¿Visitar Al Dentista?
_______________________________Rosa Carmen Angeles.
Al igual que mucha gente, yo soy de las que también sospechan que existen médicos que poseen un espíritu sádico, entre ellos particularmente los dentistas. Según mis propios cálculos, un 80 por ciento de la población de este país necesita con urgencia ver a un sacamuelas, pero prefiere, en vez de hacer eso, llena de prejuicios y dogmas, ir a ver a una bruja para que le ponga en la boca alguna yerba analgésica.
Dientes que no llegaban a pudrirse y que se pudieron haber salvado, por la negligencia de un odontólogo quedaron en la ruina o se fueron a la basura; amalgamas que se cayeron a los dos días de ser aplicadas; prótesis dentales que de tan apretadas quedaron guardadas en un cajón del buró, poniendo en evidencia a aquellos que tuvieron la ligereza de nombrar cirujano odontólogo a un tipo "X". Una vez que se necesita ir al dentista, el mundo no vuelve jamás a ser ya el mismo. Sin embargo, éste dura varios años estudiando dientes y clasificando muelas para nada. Es muy difícil encontrarse un buen dentista.
Aunque hay odontólogos muy afables y sinceros --y estoy segura que hasta buenos--, éstos resultan ser como una especie en extinción. En tanto que los que abundan, se han ganado a pulso la antipatía de sus pacientes.
Castigando injustamente a gente que no debería de sufrir castigo alguno, un dentista millonario debe su éxito económico al dolor de sus pacientes. Hay quien sufre tanto por su boca y gasta tanto en dentistas que hubiese preferido nacer sin dientes.
La pésima impresión que tengo de los dentistas data de mi infancia (todos los traumas de este mundo siempre se gestan en la infancia), un día en que mi mamá me llevó al consultorio dental. Entonces era yo una niña pequeña de 5 años, alegre, espontánea y bastante inocente como para comprender lo que era un odontólogo. Aquella fue mi primera desgracia. "Vamos al odontólogo", me dijo, y yo, niña ignorante, me dejé guiar; pero si me hubiese dicho "vamos al dentista", con la mala fama que ya desde entonces tenían entre los niños los dentistas estoy segura de que no hubiera ido. Como había en m¡ el vago presentimiento de algo fatal, apenas y tuve tiempo de comerme una chuleta. Ingenua, me dejé conducir de la mano de mi madre, quien en un impulso impertinente, llegado el momento, le dio instrucciones al dentista: "¡Sáquele las muelas picadas, al fin que son de leche!". Poseedor de una barba mefistofélica y un monóculo, el hombre de bata blanca, auxiliado de varios fierros, comenzó a inspeccionar mi boca; fue entonces cuando me empecé a sentir parte de una amarga comedia y sospeché advertir en el odontólogo un aire completamente demoniaco. Al verme asustada, el médico trató de ser gentil y se soltó lanzando sonrisas (en ese sentido, me alegra atestiguar que los dentistas, con los niños, están llenos de bastante buen carácter), y así, entre sonrisa y sonrisa el dentista sacó una muela, y luego me sacó otra, y después otra..., hasta que en un desplante de simpatía, me las arrancó todas. La realidad siempre supera a la ficción. Al finalizar la sesión, cuando yo todavía por culpa de la anestesia me encontraba atarantada y el analfabeto dentista había arrancado todas mis muelas, tal vez procurando que también se me picasen los dientes me regaló dulces, pero ya para entonces yo odiaba al odontólogo. Y durante mucho tiempo, además de pasármela con horribles dolores y a base de puros líquidos, ni en mi madre pude ya confiar.
"Desde que llevaste a esta niña al dentista se volvió mala", le reclamaba mi abuela a mi madre culpándola de mi conducta. Pero la verdad es que con el tiempo, tal vez tratando de recuperar las muelas que el dentista me había quitado, comencé a sacarle los dientes a mi hermana. Cuando veía que los dientes de leche los tenía ya flojos, la convencía de que para que le saliesen bonitos tenía que dejar que se los arrancara. Entonces se los removía hasta que quedaban bien flojos, después empezaba a retorcerlos haciéndolos dar muchas vueltas, y ya que estaban en un hilito les daba un buen tirón (mi hermana siempre lanzaba un grito desmayado). Así fue como también yo me convertí en dentista.
Visitar al dentista es una de las cosas más execrables del mundo; ni siquiera tienen la delicadeza de dotar su consultorio de revistas interesantes que hagan menos tediosa la espera. Ya desde que se llega al consultorio dental una se está queriendo escapar de ahí.
Hay quien cuenta que antes de que existiese la carrera universitaria de dentista, los que llevaban a cabo la tarea de sacar las muelas eran los peluqueros; por eso el sillón alto, la bata blanca y el anuncio blanco, azul y rojo que eran el anuncio de que allí se sacaban muelas: el blanco simboliza el diente, el azul la vena, y el rojo la sangre derramada por nuestros héroes. La gente cuenta, también, que la anestesia la aplicaban los peluqueros a garrotazos, pero que a veces éste era de tal magnitud que el cliente ya no despertaba para contarlo.
Por ahí se dice que las últimas investigaciones científicas han dado como resultado la aparición de una vacuna contra la caries; pero el terror a que se caiga todo el aparato económico que mantiene ricos a los dentistas no ha permitido que esta vacuna salga a la luz.
Poco considerados a la hora de atender y poco escrupulosos en los cobros, algunos dentistas, como si fuesen chantajistas, prometen no quitarte el dolor si antes no desembolsas varios kilos de dinero.
Una limpieza adecuada o, tal vez, vivir una vida salvaje lejos de la civilización pueden ayudar a la prevención de la caries.
Como poseer una prótesis dental a veces resulta demasiado caro, en este país existe quien tiene que llevar a empeñar su estufa con tal de poder mandarse hacer un diente postizo que mucha falta le está haciendo, o disimular el hoyo que le ha quedado en la boca cubriéndolo con chicle. Pero, también hay quien la prótesis dental la usa únicamente el día en que se la coloca el médico, y después la anda bailando a lo largo de todo su aparato bucal cuando habla, o de tan incómoda a cada rato se la quita para finalmente perderla en el rincón de una cantina.
"Una vez que se necesita ir al dentista, el mundo no vuelve jamás a ser ya el mismo..."