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Encontrar Un Buen Médico

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Hay muchos hombres y mujeres que estudian medicina para compasivamente salvar al prójimo de sus dolencias, pero sospecho que hay otros que sólo lo hacen porque les gusta la sangre y la violencia, o quizás porque la carrera de médico es una de las que más lana deja: la práctica de la medicina se ha convertido en una forma bastante eficaz de hacerse rico.

A mí me ha tocado escuchar a gente que dice que aunque ya está en las últimas no acude al médico. Y es que los doctores suelen ser muy careros y además generalmente para curar a sus pacientes les da por diagnosticar operaciones que cuestan puños de billetes, de modo que los enfermos, para cubrir su costo, tendrían que hipotecar por lo menos su casa.

"...la medicina se ha convertido en una forma bastante eficaz de hacerse rico"

Existen seres humanos que aunque padecen montones de enfermedades se jactan de no haber ido jamás a ver un médico. "Prefiero largarme al cielo antes que tener que vérmelas con un desalmado que para hacerse rico quiera sacarme el hígado", decía mi tío Pedro con voz muy fatigada, antes de que Dios se lo llevara a la gloria.

A pesar de que la medicina está muy avanzada, hoy se sigue muriendo la gente debido a la actitud negligente que despliegan ciertos galenos. El día en que mi tío Pedro murió fue un 16 septiembre: estaba haciendo un brindis por los héroes que nos dieron patria cuando le sobrevino un ataque de apendicitis. Muy alarmada, mi tía Angela, su esposa, cuando se percató de que su marido se revolcaba del dolor, agarró su abrigo (por supuesto, a mi tío también) y se lo llevó al ISSSTE. Pero en aquella ocasión los médicos, tan exageradamente patriotas, no quisieron atenderlo (al menos los especialistas) por ser día de fiesta nacional. Para mí que ellos también celebraban una fiesta privada.

La mayoría de la gente que ha sufrido alguna crudelísima ex-periencia con algún médico es fácilmente reconocible, ya sea porque le falla alguno de sus miembros o porque anda por la vida con cara de circunstancias. Pero, queramos o no queramos, más tarde o más temprano todos tenemos necesidad de caer en las manos de uno. Por ejemplo, no sé por qué mi madre insiste en decir que el doctor que le sirvió de partero y me trajo a este mundo se apellidaba Frankenstein. Por mi lado, aunque ahora consulto al doctor Proceso --quien es casi un santo y cuyos cuidados me hacen sentir muy bien-- antes consultaba a uno que se llamaba Jorge Pomposo, quien me hacía sufrir horrores.

Muchos médicos son unos verdaderos sádicos, por esta razón es tan importante hacer una buena selección. Los hay que a la hora de hacer la auscultación dejan al paciente casi encuerado y en posición tan incómoda que éste parece un gimnasta colgado de un trapecio. A veces, sin la menor consideración, cuando el paciente todavía se encuentra en la camilla, el galeno se va a contestar una llamada telefónica o a saludar a la enfermera del consultorio de al lado, la que tranquilamente se está sirviendo un café. "Nací¡ de padres respetables y honrados, y mire nomás aquí¡ cómo me están tratando", me comentaba con rostro muy atormentado una pobre señora cuyo ginecólogo la había abandonado en el consultorio en el momento en que todavía la mujer se encontraba en una postura como de acróbata.

"...y mire nomás aquí¡ cómo me están tratando"

Sobre la actitud de los médicos, seguido se cuentan cosas sorprendentes. Por ejemplo, hay doctores que poniendo cara terrible y antes de llegar a saber cabalmente lo que al enfermo aqueja, le dicen: "Saque la lengua como un perro", para examinarla; y posteriormente comienzan a formular diagnósticos aventurados, como el de que el paciente tiene cáncer, SIDA u otras calamidades, igualmente espantosas; logrando as¡ que el enfermo --quien pensaba que sólo tenía diarrea por tanto comer zapotes-- empiece a temblar de pies a cabeza, se vuelva diabético a causa del sustote que le metieron en el consultorio, y se quede muchos días sin sueño y con ganas locas de soltar las lágrimas.

Existen también los médicos que son el reverso de los anteriores: no dicen absolutamente nada, ni media palabra. Y si uno pregunta "Doctor, ¿qué me pasa?" Éste responde muy quedo y pausado, casi entre dientes: "Lo que usted tiene es un gigi, gargangí". Y como un gigi gargangí quién sabe qué cosa sea, el resultado es el mismo que si no nos hubiese dicho nada, para sumir as¡ en el misterio y en el silencio al bastante asustado paciente.

Tratando de ganar unos miles de nuevos pesos más, antes que curar por las vías más sencillas un médico rapaz puede, movido por su ambición y sus pocos escrúpulos, mandar al sanatorio el delicado cuerpo de un niño pequeño para sacarle las tripas e involucrar al infante en una operación muy complicada, según él "como medida inmediata para tratar de aliviar un problema de píloro". Este médico puede impunemente lacerar, coser o descoser al niño. Y si acaso el chamaco se muere, a pesar de ser ateo el médico llega a alegar que sucedió "porque Dios así lo quiso".

Circula por ahí aquel chiste de un médico que atendía a un paciente que no podía sanar de una llaga que permanecía abierta. Pero sucedió que el médico, por salir de vacaciones una temporada, le encargó sus pacientes a un colega suyo. A su regreso, cuando examinó el expediente del paciente de la llaga, descubrió que éste ya había sanado. Le inquirió entonces al colega sobre lo que había hecho para curarlo. Este le contestó: "Pues le quité unas pelusillas de algodón que tenía adheridas a la llaga". "¡Qué barbaridad!" Comentó el tramposillo, "si yo ya lo sabía; se me olvidó decirte que no se las quitaras. Yo se las renovaba todo el tiempo. Ese paciente pagaba bien y la llaga era inofensiva."

Para encontrar un buen médico tal vez se inicie una interminable búsqueda; por eso, algo muy aconsejable es dejarse guiar por las referencias de las amistades. Si le escuchamos a una amiga decir que su médico la sacó de un mal trance, tal vez ése sea el que convenga. Porque, a pesar de todo, afortunadamente todavía quedan en el mundo médicos profesionales y humanos, que no sólo viven para si mismos, sino para los otros, que son agradables y muy pero muy simpáticos.

"afortunadamente todavía quedan en el mundo médicos profesionales y humanos"

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