carnaval, en calidad de editor y director de la misma, donde Carmelo Cruz, Epifanio Méndez y el fino poeta Ramón María Torres, hicieron travesuras literarias anónimas y atacaban el régimen, por lo menos, en los albores de la historia literaria de San Sebastián. Barreiro fue acusado ante las tropas españoles de instigar sus ideas anarco-sindicalistas, colaborar con las Partidas Sediciosas y sabotear los telegramas de la Oficina Local de Telégrafos a su cargo. «Un títere manejado por Cabán Rosa». Los informes dicen que Barreiro, telegrafista oficial de Pepino, se pasó a las líneas americanas y evitó así el arresto.
Las coplas que se le adjudicaron a Barreiro dicen:
Bascarán se está riendo
de que Soto se cayera,
pero el golpe verdadero
ni España lo perdonara;
Rodríguez mandó la Cruz * (Roja)
cuando el Guacio se creció
y ante las aguas crecidas
el cobarde se juyó.
España se fue de bruces
en el Vado de Zapata...
( ...incompleta...)
En la casa de Cirilo,
lo mismo que de Olivencia,
Osés a Soto le dijo:
sóis cobarde, sinvergüenza,
y verte quisiera yo
como al gringo de la jeta...
Por lo que estos versos son importantes es por confirmar que Juancho Bascarán fue testigo de varios incidentes de extraña conducta entre la oficialidad militar que, posiblemente, motivarían su retiro de la alianza colaboradora con los españoles. Ilustraría que Carmelo Cruz estuvo enterado del resentimiento colectivo contra las tropas invasoras (de ahí, vérseles como 'al gringo de la jeta', verso contrapuesto al que hablara sobre el 'americano como hombre caballero / que tiene fuerza y dinero'). Aquí habría que recordar que este trovador supo sobre un incidente trágico ocurrido durante la estancia de tropas americanas en El Tendal; un soldado estadounidense que limpiaba su arma mató accidentalmente uno niño pepiniano que curioseaba por el área. El ejército pidió una disculpa ante Rodríguez Cabrero; pero aún así se produjo mucho encono en la comunidad (González Cubero, loc. cit.)
El resbalón sobre el puente (que fracturara huesos a Soto Villanueva) se hizo símbolo de la burla colectiva a la caída del régimen («España se (iría) de bruces»), tal como Soto. Los versos captaron la memoria histórica de las gentes, lugares de combates y desencantos anímicos. Se aludió a Olivencia, el alcalde ex officio de Utuado, que hospedó a Soto cuando sufrió la caída.
En una ocasión, por ejemplo, cuando Osés planificaba la retirada en casa de Olivencia y habiéndosele ya concedido el mando, al Soto Villanueva solicitar que «se le permitiera seguir en una camilla a la cabeza de la columna para no caer en manos enemigas», el Teniente Olea, en gesto más audaz y leal a la lucha contra los invasores, dijo que: «Más que en la retirada, debemos pensar en enfrentar al enemigo y dar lucha en Las Marías, donde la gente está intranquila».
Se refería a que había oído ya sobre las quemas y robos. Durante el calor de la discusión, Antonio Osés habló despectivamente de Soto, acusándole de mentir sobre sus heridas y amenazándole con dejarlo. La madre del alcalde, que escuchaba en otra habitación, tomó valor e intervino al oir las alegaciones de cobardía que se echaban unos y otros: «Cobardía es que abandonen al jefe herido y que, para peor deshonra, lo hallen escondido en la casa del Alcalde».
El Teniente Olea accedió a que se le llevara, pero que no fuese la tropa la que se distrajese «en los menesteres de cargarlo».
Olivencia pidió que dejaran algunos hombres con su madre porque temía a las acciones de las partidas y Bartolomé Mayol y a José Lorenzo Casellas, funcionarios municipales, en propiedad, «no se les halla por ninguna parte». La razón: «se habían pasado al bando gringo» (Echeandía Font).
Al arreciar unas lluvias al siguiente día, Soto Villanueva se alojó con la familia Blandín y no quiso salir más, sino a rendirse.
Varios guerrilleros murieron en la crecida del río Guacio y le dijeron a Soto: «¿Cruzas o te quedas?» y él no se hizo de rogar, cuando ofrecieron llevarle al lugar seguro.
Sobrevivir a la guerra provocó una actitud renuente y esnobista. Sería un suicidio enfrentarse al invasor que, con sus hechos, ya había probado que abatiría muy fácilmente a naciones mayores que la isla. Las declaraciones de Pascual Cervera para la prensa española, alegando sus pocas «esperanzas de superar con nuestras escuadras» las mismas proezas de Dewey en Manila bastaron, es decir, al medirse equitativamente la capacidad técnica del poderío naval norteamericano con la naval española, ya se tendrían las señales del comportamiento que, por sentido común, se vería entre los paisanos en la isla. No hay loco que coma lumbre.
No fue cobardía que los españoles lo comprendieran, mucho menos que, en sus niveles locales, en las colonias pobres y aisladas, los milicianos lo apalabraban con actitudes confirmativas.
Parte II
1. La desilusión y el discurso anarquista
En la primera parte de esta monografía, discutimos que, siendo Ministro de Gobernación en España, el orador liberal Nicolás María Rivero, el bandolerismo en Andalucía fue reprimido en 1870. El Ministro de Gracia y Justicia, con el gobierno de P. M. Sagasta, Vicente Romero Girón hizo lo mismo en 1883, sucedido por Aureliano Linares, entonces ex-liberal que dio una vuelta en redondo como diputado tras su alianza con el conservador Cánovas del Castillo.
Un pepiniano fue fiscal durante los enjuiciamientos criminales relacionados a La Mano Negra: Juan Hernández Arvizu.
Una familia local de apellido Moreno (que sabía de esa participación de Hernández como fiscal) lo invitó a disertar en el Casino sobre el tema y prendió una mecha de discordias que duraría un decenio.
¡Y la ironía del proceso represivo en España fue que los golpes más rudos contra las clases campesinas que clamaron por una organización bienhechora, mediante luchas activas y reinvindicadoras, los propinaron los políticos liberales! Se utilizaron funcionarios liberales criollos que, como en Pepino, se jactaron de sus aportes a la paz y el orden y ganaron el incrédulo desfavor de sus pueblos nativos en Ultramar. Entonces, hubo quien dijera como su crítica a Hernández Arvizu, «la Colonia no pide funcionarios, pide servilones, guabinas con sangre fría» (Prat). El insospechado resultado fue que se utilizara la mención de La Mano Negra, aún proscrita por la boca de Hernández, Rivero y Romero Girón, para dar castigo a la España represora del campesinado andaluz.
El anarquismo en España fue revolucionario, no por el uso de la violencia que en si fue el recurso invocado por todas las clases (ya sea aquella que refugió sus intereses detrás del golpismo militar y los caprichos de las guerras civiles), o el clero y la burguesía; fue revolucionario, en el sentido de que las voces más elocuentes del anarquismo español y el republicanismo radical, en última instancia, no propusieron el reformismo y sus clamores, sino el reemplazo de la estructura social-política básica de aquella sociedad de caciques, misma que Cánovas del Castillo había perfeccionado como sistema político. Quienes se hicieron protagonistas colectivos, al arrancar el movimiento anarcocampesino y el cantonalismo, de viso radical, fue la clase más oprimida. Esto fue cierto en las colonias en el fin de siglo, aunque se dijera: «Esa gente pobrecita que, como niños van, a donde les llama cualquier agitador» (M. L. Rodríguez Rabell, loc. cit.).
Contrario al espontaneísmo exhibido en su organización en Pepino, hay que indicar que, en las agitaciones de Jerez de la Frontera y las influencias del movimiento cantonalista de 1873, se había ofrecido un discurso ideológico articulado como guía, al que se fue añadiendo una interpretación y motivación que no provino de improvisaciones, sino del contexto especializado de cada situación histórico-concreta y la fuerza moral importante que llevaba tras sí.
Uno de los líderes, Fermín Salvochea (1842-1907) se educó en Inglaterra; tenía formación y experiencia republicana y, antes de afiliarse al anarquismo, fue diputado de las Cortes Constituyentes de 1869 al 1871 y Alcalde de Cádiz. «No fueron bandoleros; rateros o camorristas, con caras pintadas, detrás de los cuales estaba un Vizconde... Simplemente, no fue así. Si con esos cuentos vino Juanito Arvizu (¿...?, sic.), me perdí de poco con no ir al Casino y escucharlo». 22
Salvochea tradujo a Kropotkin al español, no los folletines de Ponson sobre Rocambole. Y, pese al idealismo liberal del Gobierno de Sagasta, Salmerón y Pí Margall, él concluyó que los campesinos y los pobres de las ciudades tienen el derecho ético y moral a la violencia, a su uso revolucionario, a dar «fundamento racional a su probabilidad de aprovechar las posibilidades reales de la libertad y felicidad humanas», adecuando sus medios para alcanzar ese fin.
En este proceso, cuando la libertad se dispone a entrañar un cambio «e incluso una negación radical de la vida vigente», la violencia revolucionaria es una forma defensiva frente a la violencia contrarrevolucionaria, incluyendo «la función moral de la coersión, el poder coercitivo de la ley, ya sea que se sitúe por encima de la soberanía o que se identifique con esta última»). 23
2. El eco local: «Todo comenzó en el Casino»...
En el pueblo del Pepino, antes y después de 1898, hubo quienes opinaron que los anarquistas serían, potencialmente, los verdaderos reinvindicadores de los derechos campesinos en España. Entre éstos que así lo pensaron estaban Juan Tomás Cabán Rosa, Joaquín y Pascasio Moreno, 24 Manuel P. González, 25 Avelino Méndez Martínez (quien fuera padre del futuro Alcalde, Don Andrés Méndez Liciaga), Carmelo Cruz, 26 el maestro Lino Guzmán 27 y otros. Pero ellos, a pesar de las metas solidarias con el pensamiento agrarista, español y puertorriqueño, sucumbieron a una especie de ilusionismo autonomista o separatista, condenado a logros improbables y, en el mejor de los casos, tardíos.
Ambos ideales quedaron prontamente en el aire. El autonomismo bajo la bandera española serviría a unos cuantos líderes puertorriqueños para fascinarse con un segundo sueño guajiro: el autonomismo, ahora bajo el ala de los EE.UU.; pero, en el marco irremediable de la colonia, las mentes puertorriqueñas soñaron en grande. Unos con la república; otros con el federalismo estadounidense. Aureliano y Avelino Méndez, por ejemplo, pasaron del separatismo recalcitrante al anexionismo. Y con esta misma fascinación se entretuvieron José Julio Henna y Roberto H. Todd en San Juan.
Al finalizar el régimen militar en Puerto Rico, con la aprobación del Acta Orgánica de 1900, o Ley Foraker, aquellos tientos y asomos de federalismo de 1899 madurarían en el unionismo y se desintegrarían, poco más tarde, en el liberalismo ambivalente.
El marasmo político finisecular fue tal que, aún después del restablecimiento del orden civil, se tardaría más de una generación en poner al país sobre sus pies, con madurez de objetivos. «Todo el negocio de las partidas se chaló», diría Prat y recordó que el capitán Arocena, quien tenía una bandera española, ajada y revolcada por el campo y que le llevó a su casa para que ella la volviera a coser, decía: «Todo el mundo está sacando vientre de mal año. Los autonomistas sólo quieren comer a costillas del yankee. Creen que ellos (los yanquis) van a traer abundancia y lo que traerán es una larga miseria».
La gente sin medios económicos necesitaba empleos. Con el régimen de España, en esta hora crucial, el trabajo escaseaba.
Lo que a Prat pareció una locura fue que Clementina Urrutia, más aguerrida que ella sobre los asuntos de la política, «enarboló la bandera en una casuca de El Tendal» (Pueblo Nuevo) y como símbolo, ¿de qué? La profecía de Arocena la comprendía muy bien: el que se aliaba a los invasores buscaría su propio bien: saciar hambres atrasadas o formar con ellos el nuevo eje de poder. El beneficio propio: zorra que ha desollado.
3. La zorra: ¿una revista anarquista?
Utilizando otra vez la metáfora de la zorra (que parecía influencia dejada por los discursos de Clementina Urrutia en mítines socialistas y anarquistas de El Tendal), Prat comentaría que la democracia y el progreso de todos es «una cosa que nunca se ha visto y que no va a llegar: son como una zorra con dos rabos». Si alguna vez existió en Norteamérica, o en Grecia, la democracia y la justicia social, grandes temas que trajo la Proclama Miles para dar papilla a todo un pueblo, éstas habían dejado de existir material y moralmente. ¿Qué habría en su lugar?
Una lucha de lobos, es decir, componendas y políticas vandálicas de guerra y expoliación contra otras naciones para el saqueo de sus materias primas. En la década de 1890, hizo su aparición la corriente de pensamiento geopolítico en la Sociología y que, en rigor, por su despliegue y aplicación en el mundo, no fue otras cosa que un culto de adoración a la monarquía británica, a su influencia en los EE.UU. y a la complicidad con el dominio imperial angloamericano y su sistema parasitario después del asesinato de McKinley. A Dolores Prat le estaban hablando en chino y le bastó saber que en Norteamérica había mucha miseria; la creyó porque Urrutia que viviera allá se lo dijo desde los huesos, su experiencia en Nueva York.
Al explicar sobre la Gran Urbe y contraponer su visión (más fatalista que placentera) al ilusionismo que la gente del campo mostraba fue interesante su invocación del enemigo menos obvio. Uno que siempre está detrás del poder de Washington y que frenará el progreso del pobre en todo siglo. Quienes hablaron sobre el anexionismo y el protectorado norteamericano para la isla de Puerto Rico, voces como la de Cheo Font y Aurelio Méndez Martínez, no la comprendieron ni se enteraron jamás.
La Venecia del Norte (nombre que alude a Inglaterra) es la zorra que azuza a los hijos (naciones) de perdición. De ésto trata un artículo, o cuento, que Prat recordara, contado por boca de Urrutia, y que es una alegoría sobre la monarquía inglesa y grupos anti-estadounidenses que alrededor del Príncipe de Gales (más tarde, Eduardo VII), lanzaron esa operación mundial de las guerras geopolíticas. Guerras que estallaron entre 1894 al 1917 y que fueron el astuto plan de la Monarquía (la Zorra inglesa) para enemistar entre sí a naciones que tomaban el modelo de cooperación y de fomento del bienestar general que, en su momento, encarnó el país estadounidense.
Son muchos los países y las facciones que la Zorra azuzó unos contra otros. En Estados Unidos, la Constitución federal, modelo y principio de grandeza universalmente aclamada, dio motivo a muchas de las zorrerías inglesas que se anticiparon con odio por los EE.UU.. Las provisiones especiales sobre esclavitud y derechos de los Estados que se abrogaron los confederados revela algunos paralelismos con la historia de las partidas. Durante el régimen español, los portavoces de los agricultores y comerciantes más prósperos tenían las mismas actitudes que los confederados de Jefferson Davis, R. R. Lee y A. H. Stephens.
La Confederación americana había sido el títere de la monarquía británica y sus valores políticos y sociales. La expansión de la esclavitud y la propagación de formas conexas de corrupción se ejemplificaron en el Partido Demócrata de Martin Van Buren, Andrew Jackson, James Knox Polk, el usurpador del Suroeste (héroe del expansionismo a costa de los mexicanos), Franklin Pierce, otro expansionista y quien muriera en la oscuridad después de erráticas y vacilantes políticas que consolidaban el poder de los esclavistas), James Buchanan, ex-presidente vacilante ante la necesidad de abolir la esclavitud y, cuando fue Ministro en Gran Bretaña, uno de los credores del plan secreto de 1854 para adquirir a Cuba y propulsar, con ayuda de proslavery Democrats, la extensión de la esclavitud.
La derrota de la Confederación ha sido llamada la Segunda Revolución Americana, porque, de algún modo, fue el regreso a la imagen de los EE.UU. como encarnación del principio de Bienestar General del pueblo llano, todas sus clases y de la comunidad de naciones. Este principio se instituye en el Preámbulo de la Carta Magna. Tan fundamental concepto fue planteado y examinado por el pueblo puertorriqueño que entró al coloniaje de una nación que en su Constitución consagra el principio y en la Proclama Miles prometió compartirlo.
Los únicos testimonios orales que magnifican la alusión a la Zorra como código de lenguaje político en el Pepino del primer decenio del siglo XX corresponden a los ofrecidos por Dolores Prat, el Dr. Rabell Fernéndez y Montalvo Valentín. La pregunta ¿Qué cree usted de la Zorra de (Urrutia o Dioña Luce) ----? por lo general, insolente y sarcástica cuando se hacía sorpresivamente; tenía para los interesados en el asunto, un contexto real, con un planteamiento que debería validarse con buenas razones. La alegoría del inglés que divide y vence; de la Zorra con que se alude al poder geopolítico y la nueva sociología política burguesa estaba en boca de muchos.
En el abismo de olvidos y memorias por rescatarn que aún vive este pueblo, la entrevistada D. Prat nos hablaría sobre una mujer, cuya primera llegada al Puerto Rico fue por la vía de Cuba, país que dejara tras tratos (¡no está claro si amorios!) con Gerardo Forest. Urrutia vivió en Nueva York y regresará huyéndole a la influenza que mataba a miles en la época. Ella trajo libros y revistas. Dolores Prat llegó a la conclusión de que Clementina Urrutia, media hermana de Pedro Ortiz y, por tanto, su pariente, sería antillanista como prefiriera decir antes que utilizar el término separatista; fue anarquista, pero de tradición que ella (Prat) no conoció porque se había cocido en los EE.UU. y para Eulalia Prat, quien compartiera sus pocos libros e inquietudes con su hija Dolores, «el anarquismo es español como mi mare», «de modo que a la Zorra casi no la toqué; yo le dije a Clementina, mira y tén cuidado con la gente con que llegaste».
Y, al advertir ésto, se refería a la familia de gitanos, es decir, a la vieja que con su hijo se hicieron huéspedes sospechosos del Hotel Juliá y «que lo mismo, por unas monedas dadas, te leía el Tarot que te hablaba sobre el Imperio de las Tinieblas, los países de la perdición y la explotación del pobre por los demonios... Te hablaba del voto de la mujer» (sobre el capitalismo y el sufragismo). Dolores sentía miedo de ella; a Clementina Urrutia por consejo le había dicho: «El mundo está lleno de zorras y fantasmas, zorras con dos rabos y espectros».
Seguramente, este pesimismo no fue compartido por todos, pero fue el ideologema flotante en las mentes de muchos pepinianos como Prat. Ya se hablaba de que, en Puerto Rico, la colonia norteamericana traería como únicas oportunidades que los puertorriqueños se movilizaran como carne de cañón para las guerras de EE.UU. o trabajos en la Gran Manzana o en cañaverales de Hawaii o Filipinas. Con la metáfora de la Zorra, Doña Luce y Clementina lo profetizaban. Para ellas, los cachorros y fotutos de Confederación fueron Theodor Roosevelt y Woodrow T. Wilson.
Símbolo de esta tragedia de expectativas amargas y de reformismo desesperado fueron las gestiones de dos Comisionados puertorriqueños ante el Congreso de los EE.UU.: Federico Degetau y Tulio Larrinaga, ambos autonomistas bajo el régimen de España. Degetau fue el primero en gestionar que se concediera la ciudadanía norteamericana a los habitantes del país que había quedado, prácticamente, sin ninguna ciudadanía. La petición no tuvo éxito. Con su sucesor, T. Larrinaga, sucedió lo mismo.
Pese a tres periodos de su representación como Comisionado en Wahington, D.C., la petición de mayor autogobierno insular en el marco federal y de la ciudadanía estadounidense para los borincanos jamás fue exitosa ni se pudo reintroducir al Comité de Asuntos Insulares del Congreso. Doña M. Luisa (Bisa) Rodríguez Rabell recordaría que, en vísperas de la concesión de la ciudadanía estadounidense, visitó a Doña Lola Prat en su casa de Mirabales y le informó sobre ese logro y cómo sería celebrado en la Plaza de Recreo. Entonces Prat le dijo: «¿De qué me preocupo yo? ¿Y qué debo festejar? Si yo voy a ser la última española de Mirabales y no sé para que le sirvirá a una vieja como yo esa ciudadanía».
4. Los factores externos
Para Urrutia, independentista, la ciudadanía estadounidense sería el fin del sueño antillanista y de la continuidad del proceso emancipador. Entonces, en Pepino, muy poca gente entendía a lo que ella se refería cuando habló de la perversión del monroísmo. Esta doctrina, formulada por James Monroe, pretendía que los EE. UU. «would not entangle themselves in the broils of the Old World, nor suffer European powers to interfere in the affair of the New». La doctrina monroista, seguida por Cleveland y McKinley, fue iniciada por el Presidente John Quincy Adams en 1825, quien tuvo simpatías con el abolicionismo y se oponía a la anexión de Texas. Mas, una vez aplicada, en su forma más negativa, a muchos descorazonaría. «The capture of Manila and the cession of the Phillipines to the United States in 1898, and still more the part of the Americans took in the World Wars have abrogated a large part of this famous Doctrine». El monroismo sería tan sólo uno de los factores originadores de frustración y cinismo. 28
Al principio, la clase intelectual borincana miró hacia Cuba como una hermana mayor, desde los tiempos de Lares. Los más honestos dirigentes, con la excepción de De Diego, Luis Muñoz Rivera y R. Matienzo Cintrón, murieron demasiado pronto en el nuevo siglo y no fijaron sus nobles impulsos e ideales con sus personas. Lola Rodríguez de Tió, Pachín Marín, José de Diego, R. Matienzo Cintrón y el sabio Eugenio María de Hostos representaron los sueños grandes de antillanismo; pero, sin la derrota de España, estos logros se demoraron para la misma Cuba y, sucesivamente, los primeros decenios de la Cuba republicana se corrompieron por causa del intervencionismo estadounidense y las invocaciones a la Enmienda Platt por EE.UU. 29
Estos independentistas entendieron que el Estado soberano, ya no sujeto al dominio español ni a los EE.UU., sería el producto de la posibilidad progresiva de la historia para darse las funciones públicas necesarias de autoprotección y organización contra cualquier otra extranjería colonial o interventora. El Estado libre sería la culminación del desarrollo histórico interno. Asimismo, ellos visualizaron como el peligro más grande que prevaleciera dentro de la república la reminiscencia del pasado, la esencia no eliminada ni forzada a desaparecer de las clases antagónicas que se manifiestan como el uso del Estado como instrumento político, o «maquinaria para mantener el dominio de una clase sobre otra» (V. I. Lenin, loc. cit, v. Nota #7).
Perdida la guerra, Puerto Rico, se sujetaría al gobierno militar del invasor que duraría más que el cubano. El 12 de abril de 1900, el Presidente McKinley aprobó la Ley Foraker, primera ley orgánica de los EE.UU. en Puerto Rico, tras el triunfo en la guerra. Esta ley desarticuló la infraestructura jurídica reformista de la nación en ciernes. Cuando se aprobó esa ley, Prat se prometió que sería española y empecinada por siempre. Como el viejo Arocena que había besado la bandera sucia y ajada de España (la que le dio alguna vez), ambos se burlaban de Muñoz Rivera que había jurado lealtad a España en 1896, cuando se anunció que murió Antonio Maceo, y que, sin embargo, contrario al Titán de Bronce de la Revolución de Independencia Cubana y gran disidente del Pacto de Zajón, se entregaba como guabina al regocijo de su muerte para fingir una lealtad que no llevaría él mismo a la tumba. Muñoz Rivera escribía en La Democracia: «Somos españoles y arropados en la bandera española, hemos de morir»; yuxtapuesta su idea, «Te voy a decir por quien moriría Muñoz Rivera, en cada lance por circo y maroma, por gastar la pólvora en salvas» (Prat).
Antes que la línea editorial del periódico El Regional de San Sebastián se volcara al unionismo y al muñocismo, algunas voces de la clase hacendataria española conservadora se pronunciaban en forma de editoriales o cartas de reacción ante el pueblo. Respirando por la herida es uno de esos documentos escritos que, en 1914, todavía reflejaba el fondo emocional dejado por las partidas de incendiarios en la psiquis colectiva de la comunidad. Las partidas armadas y castigadoras (y el dulce amparo concedido a ellas) fueron la manzana de discordia que dividió el quehacer de los primeros partidos en Pepino (Federal, Fusionista y la Unión).
De Diego, cuyo un punto de vista fue más definidamente independentista que el de Luis Muñoz Rivera) dejó el Partido Federal. Los republicanos acusaban al Partido Federal de excluyente y despótico y De Diego renunció a su Consejo Ejecutivo y protestó sus polLticas y lo mismo haría, poco después, ante el Partido Unionista, desde el que fue elegido a la Cámara de Delegados.
Muñoz Rivera, en afán de curar las disidencias internas que ocasionaba en cualquier partido, hizo una visita al pueblo de Pepino y permanecIó en éste hasta el día de las elecciones en la que logró una mayoría de 2,608 votos; pero, localmente, nunca pudo ganarse el respeto del liderazgo local, ni de independentistas ni de anexionistas.
5. Las herencias del caciquismo
Para las víctimas de las Partidas Sediciosas, muchas de los cuales fueron familias autonomistas sinceras, sólo que con fe en el proceso liberal español (tal vez ingenua fe, la misma fe que manifestara Baldorioty de Castro y De Diego cuando fueron partidarios del Partido Republicano Español), Muñoz Rivera fue la perfección del caciquismo. Y fue llamado Don Luis I, de Barranquitas. Es curioso que la crítica a Muñoz Rivera, en el sentido de que, con sus criterios de dirigencia, se había convertido en el muro de contención al avance de la independencia, al menos en este pueblo, se hiciera por miembros de la vieja clase hacendataria, en las miras de componte nuevo por los 'sediciosos' de 1898. Pascasio Moreno, Cecilio Echeandía Medina, Miguel Tomás Laurnaga Sagardía, Domingo Liciaga, Jaunarena Azcue y J. M. Font Feliú, coincidían en la crítica. No les convencía de ser sincero, sino un lobo competidor que parecía decirles a muchos: ¡Vúelvanse a España; aquí, con el nuevo régimen, son intrusos faroleros!
A las partidas en Quebradillas, Camuy y Pepino, fueron las organizó el unionismo, como engendro creado por obsesiones controladoras y, en el peor de los casos, debilidad moral de la mayoría ante la violencia. Los tres pueblos fueron bastiones unionistas que se hicieron símbolos de vandalismo en Puerto Rico, gracias a la artificial y bien orquestada guerra propagandística entre gacetas, La Democracia, por un lado, y el El Tiempo. Esta de tendencia anexionista.
Ciertamente, para muchos propietarios, cuya principal fuente de ingresos fue el café, la depresión y el tránsito al nuevo tipo de comercio y tarifas, con los EE.UU. fue un golpe rudo. El café constituyó el 41% de la tierra cultivada en la isla y su valor fue tres veces más que el derivado de la importación de la caña de azúcar. El campesinado--------
Mis entrevistados M. González Cubero y Rodríguez Arvelo dijeron que una frase resumió la actitud política de los campesinos que se armaron y que se aplicara a cafetaleros peninsulares, burócratas y comerciantes unionistas: cuñas del mismo palo. Con la frase, se acusó la estéril lucha de esos primeros decenios del siglo y la superficialidad del debate político ofrecido por la gente en el poder. Unos, conformes con el recortado poder gubernamental y otros, con su poder económico en declive, ya presionados por la nueva dirección del país y rumbo de la economía durante una crisis orgánica.
Los rebeldes de 1898, los que realmente participaron y se quedaron realengos y en un limbo, porque no tenían simpatías ni con españoles (convertidos en barbosistas) ni con unionistas (que no querían ya a los socialistas y ex-miembros de las partidas), quedaron aún en mayor perplejidad e incertidumbre. Haya sido Pascasio Moreno, Jacinto Oronoz Rodón o Cabán Rosa el que definiera así a las dos fuerzas en pugna, cuñas del mismo palo, ambas alimentadas por el reformismo, la frase halló resonancia y tuvo por consecuencia el desprecio popular a los partidos de los ricos (es decir, Unionista y Republicano).
6. La sobrevaloración del miedo y la novedad
En la visión de sus críticos (es decir, latifundistas del cafetal), los unionistas adoptaron una tónica excluyente contra los hacendados peninsulares y criollos. Azuzaron el odio contra ellos en vez de ir en pos de patriotismo amplio, inteligente, armonizador. En adición, pusieron toda la culpa del desastre económico y político en el peninsular. Cómo se utilizaron las ínfulas de apellido y de cortesanía para acceder al poder como miembros natos de las Cámaras motivo para las sornas del Unionismo. De hecho, las Constituciones españolas de 1845 y 1876 acostumbró a la claque hacendataria, educada, próspera y nacida en España, a invocar su grandeza, presunción de nobleza de sangre y servicios prestados a la Corona, para integrar las Cámaras y el Senado. Un Estatuto Real de 1834 hizo de los Grandes de España un estrato superior de la monarquía moderna que, aunque menos riguroso que los Veinticinco Grandes, «Primos del Rey», amplió la representación conservadora y realista. Juan Hernández Arvizu fue un ejemplo de estos privilegios.
De la tradición teatral y los sainetes, se tomaron los motivos para satirizar a los representantes de 300 años de despotismo y colonialismo español. El soldado fanfarrón y presuntuoso es uno de esos tipos (plasmados, desde antes de 1800, en el teatro español) que las décimas de los alzados del 1898 aludieron al mencionar a Guijarro y Raniero; la oratoria ridícula, l (como en en Fray Gerundio de Campazas, -------
Durante los debates entre anexionistas, federalistas y unionistas, el fantasma de las quemas, robos y asesinatos se describía tan amarga e intensamente que los comisionados en Washington, D.C. recibían como bofetadas las excusas frívolas y quejas reactivas del sector político anglosajón sobre la supuesta resistencia interna. Los EE.UU. quería menos desafío a su cómoda posición de colonizador. Larrinaga acusaba a los ricos anexionistas del país de obstruir los esfuerzos del Partido Unionista y no sumar fuerzas hacia el mismo reclamo de gobierno amplio para los asuntos locales. «(He) held the view that anti-American sentiments and attitudes were fabricated to sabotage congressional efforts to amend the Foraker Act».
Muy pocos entre los unionistas estaban dispuestos a pintar una escena crudaasas dotesa asobre lo que fue la vida en los EE.UU. en tales fechas. Se creyeron la propaganda vigente sobre la tradición interna de los EE.UU. como bastión de libertades civiles, democracia, libertad económica y progreso industrial. Los anarcosocialistas y socialistas sí estaban dispuesto a desmentir este cuadro ilusionante e informarse. A pesar de la admiración que despertó el proceso inicial (la glamorizada idea de las Trece Colonias y el origen cuáquero, o religioso-espiritual de su democracia y ética calvinista del trabajo), la nación estadounidense estuvo en la mirilla de los cubanos, dominicanos y mexicanos, cuyas experiencias comunitarias no fueron tan halagüeñas. Si se pretendía como modelo a seguir, muchas cosas tendrían que resolverse; pero el análisis político-económico ante el trato que daba a muchas porciones de sus nativos e inmigrantes fue alarmante, así como evasivo y oscuro.
El anexionismo glorificador de la América del Norte jugaba a la gallina ciega y, según convino, acusaba de antiyankee a los medianeros que no le entraban al negocio de la caña; sustituyendo el café, a partir de 1910, cuando en Pepino, con capital de Eduardo Giorgetti y bajo su presidencia, se fundó la Central Plata; pero, al mismo tiempo, para cerrar los ojos a lo que inspiró el calificativo del Aguila del Norte, renunciaron a dar luchas por el bienestar social, en fin, las luchas necesarias para combatir el colonialismo y la pobreza del campesinado. Temas sobre el cual, desde 1880, ya hablaba valientemente en sus discursos y libros Adolfo Medina González, así como sus hermanos Julio y Zenón.
En la isla entera, como en Pepino, se jugó con el miedo. Temor a nuestra propia civilidad. Según Rodríguez, cuando ocurrió un incendio en el mismo Casco Urbano o centro del pueblo y, prácticamente, el Viejo Pepino desapareció, había un temor enorme a que volvieran los días o los meses de terror que produjeron las partidas. El hecho es que, a esta altura, es imposible verificar si el incendio en la casa de Doña Mariana Rubio fue intencional, maliciosamente provocado; pero el fuego se propagó tan rápido que, para contener sus llamas, se tuvo que demoler 62 chozas en el sector Guayabal. Ese funesto día del 31 de marzo de 1906 inspiró que muchas personas pensaran que las Partidas Sediciosas habían cambiado del ataque frontal, avisado y técnicamente planificado, al principio del terror.
No fue la primera vez que, después del brote de bandolerismo y quemas de 1898, surgiera un fuego misterioso y originador de más miseria. Por el relato de Echeandía Font y las páginas dedicadas por Méndez Liciaga en su Boceto, sabemos sobre el en su día famoso Fuego de Castañer y sobre cómo se supuso el último ataque de las Partidas Sediciosas en Pepino. Más de un decenio después, José Aldea Rubio y Teresa Medina Medina, su esposa, alegarían que el Fuego de Castañer del 17 de febrero del 1899, lo mismo que el que consumiera la casa de Mariana Rubio en 1906, fueron premeditados, no accidentes. Alimentó la sospecha el hecho de que José Castañer Márquez estaba casado con Juana María Josefa Font Feliú, hermana de Cheo Font. Se sospechaba Estuvo como su creador criminal la mano negra de alguna partida. «La mucha insistencia exageradora sobre el asunto de los comevacas y tiznaos dañó la confianza política en este pueblo» (Victor Cardona, loc. cit.)
Mi entrevistada Mariana Rivera Alers relató que José Castañer Márquez, propietario mallorquín en Lares y Culebrinas, visitó a sus padres Vicente Rivera y Alejandrina Alers. Este hombre (don José) estaba muy asustado y temía por su vida. Llegó a la casa de los Rivera Alers e invitó a don Vicente a ser parte de una delegación que iría a visitar al Gobernador. Discutirían qué alternativas o cursos de acción debían tomarse para acabar el odio, la violencia y frenar todo lo que estaba destruyendo a Pepino. Quiso seleccionar a la gente más querida y respetada del pueblo para tal trámite. Había pensado en Pedro A. Echeandía Medina, Gabriel Martínez Fernández, Ramón Díaz Liciaga y otros. La audiencia con el Gobernador no se realizó lo que deprimió mucho más a Castañer. Se suicidó, al fin de cuentas.
En discutir, si primero sería preferible solicitar audiencia con Muñoz Rivera u otros comisionados de los designados por el Gobernador americano, se desperdició el tiempo. Aunque la gente por él contactada en Pepino venció el miedo a las venganza que pudieran resultar y quiso ayudar, nada se hizo. «Con razón, doña Lola Prat decía que la gente unionista, impertinente, mejor no decirle ni trisito o zurra que es tarde». 30
Es que las razones aducidas como explicación del horrendo incendio del 17 de febrero de 1899 y que la comunidad bautizó como el Fuego de Castañer, fue la negativa de Don José a demoler una residencia de su propiedad, por lo que el fuego se extendió innecesaria y vorazmente, no pudiéndose controlar. El pueblo quedó en miseria.31
Rivera Alers desmintió la versión sobre estos hechos que diera Font Echeandía cuando adujo que Castañer Márquez, avergonzado y despreciado por los vecinos, por su tardanza en demoler una residencia de su propiedad, se regresó a México y dejó abandonada a su esposa Francisca María Font y a su prole de tres hijos. Que fue ante la imposibilidad de rehacer su fortuna, por malos negocios en México, que él se envenenó. Rivera Alers dijo que él se mató en Pepino, deprimido, porque su gestión de conciliarse con las Partidas fracasó. «Los unionistas chantajearon a todo español con soltar a los tiznaos, porque así de puerca era la política de aquellos años» (Echeandía Font).
7. Los invasores como águilas
Desde seis décadas atrás, el movimiento independentista había observado la insolencia y desparpajo con que William H. Harrison se referió a Simón Bolívar (1828); tocaron a uno de los ídolos de la América ya liberada de España y, desde entonces, los intelectuales de Sur América y el Caribe aprenderían a juzgar críticamente toda acción política que procediera del Norte. Paulatinamente, con el despertar ocasionado por el insulto a Bolívar, por un presidente estadounidense, esta nación fue herida sin piedad con la metáfora del águila o monstruo rapaz que crecería, aún comiendo de las entrañas de sus propias comunidades étnicas o sus inmigrantes.
Este movimiento de colonialismo interno crecía terroritorialmente y el Imperio del Aguila se supuso indetenible. En 1848, con Polk, quedó oficializada la adquisición por la Unión de Arizona, California, Colorado, Nevada, New México, Utah y Wyoming.
¿Y de qué símbolo sería éso? Del águila en expansión.
Descritas como minorías, aún estas gentes dentro del territorio, fueron políticamente atacadas, cultural y sicológicamente desclasadas. «English settlers were dislocating, decimating, and assimilating the native populations of the eastern and midwestern United States. The 'protection' offered to Mexicans under the Treaty of Guadalupe Hidalgo (1848) was broken by the United States in the same way that they violated treaties wih the others indiginous nations». 32
A la vieja noción del Aguila del Norte, intervencionista y esclavista, se añadirían cada vez mayores críticas. En tiempos de los presidentes Chester Allan Arthur y Grover Cleveland: Norteamérica fue vista como excluyente y soberbia. Su objetivo, uno que no cejaría, asaz obstinado. The United States could not assimilate and Americanize the Native Americans fast enough.
T. Larrinaga, F. Degetau y José Celso Barbosa conocerían años más tarde esta realidad, al juzgar el maltrato a los obreros, a los inmigrantes (especialmente, a los indígenas, mexicanos y chinos) y a «todos los renuentes a la asimilación» y al propósito de advenir como ciudadanos. Eran, sin duda, sujetos del desprecio y de una petición dura y condicionante. «The savage shall become a citizen». Para este propósito, «a critical step in the Americanization of Southwest school was the removal of Catholic officials from school boards and replaced with Anglo Protestants». (Dra. Susana Flores y Dr. Enrique G. Murillo, ldc. cit.). 33
El 29 de diciembre de 1890, ya no pasaría desaperciba a la atención del pensamiento anarquista en los EE.UU. ni al de América Latina, el más grande conflicto entre indígenas nativo-americanos y tropas del ejército federal. La Matanza de Wounded Knee durante la administración de Harrison. Tampoco pasaría desaparecibida en el decenio de 1890 lo que, en los estados del Sur, fueron conocidas como las Jim Crowe Laws (segregación de los negros en áreas, distantes de la población blanca, en el uso de oficinas públicas, servicios de transportación, hoteles, teatros, hospitales, etc.) y la infame doctrina jurídica de separate but equals.
8. Investigación de la rabia contenida
Conocido ya este contexto, procederé a hallar las voces para un relato que, por mi investigación, explique lo que Echeandía Font llamara «un momento en que se llenó la cabeza a la gente, en pueblo y campo, de ideas foráneas y socialistas»; «no fue sólo contra España, sino contra los americanos» (González Cubero); «había gente con estudios que simpatizaba, diciendo que habíamos caido en las garras del Aguila americana» (P. T. Labayen).
Es cierto que la primera condición que aflora, al utilizar la historia oral como metodología de estudio, nos llevará a un fondo emocional ante los eventos; pero es preciso definir las ideas que permearon la época, porque la generalidad de quienes aportaron su relato a este trabajo coincidió en el hecho de que se sintieron asombradas de que gente que había sido pacífica se politizó y participó. «Ellos sabían a lo que se metían» (González Cubero, loc. cit.).
A todas las personas entrevistadas, presenté como preguntas iniciales para su aporte al relato memorante las siguientes:
(1) ¿Por qué fue importante para usted conservar, o no olvidar, lo que vio o supo acerca de los hechos (las partidas sediciosas) y de los que participaron? ¿Le dio miedo o pena saber de tal asunto?
(2) ¿Tuvo gran interés, o un interés personal, en conocer sobre otros casos o víctimas de las Partidas Sediciosas, o conocer quiénes participaron, o por qué? ¿Llegó a conocerlos personalmente, antes de que murieran?
(3) ¿En qué ocasiones, públicas o privadas, la gente o su familia comentaba sobre esos hechos de sangre, o sobre los robos o los participantes?
(4) Quien le contó, ¿sentía odio y hostilidad por los agresores u otra gente relacionada? ¿Cambió la vida de ellos, el modo de ganarse la vida, o el trato con la gente?
(5) ¿Sabía usted sobre algo sospechoso o cuestionable en el carácter moral o la vida pública de la víctima? ¿Alguna razón para que tal persona inspirara odio o rechazo en la comunidad? ¿Quién le dijo?
(6) ¿Oyó las décimas o coplas que se cantaban en 1898? ¿De quién las oyó? ¿Supo si se repetían esas décimas alguna vez, al paso de los años?
(7) ¿Se interesó usted en hablar con sus padres y abuelos sobre cómo fue la vida (costumbres, creencias, oficios, instituciones, etc.) en los años en que ellos vivían? ¿Les pedía usted a ellos que le contaran sobre los hechos históricos y las gentes que ellos conocieron?
(8) ¿Ha sido usted una persona que se interesa por la política, sea por la elección de alcaldes, legisladores o gobernadores? ¿Vota o prefiere no hacerlo?
(9) ¿Piensa que la política es necesaria y útil, o que es un mal necesario? ¿Quién cree que es la persona que más sabe de política o de historia en este pueblo?
(10) ¿Hay alguna familia de Pepino que usted admire mucho porque ésta haya servido a la comunidad, o porque conoce sobre sus méritos y que no haya estado emparentada a la suya?
(11) Cuando ve el nombre de las calles del pueblo, o de escuelas, hospitales o de la misma Plaza (Baldorioty de Castro), ¿sabe por qué se llaman así?
(12) ¿Oyó usted antes los términos o nombres de partidos políticos que fueran como los siguientes: conservador, unionista, liberal, autonomista, separatista, anarquista, republicano, etc.?
9. «A todos se nos cayó la casa encima; todos empobrecimos»
El año 1898 fue uno sobre el que los abuelos de mi generación de pepinianos guardaron muchísimas memorias, pocas veces contadas. Para muchas familias locales, unas peninsulares y otras criollas, fue el año de separaciones, despedidas y regresos a España. Laurnaga Sagardía, Hermidas, Rodón, Caballero, Alers, entre otras, se cuentan entre las familias en diáspora. Es el año de la primera ilusión autonomista y de su derrumbe. El año del descorazonamiento político del coronel Gerardo Forest, quien batalló hasta alcanzar rango de comandante en la manigua cubana contra España y regresó a Puerto Rico, para el triste encuentro con una realidad desmoralizadora para cualquier combatiente revolucionario.
El auxilio cubano para la liberación de Puerto Rico murió con Betances y De Hostos. La opción o sueño de libertad y soberanía en el contexto antillanista se hizo sal y agua. Cuba se inhabilitó para ser el ancla de esperanza a las ilusiones libertarias de Puerto Rico. En Pepino, como en Puerto Rico, Gerardo Forest fue parte de ese proyecto, por el cual vendió su botica en el pueblo y marchó a servir la causa de las libertades antillanas. La Doctrina Roosevelt dio garrotazo de muerte a la esperanza puertorriqueña.34
Aún triunfante la revolución en Cuba, el fantasma del anarquismo y el racismo se dibujaron como factores para que Bartolomé Massó, electo en la Constituyente de Yara como presidente y primer veedor de la Constitución de la República, junto a su jefe militar Máximo Gómez, no triunfaran. Esta Constitución republicana estuvo precedida por tres años de dominio militar estadounidense, encarnado en la persona de Leonard Wood (21 de febrero de 1901 y, poco después, con el contigente de más de 15,000 militares estadounidenses que hizo arbitraje de fuerza en la crisis constitucional (1906 a 1909) cubana.
En el contingente de militares y mercenarios de EE.UU. en Cuba, estuvo un pepiniano: Blanco Ortiz Vélez. 35
Al pisar tierra cubana, los norteamericanos todavía conservaron el temor de hallar más piratas que anarquistas (D. Dolores Prat) 30 porque los revolucionarios antillanos tendrían tratos con las islas y cayos que, siendo otrora parte de España, se trocaron en poderío inglés por despojo militar desde 1655 y por el Tratado de Madrid de 1670. El freno a la piratería no se logró, entonces; pero el fin de la trata negrera en 1807 y el decreto del fin de la esclavitud (1833) se anticipó por más de cuatro decenios a conquistas similares en Cuba y Puerto Rico.
Vistas como naciones que arrastraron los pies, en materia de conceder derechos humanos y civiles a los negros, «a las antillas llenas de piratas y a las Filipinas, llenas de malvivientes, como México de bandidos, se pedía que fueran subyugadas como parte de la Marcha de las Banderas. A principios de siglo, EE.UU. se sentía con la autoridad moral para educar al mundo en cuanto derechos humanos. Propagandista de este ideal, con discurso feroz, el candidato al Senado por Indiana, Albert J. Beveridge, glorificador del imperialismo, discursaría en 1899: «Sólo las almas timoratas le dicen no a la necesidad de nuevos territorios... William McKinley planta la bandera en islas de los mares, amplía el comercio, citadelas de seguridad nacional, y la marcha de nuestra bandera continúa». El asesinato de McKinley por el anarquista León F. Czolgosz recrudeció los cantos de sirena de Beveridge.
Ni Cuba ni Puerto Rico tuvieron una infraestructura, comercial e industrial, por la que la inteligencia militar norteamericana, pensara que hallaría una plaza forjada para el anarcosindicalismo. Por menosprecio, el anarquismo se asociaba en estas áreas, como en siglos anteriores, al fantasma del filibusterismo: freebooter / filibustier, en francés.
Sin embargo, el anarquismo concebido así, como filibusterismo, importó menos a los militares estadounidenses que identificar a los revolucionarios antillanos a los que calificaron como proscritos. España colaboró en la tarea de identificarlos y el anarquismo, cualquiera fuera la definición ideada, se descartó como peligro.
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36
Durante la administración de Ulysses S. Grant, surgió una crisis bancaria. Esta repercutiría en el mundo. 37 y se agravaría con el Pánico financiero de 1893 durante la administración de Grover Cleveland.
¿Qué produjo la depresión mundial de 1873 y el Pánico financiero de 1897, con su subsecuente depresión de cuatro años, en Puerto Rico?
El cierre de comercios, el alza de precios, el gasto en las partidas militares en España, etc. contribuyeron a brotes de hambre en la isla. Un caso específico en Pepino fue el del comerciante peninsular Antonio Pavía Conca, quien vendía al mayoreo alimentos y licores. Su modo de encarar la situación fue típico. El eliminó sus ventas a crédito y redujo sus compras a los pequeños agricultores que lo surtían en Pepino. Sus medidas ante la crisis de 1898 molestaron a muchos ventorrilleros.
Otro tanto hizo la Laurnaga y Co. y la más poderosa casa comercial importadora, M. J. Cabrero y Co.
Uno de los fundadores la M. J. Cabrero y Co., dejó la empresa a cargo de otros parientes y se mudó con su familia a España. Manuel Joaquín Cabrero Echeandía, gerente de tal firma y apasionado autonomista, 38 huyó, anticipándose a la guerra irremisible. Es un hecho que si, al decir de Bernabé, «el autonomismo, que parecía muerto en 1898, gozaría de una segunda oportunidad sobre la tierra bajo el nuevo régimen colonial norteamericano», no sería con la ayuda de los más ricos.
La economía de la isla se resintió, pese a las nuevas libertades económicas que había concedido la autonomía, debido a la tensa situación internacional. Tarifas más altas para el azúcar, el café, el tabaco y los frutos menores, dictadas por la administración del Presidente William McKinley. Explica Rafael Bernabé en su artículo Rebelión en las colonias: Puerto Rico 1898:
... Si bien las transformaciones que siguieron al '98 crearon el terreno para el nacimiento del movimiento obrero como nuevo agente social, también ayudaron a que viviera sus primeras décadas vinculado al sindicalismo conservador encamado en la American Federation of Labor. Por su lado, los sectores más beneficiados por la nueva relación (como los azucareros) prefirieron acomodarse al régimen existente. Los menos favorecidos (como los cafetaleros) no articularon más que débiles peticiones de reformas. En ambos casos, las clases poseedoras desplegaban una política de reforma colonial en el contexto de la relación de la no incorporación. 39
10. La gran estampida
De hecho, de los 162 peninsulares y extranjeros (con cartas de vecindad, expedidas para sus familias nacidas en Ultramar), domiciliados en Pepino, según el censo previo al 1898, quedaron 82 familias al año siguiente. El Censo de Vecinos, ordenado por las autoridades norteamericanas, mostró la diáspora migratoria. La mitad de los peninsulares se largó para 1899 de regreso a España o hacia otros pueblos. Y, por llevarse sus capitales líquidos, arruinaron al pueblo.
Muchos ricos propietarios peninsulares y criollos confirmaron la estampida, no sólo en el área occidental de la Isla, en todo Puerto Rico. El modelo ha sido repetido históricamente como esencia misma del colonialismo económico. El colono salvaría sus capitales. En las horas cruciales, lo llevaría consigo, confiado en vivir ricamente en España.
En las plazas públicas por toda la isla, el Dr. Jorge Celso Barbosa, quien se pronunció por el anexionismo pitiyankee, denunciaba a estos hombres al decir: «...aquellos que desembarcaron en nuestras playas sin una peseta, casi niños, sin instrucción, pero con algunas cartas para los tíos en la isla» son los que ahora se van. «Y de dependientes, en pocos años, se retiraban del comercio del país y se regresaban a su querida patria, cargados de honores, con títulos de marqueses y condes, comprados con sus ahorros, a vivir lujosamente en alguna barriada hermosa» 40 de España.
11. Trisitos y chiripas
Las presiones del pánico financiero (1893-97), la depresión, las políticas monroístas de Cleveland fueron preambulares. Las señales de zozobra y angustia más dramáticas las trajo ya la invasión. En Pepino, los escenarios de lucha o amenaza se dejaron sentir desde el 3 de agosto de 1898 cuando el general Roy Stone llegó de Adjuntas a Utuado. Un grupo de utuadeños (de los entonces llamados pitiyankis, entre ellos encabezádolos Salvador Pérez Gerena y Ramón Hernández Olivencia), se unieron como auxiliares a la tropelía yankee. Los pepinianos (que tanto habían cultivado el mito de Lares como ofrenda a la Patria y la necesidad del rechazo de los amos) se sintieron cercados, acechados y temerosos de que el pitiyanquismo surgiera como una mácula. Ya se había oído por las noticias de Utuado que el estigma ofendía y choteaba a los cobardes en el pueblo.
... antes de verse a los 'americanos' por primera vez no se confiaba en ellos, se sabía que eran fuertes, poderosos... por más que Avelino y su gente decía que estaban ayudando a Cuba para liberarla, se tenía miedo que acañanoran al país; la gente del Alcalde (Rodríguez) Cabrero, decía que los americanos hicieron unas matazones por el sur, que bombardearon a San Juan y que no iban a dejar una casa en pie. Al rato la creencia se acabó porque vinieron las chiripas (nota del autor: empleo; casual work) y de una racha a otra, que mi padre halló en que emplearse con los gringos, vaya usted a imaginar... Entrevista con M. González Cubero, loc. cit.)
Como en otros pueblos, en San Sebastián del Pepino declararon toques de queda, se reclutaron a voluntarios y se planteó la disyuntiva más crucial: ¡O españoles o yankees! A la noticia de bombardeos norteamericanos en San Juan y la Toma de Guánica, el valor cívico se impuso sobre la pasividad. Y como dijera González Cubero, «pues, ya hubo que echar pa'lante como quien se prepara para un temporal».
La primera tarea de los invasores fue arreglar los caminos, de Adjuntas a Utuado, con el fin de materializar la toma del pueblo de Lares. Por la necesidad y el miedo, el peonaje campesino sirvió al propósito de instrumentar la captura de Lares, que contaba para su propia defensa con una Compañía de Voluntarios provisionales, con 187 soldados, cuatro oficiales y un jefe. El General Roy Stone fue seguido por los utuadeños y curiosos que, en gesto masoquista, quisieron avizorar la captura. A éstos se les conocería como la partida del pavo. En preparativos se consumieron los días del 4 al 7 de agosto.
La toma de Lares por los invasores no se materializó, de momento; pero Stone avanzó hasta Arecibo y llegó casi hasta su plaza principal el día 7 de agosto. Pero, para ironía histórica, fue en Utuado donde acampó el más grande contingente de soldados anglosajones visto en el Oeste de la Isla.
Por la entrevista que sostuve con González Cubero, pepiniano que alegara que, con su padre, acompañó a la partida de curiosos (los del Pavo), se rememoraría que, entre los 12 y 13 de agosto, el batallón del Regimiento de Infantería Número 19 marchó hacia Utuado. Llegó en la tarde del día 12. Hubo que hallar para las tropas alojamiento en casas particulares del pueblo. Muchos llegaron muy enfermos.
Otros dos batallones del Séptimo de Illinois, al mando del General Guy V. Henry y su Estado Mayor y, al tercer día, 14 de agosto, el escuadrón de caballería del Capitán Hoppin, se personaron.
En Utuado murieron dos milicianos estadounidenses, el sargento Sweeny y el soldado raso Robinson; pero no por ninguna bala, sino por fiebre tifoidea. Esta fiebre la contrajeron sesenta miembros de la Brigada Garretson, que Henry condujo. La mitad del sexto regimiento de Massachussetts quedó fuera de combate.
12. La polarización final
Un poeta de Pepino hizo circular dos décimas, ilustrativas de la polarización de los sentimientos en el área y de las expectativas que se tenían respecto la presencia de tropas estadounidenses. Carmelo Cruz fue ese hombre: 41
La reina mandó un escrito
y en el escrito decía
que primero moriría
que dar libre a Puerto Rico.
El americano dijo
como hombre caballero
que tiene fuerza y dinero
para un gran tiempo pelear
y si no llega a ganar
más tarde cae el sereno.
Si España gobernara
a Puerto Rico otra vez
yo mismo me asesinara,
de una vara me guindara.
¡Dios mío, no lo permitas
porque esa España maldita
al que coge lo desmuele!
porque creo que esos corsetes
que por compontes usaran
no hay cuerpo que los resista.
Durante el transcurso de estos días, según la inteligencia militar española, el pueblo más amenazado sería Arecibo. La prioridad táctico-estratégica debería consistir en forzar la retirada de los yankees del pueblo de Utuado, donde se sabía que el General Nelson A. Miles, el mismo que desembarcara en Guánica el 25 de julio, tras zarpar de Guantánamo (Cuba) con un contingente de 3,300 soldados en el barco USS Massachusetts, campeaba por sus respetos, en compañía del General Guy V. Henry. En segundo lugar, se tendría que atajar a los invasores en Las Marías, otro de los poblados del noroeste.
13. Cobranzas insaldables e ira desatada
En el asunto de su regreso a España se halló la familia de José Gonzalo Arocena y su esposa Ortensia Rodón cuando una nueva décima de Carmelo Cruz impugnó sus pretensiones. José Gonzalo y Pedro Arocena y Ozores explotaban una hacienda cafetalera que lindaba con Los Velez en Mirabales. Cada vez que se iba un peninsular del Pepino, dejaba por secuela su saldo de familias desamparadas. El abandono de las fincas por sus propietarios trajo el desempleo para el peoneaje, el cobro de las deudas previas de los campesinos en sus tiendas de despacho y ventorrillos y, en consecuencia, hambre y sufrimiento.
José Gonzalo logró irse; Pedro Arocena prefirió enfrentar a las tropas americanas y servir al gobierno español. Como muchos españoles, la seguridad de sus familias, especialmente cuando ya estaban ancianos (más que el lucro les animaba a irse) fue la prioridad. Este fue uno de los casos. Caras opuestas de la moneda son las aquí relatadas: por ejemplo, los casos de las familias Irigoyen, Martiarena Zarratea y Mantilla.
En el barrio Hoyamala, por ejemplo, la ida de Gumersindo Micheo e Irigoyen, co-socio de Pedro José Jaunarena y Azcue, otro navarrense y propietario de Guajataca, ocasionó que sus caporales salieran a cobrar a la peonada sus deudas atrasadas con Laurnaga y Co. y La Euskalerría, establecimientos de provisiones alimenticias y de mercancías secas, donde los jornaleros del campo se surtían de compras para sus necesidades básicas.
¡Vengo a cobrar, porque don Gumersindo se va!, fue frase de pánico entre peones que, al igual que sus amos, sufrían las depresiones de aquellos días. En todos, criollos o peninsulares, se vivía la zozobra ante la guerra inminente y las penurias de la crisis económica.
En Hoyamala, precisamente, se reunía Manuel González, Flores Cachaco, Lino Guzmán, maestro de escuelas en el barrio Guajataca, Carmelo Cruz y otros vecinos, algunos de los cuales venían desde el pueblo de Camuy, en compañía de Pedro El Chino. En estas reuniones, se planteaban las quejas de centenares de vecinos a quienes se exigieron los pagos de cuentas de fiado con establecimientos españoles.
Se supo, por ejemplo, que el rico español Pedro Martiarena Zarratea, dueño de la Casa Martiarena y Co., establecida desde 1890, también estaba en planes de regresar a España y, por tanto, él enviaba cobradores a sus deudores del litoral. Los socios y primos de Pedro Martiarena avisaban de tales cobros.
14. Monopolios, hambre y bancarrotas
El problema de los vecinos no fue su voluntad de pagar, sino la imposibilidad de saldar las deudas en el plazo requerido por los cobradores. Al mismo tiempo, ya no se concedía crédito a nadie con deudas pendientes, vendiéndose todo al contado. Para agravar la situación, se inflaban los precios, aprovechándose la coyuntura de la carestía de artículos.
El abastecimiento de carne estaba monopolizado por dos peninsulares. Había monopolios en la venta de ladrillos, herrería y servicio de descarado de café por máquinas. El expendio y venta de medicinas y cosméticos lo controlaban Jorge María Font Rivas y Antonio Arcelay.
Estas iniciativas por parte de los almacenistas produjo la bancarrota de los ventorilleros y de los más endeudados medianeros que vendían al menudeo. Obviamente, quienes más sufririrían fueron los jornaleros sin medios de producción, dueños sólo de su trabajo y que, por la crisis, perdieron sus empleos. Cundió el hambre como resultado del proceso.<->
Grupos campesinos, organizados espontáneamente, visitaron la Casa del Rey. Dijeron que la situación creada por las alzas de precios en artículos de consumo básico, las pérdidas de empleo fijo y contínuo («sub-empleo»), el súbito cobro de deudas por la urgencia de partir de comerciantes y hacendados peninsulares, eran demasiados golpes sumados a la angustia de la guerra. Entre los miembros de la junta municipal del período autonómico, sólo Juan T. Cabán Rosa prestó oídos y atención a las quejas. Al alcalde Rodríguez Cabrero lo ocuparon demasiadas cosas como delegado del Gobernador español, «en momentos difíciles» para la economía y la seguridad social, no sólo en el municipio local, sino en Puerto Rico entero. Como fórmula política, la razón de ser del Partido Autonomista quedaría borrada, si España fuera derrotada en la guerra.
Al iniciarse el choque entre los yankees y españoles, se cerraron más comercios. Se aumentaron los precios, se despedió a empleados de fincas y pulperías. Los explotadores y malvivientes sacaron las uñas, agravando la indefensión de los más débiles. Se echó a suertes el hambre de miles de familias del país, según las pasiones políticas. El odio a las castas privilegiadas, por generaciones de disparidad y opresión estructural y política, se organizó como ideología de violencia. Esta fue la explicación que Avelino Méndez Martínez y Joaquín Moreno dieron, de barrio en barrio, en Pepino. Y con tales instintos de clase y ánimos de lucha se dispusieron a la organización política y a la guerrilla.
15. Ayuda mutua y organización espontánea
En el barrio Hato Arriba, Juan Tomás Cabán Rosa y los dirigentes guerrilleros Joaquín Moreno y Adolfo Babilonia, por consiguiente, citaban a centenares de campesinos. Los actos políticos se anunciaban como eventos regulares del autonomismo; ya había libertad de reunión y, por esencia, tales actos se legitimaban por haber sido convocados pacífica y voluntariamente.
Sin embargo, tales reuniones resultaban a la postre en conciertos de corte nacionalista, anti-españolismo encendido y condena al enemigo del Norte. Así lo fue, particularmente, cuando se supo sobre el bombardeo yankee sobre San Juan y la toma de Guánica y Ponce por los norteamericanos. El temario discutido también se entendía con la funciones logísticas de una lucha de autodefensa en medio de una guerra.
Hato Arriba se convirtió en símbolo focal de la revolución en ciernes, el segundo Grito de Lares. Por la extensión de la fincas cafetaleras de Francisco Julián Laurnaga Sagardía en ese barrio, impresionó el plan lanzado por el viejo Manuel González (Soto) ante los campesinos durante su turno. Este pepiniano había nacido en tales campos, aunque, en 1898, se avecindaba en Camuy. Con sus primos, en su mocedad, él intervino en la Rebelión de Lares y, más adulto, se dedicaría al trabajo clandestino en favor de Cuba y el proyecto revolucionario de Betances («La Pólvora»).
Sus desvelos revolucionarios lo llevaron a New York, Curaçao y Saint Thomas. «El se consideraba un pirata. Ese fue su tema favorito»: D. Prat.
El pueblo de Lares, cuna simbólica de la patria puertorriqueña por los sucesos de 1868, seguía siendo el símbolo de libertad. Al saberse sobre la proximidad de las tropas americanas, el 15 de agosto de 1898, y que la milicia española abandonó Lares a su suerte, los campesinos pepinianos ganaron su nuevo estímulo para su odio anti-español y otro motivo para hablar sobre la desvergüenza política y el falso honor de los funcionarios peninsulares.
El general Henry, establecido en Utuado, con su Estado Mayor y dos batallones del Sexto Regimiento de Illinois recibieron. instrucciones para el cese de fuego. Henry conversó con los utuadeños Bartolomé Mayol, José Lorenzo Casalduc y Longino Mora, confiándoles el orden, y salió a ocupar a Lares. El pueblo vecino urgía mantener el orden entre sus habitantes al no haber allí autoridad alguna, tras la huída de Virgilio Acevedo, alcade anterior a Aurelio Méndez Serrano.
Longino Mora, último alcalde español de Utuado, cedió la autoridad municipal a Bartolomé Mayol, perteneciente a una cepa de españoles prósperos que estaba siendo objeto del odio en Pepino y para la que había una amenaza de castigo por las Partidas Sediciosas. Este nombramiento contribuyó a que se diera luz verde a la quema de sus propiedades. Una décima ya aludía a Guillermo Mayol como el componteable.
Al restablecerse el orden, bajo dominio estadounidense, en Utuado y Pepino, José Lorenzo Casalduc advino como el primer alcalde utuadeño del nuevo régimen y la familia Mayol desapareció de la vida política de Pepino.
Un telegrama, fechado el 16 de agosto y firmado por el Gobernador M. Macías pidió al General Nelson Miles 42 que sus tropas (al mando de Henry) fuesen retiradas de Lares, ya que este pueblo fue ocupado una vez suspendidas las hostilidades entre España y los EE.UU.. Se alegó la violación al Derecho Internacional. Miles accedió y ya para el 17 de agosto las tropas abandonaron Lares, aunque su retirada se fraguó avanzando sobre Pepino y Utuado.
Para fines prácticos, Pepino, Aguada, Ciales y San Germán quedaron sin defensas españolas, desde el 18 de julio de 1898. El jefe de la guarnición española, Capitán Espiñeira retiró sus tropas regulares y voluntarias. Las tropas invasoras fueron las que se hicieron cargo al darse quejas y alarma sobre los brotes de violencia campesina.
En Mayagüez, el capitán americano, con 50 soldados de los suyos y el apoyo del anexionista Lugo Viñas, reclutados en Sábana Grande, tomaron el mando durante la noche del 22 de junio. San Sebastián del Pepino, dependiente de la Comandancia Militar de Aguadilla, sufrió con la desprotección por causa de incidentes en la región.
Una de las primeras coyunturas para la acción guerrillera se cuajó cuando el alcalde de Aguada, Antonio Sánchez rindió por mottu propio la autoridad a los gringos, izándose la bandera americana en la Alcaldía y abriendo paso al primer Regimiento de Caballería de Kentucky. Estos eventos también violaban el cese al fuego.
En otra ocasión, unos treinta Guardias Civiles españoles, llegados desde Aguadilla, tomaron preso al Alcalde traidor; por ende, se ocasionó un motín entre civiles y autoridades. El resultado del incidente fueron dos muertos y el arresto de Sánchez que, camino a San Juan, se agenció su escapada, a las alturas de Bayamón.
16. Un plan de reparto de tierras
Aunque no se expresara teóricamente, a la luz de textos y autores, Manuel González, representó el punto de vista más radical del anarquismo político: la tesis de Sergio Nechalev, íntimo amigo de Marx y Bakunin. La lucha revolucionaria legitima toda clase de actos. Y lo primero que se tendría que arrebatar a los opresores (y mencionaría a los peninsulares que más odió él, por su experiencia directa de trato, sería «la comida que falta a nuestros hijos; a Manuel Prat y Miguel T. Laurnaga jamás faltó la carne y el arroz; al pobre sí ha faltrado». ¡Robar reses: ésto sería el comienzo del plan mayor, el reparto de la tierra!
González recordó la gesta de Lares. Avelino Méndez también hizo elogios. De aquellos alzados en Lares, así como de los mambises de La Damajagua y Yara, redundó benéficamente la conquista de la Abolición de la Esclavitud.
Se pensó en compontear a los que compontearon. Y se habló sobre los latifundistas, con pasión muy vívida: e.g., rememorándose a Manuel Prat y Ayats, Casildo Vélez del Río y Miguel Tomás Laurnaga. Se añadieron a propietarios aún residentes, entre ellos, a las familias Echeandía, Cabrero, Sagardía, Coll, Castañer y Font Feliú.
Bajo el orden de cambios que Manuel González propuso, «los terrenos de los Laurnaga y Sagardía se repartirían en parcelas para que no sufran de hambre los peones desnutridos de Hato Arriba ni sus familias» (Entrevista con Lcdo. Pedro A. Echeandía Font). 43 Se verbalizó un sentimiento que parecía olvidado: el pueblo resentía el síndrome de catalanes racistas, ejemplificados con Prat, Alers, Pavía Conca y «Cheo» Font, los con los Mantilla, considerados serafines, crema y nata del incondicionalismo en las Milicia Disciplinadas.
Estos pagarían en su pellejo por los compontes de Romualdo Palacios.
Para este vecino temerario, capaz de articular verbalmente la visión de la ideología, «la violencia lleva al amor».
González Soto dejó establecida como conducta revolucionaria de corto plazo matar reses, comer vacas. Buen adepto de las nociones que El Chino 44 compartía de la experiencia mujik de los rusos, rápido en sus decisiones, mutable como el aire, anheloso de novedades para enriquecer el nacionalismo aprendido de Betances, Manuel, el anarquista camuyano, halló otros colorarios: ¡en fin, que propuso la república de obreros, amigos de todas las naciones, revolucionarios proletarios!
17. Cheo Font, «Pie de la Espada Blanca» y el ataque a Jaunarena
Y mientras lo escuchaba, Carmelo Cruz hilvanó las décimas rimadas que pasarían, de boca en boca, memorizadas por los campesinos de Hato Arriba en aquella tarde:
Me le dirás a Cheo Font
el pie de la espada blanca,
que ya El Pepino se arranca
al grito 'e Revolución
y que aquí, a la población,
no se debe de asomar
y a Victorino Bernal
le dirás con alegría
que junto a Antonio Pavía,
lo vamos a compontear.
Se decidió, entonces, efectuar un escarmiento ejemplar. Y se eligió como víctima a Pedro José Jaunarena y Azcue (1859-1940), apoderado general de la sociedad mercantil Laurnaga y Compañía, Scrs., cuyas operaciones comerciales se remontaban a 1853.
Esta compañía tenía su edificio en el sector pueblo, por la Calle Padre Feliciano, y vendía ferretería y materiales de construcción. En otro de sus edificios, Laurnaga, Scrs., por el camino oriental hacia Lares y Camuy, se refaccionaba café. Su casa comercial fue una de las principales cosecheras del producto. En su carácter individual, el navarrense Pedro José tenía su extensa finca en Hoyamala; pero vivía en el barrio Guajataca, en otra finca cafetalera, donde ubicó su residencia de dos plantas. La planta baja se constituyó en su comercio de alimentos secos y licores, La Euskalerría.
El 5 de septiembre de 1898, en medio de la crisis de la invasión norteamericana, P. J. Jaunarena sufrió el ataque de la partida durante la noche. Todavía la tienda estaba abierta, pero se preparaban para cerrar. Como a los 8:00 de la noche, se oyó el arribo de docenas de jinetes, de los que sólo uno entró, con machete a la mano. Colocó el mismo sobre la mesa y pidió un vaso de ron. El empleado de Jaunarena lo despachó; pero, comenzó a temer cuando el campesino exigió que llamara al dueño, Pedro José, para que abriera la caja del dinero y entregara los libros de cuentas.
El empleado llamó a gritos a su patrón y, al oír su respuesta de que bajaría, su empleado salió huyendo de la tienda. Vana fuga. Afuera, a corta distancia, se halló a más de una docena de jinetes. No había escapatoria posible. Estaban armados con palos y machetes. Algunos bajaron de sus caballos y le detuvieron al ver que huía y, después entraron con él a la tienda, golpeándolo por el menor motivo.
Al identificar a Jaunarena, Flores Cachaco, líder de la partida, lo despojó de la llave de la caja fuerte. Otros dos lo golpearon con los puños mientras Flores abrió la caja fuerte para robar. Después exigieron los libros de cuentas y deudas, no sólo de La Euskalerría, sino de los negocios de Gumersindo Micheo e Irigoyen. Pedro J. Jaunarena y Francisco Laurnaga fueron encargados de cobrar a los deudores de Laurnaga y Co. por don Gumersindo. Ya habían sabido de las visitas de Jaunarena a muchos de los clientes deudores.
«También te las das de militar voluntario; pues, dáme los libros de deudas que te voy a leer las tuyas, sargentito».
¡No tengo aquí tales libros!», advirtió Jaunarena a los forajidos.
Los sediciosos interpretaron su actitud como poco colaborativa y gritaban al exigir cada documento disponible. Se dispusieron a subir a la planta alta. Jaunarena temió por su esposa, Cleofe Ballester González, y se avalanzó sobre Flores Cachaco, quien parecía el dirigente de los sediciosos. Se enfrascaron en forcejeo, al pie de la escalera que daba a la planta alta. La violencia y los gritos hicieron que doña Cleofe bajara, a tiempo para evitar que Flores Cachaco decapitara a machetazos a su esposo.
Al atajar un machetazo que el agresor lanzó, el machete se hundió entre los dedos de la mano derecha de Jaunarena casi hasta la mitad del antebrazo. 45
Doña Cleofe vio que, con el cabo del machete, se seguía golpeando a su esposo. La intención fue matarle sobre el piso donde había caído. Ella se avalanzó sobre Flores Cachaco (o Casaco) para evitar el homicidio, mientras otros miembros de la partida escalaban mercancías, picaban los libros de cuentas y deudas y desordenaban todo, en búsqueda de dinero. Allí, al pie de la escalera, ante el cuerpo sangrante de Jaunarena Azcue, el agresor hizo empeños por violar a la mujer. Pero la intervención de un miembro de la partida sediciosa, el maestro de escuela y compadre del herido, Lino Guzmán, lo impidió.
¡No la toques, no la toques, Cachaco!
Y aún hizo un gesto criminal final a fin de rematar a Pedro J. Jaunarena, quien a la fecha tenía 39 años, cuando la esposa gritó: ¡Déjenlo, déjenlo que ya está muerto! En la confianza de que moriría, por la golpiza y las heridas de machete, lo dejaron. Abandonaron el lugar. Sin embargo, don Pedro sobrevivió e hizo las acusaciones pertinentes. José de Diego, 46 Fiscal del Distrito de Mayagüez, se encargaría de las investigaciones de la procuraduría.
Este incidente fue tema de un articulo de Rubén Arrieta Vilá en una serie publicada para el diario El Nuevo Día (San Juan, 2 de septiembre de 1998), con motivo al cumplirse el primer centenario de la Invasión Norteamericana, y el artículo de la serie Sangrante Verano de 1898 en Guajataca, resumía:
... Cuando el machete cayó sobre el vasco Pedro Jaunarena Azcue, éste levantó la mano derecha para cubrirse el rostro, por lo que el filo amolado cortó entre los dedos a lo largo de la mano y le hendió el brazo hasta el codo, desplomándose el herido. Yacía tendido a los pies del atacante que trató de rematarlo con un tajo a la cabeza... Los gritos de la esposa de la víctima resonaron por la Hacienda Euskalerria (Vasconia), nombre de la finca que fue escenario de la tragedia en el barrio Guajataca de San Sebastián del Pepino. Aquella fue una de las noches de terror que vivieron los ciudadanos españoles en 1898... A Jaunarena lo dejaron moribundo, a su pulpería sin provisiones, a la finca sin ganado, y a los ranchos quemándose. Para que no quedara constancia de las deudas registradas, picaron los libros a machetazos, lo que pudo haber sido una táctica premeditada para encubrir a personas que le adeudaban dinero al propietario... También cambiaron las marcas de las colindancias de la finca para reducir la extensión de la propiedad y expandir las de amigos en el vecindario... A los pocos días, varios soldados de Estados Unidos acompañaron un sobrino de don Pedro, llamado Pedro J. Labayen Jaunarena, a recuperar las bestias y lo que les habían robado.
18. El repudio a los Orfila y los Cardé
La violencia estuvo lejos de acabarse. Otra décima dio aviso de que las partidas campesinas compontearían, al estilo guerrillero, a peninsulares y hacendados que preparaban su regreso a España y que habían servido al régimen, desde la Casa del Rey en Pepino. En las coplas cantadas e impresas que circularon se hizo referencia a lo sucedido a Jaunarena lo que evidencia que se escribieron después del ataque a él:
¡Pobrecito Juan Orfila!
Ya la España se le fue.
Díle a Guillermo Cardé
que ya la piedra no destila
y que si no se espabila
pronto pagará la pena.
Y díle a Pedro Arocena
que, si de aquí no se va,
ya pronto le pasará
como a Pedro Jaunarena.
Entre los mencionados, Pedro Arocena y Ozores cobraba las deudas de los negocios de José Gonzalo Arocena, su hermano. Por hacerlo, su nombre fue propuesto por los guerrilleros Rosendo Serrano y Luis Vientós para ajusticiamiento; pero, dijeron que Moreno le protegía, requiriéndosele sólo que cediera la tierra en parcelas, según una propuesta del movimiento. Se infiere de los testimonios de González Cubero y María. L. Rodríguez Rabell que la gente de la vecindad el día que el Capitán de Milicias Pedro Arocena sacó sus menguadas tropas frente al cuartel, juzgándose «al parecer, que dio el mínimo de batalla para defender el pendón español» (Rodríguez Rabell), «la gente que yo ví les echaba chiflas» (González Cubero) y que hubo una décima que elogió su valentía («bravo león de los que hay pocos»), pero que dejó de cantarse cuando se excedió en el arresto del Lino Guzmán.
Según los dirigentes de las partidas campesinas, el cuerpo de Milicias Voluntarias que los capitanes Arocena, el Lcdo. Victor P. Martínez y el sargento Pedro José Jaunarena tenían en alta estima, equivocaron la función que se les asignara «y vez de ayudar al ejército de España, se formó para la tarea de cobrar deudas en favor de hacendados que se iban, sin disparar un tiro en defensa de la población y contra el invasor yankee; por eso había tanta desilusión». 47
Los norteamericanos jamás pensaron que hallarían resistencia por parte de los milicianos voluntarios puertorriqueños; alguien les había convendido de tal cosa y se les dijo que, precisamente, entre nativos, la oficialidad invasora podría hallar sus guías de campo para entrar a cualquier rincón de la montaña. El español se rendiría al mirar cualquier bandera multiestrellada. Quien articuló este discurso fue el Dr. Lugo Viñas, agente de las tropas estadounidenses. Ni aún para Barbosa ningún pepiniano se atrevió a motejar con el término pitiyanki a líder alguno; pero, con Lugo Viñas fue la excepción.
¡Estos voluntarios no merecen ningún respeto!, dijo Viñas. Oído esto por el poeta Ramón María Torres, quien estuvo presente cuando se efectuó la ceremonia del cambio de mando en la Alcaldía del Pepino, presidida por el capitán Brackford, lo encaró, discutiéndole en tono airado y salpicándole con el término.
También sentenciados, al quedar expuestos como los principales mameyistas del Pepino, fueron Juan Orfila Pérez, nativo de Islas Canarias, co-socio con Lorenzo y Juan Orfila Pons, de la sociedad, SS. Mercadal y Orfila, 48 y Guillermo Cardé Orona, primer Teniente de la Tercera Compañía del Batallón de Voluntarios, Número 5, dependiente de la Comandancia Militar de Aguadilla. La familia Mercadal, ausentista, tenía a sus primos Orfila como representantes locales. Se dedicaban al comercio y la banca prestamista. 49
Antes de entregar el mando al régimen norteamericano, por exigencia de Juan T. Cabán Rosa, miembro de la alcaldía autonómica, se pidió al alcalde Rodríguez Cabrero que destituyera de sus cargos como Juez Municipal a Pedro Arocena y, de la Tenencia de Alcaldía, a Guillermo Cardé, por razón de que éstos utilizaron sus escaños para «presionar el cumplimiento de pagos» a la gente deudora. Este fue el significado codificado metafóricamente cuando se les acusó de vivir de la «piedra que destila», la autoridad municipal.
Destituídos de sus cargos oficiales, se dijo que ya la piedra no destila, que España se les fue y, claro está, que la autoridad de España quedó abolida con la rendición por las tropas invasoras del General Miles. Las coplas revelan la frontalidad del reclamo anticolonial:
Dile a Honorio si lo ves
preparando la maleta
que aquí el toque de corneta
no deja ningún interés...
Que de aquí ya se fue
aquel gobierno español.
Y a don Gullermo Mayol
le dirás con alegría:
Que ya bajó de Alcaldía
el pobrecito Juan Coll.
El ex-alcalde Coll y Grau y escribano municipal en 1898 fue natural de Vilanova, ex-vecino de Geltrú, Barcelona, y «en su casa tenía dos cabras disecadas» (Font Ríos, loc. cit).
19. Incendios en fincas de Mayol Castañer y Vélez
Pedro Arocena no se amilanó por las amenazas de los comevacas; no se fue de Pepino, como se le pidiera con amenazas. Se dedicó al cultivo de frutos menores en su hacienda de Mirabales. Y, desde allí, fundó una simbólica resistencia, más sentimental que físicamente articulada, que la burguesía pueblerina llamaba la rancia estirpe criolla.De hecho, él repelió con algunos de sus peones a la partida sediciosa que penetró su hacienda y, noche a noche, se puso en vela contra tropelías de camuyanos que andaban en quemas y desharretamiento de reses. Y fue él, junto con sus peones, los que vieron las llamaradas que, en medio de la noche, provenían de Los Velez. Se había planeado arruinar la barga y escuela de oficios de Manuel Prat de una vez; porque, éstas sobrevivieron a la quema durante los disturbios de Lares y, aún siendo unas instalaciones en abandono para 1898, todavía a la fecha de las quemas, daban un testimonio de lo que quiso hacer el Viejo Prat «demasiado conservador, orgullosamente español, para apoyar a Betances;-----------------------
De hecho, durante las jornadas de los miñones en Mirabales, Cidral y Juncal, al surgir la sociedad secreta La Cueva del Negro (también llamada Las Golondrinas), la práctica fue importada. ¡Se utilizaba la artesanía poética para que Juan B. Pérez del Río volcara sus antipatías contra los Vélez y Prat! O Anastacio Conejero contra la cabrerada.
Entre los Ortices, de Pozas, se recordó el incidente, en días de Las Golondrinas (1851), cuando Emilio A. Vélez del Río golpeó al Comisario Juan B. Pérez por adjudicar a Pedro Ortíz la violación de Felícita de Lugo, de Altosano. 50
Pedro Arocena no imaginó que la partida sediciosa que él y sus hombres hallaron en escapada, después de saquear e incendiar un hórreo en la hacienda Los Velez, ya había quemado la casa de Guillermo Cardé en el sector Pueblo y otra propiedad de los hermanos Mayol Castañer. Incendios provocados ese mismo día.
A esta altura, Avelino Méndez Martínez se había radicalizado a tal punto que una décima lo aludió, por su nombre, como dirigente directo de una partida armada. A Juan Tomás Cabán, Lino Guzmán y al viejo González se les tuvo por dirigentes intelectuales de las Partidas:
Díle a Guillermo Mayol
ese cobarde inquilino
que si lo coge Avelino
él lo arregla con honor.
Guillermo Mayol Castañer fue uno, entre dos hermanos llegados de Soller, Palmas de Mallorca. Estaba recién casado desde 1896 con Rita Andrea Navas Iriarte. Su hermano Juan Mayol, casado con María Luisa Navas, se había refugiado en su casa del Pueblo, por temor al ataque de las partidas sediciosas. La casa de dos plantas fue quemada. Contrario a lo pensado por tales familias, la ubicación urbana de una residencia sentenciada, su proximidad al cuartel de Arocena, no detendría a los alzados para cumplir con la agresión. Guillermo Mayol fue visto como cobarde inquilino de la Casa del Rey y cobarde inquilino de la casa de su hermano Juan en el sector Pueblo. Se quemó a la propiedad Juan, su hermano, por cómplice.
Hasta donde hemos podido investigar, esta familia de mallorquines estuvo muy interesada en la política, siendo conservadores por tradición. La misma rama utuadeña de la familia dio un Alcalde (Bartolomé Mayol) durante el período de 1894 a 1895. Bartolomé Mayol retomó el mando alcaldicio durante los momentos más cruciales de la invasión norteamericana en 1898.
Al intentar escapar por una ventana de la planta alta, María Luisa, la esposa de Guillermo, se accidentó. La caída tuvo, al parecer, la consecuencia de su parto prematuro, donde el niño nacido cuyo nombre fue Rafael, fue el recuerdo, ingrato y permanente, de la experiencia. La caída no permitió el sano desarrollo neurológico de este crío. Rafael Mayol se convertiría con el tiempo en personaje pintoresco del pueblo («Rafa Te Ví»). Creció con deficiencias mentales. 51
20. Ideario y métodos de las partidas
A pesar del ensañamiento creado ante los llamados comevacas y tiznaos, éstos no quisieron víctimas inocentes durante sus operativos guerrilleros. Este es el por qué los mensajes rimados sirvieron como pre-avisos para que los españoles salvaguardaran a sus hijos y esposas. De este modo, se evitaría el descrédito del movimiento y el perjuicio de los inocentes. Quemar fue ritual simbólico, además de una presión empírica: robar víveres un beneficio práctico. Fue una manera forzada de abrir comercios que cerraron por el temor a carencias, productos de los toques de queda y la guerra de los EE.UU. con España.
Las décimas, simples, informativas y específicas, sin pretenciones poemáticas, fueron el vehículo propagandístico para denunciar las familias contra quienes había algún resentimiento y el recurso popular de describir el latifundismo, promocionando a su paso el reparto de tierras y divulgando con una condena los abusos de algunos españoles. El Dr. Font Ríos ha dicho con razón:
«Estas coplas no son otra cosa que condenas a muerte que se le hacían a varias personas del Pepino por venganza.... nos dan claves sobre la venganza y suspicacia del pueblo... Las coplas del '98, posiblemente, son la obra literaria, desde el punto de vista histório, más importante del Pepino»...< /i>(pág. 9)
Las décimas de Carmelo Cruz (es poco probable que sean de Ramón María Torres, porque entrevisté para este trabajo a quien conociera a Carmelo Cruz, «el juglar que las cantaba y las hacía»: Arvelo Latorre; además la calidad lírica de R. María Torres fue superior) imitaban el estilo guajiro que fue utilizado en Cuba por los mambises, desde los tiempos de Narciso López. Con ella se avisaba el plazo para que los ajusticiables, o amenazados, huyeran y dejaran sus propiedades. Consideradas las víctimas de las partidas, se infiere el caracter selectivo del sujeto a compontear. Muchos ajusticiados fueron los miembros de la clique militar vigente tan pasiva ante la invasión norteamericana como represiva en los tiempos del Gobernador Romualdo Palacios. Sin embargo, el gran número de peninsulares que dejara el pueblo fue lo que fortaleció el reclamo de repartos de tierra.
Al principio, la inquietud de los campesinos, en aras de algún logro, fue modesta, reabrir los comercios y que cesara el cobro de deudas hasta que mejorase la situación del peonaje. En ésto apareció, como señal más clara de un programa anarco de revolución social, la intervención de oradores que invocaban la jornada de ocho horas que había sido motivo de un levantamiento campesino en Jerez de la Frontera en 1892; se dieron las noticias de la muerte de Cánovas del Castillo en 1897 y la necesidad de una cultura del trabajo y de tribunales populares.
Pasar del espontaneísmo a la organización fue tarea a la que contribuyeron varios hombres cultos, sumado a una serie de circunstancias, como el regreso de desertores de batallones de voluntarios, desencantados con el episodio sangriento de Hormigueros. Lino Guzmán fue quien trajo a las reuniones de campesino el tema de la cultura del trabajo y la crítica a las estirpes y clanes que pretendían dominar al Pepino, como habían hecho siempre y, en particular, desde que España amparó a las víctimas de las Guerras Bolivarianas a expensas del bienestar de los pepinianos originales.
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Juan Tomás Cabán
Manuel González
Determinar el número de involucrados en las partidas es difícil. La historia oral da muy pocos testimonios sobre los agresores víctimas y de las gestiones por acusarles ante las autoridades. Se ha dicho que han sido centenares (lo que pudo ser decenas de atacantes); pero obviamente, si las reuniones de los grupos agresores, son el justo parámetro de las simpatías, si se vale hablar de una porción de peonaje muy grande.
Aún así, en la reconstrucción posible de estos episodios de sublevación, es conclusivo el hecho de que hubo comevacas y tiznaos organizados en cuatro o más barrios de Pepino: Hato Arriba, Pozas, Saltos, La Javilla, Juncal, etc., a los que se sumaban vecinos de otros barrios y pueblos, especialmente, Camuy y Añasco.
La tradición oral indica que los participantes se sentían parte de una revolución en ciernes y, aún más nutrida y abiertamente organizada, si bien operaba menos articuladamente que la treinta años antes arrancara con la Junta Revolucionaria El Porvenir. En ese momento, Avelino Méndez decía que los EE.UU. concedería la independecia en el curso de un periodo más breve que largo porque sabía de las aspiraciones de soberanía que estaban en el corazón de los puertorriqueños. Que la prioridad del momento sería educarse en cuanto a un nuevo modelo de sociedad, libre de injusticias y explotación-----------insert
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En Hato Arriba, el hacendado cafetalero Agustín M. Quintero Font Feliú (1868-1901) armó su propia contrapartida, ganándose el mote de «pie de la espada blanca». La espada blanca fue el símbolo de la burguesía españolista. Los guerrilleros campesinos de Hato Arriba para cumplir con las amenazas hechas contra Font Feliú, Victorino Bernal y Antonio Pavía, reclutaron vecinos de los barrios Cidral, Calabazas y Altosano.
Siendo María R. Marciana Font, hermana de Cheo Font y prometida de Cecilio Echeandía Vélez, Teniente Segundo del Quinto Batallón de Voluntarios, éste unió sus peones en la defensa de la propiedad de su futuro cuñado. Cecilio construía en cedro y aceitillo la casa, donde viviría con su prometida y ésta no fue quemada. 52
En el informe ante las autoridades judiciales, él identificó como atacantes e incendiarios a Juan Mejías, Juan Vélez Mayo, Ramón López, tabaquero de La Corcovada, Fillo y Rafael López, Ricardo y Francisco Ríos, Pedro Valentín y Fermín Montalvo Valentín, Agustín Vélez y Narciso Tortilla. 53
Por razones de su juventud y las prerrogativas patrilineales, Echeandía Vélez debía ser el heredero principal de su familia y futuro terrateniente más importante del pueblo. Su padre, Pedro Antonio Echeandía Medina, tenía una finca que cubría no menos de cuatro barrios: Magos, Guatemala, Robles y Bahomamey, con extensión aproximada de 2,000 cuerdas. Al conocer que la demanda de repartos de tierra, daba contenido a tales rebeliones sociales, Pedro Antonio nombró a Segundo V. (Nene) Esteves, simpatizante de las partidas campesinas, capataz de su finca de Robles. Cuando la partida sediciosa, al comando de Juan Mejías, se personó a quemar y preguntó por el dueño de «todo aquello», Esteves salió al brinco, diciéndole:
¡Yo soy el dueño ahora! ¿Qué pasa?
Del mismo modo, ocurrió con el negro Magín Sosa, a quien Pedro A. Echeandía lo hizo su hombre de confianza en la hacienda El Farayón de Bahomamey.
Hombres de ideario separatista como Esteves y el propio Avelino Méndez se volvieron, con tierras y poder, pro-anexionistas. Echeandía Medina, rico y pro-español de toda la vida, evolucionó del anexionismo esnobista (que predicara Barbosa) al unionismo político, una de cuyas tendencias fue el ideal de independencia de Puerto Rico. Avelino Méndez se hizo republicano anexionista para apoyar la candidatura legislativa de su hermano Aurelio. 54
Pese a los continuados ataques a la residencia solariega de «Cheo» Font, en muchas ocasiones, él dispersó las partidas a tiros, desde el techo, sin ayuda de nadie. En esta residencia, ubicada en la Calle Hostos del sector Pueblo, se albergaron sus hijos. Sus amigos Segismundo Torres Avilés, Victorino Bernal Toledo y sus fieles peones, al mando de Cirilo Hernández, hicieron la diferencia en su hacienda y la casa campera en Hato Arriba, protegiéndola de asaltos y quemas.
Un día que, camino a la finca de Hato Arriba, Cheo Font fue para una inspección, su capataz Cirilo Hernández le propuso el cambio de caballos. La sugerencia le salvó la vida.
¡Te conocen por El Indio, don Cheo!, dijo Cirilo, refiriéndose al caballo. Un guerrillero de La Javilla se los topó y lanzó a Cirilo un machetazo porque lo supuso Cheo Font. Como el cambio de monturas y bestias se había realizado, fue Cirilo el que cayó desplomado al piso, con una herida grave a mitad de cuello. 55
21. Ataques a propietarios Flor Lugo, Agustín Sagardía y Victorino Bernal
Ocurrido ésto, la partida de La Javilla que acompañó al agresor se movilizó rumbo a Añasco, al sector conocido como La Corcovada, para acciones contra la familia de Agustín y Teresa Sagardía, viuda de Félix Zagarramurdi, con haciendas en Añasco y Lares. En la Corcovada, se quemaron esa noche varias propiedades de Flor Lugo. Parte de los milicianos campesinos de La Javilla, se quedaron en los predios campiranos.
Habría otro golpe en la noche contra Victorino Bernal Toledo (1838-1918), natural de San Miguel de Abona, pueblo canario de la Isla de Santa Cruz de Tenerife. 56 Este había sido concejal bajo la administración de Jacinto Rodón, antes del gobierno autonómico.
Don Victorino era mediano propietario, con 60 años a la fecha del ataque. Había trabajado como mayordomo principal de la Hacienda Hato Arriba, creada por Feliú Font, patriarca de Clan Font, y quien llegó a Puerto Rico proveniente de San Feliú de Guixols, Principado de Cataluña. Don Victorino poseía unas 150 cuerdas de cultivo en el barrio Guajataca, sembradas de café, arroz, frutas y viandas. En sus tierras pastaban, 52 cabezas de ganado y había una gran cantidad de cerdos y aves.
Para la familia Bernal Toledo, el sacrificio de la yunta La Maravilla constituyó la primera advertencia de peligro. Iba a proteger sus dos bueyes hermosos, color amarillo, cuando decenas de hombres armados llegaron y desobedecieron su consejo: Aunque se lo lleven to', pero dejen La Maravilla.
Antes de los incendios, tropelías de tiznaos se concentraban en desnucar los bueyes y reses, los cortaban en las patas, hiriéndolos en los tendones. Entonces, ya había que sacrificarlos. La Maravilla dio mucha carne; aunque la mayoría se perdió debido a que el gobierno hizo una investigación y era tanta la gente involucrada, beneficiada de la carne de la yunta, que «por miedo a que hallaran de la carne en sus hogares, se deshacían de ella, botándola», relataría Delfín Bernal.
La segunda ocasión que una partida campesina lo visitó, ya don Victorino había afilado su machete. Su propia hermana, doña Severiana Bernal, confirmó que se le atacaría por una delación de algún campesino que les apreciaba. Como precaución, él envió sus hijos con sus esposas a la casa de Cirilo Hernández, en el Sector Pueblo. Recogió varias pilas de arroz y de café y las puso en sacos sobre mulas y las envió a la casa de su hermana. Aseguró con trancas su almacén de provisiones y se ciñó su revólver, que no entregó a pesar de la ordenaza municipal que así lo pedía.
La partida fue organizada por campesinos del barrio Saltos. Sus principales dirigentes fueron José González Mercado, Rosendo Serrano y Eleuterio Pagán, reclutado a la brava en el barrio Robles. Don Victorino no tuvo más remedio que mirar calladamente el asalto y esperar que se dispersaran en retirada para proceder a salvar del fuego lo que pudiera quedar. La quema se realizó, principalmente, sobre corrales y el caserón del almacén. Efectivamente, desde un claro del cerro, frente a las tres edificaciones de madera de su hacienda, don Victorino Bernal y un peón de su crédito vieron el destrozo perpetrado por «más de centenar de jinetes y de gente sin montar». Muchos traían las caras pintadas, lo que no era necesario porque hacia esa hora de la madrugada había bastante oscuridad. La partida se detuvo frente a la casa. Dos jefes o subjefes del grupo discutieron:
No, no... A don Victorino no vamos a quemar.
La turba siguió de largo, al escuchar a Eleuterio Pagán, vecino de Robles, hacer una defensa del anciano.
Don Victorino se quedó en el claro del cerro en vigilia. No más de media hora después sintió otro furioso gentío, ruido de galopes y pisadas. Volvió una partida más crecida y enardecida que el grupo inicial. Se unió a la partida original una brigada que había quemado los almacenes de la hacienda y la casa de Cheo Font Feliú y lo dirigía el jefe guerrillero del barrio Hato Arriba, Joaquín Moreno. Hubo una fusión de grupos, al encontrarse entre los barrios Capá y Voladoras de Moca, con el cuadro incendiario de Pepino. Muchos de los guerrilleros activos en este pueblo se daban apoyo numérico con guerrilleros de Utuado, Añasco y Camuy. Había células de rebeldes campesinos, mejor coordinadas que las partidas locales, con líderes como Juancho Bascarán en Mayagüez, Julio Tomás Martínez, Fruto Porrata y Rufino Jiménez en Utuado.
Desavenencias como la surgida ante la opción de quemar la hacienda de Bernal Toledo, o sea, la discusión entre Serrano y Pagán, pudieran significar el fracaso de muchos otros operativos. Joaquín Moreno impuso lo que creyó el compromiso de la organización e hizo avanzar la partida. En el ataque contra Bernal, los guerrilleros se escurrieron hacia muchas direcciones. Picaron las escaleras de la casa para juntar leña que ardiera y extendiera el fuego.
Don Victorino salvó su vida ya que, al intentar disparar contra los guerrilleros que vio más cerca de sí, el revólver mascó milagrosamente las balas, sin delatar su presencia. Eran tantos que le habrían capturado y matado, al descubrir su escondite y su determinación a disparar.
Al ser buscada por las autoridades militares americanas, la cuadrilla agresora se refugió en el barrio Pozas, en la residencia de Fermín Montalvo Valentín. Este destacó por sus habilidades de guerrillero y organizador. La casa y finca de Montalvo se convirtió en el cuartel de los guerrilleros antiespañoles que no quisieron salir de Pepino, ni dejar sus propiedades y familias, a pesar de la persecución militar. Al informar de las agresiones, el gobierno militar asignaba entre dos a cuatro soldados a la protección de los propietarios. Prácticamente, disueltos los organismos municipales y en estampida las Milicias de Voluntarios de España, la población estaba indefensa ante los actos de bandolerismo.
Para la gente de Pepino, el desastre total (que fue la guerra) se materializó el 13 de agosto ya que, aún cruzando el río Guacio por el vado de Zapata (en el área hoy conocida como la Vega del Combate,/u>), la mayor parte de los 1,400 soldados españoles y puertorriqueños cruzararon, pero fueron tiroteadas y cañoneadas por los soldados del Mayor General Theodore Schwan desde las alturas de la Loma de la Maravilla, en un combate que duró dos horas, de 11:00 de la mañana a 1:00 de la tarde. En tal ocasión, Schwan capturó a los coroneles Julio Soto Villanueva y Antonio Osés Mozo, al Teniente segundo Juan Hernández Martínez y otros 52 soldados. Aún aún, el informe oficial de muertos se redujo a 3 y 9 heridos del lado puertorriqueño y no se conocen bajas estadounidenses. 57
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En gran parte, la crisis de desilusión autonómica y separatista la produjo el revuelo causado por la acusación hecha contra Luis Muñoz Rivera, líder mayor y co-fundador del autonomismo, cuando fue detenido por la Guardia Civil española. El fue apresado cuando regresaba de Barranquitas, vía Aibonito, tras visitar a su familia y se le acusó de pasarse a las filas invasoras. Esto sucedió el 3 de agosto de 1898.
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Si uno de los líderes valientes, presidente del Gabinete Autonómico y como tal, jefe de la Guardia Civil, lo hacía a sólo dos días del General John Rutter Brooke desembarcar en el pueblo Arroyo, ¿qué habría de esperar de los criollos y peninculares?
22. Avelino Méndez, Pedro el Chino y Juancho Bascarán
Según el testimonio recogido de González Cubero, «el nombre de Juancho (Bascarán) llegó a ser tan temido que los gringos preguntaban por él; pero quien lo conoció fue Avelino Méndez y Pedro, el agitador que vino con La Gitana».
Recordaría por Valente o Valentino al soldado norteamericano que hizo circular por Pepino un aviso militar, que peticionaba el arresto e informes sobre Juancho Bascarán y, seguramente, con este nombre se refería al Teniente de Caballería Valentine. 58
Bascarán, que peleaba contra los invasores, tenía guerreros ocultos a media ladera de la Loma de la Maravilla. Hombres de Valentine frustraron a Bascarán que había preguntado en Los Velez, por sus dueños y capataces y se enteraban que había arruinado y abandonado el país. En la finca en abandono que la familia tuvo en Las Marías, se había escondido la hija de la maestrita. Bascarán se detuvo allí con guerrilleros de los suyos; pero, al clarear y avanzar hacia el pueblo de Las Marías, se halló que Valentine regresaba al pueblo Se informó sobre la posición de las tropas españolas y se entrevistó con su superior Burke.
Bascarán logró escapar a todo galope, rumbo a la Loma de la Maravilla, donde si distrajo a los invasores y respaldó con su gente fuego de artillería española. Para seguir a Bascarán y tomar la Loma de la Maravilla, se ordenó la tarea al Mayor Gilbreath.
El papel de los tres coroneles (Soto, Osés Mozo y Hernández) en la defensa de Mayagüez también fue cuestionado por españoles del Consejo de Guerra de Oficiales Generales, reunido en Madrid, el 20 de septiembre de 1899, a más de los puertorriqueños. Del primero, los abogados defensores Eugenio de Eugenio, Federico G. de Salazar e Ignacio Axó, desmintieron que, en momento crucial, se alojara en la casa de Cirilo Blandín con muy pocos gábilos patrióticos. Otro cargo contra él fue cobardía y haberse vendido al enemigo por el equivalente, entonces, de $20,000.
Juzgado en España, Soto Villanueva salió libre de toda culpa debido a informes sobre su conducta que se gestionaron del propio General Schwan. El Coronel Osés también salió absuelto de cargos similares; aún así, moralmente, la imagen militar de España quedó tan sucia que, no sólo Carmelo Cruz, hacía burla de ella, sino todo el que oyó las décimas.
Comevacas, tiznaos (e incendiarios) de las propiedades de Bernal Toledo, Flor Lugo y Font Feliú, fueron buscados por la policía municipal, hasta más de un año después de sus delitos. En una ocasión, con apoyo militar norteamericano, el contingente perseguidor irrumpió en el rosario que se celebraba (en memoria de un guerrillero muerto en acción) en la casa de Fermín Montalvo; pero los campesinos armados de macizos leños de madera que Montalvo y su gente cortaron leños e hicieron garrores, en espera de visita como ésta, apalarearon a los intrusos, sacando a policías y soldados «a puros palos». 59
Esta fue la primera derrota del Cuerpo de Policía Municipal creado, tan pronto se efectuó la toma de juramento del primer Alcalde, bajo el régimen militar norteamericano, y puesto bajo la dirección del Teniente Manano Rosa y del sargento Ulpiano Méndez Martínez.
En la rememoración, escrita por Cecilio R. Font, de los ataques realizados contra las propiedades de Agustín María Q. Font-Feliú, se dice:
... En plena efervescencia de las partidas, Francisco Echeandía reunió un grupo de hombres con jachos o antorchas. Se fueron a las cuatro esquinas del pueblo y anunciaron que si las partidas quemaban los terrenos y propiedades de los Echeandía, ellos incendiarían el Pueblo (casco urbano)... Los terrenos de los Echeandía fueron respetados... La finca y terreno de Cheo Font fueron incendiadas. Cheo Font contempló desde lo alto de su casa, en la Calle Comercio, o Calle Hostos, cómo salía humo de la Hacienda Hato Arrriba, Aquel incendio sólo respetó un cuarto, que era donde se encontraba la imagen de la VIrgen de la Monserrate, venerada por generaciones por la familia Font. A esta imagen se le atribuyeron propiedades de carácter proteccionista... Francisco Echeandía (la foma vascuence ex Etexeandía) fue a parar a la cárcel de Aguadilla, junto a Cheo Font y Victorino Bernal. Esa ausencia fue aprovechada por las partidas para robarles el ganado, saquear sus propiedades e incendiar las haciendas... Cuando llegan los americanos a San Sebastián, bajo el mando del Capitán Brackford, las tropas pernoctan en los terrenos de la casa de Cheo Font. Al llegar las tropas americanas a Aguadilla, pregyntan por qué están presos Cheo Font, Francisco Echeandía y Victorino Bernal. Como no había ninguna acusación formal, fueron puestos en libertad. 60
El barrio Pozas se convirtió en la madriguera impenetrable de los guerrilleros campesinos. Allí, claro está, no todos fueron rebeldes ni todos cobardes para soportar tropelías. Un mediano propietario del área, criollo y con nexos con las familias Prat-Alicea, Vélez Arvelo y Ortíz Alers, fue Juan Francisco Arvelo. Su hacienda se convirtió en refugio de protección para familias despavoridas.
Aún gente inocente temía verse sujeta a alguna acusación injusta y que se quemara sus hogares sin aviso o por confusión. Viejos odios, agravios y deudas, surgían de la memoria social del campesinado.
Al mismo tiempo, el barrio Hato Arriba servía para convocar, orientar y anunciar, en nutridas asambleas públicas, el por qué de tales luchas y ajusticiamientos. Allí Juan Tomás Cabán, Segundo Venancio Esteves y Adolfo Babilonia, líderes autonomistas respetados, dialogaron sobre las condiciones para la conciliación, el orden del nuevo régimen y el futuro de la soberanía. Avelino Méndez, «alto, flaco, temible», se pronunció por la lucha armada. Otro líder del barrio, Joaquín Moreno, lo secundó. 61
23. Otras persecusiones
Cuando se intensificó la búsqueda de sediciosos y los españoles se aliaron a los norteamericanos para tal tarea, se alegó que Avelino derribó de sus caballos a dos milicianos españoles que lo cercaron y los enfrentó a puños. Aún se dijo que los mató. Después de este incidente, el cronista poético de las hazañas de Avelino, Carmelo Cruz, anunció los próximos ajusticiamientos:
Maldita una vez y mil
y mil millones de veces,
hijos de gente tan vil.
Muchos tuvieron que huir
como Mantilla y Ranero.
A ese par de mandarines,
que adivinen nuestros fines
y objetivos de aprehender,
capturar a Castañer
junto con Victor Martínez.
Dímele al puerco Arocena
que si de aquí no se va,
muy pronto le ocurrirá
lo que a Pedro Jaunarena.
A Mantilla y a Ranero,
ese par de serafines,
les dirás que nuestros fines
son de a Guijarro coger
y arrimarle a Castañer
junto con Víctor Martínez.
Díle a Braulio Caballero
que toda deuda se paga
y a Francisquito Laurnaga
que pronto perderá el cuero
A Juan Waré también
dirás, si te queda el heroísmo,
que se acabó el caciquismo
en la linda Borinquén.
Que se le acabó el Belén
que prepararon aquí.
Y a Mantilla también dí
que ya perdió la esperanza
de poder ver la matanza
de los hijos del país.
En la décima, se omite el primer apellido 'García' de Hipólito García Mantilla, quien tenía mayor proyección en la comunidad pepiniana y fue el verdadero amenazado de la partida sediciosa, ya que había sido Teniente de la Cuarta Compañía del Batallón de Voluntarios. La familia García Mantilla (Hipólito, Esteban, Josefina, etc.) se estableció en el sector urbano; pero, desde 1895, crearon avales económicos con el rico inmigrante vizcaíno Miguel Yparraguirre, con hacienda en el campo. Una Sucesión Hermanos Mantilla existía todavía en 1910 en el barrio Juncal.
Según versiones de la época, solía llamarse serafines a los guardias civiles, o miembros de los batallones españoles, que vestían de galas uniformadas y poseían instrucción formal como militares. El término serafines también se aplicaba a familias que pretendían noble y antiquísimo abolengo. En la escena pepiniana, las familias Arteaga López, García Mantilla y Ranero, se conocieron por tales jactancias. Treinta años antes de la rebelión de Lares y aún después, se había aludido a las hijas de Manuel Prat y Nicasia Vélez como serafines en consideración a la hermosura ellas (Leonora, Dominga y Eulalia). Edelmiro lo fue por la extinta negra Cangara y, al poco tiempo, con el mismo vocablo se aludió a Pedro, El Cubano. 62
Francisco Ranero, agricultor y esposo de Isabel Ballester González (de próspera familia de la época), salió de El Pepino tras los incidentes sufridos por doña Cleofe Ballester. Se avecindaron en Santo Domingo; pero, posteriormente, regresaron a la isla, estableciéndose en San Juan. En cierta ocasión, Hipólito G. Mantilla y el serafín Ranero protegieron y evitaron la muerte de otro súbdito español de apellido Guijarro, propietario, que fue buscado por una partida. Mantilla, también propietario, poseyó una casa en el costado de la Iglesia Católica del Pepino.
Braulio Caballero Ayala, como su hermano José María, fue miembro del Centro Español Incondicional. Nacidos en Pamplona, capital de la provincia de Navarra. Braulio se casó con la pepiniana Rita Echeandía Vélez y explotó una finca en Calabazas. Fue socio menor de Laurnaga y Co., hasta el 29 de marzo de 1898. En tales fechas, pensaron en el regreso a España e hicieron ventas de porciones de sus haciendas cafetaleras. Francisco J. Laurnaga vendía al aguadillano Julio O. Abril y Arroyo otra porción significativa por igual motivo. En su ensayo, La familia Font en el Grito, el Dr. Cecilio Rafael Font, explica que los hermanos Caballero Ayala «trataron de regresar a España, pero en Mayagïez el barco no pudo salir»(p. 10).
El hecho de que la familia Prat y Vélez se fue al extranjero y se arruinó financieramente la libró de nuevas décimas, con aviso conspiratorio. Para protegerles de ataques, fue imprescindible la voluntad de Clementina Urrutia, quien tuvo una cita con Avelino Méndez Martínez y Joaquín Moreno.
Estos varones de guerra supieron, por vía de guerrilleros, sobre las iniquidades de la cepa Vélez-Prat en el pasado. Bascarán y Flores Cachaco se interesaron en escarmentar a tal familia. Hubo, entonces, quien rememoró tiempos, tres o cuatro decenios atrás, cuando se dijo que don Manuel baleó a dos negritos enfermos de viruela. 63
En las reuniones del Casino, el Lcdo. Víctor P. González, al recordar su vida estudiantil en Barcelona y lo que supo sobre Manuel Prat, lo tomó a chacota y lo refería como el Maestre de Serrallonga. Esta referencia la construyó, con la ayuda de Luis Rodríguez Cabrero, humorista y periodista, que conoció, por sus lecturas, la historia trágica de Juan de Serrallonga (1587-1634), defensor de los derechos señoriales, con el apoyo del Conde Erill y uno de los nyerros más conocidos del norte de Cataluña y, sobre todo, la comarca de Vich.
Para Rodríguez Cabrero, los desafueros en Mirabales que se adjudicaron a Prat en los años de la caída de Espartero y, localmente, durante la administración del Alcalde Pedro A. Perea, lo hicieron una tardía y triste versión del bandolero nyerro. El catalán Prat se pronunció en favor del absolutismo político, o monarquismo ilustrado, según las referencias que Andrés M. Cabrero diera sobre él, en el Casino lo compararon con el «engendro trashumante de Serrallonga» (Luis Rodríguez Cabrero).
En Pepino, por la novedad de las noticias llegadas de España por viajeros y estudiantes al escribir a sus familias, se supo que Xic de les Barraquetes se armó en Sarriá (Barcelona), tras el pronunciamiento anti-republicano de Pavía en noviembre de 1874. Con tal nombre (por «Xic»), se conoció a Juan Martí Torres, republicano recalcitrante, uno que Rodríguez Cabrero admiraba. Entonces, en el Centro Español Incondicional y la botica de Arcelay, fue Avelino Méndez Martínez quien recibió su bautizo con el mote de Avelino Barraquetes. 64
Flores Cachaco supo sobre la barga de Manuel y la vida amorosa de Eulalia. En Camuy, ex-peones de Emilio y Casildo Vélez llevaron a razón de leyenda las noticias de las bellas mirabaleñas de los Prat, los miñones que buscaron y entregaron a Silvio Alers, los duelos del pradejón, las mancebías de Pedro, el Potro y las excéntricas invenciones del catalán de Los Velez que lo mismo fabricaba sus carrales para vino y calandrias en finas maderas que bacines para que sus hijas no bajaran al patio a defecar o ducharse.
Sabida la muerte de Eulalia y la mala vida que su esposo dió a ella, Flores Cachaco se antojó de machetear al mentado Alicea Pérez y darse una idea de la hembra bonita que Eulalia Prat-Velez fue. Iría a presentarse ante la hija que dejó, si bien ya estaba casada, según se informó. Y fue aquí que, por el capricho de Flores Cachaco de conocerla y atormentar al padrastro con una rancheada, Pedro Arocena se topó con él y sus guerrilleros.
El Chino y J. Vélez Mayo, vieron las tropas yankees de paso por el Guacio y al capitán Arocena que las conducía a la casa de la familia Elizaldi. Pasaban por Mirabales cuando la partida de Cachaco entró a la hacienda Los Velez. 65
¡Vienen los yankees!, alertó El Chino.
Los que escaparon hacia Añasco quemaron a Fermín Sagardía Torréns, 66 educado en el Liceo de Mayagüez. Este tuvo una finca en Pepino, donde murió en 1915. En la escapada de la partida, que se dispersó por distintos atajos de Mirabales para confundir a los yankees y dar tiempo a escapar a Cachaco, se aprehendió a Lino Guzmán y se hirió de bala a Vélez Mayo que cayó del caballo.
¡Ese hombre estuvo en el ataque de Jaunarena!, acusó Pedro Arocena.
¡Agárrenlo!
Guzmán auxilió a Vélez y lo hizo huír; pero el tiempo perdido en tal tarea fue a sus expensas. Arocena lo capturó. El sargento Stephen propuso que Guzmán fuera identificado por Jaunarena mismo. Arocena y sus peones retuvieron a Guzmán consigo. De regreso, a la casa de Arocena, en Mirabales, ellos fueron seguidos y amparados por las tropas de Stephen. 67 A la brigada americana, se la entretuvo con viandas, café y licor. Mientras se les festejaba, un peón de Arocena sacó del carbón encendido del anafre e improvisó una fogatilla en el batey, frente al balcón.
What's the hell you're doing?
Arocena adivinó la inquietud. Y buscó dos piedras.
¡Si os gusta quemar, acostumbráos a lo caliente!
¡Hincó a Guzmán sobre las brasas con dos pesadas piedras en las manos atadas del reo! Lo empujó, arrodillándolo sobre carbones calientes. El maestro aguantó cuanto pudo sin gritar, pero después se quejó y dejó caer las piedras. Cuando se le hizo recogerlas del medio de las brasas, sufrió las quemaduras en sus rodillas y manos.
Stephen dijo que llevaría al reo hasta la Cárcel Municipal. Arocena lo acompañaría como guía para que se conversara con Jaunarena. Antes sugirió otra nueva tortura, al estilo de las que fueron aplicadas por la España que él representó como último juez de la Corona en el pueblo y capitán de milicias. En vez subir a las ancas de su caballo al presunto guerrillero, Arocena pidió a uno de sus peones que lo amarrara al rabo de su mula. Y fue de este modo que Lino Guzmán, el masón y separatista anti-español, llegó al villorio urbano, arrastrado buen trecho del camino,lacerado de quemaduras y con la promesa de Arocena de hacerlo colgar.
Pedro J. Jaunarena Azcue convalecía de las heridas y golpes recibidos. Se pidió a él que hiciera su denuncia formal contra Lino Guzmán por ladrón, masón, salteador e incendiario, es decir, que lo identificara como otro de sus atacantes. Y, por consideraciones de caballero y el agradecimiento de doña Cleofe (Guzmán la salvó del ultraje sexual), evitándose mayor vergüenza, el navarrense no declaró cargos ni acusaciones contra él. 68
De todos modos, después de la angustia del asalto y la mutilación del brazo de Jaunarena, como si ello no hubiera sido suficiente, al saberse del arresto de Lino Guzmán y las humillaciones que Pedro Arocena hizo al maestro, otra partida sediciosa quemó parcialmente la residencia de Jaunarena, presuponiéndole delator.
Ancianito en su hacienda en Altosano, el gran amigo de Manuel Prat y Emilio Vélez del Río, Bernardino López de Victoria, comandante de cuartel bajo la Alcaldía de Pedro A. Perea y antecesor en la Alcaldía Ordinaria, fue obligado a huir de su casa que ardió en llamas. De él, se castigó la aplicación de los viejos Reglamentos de Jornaleros y su amistad con los esclavistas Alicea Güemes de Furnias y los Vélez-Prat de Mirabales y Cidral. 69
Se incendió y atacó la casa de Ramón López de Linares, en el barrio Magos. Este y su anciano padre, Pedro López Valdivieso, resistió a tiros. Esta cepa de López, naturales de Galicia, llegó a Pepino en 1886. Ellos no imaginaron que la muerte del rey Alfonso XII, el 25 de noviembre de 1885, traería otros cruentos alzamientos en España. No imaginaron que sería aquí, la tierra pepiniana a la que arribaron, donde verían señales de guerra y advendrían como víctimas.
«El que huye de la guerra, más pronto la encuentra», decía Blanco Ortíz.
Casi un año de incidentes violentos, como los ocurridos en San Sebastián, se produjeron a partir de agosto en las cercanías. Una de las víctimas fue José Bonifacio Delgado González (n. 1861), hijo de canarios, procedentes de Venezuela, y esposo de D. Antonia Delgado y Perdomo.
Hombre emprendedor, don José B. Delgado tenía terrenos en los barrios Buenos Aires y Cibao de Camuy, donde producía Ron Moscaba. Comprendía la indigencia y la escasez de alimentos que aún azotaba los barrios. Cuando se le invitó a pernoctar en Piletas y se le advirtió que «las cosas no están buenas en Cibao», el buen hombre dijo: «Yo tengo arma y además lo que quieran yo se lo doy; esos hombres sólo tienen hambre y en mi casa hay comida suficiente»; regresó a su casa. Pese a esa comprensión y gentileza, José Bonifacio fue atacado en su hogar, impíamente asaltado por peones que él conocía, herido de un machetazo por alguno de ellos, amarrado y empujado por unas escaleras, sufriendo violentas contusiones. Robaron dinero y armas de su casa. Falleció «por la mucha sangre perdida» y «no se pudo probar que uno de los arrestados fuera culpable del asesinato o que había participado en los hechos».
Esta memoria de 1898, escrita por Miguel Hernández Torres, es ilustrativa sobre los elementos de ocultación que se asocian a esta etapa de crímenes y frustración que permean la memoria histórica de las partidas.
... Mi primo Rafael (Delgado Simonet) y yo presentimos que, aunque muchas veces contada, los ancianos de la familia no han dicho todo lo que saben sobre esta historia... Hasta hoy no se saben más detalles del incidente pues todos los acontecimientos de esa triste noche se conocen sólo por la historia oral. A la fecha de hoy no se ha encontrado récord oficial del caso ni el acta de defunción. La muerte de Don Pepe no está registrada en el Libro de Defunciones de la Parroquia de Lares ni en el Registro Demográfico. Hemos buscado confirmación oficial de su muerte en otros pueblos, en libros de historia y en el Archivo Histórico de Puerto Rico sin éxito. Tampoco hemos podido confirmar dónde están sus restos. 70
Documentar este asesinato que, al parecer, no tuvo otro motivo que el hecho de que Delgado fue como su padre (don Buenaventura Delgado León), miembro de una compañía militar y, en 1892, ciudadano que había ascendido al rango de Segundo Teniente del Batallón Núm. 14 del Cuerpo de Voluntarios de Puerto Rico, es sintomático del mismo problema que confrontara cuando se investigan los incidentes de las Partidas Sediciosas en Pepino. De cierto que pregunté por documentos, expedientes policiales, actas de diverso tipo y, aún los nombres y paraderos de agresores e involucrados.
Luis Rechani Agrait especuló que fueron unionistas, digitados por caciques en 1898, los que fueron responsables de los asesinatos:
... Quebradillas, San Sebastián y Camuy, son pueblos unionistas y, en los límites de los tres, hay un lugar nombrado El Cibao... Allí tenía una hacienda don José Delgado, puertorriqueño, anciano y falto de un brazo... Cierta noche se le presentaron las turbas unionistas, puesto que allí no hay republicanos, le dispararon un tiro de escopeta en el estómago y le asestaron heridas de machete hasta dejarlo muerto... Después pasaron al molino, donde dormía un español que le servía de mayordomo, le dieron un machetazo en el cuello que le separó la cabeza del tronco... Por aquellos sitios no hay republicanos; por allí, solo hay unionistas...
En un campo inmediato vivía con su familia el español Pedro Jaunarena. Otra noche se presentaron en su tienda varios individuos que lo solicitaban y, al acudir Jaunarena al llamamiento, del primer saludo de machete le llevaron la mano derecha y, del segundo, le hundieron el cráneo, salvándole la vida su esposa, que se lanzó como una leona sobre los facinerosos (L. Rechani Agrait, loc. cit.).
Don Héctor Detrés Olivieri, quien fuera en los años '70 el encargado de asuntos culturales del municipio de San Sebastián, se reía de mi insistencia en inquirir sobre la existencia de documentos que las mismas partidas destruyeron, enviados por sus jefes.
Detrés hizo sobre mi persona el comentario («eres el último inquisidor») y comprendí, algo más tarde, su referencia literaria al inquisidor que los Reyes Católicos enviaron a Fuente Obejuna, la villa cordobesa de Peñarroya (Pueblo Nuevo) que Lope de Vega incorporó a la literatura unversal al escribir su comedia dramática en verso Fuente Obejuna (1618). En realidad, transcurrieron varios años para que yo comprendiera, con malicia, a qué se referió don Héctor al nombrarme casi bromísticamente como el último inquisidor y estar al pendiente sobre este trabajo, cuya importancia entendía, pero que, por mi juventud entonces, él mismo dudara sobre mi habilidad para involucrarme con el tema. Supe, por cartas suyas, que grabar a mis entrevistados le pareció útil; pero que se sentía incómodo de que yo pretendiera hacerlo con él; yo le pregunté muy frontalmente por qué tenía miedo el asunto de las Partidas Sediciosas, si ya «es historia, es pasado» de algún modo.
La última carta que dirigí a él fue para informarle que, si publicaba algo sobre Pepino, ya no sería ya sobre la invasión de 1898 y las Partidas Sediciosas únicamente, sino sobre la historia del pueblo durante la década del Partido Liberal antes de Luis Muñoz Marín. La publicación (¡no sé por qué la urgencia de aquellos días en Pepino!) sobre las partidas tomaría mucho más tiempo.
Entonces, en respuesta, el 16 de septiembre de 1978, un año antes de morir, Detrés Olivieri me aludió otra vez como inquisidor, lo planteó en el contexto del libro de Lope de Vega y de las Partidas Sediciosas y me dijo que, setenta años o más después de un gran dolor nadie se acuerda de los achaques. Todavía lo que quiso decir me inquieta. Si se leyera tal apreciación a la luz de Fuente Ovejuna, el código se vuelve significativo. ¿Sabría más de lo que me dijo sobre el tema? Si fue así se lo llevó a la tumba. Escribir sobre las familias, históricamente poderosas del Pepino, es un desafío extraordinario.
No obstante, don Héctor Detrés, quien siempre quiso ser colaborativo con mi investigación (e insistía en que sólo Echeandía Font y Andrés Jaunarena se explayarían sobre las historias de 1898), proveyó dos coyunturas para mi reflexión. Una, la presuposición de que el tema estaba agotado. Los documentos por los que yo preguntara no existen; fueron intencionalmente destruídos. Andrés Méndez Liciaga selló con el Boceto histórico cierto pacto con Narciso Rabell Cabrero y otros, con el fin de que crear borrón y cuenta nueva en torno a todo el asunto de los tiznaos.
El Fuego de Castañer de 1899 y otro, acaecido en 1906, que fue adjudicado a las manos negras contra el Cuartel de Policía, se creyó una acción intencionada para borrar vestigios de todo archivo público. Mas ciertamente tal fue una interpretación especulativa e improbable.
El inquisor que pregunta, como función investigadora del crimen contra el Comendador de Calatrava (que localmente, seguramente, para Detrés Olivieri y otros, fue el símbolo de la España ultrajadora y raptora de libertades), halló un pueblo y dirigentes en silencio y complicidad. Este es el símbolo del Pepino que dijo, ante mi pregunta y ante preguntas previas de las autoridades que investigaron sobre las turbas sediciosas de 1898:
¿Quién mató al Comendador?
¡Fuente Ovejuna, señor!
En conclusión, en esta comparación, defino una hipótesis. Más allá de la idea popular de que las autoridades estadounidenses solaparon los crímenes de las Partidas Sediciosas, es posible entrever que el Pueblo de Pepino, como otros, ejecutaron una respuesta similar a la villa de Fuente Ovejuna para proteger la acción de sus turbas enfurecidas. Por los testimonios que ya fueron posibles, especialmente entre los familiares de las víctimas, se ofrece una visión más amplia que la susodicha complicidad del invasor. En un pueblo donde decenas de crímenes fueron cometidos, los causantes inmediatos tendrían alguna presencia, a pesar de que ésta fuese protegida por la complicidad social. En una sociedad democrática, no basta que, como en Fuente Ovejuna, el rey perdone a todos al conocer la causa de la rebelión. Decir que los crímenes o los castigos a los atropellos de los señores (los señores de la España decimonónica) quedaron impunes por decreto de Rey requirió cierto consenso de complicidad y el proceso de su justificación.
¿Quién mató al Comendador?
¡Todo el Pepino, señor!
La sección octava de esta monografía explica la dificultad de investigar la rabia contenida de este pueblo (es decir, estos relatores de un momento doloroso de la vida pepiniana les retrotrajo a una memoria histórica dura de tragar), ante mis doce preguntas básicas. Juzgar estos hechos es asunto que se enmarca en dilemas de consciencia y violencia. Y la responsabilidad memorante de contarlo se equivale, en cierto modo, a la misma que sufre un paciente cuando es sujeto a arousal therapy.
Para Andrés Jaunarena no fue fácil rememorar que su padre, Pedro José, fue víctima y que la agresión, ciertamente impune, lo dejó soco, o sin uno de sus brazos; yo entendía que había emociones circulando en su psiquis según daba el relato. Lo mismo sucedió con Delfín Bernal. Para los deudos y parientes de las víctimas, la investigación del operativo y consenso de complicidad fue crucial; por eso sus memorias son más coloridas, emocionales y detalladas. Fueron gente dolida y sorprendida de que el liderato alcaldicio y político de su pueblo tramara como reacción la respuesta de Fuente Obejuna. Callar para que haya un perdón a la larga; para no hacer sangrar más las heridas.
La complicidad (no persecución) fue el alivio general del que se beneficiaron los sediciosos. Sin sanción ni castigo, ¿dolerían menos los actos y responsabilidades en las conciencias de los forajidos? Una colectividad suele echar loas, endechar estéticamente, a mártires y héroes. Con las partidas anárquicas esto no fue posible. Un silencio se impuso, se propuso y se cultivó hasta que llegó un inquisidor como en el drama de---
En la literatura pepiniana, hay cierto vacío literario y documental sobre ese periodo de choque emocional y violencia que Narciso Rabell refirió con la metáfora de los dos Pepinos, estructuralmente básicos: uno de señores y otro de plebeyos, pero no en el sentido más despectivo del término. No de gleba, sino de descontentos.
Los héroes del Grito de Lares han sido más visibles y memorables que los alzados del '98, no necesariamente porque las acciones de estos últimos fueron menos razonables o comprensibles y su causa arrastrara menos voluntades participativas. En su momento, Lares fue escándalo---
El hecho fue que el precio a pagar, tras la sedición campesina, fue condicionado en la vergüenza y en la reprobación pública. Contrario a la revuelta de Lares (que trajo por secuela una intensificación del proceso abolicionista y el reconocimiento de nuevos héroes en el imaginario popular), las partidas no lograron nada, sino el odio de los señores, promesas de unionitas que jamás se cumplían, trabajos más rudos en la economía cañera y, como observara Manuel Méndez Ballester, tiempos muertos para el jornalero de la caña y subempleo en miseria.
Cuando me pregunto cuántas personas en Pepino, Hatillo, Lares, Camuy o el Valle del Toa, pudieron participar en una partida campesina, armada, dispuesta a cometer uno o más atropellos, o jugárselas a pesar de las esporádicas escaramuzas entre invasores y batallones con bandera de España, toques de queda y la prohibición a la portación de armas, y al contrastar el número de participantes (que los familiares de las víctimas han alegado alegan), pienso en varias posibilidades: los comevacas y tiznaos fueron un tropel numéricamente significativo y debió ser tomado en cuenta. No en balde Rabell Cabrero clasificó a este Pepino rebelde, como el pueblo que se contrapondría al sector conservador y aún un tercer sector de pueblo y campo y gente urbana menos apremiado por el hambre. Como parte del proceso justificativo a su comportamiento, ¿quién proveyó un marco moral para su contención?
Continuación
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Comentarios a CARLOS LOPEZ DZUR
California, 1 de Abril de 1999
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