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LUCRECIA

_______________________________Rosa Carmen Angeles.

Me ha llamado siempre la atención, como caso curioso, esa extraña decisión y libre albedrío que tienen algunas personas para cambiar de religión como cambiar de calcetines; tal era el caso de doña Lucrecia, una señora a la cual no se exactamente cómo la conoció mi madre, pero que se encargó durante muchos años de bordarle los escudos a los uniformes con los que asistí¡ a la escuela; doña Lucrecia jugó, aún sin proponérselo, un gran papel en mi infancia y en mi adolescencia. Ella empezó siendo católica: su madre la había dedicado a san Ludgerio (edificador de muchas iglesias y hombre que convirtió al catolicismo a muchos paganos), aunque nunca supe a ciencia cierta por qué‚ la bautizó como Lucrecia. Alguna vez, en su juventud, le perturbó el misterio sobre la divinidad de Cristo, y al igual que la emperatriz Elena, anduvo en busca de la cruz verdadera: de esta manera conoció Italia; pero a medida que iba aumentando en años, doña Lucrecia adoptaba una actitud crítica ante la teología y le daba por cambiar de creencia: después de católica fue Adventista del Séptimo Día porque no quería trabajar los sábados; una secta de pacifista griegos la invitó a pertenecer a su comunidad religiosa y así doña Lucrecia aprendió a rezar en griego y en varias otras lenguas. Cuando doña Lucrecia no buscaba las nuevas religiones, las nuevas religiones la buscaban a ella: tocaban a su puerta, le hablaban de una verdad indiscutible y la volvían a convertir.

Si muchas ocasiones se cambiaba de religión por gusto, cuando a doña Lucrecia le avisaron que a su primer marido lo habían encontrado muerto, aplastado por una barda que se le vino encima, además de los gritos que pegó tomó la decisión de formar parte de un centro espiritualista donde aprendió a comunicarse con fantasmas. Con el tiempo consiguió ella misma convertirse en una médium. Doña Lucrecia, a la hora de las sesiones espiritistas, tenía un estilo propio: ponía las manos como de quien va a tocar el arpa, le venían unas como convulsiones que la mantenían así por un espacio de 5 minutos, y al final lanzaba una especie de grito de terror. Se veía impresionante, aunque ella como médium nunca pretendió ser una esteta. En el extenso catálogo de fantasmas que doña Lucrecia albergaba en su cuerpo, en varias sesiones espiritistas se encontraban Pedro Infante, Napoleón, Jorge Negrete, Hernán Cortés, y también un negro malvado que había muerto en el naufragio de un barco; al finalizar la entrada de una retahíla de muertos, hablaba Dios. Todos ellos eran asiduos visitantes de doña Lucrecia. A la hora de comenzar su cátedra, los difuntos que se apoderaban del cuerpo de la señora se expresaban en forma bíblica, aunque muchos de ellos confundan los tiempos de Noé con los de los aztecas.

Doña Lucrecia era güera colorada y usaba un tinte para el pelo color azafrán, tenía cara de ardilla llena de humorismo, y el cabello se lo arreglaba de tal manera que a mí me recordaba al turbante de Kalimán. En el lapso en el que se convirtió en médium conoció al que iba a ser su segundo esposo, que era panadero. Entraron en contacto en una terminal de camiones foráneos: ella iba de paseo a Huichapan y él venía de Pachuca. Él la vio, ella lo vio; ambos se vieron y él el dijo: "Me la voy a robar, me la voy a robar"; ella no le creyó, y que se la roba. Yo me enteraba de todo esto gracias a las pláticas de gente grande" que hacían mi mamá y algunas señoras que también eran clientes de doña Lucrecia. Entonces las conchas para el desayuno las hacia don Carmelo, que así se llamaba el panadero. Carmelo se convirtió en asiduo asistente espiritista, circunstancia que doña Lucre aprovechó para que, cuando ella fungía de médium, decir o actuar como si un espíritu la estuviera poseyendo y as¡ reclamarle a su marido: "Hombre irresponsable, que no le das el gasto a tiempo a tu mujer...", le decía y le lanzaba una cachetada. Carmelo ponía cara de asustado; pudo haber refunfuñado ante semejantes maneras y, sin embargo, lo aceptaba todo con entereza de alma: las fantasías de doña Lucrecia lo transportaban al quinto cielo de la felicidad. "Gracias a Dios, no soy psicólogo para reconocer si esta mujer finge o es una hereje; lo único que s‚ es que la quiero", todo lo decía con un aire de embeleso. A doña Lucre y a Carmelo les regalaron un niño: Toño, quien también entraba en la regañina: "... y tu hijo te tiene que andar persiguiendo para que le des su domingo...", le gritaba el espíritu a Carmelo; ya en horas posteriores a las sesiones, el panadero le preguntaba a su mujer: "No crees que te estás volviendo una fanática peligrosa?"

En aquella ‚poca era yo aficionada a historias de fantasmas, y una vez en que Ana Lilia, mi hermana, y yo tuvimos un problema grave en la escuela, decidimos, sin permiso de nuestra mamá, consultar a uno de los espíritus de doña Lucrecia. Hasta esos momentos, a mí me parecía que la verdad y la costurera eran la misma cosa, pero cuando la señora comenzó a manifestar las convulsiones, Ana Lilia se empezó a reír, y yo, de ver a mi hermana, por más que traté de apretar la risa no puede y la solté‚. Tal ves los fantasmas debieron haber sentido que alguien se burlaba de ellos, porque echaron una serie de maldiciones que hicieron que mi hermana lanzara más fuerte la carcajada; llegado a este punto, los asistentes a la sesión terminaron corriéndonos a Ana Lilia y a mí por irreverentes; además, no fuera a ser que la médium con semejantes interrupciones "quedara muerta en el trance". No acabábamos mi hermana y yo de salir de la sesión y a mí todavía me quedaban mis dudas acerca de si nuestra actitud en la ceremonia habría sido la correcta, a lo que mi hermana argumentó: "Esa clase de cosas sólo las puede creer la niña más boba de la escuela: tú", y comenzó a brincar sobre un juego de avión que estaba pintado en el pavimento de una banqueta.

Con el tiempo, a doña Lucrecia una vecina le dijo que el camino más corto para llegar al cielo era el cristianismo ortodoxo, y que la manera más segura de fundirse entre las lavas del infierno era comunicándose con muertos; ahí fue cuando la costurera comenzó otra vez a inquietarse. Miró entonces -según confesó más tarde- que un relámpago de luz le iluminaba el camino y así fue como se convirtió a la iglesia bautista. Carmelo, por no desairar a su mujer, además de la bautista se convirtió a otras dos religiones más, a las cuales, cada una en su momento, llegó a considerar divertidas y originales; hasta que en una de ellas (nos sé exactamente en cuál) sintió como que alguien lo manipulaba a su antojo y, además, que las impertinencias de su mujer tenían que tener un limite; ahí fue donde le funcionó aquello de "más vale solo que mal acompañado", y se marchó a la selva, en donde, según doña Lucrecia, se volvió cristiano primitivo."

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