Un Dificil No



Un Dificil No

_______________________________Rosa Carmen Ángeles.

"La estoy anotando con 150 pesos como cooperación para la comida del cumpleaños del director”, me avisó un día el arbitrario subdirector de un colegio del que fui profesora. Y aunque era evidente que el barbero viejo hacía todo aquello para quedar bien sólo él, los que integrábamos el personal docente trinábamos porque nuestras quincenas quedarían reducidas a ridículas cantidades; sin embargo, el subdirector lo había pedido en un tono tan chantajista que no dio pie a negativa alguna.

Sólo una de mis compañeras se libró de aquel engorroso requerimiento cuando contestó de la manera más cortés: “¡Una fiesta para el director! ¡Qué amables en invitarme! Pero desgraciadamente tengo otros compromisos sociales y económicos”. Y fue así como, desde entonces, yo sigo su ejemplo.

“En una ocasión en que me encontraba muy arreglada para asistir a una fiesta, la anfitriona de ésta me telefoneó para que pasara a la gasolinera a comprar una bolsa de hielo. Pero como me negué de una manera abrupta, la mujer se molestó muchísimo y cuando llegué ya no me quiso abrir la puerta”, se quejaba mi amiga Marina. Desgraciadamente, así son las cosas; aunque nos asista el derecho de dar una respuesta negativa, para no echarnos enemigos o ser descorteses preferimos andar cumpliendo tareas que nos resultan molestas. Y es que una acción contraria produce resultados funestos.

Por ejemplo, tuve un jefe el cual siempre necesitaba que alguien le hiciera labores extras: “Se lo pido a usted porque es buenísima desempeñando este trabajo; de no ser así, se lo pediría a otra persona”, me decía. Pero en cuanto le insinuaba la urgencia de un aumento de sueldo para mí, se hacía el loco y argumentaba: “Caray, lamento que tenga ese problema”.

Por eso, en una ocasión en que comenzó diciendo: “Se lo pido a usted porque es buenísima desempeñando... etcétera”, le respondí: “Usted es un jefe muy justo y sé que me encarga esta misión porque confía en mí, pero de veras, tengo demasiadas tareas pendientes”. Eso fue suficiente: se puso furioso y al poco tiempo dejé de trabajar en la empresa.

De igual manera una extranjera encajosa, quien vive es este país, y a la que muchos compañeros de trabajo miramos con cierta lástima, saca partido valiéndose de la amistad y de ese miedo que todos tenemos a decir “no” para no herir susceptibilidades. Por ejemplo, si no tiene ganas de trabajas, le pide a alguien que imparta su clase por ella y si ese alguien se rehusa, entonces pone cara como de que la están estafando e invoca a la amistad que aquella persona le debe. Y como además le da por vender artesanías traídas de su país, siempre se encaja colocándolas a precio de oro entre “sus amigos”. Afortunadamente, yo ya no le hablo.

Otra que también resultaba buenísima para salir de apuros en circunstancias parecidas era mi hermana: me acuerdo que cuando mi madre pedía que ayudáramos con los quehaceres de la casa, yo inmediatamente arrugaba la nariz, respondía que no y armaba escándalo; pero como represalia de todo esto, me pegaban; sin embargo, mi hermana sólo necesitaba decir: “Está bien, enseguida lo hago; nada más espérame 15 minutos”. Se iba a la calle a jugar, pasaba casi como una hora y ya cuando regresaba envuelta en sudor, a nuestra mamá se le había olvidado lo que le había encargado y mi hermana se iba a acostar a la cama o a mirar la tele.

Rosa Carmen Ángeles

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