...me pidió 
de favor 
que le cuidara 
a su tarántula



Una Mascota No Deseada

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

Una noche un amigo mío esbelto, fornido, poseedor de unos brazotes y una hermosa cabellera, me fue a visitar a mi casa para avisarme que se iba a ir de viaje, y me pidió de favor que le cuidara a su tarántula. Y aunque ese tipo de alimañas a mí siempre me han asustado mucho, en aquella ocasión mi amigo se veía tan predestinado por la naturaleza a realizar algo importante y le brillaban tan bonito los dientes, que de manera espontánea, así, sin pensarlo mucho, le dije que sí, que no había problema.

No fue sino hasta que me quedé sola en mi casa cuando me di cuenta de que podía ser mala suerte meter un bicho de esos en mi casa. Entonces, arrepentida, pensé en buscar a mi amigo antes de que se fuera y regresarle a su mascota, pero para entonces ya era demasiado tarde.

Aquella tarántula que conservo en la memoria con sus colores vivísimos, la guardé en una pecera; allí fue donde la metí y, para asegurarla, le puse arriba un plato a fin de que no se saliera. Pero resulta que esa noche la tarántula, como por arte de magia, desapareció, porque al día siguiente yo estaba como loca tirada en el suelo y adoptando incomodísimas posturas tratando de encontrarla; pero se me hacía tarde para irme a dar clases y, así, suspendí esa vez la faena y tuve que repetir la operación tres días seguidos. Como buena mexicana, yo nunca le he tenido miedo a la muerte; aunque de repente me asusta pasar por las vías del tren, nadar en un río durante el verano, sufrir un ataque de apendicitis cuando estoy impartiendo materia, o un paro cardiaco mientras duermo. Y, en esos momentos, otra de las cosas que agitaban a mi mente era la canija tarántula.

Me la pasaba rece y rece por la noche después de acostarme, pidiéndole a cinco divinidades diferentes que aquella tarántula no se acercara hasta mi cama. La imaginaba amenazadora, furiosa, con la mirada burlona, mostrándome sus patas peludas muy parecidas a las de un galán que hace tiempo tuve, así como sus tenazas incandescentes, como garras amenazadoras, pellizcándome, lanzando gritos y dejando que se escuchara su escalofriante risa.

Al tercer día le comenté a mi vecina Lucero lo que me estaba pasando, pero ella al principio se enojó "Ya sé que coleccionas antiguallas, cuchillos de obsidiana, puntas de flecha, ídolos deformes y espantosos; pero no te das cuenta de que esa tarántula se puede escapar de tu casa y venirse a vivir a la mía. Piensa; tú eres mujer sola, pero yo tengo niños." Ese día Lucero, además, me tachó de insincera, falaz y mala amiga para finalmente marcharse muy enojada hasta llegar por fin a su casa, azotando la puerta en mis narices. Pero al día siguiente me la encontré y pude notar que tenía los ojos muy abiertos y rojos rojos por no dormir. Aunque al principio sólo me emitió un gruñido como saludo, en realidad ya casi se le había pasado el coraje., por lo que me sugirió que llenásemos nuestras respectivas casas de insecticida.

Y para la tarántula esa sugerencia resultó algo así como su pasaporte a la eternidad, porque al llegar de la escuela me metí al cuarto a buscarla; la encontré debajo del tocador: estaba muerta; como una borracha muerta., pues estaba como alcoholizada, sin alamsus miopes ojillos se habían cerrado para siempretenía el pecho hundido y se le había formado como una bolsa en la barriga, y en ese momento, en el que ya todo estaba resuelto y liquidado, pensé en que así, difunto como estaba aquel bichito, era muy elegante y hermoso: una joya de subidísimos quilates, digna de encerrarse en un elegante estuche. Pero después de repetidos ruegos, amenzas y razones convincentes de Lucero, me dí cuenta de que era mejor tirarlo, enterrarlo en la basura, decirle un adisó eterno. Desde entonces decidí prohibirles la entrada a mi casa a animales de dudosa reputación. Pero cuando mi amigo regrese, me encontraré con un problema grave; rápidamente empiezo a urdir una buena explicación, porque supongo que no le bastará lo que realmente piense yo. Si alguien quiere ayudar para evitar que mi amigo me mate de la misma manera en que yo maté a la tarántula, por favor escriba a esta servidora. Urge, atentamente.

Rosa Carmen Ángeles

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